Brexit


La ola

El "Sí" a la salida del Reino Unido de la Unión Europea cambió el escenario político global. Desde Londres, una crónica sobre los que votaron por quedarse.

PoliciaenPalacioReal

 

Fotos: Marisol Parnofiello

 

Hay un policía en cuclillas en la puerta del Palacio de Buckingham. Sonríe mientras saca varias selfies con una señora en silla de ruedas. Desde donde están se puede ver St. James's Park, el más cuidado de los jardines de la ciudad, con 23 hectáreas y una variedad de amistosos patos que conviven, sin problema, con ardillas y turistas. Esto es Londres, Inglaterra, y el diario que regalan en el subte dice que hoy es 12 de septiembre de 2015.

 

Diez días atrás, la imagen de Aylan, un bebé muerto en la costa de Bodrum, Turquía, conmovió al mundo. El nene de 3 años no llegó, como sus padres intentaban, a la isla griega de Kos. Murió ahogado. Como una ola, esa muerte salpica, congela y alcanza a Londres. A solo algunas cuadras de donde este instagrameable policía sonríe, cientos de otros compañeros de su fuerza contienen una manifestación. Ahí está el Big Ben. Se alza con la misma fuerza con la que esta adolescente inglesa levanta una pancarta. Lleva el dibujo del planeta tierra y una frase: “El mundo está ahí para ser compartido”.

 

No está sola. Las calles del epicentro político de Londres, que rodean el Palacio de Westminter, están llenas de jóvenes que, como ella, gritan en un sábado de sol a los pies del Parlamento: “¡Abran las fronteras!”. Hay parejas, hay familias, hay nenes que se miran las manitos que el bebé sirio ya no podrá mirar jamás. La marcha se mezcla con una multitud de gente que aplaude. ¿Qué aplauden, señora? Aplauden a Jeremy Corbyn que también está ahí, a su vez, para celebrar que desde este 12 de septiembre es líder del Partido Laborista inglés.

 

Más que pedalear, Corbyn suele nadar el aire húmedo de Londres con su bicicleta. Cuesta arriba, encabeza a ese grupo de personas que se oponen al actual Primer Ministro del Reino Unido, David Cameron, líder del Partido Conservador.

Marcha 

El otoño desviste a los árboles, el invierno se acerca en Europa y la cuestión inmigratoria no deja de golpear las orillas. Parece que el mismísimo Cameron cumplirá con lo prometido. Llamará a un referéndum acerca de la permanencia en la Unión Europea (UE), con la certeza de que los miembros de Reino Unido votarán la continuidad. Mientras tanto, el ala derecha del Partido Conservador se afianza. Volverá su primavera y será pronto.

 

Otros países de Europa van haciendo lo suyo, de a poco. Recelosos, cierran las puertas de las casas. “Acá no”, dicen. En tiempos de recesión, el pasado vuelve, avasallante, como lo hace el mar mismo y revuelve el fondo.


 

Jueves 23 de junio de 2016. Las boletas preguntan: “¿Debe Reino Unido seguir siendo parte o no de la Unión Europea?”. Lo que para Cameron era una pregunta retórica se convirtió en su epitafio. El 52 % de los británicos votaron a favor de abandonar la UE. El Brexit (‘British Exit’ o salida británica) es un baldazo de agua fría y Cameron se aventura a dar un paso al costado. "No creo —declara— que sea el capitán adecuado para dirigir nuestro país hacia su siguiente destino". Y así se baja del barco.

 

La nave que es Reino Unido tiene cuatro pisos. Dos votaron por salir: Inglaterra (con 53.2% de votos separatistas) y Gales (51.7%); y dos por quedarse: Escocia (con 62% de votos para permanecer) e Irlanda del Norte (55.7%). En el territorio de Gibraltar la intención de seguir como están fue absoluto: 95,9% a favor.

 

Hay quienes sufren el vértigo de esta tormenta marina: son los jóvenes. Según la consultora de investigación YouGov, el 64% de los británicos de entre 18 y 24 años preferirían quedarse en la UE. Sí, ellos, que no vieron ninguna guerra mundial, pero las aprendieron en las escuelas, sentados en las mismas aulas que sus amigos con rasgos de todas las razas imaginables. Según los primeros análisis sobre los votantes, la tendencia es: cuanto más joven y mayor nivel de educación, mayor fue el deseo de permanecer en la UE.

 

Eso quería Angus, 22 años, nacido en Brixton. Un chico sonriente que adora vestir con tiradores y pantalones negros. Que estudió en Central Saint Martins, una de las mejores escuelas de arte Londres, ergo del mundo. Que trabaja como mesero en dos restaurantes de la capital inglesa. Que coquetísimo, peina su flequillo rubio y usa base en la cara. Como este mismísimo Angus que no puede creer el referéndum y escribe a sus amigos:

 

“Estoy decepcionado. Parece que no aprendemos de nuestros errores. Parece que nos gusta ubicarnos más alto que el resto en lugar de unir fuerzas, juntarnos y enfrentar los problemas juntos. Parece que, como nación, somos todavía tan egoístas como nunca antes lo fuimos y vivimos la vida como si fuera un juego. No dejemos que esto nos afecte ni nos divida. Tenemos que estar juntos. Inglaterra no fue nunca grande por sí sola. Sólo porque usó y explotó otros bellos países es lo que es ahora. Recordémoslo. Todos somos iguales”.

MarchaSept2015 

Angus es de esos que abrazan fuerte para saludar. Angus no pregunta de qué nacionalidad sos —no se lo preguntó nunca a quien escribe durante el año que ella misma vivió en Inglaterra, en lo que otros podrían considerar “su” isla—.

 

Angus no había nacido cuando la Guerra de Malvinas pasó. Angus lo dice claro: somos todos iguales. Olas dentro de olas en una época en la que los vientos de derecha soplan con fuerza y retiran el agua medio metro para volver, feroz, a arrasar con todo lo que está en las orillas. Angus, en su juventud, es de los que dijo “No” a salir de la UE y cerró su reflexión con un fragmento del poema del inglés John Donne que inspiró una novela en Hemingway:

 

Ningún hombre es una isla entera por sí mismo.

Cada hombre es una pieza del continente, una parte del todo.

Si el mar se lleva una porción de tierra,

toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio,

o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia.

Ninguna persona es una isla;

la muerte de cualquiera me afecta,

porque me encuentro unido a toda la humanidad;

por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas;

doblan por ti.