La cultura científica en la pandemia


Más ciencia para navegar el caos

La pandemia expuso cómo se construye el conocimiento en el mundo de la investigación: hoy nos enteramos minuto a minuto de los últimos avances vinculados al Covid-19, así como de los acuerdos y conflictos dentro de la comunidad científica. A la vez, esta crisis acercó a muchas personas a la curiosidad y necesidad de saber. ¿Seguirá existiendo ese interés después del virus? Guadalupe Díaz Constanzo se pregunta por el rol social de los museos, y da pistas para escuchar y hablarle por otros medios a aquellos públicos con una creciente sed de ciencia.

¿Cuánto tiempo vive un virus en las superficies? ¿Te lo podés contagiar de la zapatilla? ¿Si te ponés crema se te queda pegado? ¿Cuánta lavandina hay que usar para limpiar las frutas y las verduras? En otro contexto podríamos tomar estas consultas con humor. Pero hoy son tan reales como la incertidumbre y la ansiedad que genera su respuesta. Algunas no son tan claras porque, aunque a veces parezcan años, el nuevo coronavirus comenzó a estudiarse desde enero (sí: hace solamente unos meses), y todavía hay algunas respuestas que requieren mayor investigación científica. 

 

Transitamos una realidad caótica con más interrogantes que certezas. En física, una de las características de los sistemas caóticos es la baja (bajísima) probabilidad de conocer su evolución a lo largo del tiempo: esta pareciera ser una cualidad de nuestra coyuntura. Hoy podemos hacer pronósticos a una semana, dos o tres como muchísimo. Luego, a medida que pensamos en períodos más largos, la sensación de desconocimiento aumenta. Frente a esta incertidumbre la búsqueda de conocimiento y evidencia puede resultar un oasis único. Una búsqueda de conocimiento que es tanto una actitud global (de muchos Estados, de la comunidad científica y de profesionales de la salud) como individual.

 

Tal vez por lo extremo y lo incierto del contexto, la sociedad ha demostrado una inmensa sed por el conocimiento científico y, más importante aún, por la cultura científica. Pero en estos tiempos resulta imposible no aclarar que, a la vez, un sector de la sociedad se apegó al negacionismo. Esta actitud, atravesada por dimensiones sociales y políticas, nos ponen en riesgo a nosotros y a quienes nos rodean.

 

Volvamos a la pregunta por el tiempo, ¿qué significa que los resultados sean dinámicos? ¿Por qué una vacuna lleva tantos meses, años, en ser descubierta? Estos interrogantes no se responden desde un conocimiento científico acabado, sino que son propios a los modos de creación del conocimiento científico: cómo se trabaja en ciencia, qué pasos se requieren para que un producto “salga” desde un laboratorio de investigación a la industria. Dada mi tarea en el Centro Cultural de la Ciencia, me pregunto sobre el rol social que los museos de ciencia debiéramos tener durante estos tiempos y, yendo un paso más adelante, sobre la facilidad de acceder a este tipo de espacios frente a la creciente sed de ciencia. Sed que, mirada a través de distintas lentes, puede entenderse como curiosidad, necesidad y deseo por el conocimiento (científico).

 

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Curiosidad (por la ciencia)

 

Aprender de un modo eficaz requiere rechazar la pasividad, comprometerse, explorar, generar hipótesis y ponerlas a prueba, dice el neurocientífico Stanilas Dehaene en su libro ¿Cómo aprendemos? Y para que eso suceda la motivación es esencial. Los museos y centros de ciencias mencionan con frecuencia la necesidad de “despertar la curiosidad” como uno de sus objetivos, deseos o intenciones. Una curiosidad que, desde una perspectiva evolutiva, sabemos que traemos todas y todos por igual: nuestro sistema nervioso se ha perfeccionado para aumentar la velocidad con la que extraemos información del entorno y evaluamos nuevas hipótesis. Es allí donde la curiosidad se vuelve un aspecto fundamental para el aprendizaje. Por eso muchas instituciones buscan incentivar motivadas por ese proceso: si sentimos esa sed, esa curiosidad por conocer algo, una parte del camino hacia el aprendizaje está hecha.

 

Los seres humanos tenemos la capacidad de cuestionar nuestras creencias. Podemos estar mirando algo, creer que identificamos cierta figura, y luego darnos cuenta de que estábamos equivocados. Cuestionar aquello que creemos o, mejor aún, cuestionar aquello que conocemos es un aspecto fundamental de la ciencia y del avance del conocimiento científico. La pandemia expone a diario (con múltiples ejemplos en todo el mundo) cómo se construye el conocimiento en el mundo de la ciencia. A través de distintos medios hoy sabemos en qué investigaciones vinculadas al Covid-19 se está trabajando, cuál es su estado de avance, qué diagnósticos y tratamientos se están realizando y cuáles podrían ser las respuesta del organismo. Es decir, la forma en la que el conocimiento científico y la comunidad científica trabaja y realiza sus cuestionamientos está mucho más expuesta que antes.

 

En buena parte esto representa un aspecto de la información que no es el usual al que estamos acostumbrados, y que depende de la comunicación (poner en común) científica por distintos medios. Si bien en momentos de aislamiento prevalece el quedarse en los hogares, aquellos con posibilidades de conectividad acudimos a muchos espacios. Los escuchamos y vemos a través de una infinidad de videos que se comparten y a los que se accede por distintas plataformas, incluyendo la televisión y la radio, ahora más democráticas que nunca.  

 

Esta curiosidad proviene de una motivación que funciona como motor: representa también una enorme voluntad.

 

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Voluntad (de ciencia)

 

El filósofo francés Jacques Rancière relata en su obra “El maestro ignorante: cinco lecciones sobre la emancipación intelectual” la experiencia de Joseph Jacotot, un profesor universitario de comienzos de siglo XIX, que logró enseñarles francés a estudiantes holandeses sin saber él mismo cómo hablar holandés y sin mostrarles los usos básicos gramaticales del francés ni la conjugación de verbos. La enseñanza ocurrió a partir de la voluntad de los estudiantes por estudiar francés y de aquello que Jacotot encontró como cosa común entre él y los estudiantes en aquel entonces: una edición bilingüe de Telémaco. El método de Jacotot era, ante todo, un método de la voluntad. Se podía aprender solo mediante la tensión del deseo propio o la exigencia de una situación. 

 

Así como la necesidad había obligado a Jacotot a dejar a los estudiantes con el texto, hoy los espacios culturales nos vemos obligados a pensar en una nueva clave a través de palabras, imágenes y sonidos que pueda lidiar con los efectos de una pandemia. Una clave que debe sostenerse en el aislamiento físico pero que ya no cuenta con el diseño de entornos y espacios emocionantes, quizá una de las tareas más desafiantes y características en museos.

 

La voluntad de búsqueda de certezas y saberes frente a esta realidad caótica es inmensa y atraviesa a muchísimas personas. Entre ellos, nuestros públicos. Tomando las licencias necesarias para la comparación, es posible preguntarse si lo que para Jacotot fue poner a disposición los libros, para los museos y centros de ciencias equivale a poner a disposición el patrimonio científico intangible: recuperar historias de la ciencia, armar nuevos relatos y dar voz a los científicos para que cuenten sus historias desde el hoy. Frente a la inmensa voluntad de comprender de la sociedad, hoy más que nunca la realidad nos pide que seamos maestros ignorantes (de la ciencia). 

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Necesidad (de ciencia)

 

¿Se puede tener necesidad de ciencia, de conocimiento científico o de hablar con alguien que trabaja en ciencia? ¿Cuántas veces cada uno ha necesitado de la ciencia? Estas preguntas encuentran su fuente inspiradora en el sociólogo francés Pierre Bourdieu, quien reflexionó alrededor de los consumos culturales y estudió cómo las necesidades culturales son desiguales en la sociedad. 

 

Involucrarse con la ciencia y, más aún, con la cultura científica, no es algo exclusivo de científicos y científicas sino que involucra a toda la sociedad. Sí, claro, demasiado evidente, pero, ¿en qué espacios y momentos de nuestras vidas tenemos la oportunidad de hacerlo? La escuela es sin dudas uno de ellos. También lo fue nuestra infancia: aquellos descubrimientos individuales, con hermanos o amigos, en los que probamos (literalmente) que un horno puede quemar. Pero el tiempo pasa y tanto la infancia curiosa como la escuela quedan lejos. ¿Cuáles son entonces esos nuevos espacios o esas nuevas “pruebas” en las que cotidianamente ponemos en práctica la motivación por descubrir nueva información?

 

La cultura científica no tiene definición en la Real Academia Española ni en libros escolares. Pero aún así sabemos con certeza que no se trata de un cúmulo de conocimientos acabados sino, muy por el contrario, de herramientas críticas que permiten tomar decisiones cotidianas, aumentar las formas de participación en los debates actuales y disfrutar de una multiplicidad de avances tecnológicos, nuevos descubrimientos y fenómenos cotidianos. 

 

Entonces, volvemos a empezar: ¿se puede tener necesidad de ciencia? Este contexto muestra que la necesidad existe y hasta tiene cierto carácter urgente. Se comparten videos y audios de científicos y médicos como pocas veces ocurrió y alcanzan miles de vistas. Sin ir más lejos, desde las redes sociales del C3 compartimos breves videos de científicas y científicos en los que cuentan sobre su trabajo (y cómo se vincula al contexto actual) y tuvo una repercusión desconocida para nosotros. Los titulares vinculados al mundo de la ciencia en los medios masivos de comunicación son ininterrumpidos. Claro, las pujas políticas también conducen a algunos a denostar al sistema científico, pero dejemos ese aspecto de lado.

 

Los cuestionamientos y la mirada científica llevada a lo cotidiano alcanzan su máxima expresión. Hoy más que nunca se vuelve transparente lo que en un museo de ciencia lleva meses de trabajo, diseño y estudios longitudinales, análisis y más. Es más: la pandemia también deja muy en evidencia cómo la cultura científica nos permite vivir una vida más libre y democrática. 

 

¿Qué pasará con esta necesidad de ciencia “el día después”? ¿Seguirá existiendo este interés? ¿Seguirán los avances científicos siendo primera plana? ¿Habrá más periodistas científicos editando secciones enteras en diarios, radios y revistas?

 

Como espectadores, visitantes, público y sociedad “necesitaremos” más cultura científica en tanto más involucrados en ciencia estemos. Además de sobrellevar esta realidad caótica, tal vez a los museos y centros de ciencia nos toque ayudar a sostener este interés por la cultura científica. ¿Podremos? ¿No es momento también de reflexionar sobre nuestras acciones y demostrar cuán importantes podemos ser como espacios en nuestras comunidades?

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Por más cultura científica (en modo virtual), salud

 

“El sueño de la razón produce monstruos”, señala el grabado de Francisco de Goya, y en algún modo nos recuerda que perdiendo la razón llegarán las visiones y los terrores. 

 

El cierre forzoso de puertas al público mostró cómo las instituciones como museos, y especialmente los museos de ciencia, han ubicado al aprendizaje en el centro de nuestras actividades de un modo más o menos consciente. Algunas ya venían explorando el camino de la virtualidad; para otras, hubo que “aprender” sobre redes sociales de un momento a otro. 

 

En todo caso, este escenario caótico nos recuerda que museos y centros de ciencia debemos ubicar al aprendizaje como parte fundamental de nuestro quehacer. Si bien las herramientas de la virtualidad no reemplazarán la experiencia de la visita, sí pueden facilitar el acceso a la cultura científica. ¿No es eso en última instancia lo que buscamos? Si escuchamos y le hablamos a esos públicos curiosos con voluntad y necesidad de ciencia tal vez sobrellevemos esta realidad como instituciones de cultura científica con un rol social activo. Porque en épocas de pandemia, la razón no debe dormirse; en épocas de pandemia, una mayor cultura científica (también) es salud.