Ensayo

Clase obrera


Las formas políticas del trabajo

¿Cómo es la realidad actual del trabajo? ¿Quién representa al sujeto popular? En este texto, la socióloga Paula Abal Medina analiza la coyuntura y el pasado de distintos sindicatos y de sus afiliados. Desde los tercerizados y precarizados, hasta los dirigentes de las centrales históricas y más nuevas de la Argentina.

Ante las políticas neoliberales del nuevo gobierno, y en medio de procesos de movilización que sitúan a los trabajadores y a sus organizaciones en un lugar determinante de la actual disputa social, resulta necesario retomar la polémica nacional en torno al sujeto popular. ¿Qué tan estructural o coyuntural es la transformación del capitalismo? ¿Qué consecuencias produce en la estructura social y laboral su fase financiarizada trasnacional? ¿Qué tan empobrecida o intacta está la forma política del sindicalismo para expresar a los sectores populares? ¿Cuál fue la acumulación que habilitó el kirchnerismo como proceso político, y cuáles fueron sus límites?¿Por qué el macrismo objetiva con tanta fuerza, en la figura de Milagros Sala, la condena a procesos de organización social como el de la Tupac? ¿Por qué asumió el gobierno local de la Ciudad de Buenos Aires persiguiendo con tamaña ferocidad a los manteros y ocupándose de difundir mediáticamente la escalada represiva?

El 17 de octubre de 1945 es un momento histórico recurrente para la inspiración colectiva. Salidos de la serialidad, impulsados por y a la vez desbordando las formas instituidas, los trabajadores ocuparon la escena política argentina. Invasores para la subjetividad patronal. Desclasados para quienes organizaban formas políticas perimidas y no lograron ver trabajadores aquel día que tan bellamente narró Scalabrini Ortiz con las vestimentas, colores y fisonomías de una clase trabajadora hasta entonces ninguneada.  Fueron quienes decidieron rechazar la industrialización infame para dar lugar a un proyecto productivo politizado mediante afiliación sindical masiva, delegados fabriles, asambleas de trabajadores, estructuras poderosas, puja distributiva y una potente identidad política peronista movilizada en la plaza coreando al líder. Descamisados y ‘mis grasitas’ para Evita. Una rebelión compleja y convulsionada de las subjetividades, de las estructuras profundas de la identidad y de la doble condición de opresión nacional: negros y laburantes. Juan Carlos Schmid, dirigente de la CGT Azopardo que conduce Hugo Moyano y Secretario General de la Confederación Argentina de Trabajadores del Transporte, ponía el foco en esta cuestión durante una entrevista: “lo mejor que hizo Perón no fue sancionar el estatuto del peón rural, lo que nunca le perdonaron los patrones a Perón fue que el obrero desde entonces les sostuviera la mirada”.

De los sentidos políticos múltiples que origina el 45, hay uno que nos pone una y otra vez a interpretar al sujeto popular. El 17 de octubre es el día en el cual irrumpe masivamente en la escena política el otro movimiento obrero, como lo “otro”, para transformarse con el correr de los años en el movimiento obrero organizado. Durante los sesentas y primeros años de los setentas el movimiento obrero expandió sus idearios redefiniendo tradiciones corporativistas, clasistas y revolucionarias, y aumentando dramáticamente sus tensiones internas.

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¿Cómo es la realidad actual del trabajo? En los sindicatos, ya con Macri en el poder, se escucha un lamento: nosotros no protagonizamos ‘la década ganada’. No pudimos, no supimos, incluso “quisimos ser kirchneristas pero no nos dejaron” (aludiendo al propio kirchnerismo). Y eso que Néstor había llegado decidido a reponer el conflicto sindical y a correr de escena, definitivamente, a los piqueteros. Años más tarde, sin embargo, entre funcionarios políticos se podía escuchar: “los sindicatos son una corporación más”.

Las discusiones que se suscitan en otras experiencias políticas de la región también resuenan y son el síntoma de una materia rebelde.

El politólogo brasilero Andre Singer[1], por ejemplo, caracteriza el tiempo de gobiernos del lulismo del siguiente modo: “salen burguesía y proletariado, entran ricos y pobres”. ¿Quiénes fueron los destinatarios del lulismo? ¿Proletariado o subproletariado?, ¿los trabajadores o los pobres? Las dos almas del Partido de los Trabajadores: la revolucionaria y clasista que le dio origen; la reformista, para pobres con la que gobernó Brasil.

Eduardo Coutinho ensayó en el documental Peoes otro argumento, al reconstruir, con testimonios y archivos de época, la singular experiencia de clase que dio origen al PT: ser obrero industrial de las trasnacionales metalúrgicas del ABC paulista en el capitalismo subdesarrollado en plena instalación de una dictadura militar. Porque el ABC paulista fue el destino de centenas de miles de trabajadores que llegaron desde los recónditos lugares del nordeste brasileño. ‘Éramos un ejército de esclavos para las automotrices’, ‘como Lula, perdíamos los dedos en la línea de montaje y acumulábamos los cortes y quemaduras de las palizas que recibíamos por resistir’, dicen los obreros del Brasil en algunos de los testimonios reunidos en el documental. De algún modo Coutinho des-cubre que, en realidad, las dos almas estuvieron presentes desde el comienzo en el PT.[2]

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En Bolivia también se producen fuertes controversias. Para definir los límites de la forma sindical García Linera describe una trama productiva transmutada: “un sistema productivo dualizado entre un puñado de medianas empresas con capital extranjero, tecnología de punta, vínculos con el campo económico mundial, en medio de un mar de pequeñas empresas, talleres familiares y unidades domésticas articuladas bajo múltiples formas de contrato y trabajo precario a estos escasos pero densos núcleos empresariales (…)El modelo de acumulación ha devenido así un híbrido que unifica, en forma escalonada y jerarquizada, estructuras productivas de los siglos XV, XVIII y XX, a través de tortuosos mecanismos de exacción y extorsión colonial de las fuerzas productivas domésticas, comunales, artesanales, campesinas y pequeño-empresariales de la sociedad boliviana. Esta “modernidad” barroca ha reconfigurado la estructura de las clases sociales en Bolivia”[3]. De ahí el interés que reviste en su análisis la singularización de formas políticas que coexisten sin ahorrar tensiones ni contradicciones al campo popular: forma-comunidad, forma-sindical, forma multitud. Pero la configuración del evismo anida polémicas que se ponen en evidencia en la siguiente acusación de la socióloga y activista aimara, Silvia Rivera Cusicanqui: “qué va a entender un desarrollista marxoide que piensa que el desarrollo son carreteras, represas hidroeléctricas, que combate contra la ultraderecha. La megalomanía de un desarrollo entendido como destrucción, con su costo ecológico tan alto, con su costo de sufrimiento humano, que nos lleva al consumismo…”[4].

En Argentina, Emilio Pérsico, referente del Movimiento Evita y de la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP), se mete con varios de los temas hasta aquí mencionados: “decimos que la clase trabajadora está dividida en tres pedazos: la crema, la leche y el agua. La crema en una sociedad como la nuestra es hasta el 20% de los trabajadores, trabajadores integrados, los trabajadores reconvertidos, dicen ellos, ¿no? Son estos trabajadores que consumen, que compran dólares. Después está otro sector que sí es bastante más grande, que es la leche, que sí es el sector de trabajadores no reconvertidos. Muchos de la UOM, de textiles, no reconvertidos. Finalmente están los trabajadores de la economía popular. Ejemplos: fábricas recuperadas, cooperativas, los cartoneros… Un trabajador de los primeros cobra por encima de las veinte lucas, los otros estarán de veinte a ocho, a siete, o a cinco, y después una gran masa de la economía popular, de trabajadores que se auto-inventaron el trabajo. Que son improductivos en términos capitalistas, que tienen otro tipo de producción que es difícil de comprender para el capitalismo. Que es una producción que es amiga del medioambiente, que es una producción que produce en donde el trabajo, la felicidad y la productividad están más o menos coordinados”.

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Mi primera inquietud en torno a esta clasificación es si no se trata de una versión edulcorada de las experiencias de vida y trabajo que ocurren en lo que el dirigente del Evita denomina “el agua”. ¿Qué hacer con las nuevas relaciones de mando, dominio y opresión a las que refiere García Linera? “Ahí es la ruptura que tengo con Vera que ve en todas partes trabajo esclavo. Y en realidad el 90% de lo que está ahí es… sí explotación pero auto-explotación, los compañeros que se auto-inventan el trabajo. Al otro 10% hay que meterlos presos”.

Pérsico es un dirigente del campo popular, tiene ya el cuero duro como suele decirse en la jerga militante, mucho poder de reflexión y una voluntad inquebrantable. En nuestra charla quiere visibilizar una conversión política: de la economía informal a la economía popular. Asume que habla de un sujeto invisible. Por eso en nuestro intercambio no deja de militar, ilustra con cifras, con argumentaciones teóricas, y también con ejemplos de impacto: “fuimos al barrio con mi compañera a fin de año, me impresionaron las pibas, tienen 20 años y un culo así de grande (dice gesticulando). Ese culo no entra en ninguna silla, las sillas están hechas angostitas para que no entren. ¿Quién las va a contratar? Ya llevamos mucho tiempo de este nuevo capitalismo. Y nos damos cuenta que este capitalismo no nos quiere adentro, nos quiere afuera”.

En algunos momentos me siento un poco acorralada por la argumentación, resuenan contenidos que llevaban a los neoliberales de los noventa a cristalizar y naturalizar la desigualdad. Y como trazando una línea histórica coherente que ratifica mi incomodidad, Emilio agrega: “lo entiende mejor el secretario de empleo actual, que es gerente de RRHH de Techint y que está acostumbrado a tomar personal y sabe perfectamente que esas chicas no van a entrar nunca. Y el progresismo burgués no lo entendió, no lo pudo entender”.

La distancia, pese al diagnóstico cercano, es por supuesto enorme. Reconocimiento del sujeto político, de su capacidad y formas organizativas, del valor que producen, del proyecto societal que encarnan. Pérsico de algún modo sostiene que la economía que se sacó el estigma de la informalidad y se resignifica como economía social expresa hoy a un nuevo sujeto que persigue vivir bien y aclara enfáticamente: “no vivir mejor, vivir bien. Porque vivir mejor no tiene fin y por eso no puede ser un parámetro que incluya a los 40 millones”.

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¿Cómo mira la gran mayoría de la CGT a ‘los del agua’? No es fácil hacer una síntesis justa. Pienso que un sector sindical importante los mira impertérritos: son el afuera. Nada del orden sindical que quieren preservar se altera por ellos. “Primero hay que estar bien en casa, recién después podés ver si salís a ayudar a los de afuera” dirán en caso de ser puestos en el aprieto de pensarlos. Para ellos la preservación se garantiza con la crema, los cotizantes, los que ganan bien. Y en la leche hay de todo, algunos, aunque los menos, también cotizan y otros son sólo para problema, y para colmo durante la larga década kirchnerista tuvieron más aire, se animaron a golpear las puertas sindicales, se politizaron, hasta se hicieron kirchneristas. Un dirigente promedio de estos sectores dice: “troskean, hacen bardo, quilombo, no entienden que el Che Guevara se murió hace rato, que hay que aprender a dialogar, que los empresarios vienen a invertir y que si las empresas se modernizaron, también se tiene que modernizar el sindicato, que no le queremos meter la mano en el bolsillo al patrón, que a veces para avanzar hay que retroceder, etc… “

El agua: son un otro ajeno. La leche: una amenaza. En la leche está el precariado. Cuanto más aguada más precariedad: el tercerizado de limpieza, el subcontratado de la subcontratista… la cadena invisible y larga de la desigualdad laboral. A los de la leche los combatieron con algo de disimulo durante la década ganada y ahora los barren impiadosamente. Estructuralmente estos sindicatos no cambiaron sus dinámicas de construcción política, ni su verticalidad, ni su macartismo, ni su modo ´participacionista´ de garantizar que orden laboral y orden sindical coincidan. La rotunda mayoría insultó por lo bajo al kirchnerismo, con especial cizaña a Cristina y a La Cámpora.

En algunos casos trágicos no disimularon sino que ejercieron una represión criminal hacia los tercerizados como cuando la Unión Ferroviaria (UF) conducida por Pedraza configuró el escenario de asesinato del joven militante de izquierda Mariano Ferreyra. Ni que hablar de los sindicatos que como la UF lucraban directamente con la precarización de los trabajadores al hacerse dueños de empresas tercerizadoras.

Y finalmente, dentro de este grupo sindical, tenemos el ejemplo del difunto Oscar Lescano quien en 2012, agitado por un periodista del Diario La Nación, azuzó:

“Periodista: La hipótesis es que el Gobierno fuera "por todo" en serio. Y en ese ‘todo’ estuvieran las Obras Sociales.

Lescano: Mirá. Esto te lo dice Oscar Lescano, publicalo bien grandote y no lo digo por Lescano, lo digo por todos, porque conozco el sentimiento de cada secretario general: el día que nos quieran tocar las obras sociales, estatizarlas, privatizarlas o querer hacerle cualquier cosa, le vamos a declarar la guerra total, van a tener que matarnos a todos”.

Una definición minuciosa del sindicalismo devenido en factor de poder, puro factor de poder, sin quedarle un ápice de ‘trabajadores’ por algún lado de su práctica ni tan siquiera de su discurso. Por eso le da igual si el sistema de salud se cambia para volverlo universal e igualitario o, privatizándolo completamente, se lo convierte en más regresivo y excluyente. Cualquier cosa le da igual y lo dice: “les vamos a declarar la guerra total”.

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Hoy, con el macrismo en el gobierno, el modus operandi de este tipo sindical reluce intacto. La leche no le entró. Y no podemos decir que los trabajadores precarizados no hayan intentado democratizar sus sindicatos. Finalmente, faltó trocar soledad por un poco de heteronomía para que el impulso desde abajo pudiera realizarse con la convalidación desde arriba. Y de este modo crear condiciones reales (con algunas garantías para los trabajadores) para la expansión de su politicidad.[5]

Un paréntesis que merecería una escritura larga que reconstruya las experiencias de trabajo y los actuales despidos de estatales. Brutalmente estigmatizados por el macrismo como ñoquis, inútiles y la grasa de la sociedad. Decenas de miles de despedidos del Estado, desechadas sus experiencias de trabajo efectivo, sus saberes, el compromiso con el que hicieron proyectos sociales, proyectos culturales, proyectos tecnológicos y productivos. Despedidos por todas partes desde el Ministerio de Desarrollo Social, hasta en la Biblioteca Nacional, los medios públicos, Fabricaciones Militares. Puestos en conjunto en estado de sospecha. Además de contar dichas experiencias tendremos que reconstruir las múltiples escenas de abandono de los trabajadores despedidos por parte del Secretario Gremial de UPCN. Y tendremos que explicarnos cómo pudo pasarnos que Andrés Rodríguez, el apologista ilustrado, el mismo que en los noventa recorría congresos internacionales[6] argumentando vistosamente la ‘modernización del Estado’, en tiempos de su desmantelamiento, fuera convalidado como interlocutor sindical válido por sectores decisivos del kirchnerismo.

Volviendo a la caracterización del sindicalismo, hay un tipo sindical que mira de otro modo al ‘agua’. No la desconoce y por eso es más activo en argumentar por qué no la acepta. Refiriéndose a los movimientos y organizaciones territoriales que integraban la CTA, Julio Piumato, Secretario General de la Unión de Empleados de Justicia de la Nación (dirigente de la CGT que conduce Hugo Moyano) dice: “la CTA construyó la Central de la derrota, en eso se parecen con el neoliberalismo”. Algunos otros dirigentes, incluso de la CTA, afirman “confundimos lo coyuntural con lo estructural”. Para otros cegetistas la CTA sintonizó correctamente un momento histórico pero luego, tras la recuperación del empleo que tuvo lugar con el kirchenrismo, hizo de la necesidad, virtud, y perdió su razón de ser.

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Años atrás dirigentes de la Juventud Sindical planteaban una disyuntiva frente al requerimiento de los movimientos territoriales, que constituyéndose en organización sindical, pedían integrar la CGT. Reconstruyo el razonamiento de estos militantes: “¿Qué hacemos? ¿Los integramos? ¿Qué tiene que hacer la CGT: dejarlos entrar y entonces convalidar, legitimar el trabajo ilegal? Porque la realidad es que sus trabajadores ganan todos por debajo del salario mínimo”.

Piumato agrega, aludiendo a la ruptura de la CTA, una central cuya marca fundacional es la integración de movimientos sociales y la afiliación directa de trabajadores, en el marco de un proceso eleccionario con acusaciones de fraude: “entran este tipo de movimientos y tenés el quilombo que tiene hoy la CTA que les terminó votando cualquier persona”.

Sin referirse específicamente a esta cuestión, Horacio Ghilini, un dirigente enrolado en muchas luchas y cuya sabiduría político-sindical parece inagotable, me contó una vez: “cuando discutíamos con West Ocampo el estatuto de la CGT nos decía: ‘no es conveniente que un secretario de la CGT, sea secretario de los trabajadores y no de los gremios’. Me quedó grabado esto que me dijo hace como 25 años atrás.  Yo creo que en el fondo es una expresión bastante fascista, no? Es decir, en el fondo la imagen de un líder, de un secretario general para ciertas estructuras, es que sea líder de estructuras y no de trabajadores”. Ghilini suele prescribir el sostenimiento de las tensiones y su síntesis procuraba mantener las estructuras, como puntos de acumulación popular, pero a la vez construir una central de trabajadores como el mejor antídoto contra las expulsiones de la unidad y su esclerosamiento. Expulsiones que terminan por dejar a la intemperie a los trabajadores que más necesitan la herramienta sindical.

Pero el desacuerdo de fondo se produce con la caracterización de la estructura social que hace Emilio Pérsico quien ya entendió que los trabajadores de la economía popular no van a entrar en las sillas pero, por ahora, tampoco en la CGT. De ahí que constituyeran la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular para organizar gremialmente ‘el agua’. Pero, ya sabemos, son una confederación sin derechos colectivos. Expresan, junto a otras organizaciones, como las campesinas, como la TUPAC, al “otro” movimiento obrero. Ilustran el proceso de acumulación del tiempo kirchnerista y también sus límites, los que Emilio Pérsico denomina como progresismo burgués. “Progresismo burgués que no entendió esto que Perón hubiese entendido en dos minutos (…) se quedaron garantizando el consumo de los trabajadores de la crema y aplaudiendo la apertura de plantas que con inversiones de miles de millones creaban, como Honda en Florencio Varela, 50 puestos de trabajo. A ese ritmo y con esos montos ¿cuántos siglos necesitaríamos para que retorne la sociedad de pleno empleo?”.

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Muchos dirigentes sindicales no la ven así. Insisten en que hay que sacudirse la derrota y reconstruir el pleno empleo (pero el registrado y con buenos salarios). Emulando una virilidad extrema están los que dicen algo así como: “si los sindicalistas ponemos pelotas regresa el tiempo feliz del pleno empleo peronista”. Las anécdotas contienen evidencias sobre cómo lograron de manera efectiva des-tercerizar en sus sectores de actividad, aumentar salarios y garantizar derechos.  Consideran que sí, que se puede pelear contra las empresas y también contra las burocracias de adentro de los sindicatos. Narran en detalle cómo lograron sortear a las patotas de las burocracias, con armas (y apuntándolos); y cómo revirtieron despidos y rechazaron coimas de las grandes empresas. Los relatos adoptan, por momentos, el tono de las viejas animaciones de superhéroes. Pueden pertenecer a gremios con tradiciones combativas en su haber y en varios casos su actividad estuvo configurada con la presencia de empresas grandes que entraron en cortocircuito con el kirchnerismo. La sensación es que expanden como condición de posibilidad del conjunto, algunos rasgos bastante peculiares. Muchos de estos dirigentes y más aún los trabajadores de sus gremios entienden que el kirchnerismo es el tercer tiempo del peronismo nacional y popular, tras el ‘45 y el ‘73. Ahora añoran el regreso y encaminan su acción política a lograrlo. Quizás, profundizando, terminen por admitir el pequeño rencor que le guardan a Cristina porque los puso entre los actores de reparto.

La otra vertiente de esta segunda clasificación está integrada por dirigentes que se beneficiaron con el ’empoderamiento’ de la crema y que también pelearon y representaron desde arriba (a su modo, y sin que vuele una mosca) a alguna parte de la leche. Tienen un pasado cercano en el que fueron más abarcativos, integraron el MTA o movilizaron juntos en la Marcha Federal. Con Piumato vieron el ‘agua’ como una amenaza, y trataron de impedir que les provocara filtraciones. Puesto en entredicho su protagonismo sindical, se atrevieron a decir: “queremos ser la cabeza y no la columna vertebral”. Una nostalgia vandorista pero sin las capacidades para demostraciones de fuerza como las tomas masivas y marciales de 1964. Una versión empalidecida de un protagonismo sindical que no puede expresar lo que los metalúrgicos al núcleo duro del capitalismo industrial durante el peronismo, sino sólo esta realidad acotada al segmento de unos trabajadores del techo en actividades de menor simbolismo en términos de proyecto de desarrollo nacional. Rompieron con el kirchnerismo y Cristina con ellos.

Fin de la historia de los desencuentros entre la crema, la leche y el agua. Ahora el macrismo impulsa el escenario del reencuentro, Cristina se pone el traje sastre y maniobra una articulación más extensa de la que estuvo dispuesta a tolerar en el gobierno. Los sindicatos, con la crema y con la leche, se encuentran en la calle. Y las organizaciones territoriales y los trabajadores del piso muy rápidamente vuelven a estar peleando en la línea de la supervivencia. Sufren la faceta represiva del macrismo, la que los pone en ‘su lugar’, haciéndolos retroceder socialmente a la desesperación: de organizar la economía social a la copa de leche.

[1] Singer, André (2012) OS sentidos do lulismo. Reforma gradual e pacto conservador. Comphania das Letras. São Paulo.

[2] El documental de Coutinho, Peoes, se puede ver en internet. Permite inmiscuirnos en la experiencia subjetiva y en el proceso de vida de los metalúrgicos que sostuvieron aquellos 41 días de huelga en 1979, con la adhesión masiva de más de 140.000 trabajadores en 1979 y cómo se origina en estas experiencias de lucha el liderazgo de Lula.Circunstancias que crearon las condiciones de posibilidad de una institucionalidad nueva, el PT en 1980 y la CUT pocos años después.

[3] Recomiendo mucho la lectura de este trabajo de García Linera, Sindicato, Multitud y Comunidad, que puede consultarse en http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/ar/libros/coedicion/linera/6.1.pdf

[4] Ver audiovisual en https://www.youtube.com/watch?v=yCqVJNnefcw. Para profundizar en la discusión vale la pena leer también ¿Qué hacer frente a la “Nación” de Álvaro García Linera? Publicado en www.nuevacronica.com

[5] Algunas de estas cuestiones fueron debatidas en voz alta en un documento firmado por dirigentes sindicales de idearios y pertenencias heterogéneas y trabajadores docentes e investigadores de diversas universidades y de reparticiones públicas, así como integrantes de colectivos intelectuales como Argumentos y Carta Abierta. El documento fue publicado, en versión completa, en el semanario Miradas al Sur en ocasión del Primero de Mayo de 2012. Se puede leer acá: http://www.primerodemayo12.blogspot.com.ar

[6]Para la reconstrucción de estas intervenciones recomiendo la lectura de la tesis de maestría de Nicolás Diana Menéndez: La representación sindical en el Estado. Disponible en http://www.ceil-conicet.gov.ar/wp-content/uploads/2013/02/2007dianamenendez.pdf