Hace un mes nadie hubiera afirmado que la ex Presidenta, Cristina Fernadez de Kirchner, estaba en condiciones políticas de convocar semejante movilización en su apoyo, tanto en número como en variedad, como la que tuvo lugar el 18 de junio luego de la confirmación de su condena en la causa “Vialidad”. Las razones no faltaban: el desgaste producido después del gobierno del Frente de Todos, el distanciamiento con el gobernador de la Provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof, así como el apoyo que aún se ve en las encuestas para con el gobierno de Javier Milei.
Sin embargo, ocurrió. En este momento donde todos compran “narrativas” lo mejor es aferrarse a cosas que podamos comprobar que existen.
Después de que los grandes medios le comunicaron a la Corte Suprema que debía acelerar los tiempos para impedir que CFK fuera candidata en las elecciones de septiembre, apareció el “acontecimiento”: la peregrinación de personas de carne y hueso, en su mayoría sin pertenencia orgánica a un espacio político y organizativo, que iban a San José 1111 a mostrar su apoyo a la dirigente peronista. Unos días más tarde, en forma mucho más masiva, aparecieron en la Plaza del miércoles 18. Como coincidieron los periodistas Pablo Ibañez y Mario Santucho esa misma tarde desde los estudios de Futurock, la masividad la aportaron antes que columnas organizadas (que las hubo) los asistentes “sueltos”.
¿Qué pasó? Salvando magnitudes y situaciones, algo similar a lo que ocurrió cuando falleció Néstor Kichner en 2010: gente de a pie -de diversos estratos sociales y locaciones geográficas, que incluyó salteños vestidos con ropas tradicionales, feministas nuevamente enfundadas en sus pañuelos verdes, murgas barriales, dueños de autos tuneados, gente mayor con carteles escritos en birome, entre otros- fueron a mostrar agradecimiento por tal o cual política pública que había tocado sus vidas. Según los cronistas que cubrieron esos hechos -como Hernán Nucera que sumó muchas horas de entrevistas en el barrio de Constitución- el ranking de las temáticas lo encabezó las jubilaciones para amas de casa y personas que no lograron completar el aporte, en segundo lugar la AUH y ahí nomás el programa Conectar Igualdad que repartió computadoras en forma masiva a lo largo y ancho del país. Las viejas realizaciones kirchneristas volvían a hacer su aparición.
Hay un sujeto político, el único que llena plazas, que está fragmentado, está golpeado, pero sigue ahí, existe. Se puede ver, tocar, escuchar.
Mucho se escribió sobre la insuficiencia de esas políticas, pero sobre todo sobre su improductividad política en el presente: la sociedad ya “pagó” electoralmente esos beneficios y, a partir del triunfo electoral de Javier Milei en 2023, no se puede vivir del pasado y la nostalgia. Aún más, se dijo que aquellas políticas fueron traducidas -incluso por los sectores populares- como “ventajas”, como “estatalidad agobiante” o como “espejos de realidad” construidos por minorías militantes que no daban cuenta de una realidad más vasta y menos positiva.
En todas estas afirmaciones hay semillas de verdad, claro.
Lo que no podemos seguir discutiendo es la existencia del sujeto político que se manifestó durante toda la semana posterior al fallo de la Corte. Desde ya que cabe aclarar que se trata de un sujeto a la defensiva, menos poderoso que años atrás, más fragmentado. Pero está. Y tiene un poder del que carecen los análisis más sofisticados: esas personas existen en la realidad.
El mismo 18 de junio los comunicadores vinculados a la Libertad Avanza comenzaron a hacer cuentas para ver cuántas personas entraban en la Plaza de Mayo y sus adyacencias, tal vez sin advertir que ese ejercicio nos hacía recordar a todos que el único sector político que desde hace años consigue movilizaciones de esas dimensiones es el peronismo. Por el contrario, al gobierno le costó convocar un par de miles Parque Lezama, aún con la presencia física de los hermanos Milei. Lo que muestra a la vez que todo político desea un baño de multitudes, y la dificultad en conseguirlo.
Insistimos: la existencia de un sujeto no lo dota de poderes extraordinarios ni le da capacidad de generar vuelcos dramáticos en la historia, tampoco garantiza triunfos en el futuro. Afirmamos, simplemente, que existe. Se puede ver, tocar y sentir.
Resulta sí paradójico que desde tribunas progresistas y comprometidas se siga eligiendo socavar a ese sujeto, menospreciarlo o ningunearlo, cuando no tenemos a la vista ningún otro más potente para reemplazarlo.
En todo caso, es más productivo advertir que ese sujeto maltrecho es lo único que tiene hoy el campo nacional y popular. La dirigencia peronista carece de cualquier otro poder: no tiene incidencia ni en el poder judicial, ni en el poder económico ni en el poder mediático, como es ostensible y notorio. Lo único que tiene, con lo único que puede contar, es con esas personas todavía dispuestas apoyar y acompañar, aún en las malas o malísimas. Incluso después de un gobierno fallido. Antes de cualquier otro cálculo, esa dirigencia debería advertir que es vital que ese vínculo se fortalezca y no se vea dañado por la dinámica del internismo. Pero también debería cuidarse mucho del canto de sirenas de quienes leyeron las causas de la derrota de 2023 justamente en esos mismos sectores que salieron en defensa de Cristina.
La movilización callejera es central para analizar la política argentina. Se trate del 2001 o el 2008, de las marchas anti cuarentena o el Bicentenario, de la primavera democrática o la plaza del Sí de Menem, entre tantas otras. Por algo un periodista e intelectual comprometido como Mario Wianfeld hizo siempre hincapié en auscultar plazas y marchas: veía ahí una clave única para leer momentos, climas, humores.
El peronismo cuenta hoy únicamente con esas personas todavía dispuestas apoyar y acompañar, aún en las malas o malísimas. Incluso después de un gobierno fallido.
Se resalta muy poco desde los análisis, en general derrotistas, la persistencia movilizadora de muchos argentinos desde que gobierna Milei. En un año y medio (y contando el Presidente con un apoyo importante en las encuestas), la movilización social nunca paró. Es una diferencia notable frente a otros momentos igualmente oprobiosos. Mujeres feministas, estudiantes universitarios, jubilados, trabajadores de diversas ramas de actividad, movimientos sociales, colectivos de diversidades sexuales, hubo de todo y con una intensidad mayor a la que existió incluso durante el gobierno macrista en el mismo período de tiempo, para poner un punto de comparación cercano.
En las próximas semanas probablemente se sumen conflictos en empresas de distintos lugares del país. Ya es cotidiano el cierre de negocios y fábricas, en medio de una crisis que no toca fondo. A pesar de lo que intuimos por el espejismo de las redes, estamos en un momento de apagón informativo, de escasa producción de “noticias”, en el sentido de conocer acontecimientos que efectivamente ocurren en este país, más allá del reino de las opiniones. ¿Cuánto se conversó sobre la advertencia del líder de la UOM acerca de la creciente crisis en su sector que ya perdió 30.000 puestos de trabajo? La Argentina es más grande que los estudios de televisión y los streams: “Hay compañeros que caminan al piquete para poder comer. Las esposas vienen al gremio a pedir ayuda”, dice César Zapata, secretario general del SOMU que nuclea a trabajadores de la pesca en el sur argentino. En Olavarria la empresa Cerro Negro se deshizo de 59 trabajadores, después de negociar con el sindicato para que no fueran 100: “la empresa justificó los despidos por una fuerte caída de ventas y producción vinculada al freno en la obra pública”, según detalla la crónica. Tampoco se salva la provincia de Tucumán, a pesar del acompañamiento del gobernador Jaldo al gobierno de Milei: empresas disímiles como Scania (automotriz), la papelera Tucumán o Topper (calzado) están con despidos e incertidumbre en su continuidad. Los ejemplos se cuentan por docenas, a lo largo y ancho del país.
Por eso resulta extraño que los análisis, incluso desde veredas opositoras, arranquen muchas veces dando por buenas tesis que por un lado suavizan el actual proceso de desguace argentino, a la vez que cargan las culpas del mismo en quienes ensayaron otro rumbo. Se suele escuchar así cosas como “quienes se oponen a este gobierno deberían revisar sus viejas ideas”, “quienes votaron a Milei tienen sobradas razones para haberlo hecho”, “este gobierno no es antiperonista, es popular”, “se trata de algo novedoso”, “hay que copiar las maneras y metodologías porque funciona”. Es raro.
El 4 de junio, una semana antes del fallo de la Corte contra CFK, muchos reclamos que aparecían fragmentados se unieron en una manifestación masiva en la plaza de los Dos Congresos, dando cuenta de una voluntad incipiente y un tanto silvestre de articular las protestas. Docentes universitarios, médicos del Garrahan, Jubilados, mujeres y diversidades sexuales, La pregunta que sobrevolaba ese día era quién podía representar todo aquello, quién tiene la fuerza y la voluntad política de juntar esos pedazos.
Nada está determinado. En la plaza contra la proscripción, si bien el peronismo funciona como identidad aglutinante, no lo abarca todo; tampoco esa identidad se convierte automáticamente en organización o pertenencia partidaria. En el caso de la plaza social, aún con la presencia de sindicatos y diversas organizaciones, también respira un mundo “suelto” y fragmentado. Ambas plazas se parecen más de lo que podría suponerse. Está todo por hacerse. Nadie tiene la varita mágica ni puede ver el futuro, nadie tiene garantizado representar o ser representado. Lo que puede decirse es que vamos a tener un escenario si la plaza “política” de Cristina y la plaza “social” de los reclamos comienzan un proceso de acercamiento y representación o ambos mundos continúan avanzando en forma paralela.