Crónica

Leda, la sanadora rosarina


El regreso de los dioses desterrados

Hasta hace seis meses nadie sabía nada de ella. Hoy, Leda es el hit del verano rosarino: por su convocatoria, por su mudanza al Salón Metropolitano, por sus polémicas declaraciones sobre el cáncer. En el relato, la ciudad pasó de ser territorio “narco” a ciudad “espiritual”. ¿Quién es Leda? “La mujer que cura, la mujer que sana” dirige la organización carismática Soplo de Dios Viviente y reúne a más de 20 mil personas por semana. Pobres, ricxs, sojerxs, políticxs, empresarixs, obreros, artistas y deportistas buscan su imposición de manos y así reencontrarse con lo mágico y lo pagano en un solo lugar.

Leda Bergonzi camina lento por el pasillo central que divide las hileras de sillas, abriéndose paso entre la multitud, atravesando el galpón como una rockstar. Las luces bajan su intensidad para recibirla. Las cámaras la siguen. En una mano lleva atado un rosario, en la otra un ramo de rosas rojas. Abraza a sus ayudantes al llegar al borde del escenario. Deja la ofrenda floral en los pies de una gigantografía de la Virgen de Guadalupe. Se persigna ante el cura que la viene a recibir y abre la boca, lo justo para que la hostia repose sobre su lengua. Todo sucede en una toma secuencia registrada para su canal de YouTube.

Hasta hace seis meses Rosario no sabía nada de ella. 

Leda tiene 44 años, cinco hijos y una nieta. Vivía en la zona sur de la ciudad, pero ahora se mudó a Tierra de Sueños, un barrio cerrado de Pueblo Esther. Dirige la organización carismática Soplo de Dios Viviente, y antes de hacerse conocida como sanadora se dedicaba a la confección y venta de uniformes de trabajo. 

“La curandera con jeans ajustados hace que los católicos regresen a misa”, la describió The Washington Post

Leda sube al escenario. Tiene la piel tersa, las cejas perfiladas, las pestañas arqueadas, piernas de crossfit. Lleva una cruz plateada en cada oreja, zapatillas, blusa de Las Pepas. Cuida el detalle como si la belleza y la corporalidad, en el sentido medieval, fueran un reflejo del alma. Nada en ella ni en su ceremonia están fuera de lugar. Toma el micrófono, algo funciona mal. Gira hacia los técnicos, seria. Mueve los labios: “Necesito otro ya”.

La banda toca, el coro canta: “Jesús está pasando por aquí. Y cuando él pasa todo se transforma, se va la tristeza, llega la alegría…”. Y entonces Fabrizio, esposo de Leda, les hace un guiño a los músicos, que cambian la letra: “Leda está pasando por aquí, Leda está pasando por aquí. Y cuando ella pasa…”.

Las manos la buscan, la gente se abalanza, un chico con síndrome de down se prende de su cintura y la acaricia. Leda le habla al oído, lo distancia con suavidad y sigue. Detrás de ella, y con una mano apoyada en su hombro, la custodia Federico “Torpedo” Arias, ex delantero de Central.

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Las cámaras de televisión esperan cada martes su ingreso al galpón de la Ex Sociedad Rural, donde reúne a más de 20 mil personas que buscan el milagro.

―No se fijen en mí. Vengan por él y abran su corazón. 

Leda Bergonzi sólo se pone seria cuando le preguntan sobre su pasado. ¿Quién era antes? ¿Cómo vivía, de qué? ¿Qué tuvo que dejar para tomar este camino? Dice que no habla de su vida privada para cuidar a su familia, y que sintió el primer llamado de la fe una tarde, caminando por Rosario, al ver a un hombre a través de la ventanilla del colectivo y percibir su estado emocional, perturbado.  

Se sabe que nació en San Lorenzo, que se conectó con el universo religioso a través del canto, que tuvo formación católica desde la escuela y a través de su abuela, y que hasta las empleadas de un sanatorio privado que la conocieron (porque junto con su hermana gemela les hacían los uniformes) se sorprendieron con su versión santa. Mientras da la bendición, su gemela canta. Tienen la misma voz. Leda es el hit del verano. Ya no solo en Rosario.

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Cuatro días antes de ser elegido Papa, el cardenal Bergoglio dijo que para evangelizar la Iglesia tenía que ser valiente y salir de sí misma. Llamó a los fieles a ir a las periferias geográficas y existenciales: las del misterio del pecado, las del dolor, las de la injusticia, las de la ignorancia y prescindencia religiosa. ¿Cómo puede la Iglesia católica renovarse? ¿Son parte de ese cambio los hijos -a veces un tanto díscolos- del movimiento carismático? Una estructura patriarcal en su ADN, ¿se feminiza alguna vez?

La clave que le permitió a Leda entrar en este universo tiene un nombre: carisma. Un don gratuito dado por Dios, relacionado con una misión.

¿Qué milagro hizo? ¿Cómo se la nombra? ¿Es acaso una sacerdotisa? Para la Iglesia Católica no existe la figura de sacerdotisa. “Leda es una laica no consagrada a la vida monástica”, define la historiadora feminista Julieta Gabirondo, del Observatorio de Culturas Religiosas de la Universidad Nacional de Rosario.

Ser mujer en la religión también tiene sus limitaciones. Leda puede bendecir pero no confesar o dar la Eucaristía. Sus ceremonias son siempre en compañía de un párroco, José Calandra, más conocido como el Padre Pepe.

Su nombre empezó a sonar como las campanadas que llaman a misa desde lo más alto de la iglesia local. Fue entre mayo y junio de 2023 cuando su aparición en la catedral de Rosario le dio la visibilidad que hasta el momento no tenía. 

Entonces su imagen fue viral, y hasta se le dedicó un libro: Leda, la fe y la sanación (editorial Sudamericana), una investigación de Sabrina Ferrarese y Araceli Colombo, periodistas del multimedio Televisión Litoral (TVL). Rosario pasó así de ser la ciudad “narco”, por su trama de crímenes vinculados a los mercados ilegalizados, a ser la ciudad “espiritual”.  

Una mujer que sana, una mujer que cura fue lo primero que escucharon de ella las periodistas, y corrieron a la catedral para contar esta tríada de la “F”: el fenómeno, la fe, lo femenino.

Leda acaparó también la atención de TVL, hasta entonces amplificador exclusivo de las misas de los domingos, los Viacrucis de Semana Santa y las bendiciones de medianoche del padre Ignacio, cuyas misas de sanación y bendición convocan multitudes en el barrio Rucci de la zona norte desde hace más de 20 años. Ahora, los medios de Televisión Litoral cubren el clima social para registrar el caso. 

“Leda es feminista, aunque aún no lo sabe”, dice Sabrina Ferrarese, y vaticina un cambio de paradigma en la iglesia católica local. ¿Que tiene de feminista Leda Bergonzi? Todo y nada. Quizás sólo lo sea en su capacidad de incomodar. 

Leda se despegó de la publicación del libro. Remarcó que no es una biografía y mucho menos autorizada. 

En julio de 2023, quienes se acercaron a buscar sus manos no la encontraron. Era martes, pero no estaba en la catedral. ¿Le habían cerrado las puertas o bajado el pulgar? 

Enseguida aparecieron los comunicados de la propia institución católica que despejaron dudas (pero sin nombrarla). El arzobispo de Rosario, Eduardo Martín, ratificó en un texto la existencia de los llamados “carismas de curación”, que son esos dones que reciben algunas personas para hacer un bien a otras. En el mismo comunicado, citó el libro de los Hechos de los Apóstoles capítulo 5, versículos 38-39: “Si lo que ellos intentan hacer viene de los hombres, se destruirá por sí mismo. Pero si viene de Dios, ustedes no podrán destruirlos y correrán el riesgo de embarcarse en una lucha contra Dios”. 

¿Puede la Iglesia asimilar una experiencia excepcional y religiosa como ésta? ¿Cuál es la línea que separa lo maravilloso de lo mágico? ¿Cómo discernir la maravilla de un milagro de la magia sobrenatural que roza lo pagano?

Soplo de Dios Viviente pasó de la catedral a las parroquias Sagrado Corazón, primero, e Inmaculada Concepción después. De ahí, a la ex Sociedad Rural. “Por no estar establecida la figura de sacerdotisa, Leda no tiene casa propia”, dice Gabirondo para explicar su carácter itinerante. Algunos rasgos del fenómeno recuerdan la aparición de la Virgen de San Nicolás, que tardó cerca de 30 años en tener su propia iglesia, y terminó en una región periférica, “el campito”.

La Iglesia Católica la respaldó. La reconoce como parte de su heterogéneo universo pero hasta ahí: es demasiado pronto para expedirse.  

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“Este es el día de la semana que mejor se trabaja”, cuenta un taxista que en estos meses recorre como nunca en su vida el trayecto que va de la Terminal de ómnibus hasta el Parque Independencia. En la guantera del auto, una foto del padre Ignacio. Asegura que la semana pasada llevó hasta el predio de la ex Sociedad Rural a una familia que vino de Brasil y antes a otra que llegó de Chile. Tiene una hipótesis: el padre Ignacio patrocina a Leda. 

Miles de personas buscan a Leda cada martes pidiendo un milagro o algo de paz. Forman una procesión. Plantan carpas, esperan sin importar si llueve o sofoca el calor litoraleño. Viajan desde Santiago del Estero, Salta, Tucumán, Necochea, Mar del Plata, La Pampa; desde Brasil, de Uruguay, de Chile. Vienen famosos: Celia, la mamá de Lionel Messi, Nacha Guevara, Susana Roccasalvo, María Belén Ludueña (esposa de Jorge Macri), el futbolista Jonás Gutierrez, el Pájaro Gómez, voz de Vilma Palma. 

-Lo que hace falta para alcanzar la bendición de Leda es paciencia.

Daniel cuida la puerta. Es voluntario desde hace diez años, empezó ayudando en la limpieza de baños. Habla con la gente. En un mundo donde la ansiedad lo mueve todo, él invita a esperar con calma. 

Sentadas al sol, dos maestras leen y se preparan para el examen de directoras. Una viene por primera vez, la otra asiste sin falta desde mayo. Pero no le vienen a pedir a Leda que las ayude en eso: quieren irse en paz. Dos hombres fuman apoyados en un árbol. Uno es el conductor de una trafic que vino desde la costa atlántica, el otro es el pasajero que llegó por creyente. “Los traje y decidí bajarme para agradecer porque tengo trabajo y ahora con estos viajes todavía más”, cuenta el chofer. Tres mujeres vinieron de La Pampa después de descubrir a Leda por televisión. Una pide por su hija que quedó con graves secuelas después de tener covid; las otras, para acompañar y ver el milagro.

La palabra fe se escucha una y otra vez en la vereda de Oroño y 27 de febrero. Pero: ¿qué es la fe?  Más allá del espectacular ritual de la religión, mucho antes de la música, los cantos, los gestos, las lecturas, la palabra, las velas y las imágenes, tener fe es creer en el sentido profundo del mundo que nos rodea, que nuestras vidas forman parte de un plan que también puede ser trágico y doloroso. Para los teólogos, es un “misterio”. Aunque lo que ocurra no sea comprendido, la fe da la certeza de que remite a un sentido, a algo que está más allá de nuestras decisiones individuales. Esa fe es una certeza primera que les dice a quienes van a ver a Leda que Jesús, Dios y el Espíritu Santo están allí para sostenerlos, al menos por un rato. 

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Dentro del Galpón el clima es de reposo. Acaba de terminar la misa del Padre Pepe; por fin, es hora de la bendición. La gente está en silencio, con la mirada atenta, perdida. 

Entre las filas circula una caja de cartón para dejar peticiones y ofrendas, la traslada otra de voluntarias de Soplo de Dios Viviente, la hija de un ex alto funcionario del gobierno de Carlos Reutemann. 

Desde que Leda atravesó el galpón hay impaciencia. Mejor dicho, desde que se habilitó una especie de sector VIP al que ingresa gente sin hacer cola. Ahí se vio a la familia de Messi y a un reconocido empresario del periodismo local vinculado a los Panamá Papers.

Los niños lloran, las madres se acercan a Leda, ya no aguantan más. La gente sigue empujando. Al “Torpedo” Arias se le termina la paciencia. Mordiendo los dientes repite que no pase nadie más. El voluntario que dejó entrar a un hombre con su beba en brazos operada de un tumor en el cerebro agacha la cabeza y enmudece.

Al fin Leda sube al escenario. El ánimo se distiende. La gente llora, se arrodilla.

El ex delantero y guardaespaldas de Leda se acerca al voluntario, lo abraza contra su pecho y todo indica que le pide perdón.

Leda canta y reza a la vez. Su voz se desdobla. Cuando canta, es dulce. Cuando habla, lo hace en lenguas con una voz que parece de varón. La voz femenina tararea cánticos que se mezclan con otras lenguas indescifrables y enseguida se endurece y ordena: 

―Confíen, confíen. Dios tiene algo para ustedes. No lloren más, reciban, reciban.

Los voluntarios de Leda llevan una remera blanca con un corazón multicolor. Se mueven como un ejército. Con solo mirarse se dan una señal, extienden cintas de peligro para separar las filas, coordinan a la gente sin alzar la voz y ayudan a los que tienen menos movilidad para levantarse, andar y ser ungidos.

Los niños con parálisis cerebral se despiertan con los cantos de Leda y bailan en sus sillas de ruedas. Un hombre atraviesa el galpón con un tubo de oxígeno en la mano. Una mujer acuna a un bebé con una traqueotomía, otra se mueve con andador, una chica pelada por la quimio se abriga con una bandera de Brasil, a una joven que lleva una remera larga que dice “Barbie” se le asoma el conducto de una ostomía. Los enfermos terminales y las personas con discapacidad son los primeros en pasar.. 

Llegan gritos desde el fondo del galpón. Entre dos hombres cargan a una mujer de los brazos y las piernas. Agarrotada se retuerce en el aire mientras la acercan a Leda. Ella le impone las manos, le susurra al oído, los alaridos se apagan. La mujer cae rendida, la cubren con el manto de la virgen.

Luego de pasar por las manos de Leda las personas salen mareadas. Unas ríen, otras lloran. Casi todas se abrazan con sus familiares o con las personas con las que compartieron fila. Por momentos pierden la noción de dónde quedaron sus bolsos y todo lo que trajeron consigo. Las madres, mujeres malabaristas de este tiempo, se desploman entre bendecidas y agotadas. Después de esos minutos de reposo abren los ojos y buscan con desesperación a sus hijos bebés que la mayoría de las veces quedaron a upa de los voluntarios. 

Una mujer tiene la foto de tres familiares impresas a color pegadas en el pecho, un señor busca una imagen de su hija en el teléfono celular. Los dos ahí, de cuerpo presente, pero en una suerte de metaverso buscando una bendición virtual para los que no están.

En la ciudad ya se habla de un hombre que llegó a ella sin ver y recuperó la visión de camino a su casa, de un niño que tenía una cardiopatía congénita diagnosticada que se revirtió, de una mujer que no caminaba y después de la bendición se empezó a mover. 

Un equipo de voluntarios está reconstruyendo esos testimonios. Esperan elevarlos a la iglesia para ser reconocidos como milagros. Historias clínicas, informes médicos, diagnósticos, ecografías llegan por correo electrónico y Whatsapp como pruebas. Pero tienen la certeza de que los mayores cambios son abstractos o menos perceptibles. Hasta ahora no hay papel que sirva para certificar lo que casi todos se llevan como tabla de salvación concreta: liberación emocional, paz espiritual, sanación del alma.  

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La última ceremonia del año fue distinta. El 28 de diciembre Leda se mudó al Salón Metropolitano  –el centro de convenciones donde se realizan conferencias, recitales y fiestas electrónicas–. Esto le permitió reunir por primera vez a los fieles en un mismo lugar durante todo momento. Quienes entraron vivieron el ritual como un combo completo y continuado: desde la misa hasta la bendición final.

Al ingresar al Ledapalloza se repartían pulseritas celestes para la muñeca. Había pantallas led para seguir de cerca la bendición desde cualquier ángulo. Después de la misa del Padre Pepe, no siguió la banda de Leda. Tocó una orquesta dirigida por Nelson Coccalotto, quien formó una compañía de músicos y coreutas para acompañar a Leda en sus eventos. Estrenó el tema que le compuso: “Temple y misericordia”. El coro le cantó, Leda escuchó sentada en el piso, en canastita, como una más. 

Desde un costado, el empresario Jorge Cura observaba todo. Muchos en Rosario lo conocen por ser el dueño de Metropolitano. Otros, por ser el hijo de Martha, una emprendedora de 80 años que a través de su cocina se convirtió en la marca registrada del catering rosarino. Tomó la decisión de ofrecerle el espacio, que además queda al lado del shopping, después de conocerla en la ex Rural, cuando fue a recibir la bendición. 

Para Leda reunir a su gente allí es parte de la bendición. “Los veía hacer la cola, me planteaba donde recibirlos como ellos se merecen. Es un regalo de Dios recibirlos acá y compartir esta fiesta. Hasta hay aire acondicionado”, cuenta

Un movilero que fue a cubrir la ceremonia habla y no puede contener las lágrimas. El padre Pepe le dio su primera comunión en uno de los momentos más difíciles de su vida: “Era el año ´89, yo tenía nueve años. Mi tía me había mandado a comprar un bizcochuelo, un camión me atropelló y no me acuerdo de más nada. Estuve internado, nadie podía creer que viviría y acá estoy”, dice mientras el cura prepara la Eucaristía. Desde un micrófono anuncian: hostias sin Tacc, para celíacos, a la izquierda del escenario. 

Mujeres, hombres, niños, jóvenes, pobres, clasemedieros, empresarios y sojeros vienen de todas partes para verla. Los que pueden, también para apoyarla. El compromiso de la Municipalidad de Rosario con el fenómeno Leda se empezó a notar en la medida que la multitud fue cobrando visibilidad y copando calles y veredas aledañas a los lugares de reunión. Hay personal público del Servicio de Emergencias Sanitarias (SIES) y de Control Urbano y Convivencia. Al final de cada ceremonia los trabajadores municipales también son ungidos por las manos de Leda.

Están los que se preguntan cuánto gana Leda con todo esto y los que se interrogan sobre lo que otros aportan para que esto siga en pie. Se supone que tiene línea directa con el intendente Pablo Javkin para coordinar la logística de los encuentros, pero Leda asegura que ningún funcionario político la consultó por temas puntuales ni solicitó bendiciones. También se sabe que ha tenido audiencia con el gobernador Maximiliano Pullaro junto al empresario Jorge Cura. “La gente también es de ellos, y ellos tienen ganas de que la gente esté bien. Siempre nos acompañaron para contener a este público”, dijo Leda.

¿Cómo entiende ella este fenómeno en un año político de tanta convulsión a nivel nacional? “Lo único que puedo brindarte respecto a lo que es la política es a Dios. Si la gente está descubriendo a Dios, aún en esta circunstancia, bienvenido sea”, cierra Leda ante estos cronistas, en medio del bullicio del Salón Metropolitano. 

A partir de febrero, Leda se muda una vez más y hasta cambia de día. Dará su bendición los jueves, en Metropolitano. Enero la encuentra de gira de sanación en Chile: la cadena Chilevisión ya difunde sus nuevos videoclips con alabanzas. 

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Leda llegó a Chile por uno de sus milagros. En octubre pasado una mujer llamada Marta Sepúlveda viajó a Rosario para verla. Su hija, que está enferma de disautonomía severa, sintió una mejoría al pasar por las manos y bendiciones de la rosarina. 

En agradecimiento, Sepúlveda organizó la visita al otro lado de la cordillera y pasó de mujer común a productora de la gira religiosa. Pero sobre todo quiso que otros vivan en carne propia en el Templo Votivo de Maipú el milagro que ella vivió acá. La convocatoria se desmadró: hubo carpas en la vigilia y las dos ceremonias al aire libre reunieron a más de 15 mil personas.

Y tal vez fue ese desborde de fieles lo que ayudó a que Leda se desboque. Todo el esmero en las palabras al dar entrevistas en Rosario se echó a perder cuando puso públicamente en tensión el saber biomédico y el discurso religioso o pseudo científico. 

En una entrevista dijo que el cáncer es producto “de cosas irresueltas en el plano emocional”. Saltó a la tapa de los diarios acá y de allá, y quedó en la mira de la Iglesia que una vez más volvió a tomar distancia del fenómeno. 

Con un nuevo comunicado, el Arzobispado rosarino se desmarcó de Leda y con un puñado de líneas fue al rescate de quienes se pudieran haber sentido heridos por los dichos. “La fe es amiga de la inteligencia. Tenemos en cuenta que la ciencia hoy indica que no hay una única causa que provoque cáncer y menos aún que la misma sea sólo de carácter emocional”, sostuvo el arzobispo.

A la voz de la Iglesia se sumó la de la Asociación de Oncología: “No podemos adjudicar una causa única al cáncer. La ciencia invierte años y años en recursos humanos y tecnológicos para mejorar la prevención y los tratamientos del cáncer. Se han conseguido enormes logros en los últimos años en beneficio de los pacientes, entonces jamás podemos minimizar eso”.

En medio de un clima de época marcado por el consumo, aquello que llaman “religión a la carta” o encontrar la espiritualidad más allá de las instituciones, aumenta como la fe. Aunque no se explayó demasiado, Leda explicó que sus declaraciones fueron sacadas de contexto y llamó a los enfermos a no abandonar los tratamientos oncológicos pero también a creer. “Nosotros no pedimos que la gente deje la medicina ni mucho menos. Sí creemos que Dios puede cambiar el diagnóstico, por eso estoy acá y de hecho lo viví y lo experimenté”, dijo.

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Si en amplios segmentos del catolicismo los milagros son vistos como algo excepcional, más bien improbable, Leda abraza una concepción distinta. Es que ella viene de las vertientes carismáticas del catolicismo. Entiende el milagro como algo que se inscribe en lo cotidiano. Dios, Jesús o el Espíritu Santo no estarían en el más allá, lejos y distantes, sino en el “más acá”, directamente involucrados en la creación y en la dimensión ordinaria de la vida. Como ocurre también con las cosmologías dominantes en el cristianismo evangélico, lo divino es inmanente al mundo. Leda siente la fe en esta clave. Por eso puede decirse que sus rituales vienen a reencantar el mundo de los católicos, a encender la llama en una Iglesia más secularizada y desencantada que la sociedad en la que se inserta. La afirmación puede resultar paradójica, pero solo lo es en apariencia. Ya lo decían los estudiosos de la religión hace unas décadas: la modernidad desencanta el mundo, lo vacía de milagros, de entidades sobrenaturales y de misterio. La Iglesia como institución no es ajena a este proceso. Pero al mismo tiempo, las sociedades crean las condiciones necesarias para que surjan cada vez con más fuerza la necesidad de esos dioses suprimidos o desterrados.