La revolución de la policía

Por Alicia Castillo

 

Las últimas cifras que se divulgaron son del 2013 y parecen tan engañosas que descifrar su realidad se convierte casi en un cuento chino. “En Buenos Aires se denuncian 82 delitos por hora” decía el titular. Si se piensa en todo lo que no se denuncia, a esta cifra se la podría multiplicar con mucha facilidad por cientos o por miles. Estamos en peligro.

 

Pero mientras los chorros y los pungas se adueñan de las calles y el debate acerca de qué policía y para qué continúa como siempre entre Ciudad y Nación, en un rincón alejado de la provincia de Buenos Aires, ajenos a esta realidad candente, cientos de jóvenes sueñan, sí es verdad aunque usted no lo crea, la juventud aún sueña. Y estos imberbes encima sueñan con ser policías. Y policías de la Bonaerense nada más y nada menos. ¿Qué tal? Izquierda, derecha, ¡marchen!...Un, dos tres, cuatro. Un, dos, tres, cuatro. Atención, alto. Parados. Descansen.

 

La escena parece un fragmento de la película The wall, solo que con mucho más atuendo negro por todas partes. Ellos son cientos, todos uniformados de impecable oscuridad, camisa blanca y corbatita sin función. Caminan a un mismo paso, el que les marca su instructor.

 

Apenas parecen respirar, inmóviles en su plástico y subordinado movimiento, se eternizan contra el horizonte en sus desplazamientos por el campus universitario que los albergará por 32 semanas hasta que se conviertan en una nueva camada de policías.

 

Su indumentaria austera contrasta con el aire límpido de la mañana invernal y entorpece la rutina de la universidad que frena su actividad frente a las formaciones de los futuros guardianes del orden.

 

Son aspirantes. Aspiran el aire, aspiran conocimientos y aspiran a convertirse en policías de la fuerza bonaerense. Los movimientos que llevan a cabo para trasladarse y realizar sus rutinas paralizan toda la actividad allí en cada universidad o centro educativo que los alberga, sus filas interminables se asemejan a extensos ciempiés humanos que no se pueden quebrar, ya que el mortal que no es aspirante no puede mezclarse en sus filas sagradas para atravesar el espacio que antes era de libre tránsito.

 

La presencia de estos jóvenes obedece a acuerdos firmados por el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Daniel Scioli con el fin de permitir que nuevas camadas de policías se formen fuera del ámbito de la escuela de policía tradicional, lograr la descentralización y que a la vez puedan recibir una formación con un perfil casi universitario.

 

Parece mentira verlos tan chicos, con tanta hambre acumulada cuando se arriman al buffet y pensar que son los que en pocos días más van a estar “patrullando” las calles. Cuesta pensar que estos aspirantes perfectos, que según sus propias palabras “no tienen tiempo ni para pensar ni para comer” con solo ocho meses de formación puedan hacer frente, aún cuando pongan toda su mejor buena voluntad, a las oleadas crecientes de delito de la provincia de Buenos Aires. Y de la misma forma cuesta imaginarse que la policía, con todo lo que esto implica en el imaginario social, comparta espacios de educación con las universidades que son síntoma de pensamiento libre y racional.

 

Pero así es señores, son los polis del futuro. Quiera Dios que sea para bien. Y mientras todos nos santiguamos doble por las dudas; los alumnos y alumnas perciben un haber mensual y la cobertura de la obra social IOMA. Eso es mucho más de lo que la mayor parte de ellos tuvo jamás y se nota solo con verlos. Al menos serán policías felices.

 

Se recibirán como Oficiales y de acuerdo al mérito de estudio podrán continuar con ellos durante el siguiente año y obtener el título de Técnico Superior en Seguridad Pública, mientras los ladrones comparten un asado con Alí Babá y sus herederos.

 

Lo cierto es que cuando llega la hora de irse, luego del riguroso entrenamiento físico y de la ducha esquemática, las filas interminables son ahora frente a los espejos empañados de los baños. El pote de gel pasa de mano en mano y engrasa impecable hasta lograr rodetes dignos del Colón en el caso de las chicas y cabellos bien achatados para ellos.

 

Después algunas risas y alguna corrida, la fila interminable, cascaruda y charolada ahora, se traslada hacia las paradas de colectivos que van hacia los barrios de La Matanza profunda.