Una presentación de Cosas Que Funcionan


La persistencia

Sociólogos, antropólogos y psicólogos recorrieron distintos rincones de América Latina para comprender pequeños intentos colectivos por mejorar la vida común. Una invasión de tierras deriva en una cooperativa de viviendas; una protesta contra la contaminación se convierte en un colectivo de salud; una manifestación callejera contra el hambre resulta en un comedor popular. En este proyecto, impulsado por la Universidad de Texas en Austin y Revista Anfibia, investigaciones etnográficas dan vuelta la narrativa académica y el pesimismo de la época, en busca de otros relatos posibles de la América profunda.

"Las ideas se nos ocurren cuando les place, no cuando nos place a nosotros. En efecto, las mejores ideas se nos ocurren de la forma en que las describe Ihering: fumando un puro en el sofá; o como Helmholtz afirma de sí mismo con exactitud científica: dando un paseo por una calle que asciende lentamente; o de forma similar. En cualquier caso, las ideas vienen cuando no las esperamos, y no cuando estamos cavilando y buscando en nuestros escritorios. Sin embargo, las ideas no vendrían a la mente si no estuviéramos cavilando en nuestros escritorios y buscando respuestas con apasionada devoción". 

Max Weber. La ciencia como vocación

Las crónicas que aquí presentamos forman parte de un proyecto de investigación colectivo titulado “Cosas que funcionan”. La inspiración intelectual para el proyecto surgió mientras subía las empinadas cuestas de la comuna 8, en Medellín, Colombia. Había llegado allí guiado por un grupo de estudiantes de la Universidad de Antioquía que participaron en un taller de etnografía que dicté en Agosto del 2023. Luego del taller, me llevaron a visitar una biblioteca popular, una granja ecológica, un local que alberga a un grupo de mujeres que se organiza contra la violencia de género, y a un grupo de jóvenes dedicados a la producción musical. Los riesgos a los que están expuestos los habitantes de la comuna son muchos y muy variados: peligros ambientales, pobreza material, violencia estatal y paramilitar, etc. Pero el grupo de estudiantes y los activistas barriales dirigían mi mirada sociológica, entrenada en el examen de la producción y reproducción del sufrimiento y la dominación social, hacia otro lado. Querían que prestase atención a lo que estaban organizando para tener una vida mejor en condiciones que ellas y ellos no podían controlar: “Aquí va a ir el librero, una vez que pavimentemos el piso,” “Mire esta lechuga, no usamos químicos,” “Con este pequeño molino, producimos algo de energía…” 

Sentí que dirigían mi atención hacia un tema con el que yo estaba menos familiarizado: la dinámica y las condiciones de posibilidad del éxito de iniciativas de base. Es cierto, como bien decía Weber, que las ideas surgen mientras caminamos. También es cierto que estas emergen luego de muchas cavilaciones y lecturas. Pero lo que no dice Weber es que estas también pueden florecer en compañía de, y en diálogo con, otras y otros.

No sólo la génesis del proyecto “Cosas que Funcionan” fue colectiva. También lo fue su ejecución. Compartí la idea inicial con un grupo de estudiantes y profesores de la Universidad de los Andes  en Bogotá y la Universidad de Antioquia, en Medellín y de la Universidad de Texas, Austin, en Estados Unidos: Buscaríamos indagar sobre intentos colectivos por mejorar la vida en común – esto es iniciativas que, localizadas en alguna zona marginada del continente, estuviesen logrando cierto grado de éxito (entendido éste como la capacidad de durar en el tiempo, de aumentar la cantidad la gente que participa en ella, y/o de mejorar en algo la calidad de vida a los habitantes de la comunidad en la que está ubicada). Investigaríamos esos casos etnográficamente. Luego procuraríamos escribirlos bien: contaríamos lo que allí sucede de tal manera que, como dice Katherine Boo (2007:14), los lectores "terminen las historias y quizá les importe algo más que un comino". Contribuiríamos así a forjar unas ciencias sociales que escriban mejor, menos oculta en jerga academisista que suele esconder la flojedad de los argumentos y la escasez de evidencia empírica.

La invaluable guía del periodista anfibio Ernesto Picco fue central en este esfuerzo narrativo. Ernesto escuchó un resumen de cada caso y dirigió los talleres en los que discutimos varias versiones de los textos que hoy presentamos. Pacientemente ablandó nuestras rígidas convenciones narrativas (forjadas en las ciencias sociales) y nos propuso formas alternativas de contar lo social. 

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Cientos de habitantes de zonas marginadas de América Latina participan en organizaciones comunitarias que tratan de hacer su vida cotidiana más "habitable": más asequible, menos precaria, más pacífica, menos contaminada, menos limitada, etcétera. Trabajan en despensas de alimentos, huertos agroecológicos, colectivos contra la violencia interpersonal y grupos que luchan contra la contaminación ambiental. Sin embargo, la dinámica relacional de estas iniciativas comunitarias de base no es muy conocida. ¿Cuáles son los procesos que fomentan el éxito (siempre precario por cierto) de estas iniciativas? En contextos tan adversos, ¿cómo son capaces de persistir en el tiempo y contribuir a una vida mejor para la comunidad donde echaron raíces?  

América Latina se caracteriza por niveles altos de desigualdades sociales, económicas, étnico-raciales y ambientales. Pero también son reconocidos sus poderosos movimientos en favor del cambio, que van desde destacados movilizaciones indígenas y sindicales (como los de Ecuador, México y Bolivia) hasta vibrantes movilizaciones ciudadanas, estudiantiles y feministas (como las de Colombia, Chile y Argentina). América Latina es, al fin y al cabo, tan desigual como beligerante. 

Las acciones colectivas extraordinarias a menudo cristalizan en organizaciones comunitarias duraderas que persisten en el tiempo: una invasión de tierras se convierte en una cooperativa de viviendas; una protesta contra una fuente de contaminación se convierte en un colectivo de salud; una manifestación callejera espontánea contra el hambre resulta en un comedor popular. Aunque estas iniciativas ordinarias no aparecen en los titulares de los periódicos ni en las redes sociales, suelen durar más que las acciones colectivas más transgresoras y episódicas.

Sabemos bastante sobre la dinámica de la beligerancia popular (la combinación de redes, organizaciones, oportunidades políticas y marcos de acción que impulsan su aparición y desarrollo), pero conocemos muy poco de lo que queda después de que el calor de la acción colectiva se enfría y el ciclo de noticias sigue su curso. En muchos casos, la protesta masiva da paso a organizaciones comunitarias eficaces que proporcionan alimentos, vivienda, protección, etc. a quienes viven en lo más bajo de la escala social. 

La perpetuación de la exclusión y/o la marginación ha sido, por muy buenas razones, el principal foco de preocupación empírica y teórica en las ciencias sociales. Sin embargo, creemos que hay mucho que aprender sobre las iniciativas colectivas de base que intentan generar vidas florecientes (es decir, más libres, menos miserables, menos opresivas). Este conjunto de crónicas ofrece una primera mirada a iniciativas poco conocidas y espectaculares, a la forma que estas adquieran y a la secuencia de acontecimientos que condujeron a su surgimiento y persistencia. 

Quizás resulte paradójico, y hasta un tanto ingenuo, concentrar la mirada sociológica y el esfuerzo narrativo en “cosas que funcionan” justo en un momento como el actual, en contextos políticos que atentan contra acciones colectivas como las aquí narradas de manera sistemática. No es un impulso romántico ni populista lo que nos llevó a indagar y escribir sobre estas experiencias. La necesidad de registrarlas se derivó tanto de la desesperación y la angustia que sentimos frente al sufrimiento social como de la esperanza que estas iniciativas iluminan.