Crónica

Murió Mauro Viale


El señor rating soñaba con hacer literatura

Hijo de una familia que escapó de los nazis, nació en Argentina en 1947 y pasó su infancia en un conventillo de La Paternal. Empezó su carrera como redactor de La Opinión, previo cambio de su apellido de origen judío. Relató fútbol, fue maestro de periodistas y rey del show de las tardes televisivas: se peleó a los golpes y buscó impacto mostrando el costado morboso de los casos del momento. Cubrió la pandemia frente a las cámaras con miedo a contagiarse hasta que murió por COVID. Perfil de un conductor que soñó con hacer literatura.

Mauro Viale deja caer sobre la mesa el ejemplar de La Opinión que está leyendo y mira a Leonor Shwadron, su flamante esposa, como queriendo decir algo. Es un día de 1974. Mauro tiene veintisiete años, hace seis que trabaja en radio y tres en televisión. Ya es un reconocido relator de fútbol, además de un productor incansable.

—Me falta escribir —dice Mauro—. Estoy haciendo televisión y radio pero a mí me gusta escribir. Me encanta este diario.

En La Opinión, que dirige Jacobo Timerman, publican los mejores periodistas y escritores del país: Juan Gelman, Tomás Eloy Martínez, Osvaldo Soriano…

—Pero no hay ofertas de trabajo en el diario —responde Leonor.

—Vamos a ofrecernos.

—¿A quién conocemos? Nos van a echar a los dos.

No conocen a nadie pero van igual. Cuando llegan, él se presenta: soy Mauro Viale y quiero escribir. En vez de echarlo, alguien en la puerta le dice que llega en un momento oportuno: Carlos Ulanovsky, redactor de Medios, acaba de dejar su puesto y el país tras recibir amenazas de la Triple A. Una vez adentro lo recibe Mario Diament, entonces jefe de redacción.

—Necesito a alguien que escriba sobre radio y televisión, ¿vos escribiste? -le pregunta Diament.

—Nunca.

—No importa, te voy a hacer una prueba. Sentate ahí y escribí.
Mauro se sienta y empieza a teclear en la máquina. Leonor lo espera. Cuando termina, le muestra a Diament el resultado.

—Es una porquería. Yo te pedí información y vos me das tu opinión, que no le interesa a nadie.

—¿Me voy? -pregunta Mauro.

—No. Escribí de vuelta.

En la segunda, Mauro mete toda la información que encuentra y trata de no opinar. Corre hasta el jefe de redacción con la nota en la mano. Cuando Diament termina de leer, levanta la mirada.

—Está bastante bien. Empezás a colaborar.

***

Los domingos al mediodía, por la calle Fitz Roy al 1600 pasan pocos autos. Casi todas las personas que circulan por la cuadra entran o salen del edificio de América TV. Uno de los que entra es Mauro Viale, traje negro, camisa celeste, anteojos de sol en la cabeza y maletín gris en la mano. Entre las 14 y 16:30 conducirá en vivo Mauro. La Pura Verdad, un programa periodístico con invitados en el piso: víctimas de delitos, políticos, famosos.

En el hall de América TV, luminoso y de techo alto, las voces retumban. Mauro Viale le avisa al guardia de la entrada que lo vienen a entrevistar, atraviesa un molinete y se sienta en un sillón gris. Apaga el celular: estaba escuchando en altavoz el programa que conduce su hijo, Jonatan, en radio La Red.

—Yo no quería trabajar en la televisión -dice Mauro Viale-. Yo quería hacer periodismo, quería escribir. Estaba en la escuela de periodismo deportivo y me gustaba escribir. Leía como loco: El Gráfico, Goles, Campeones, Súper Campeones, libros, literatura, deportes. Ya de adolescente esperaba en el quiosco la llegada de las revistas. Me las leía todas. Leía los diarios, Clarín, todo. Yo quería escribir, escribir deportes.

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Mauro Viale, Mauricio Goldfarb según su documento, nació en 1947 y pasó su infancia en un conventillo de La Paternal. Su madre y su padre habían escapado de los nazis en Polonia, y ya en la Argentina se habían dedicado, ella a la casa y él a reparar zapatos hasta que abrió una zapatería.

Al terminar la secundaria, se anotó en el Círculo de Periodistas Deportivos, donde se hizo amigo de Lázaro Jaime Zilberman. En segundo año de la carrera, juntos decidieron salir a “patear las radios” para buscar trabajo. Así llegaron un día de marzo de 1967 hasta Radio Rivadavia, que por ese entonces tenía el noventa por ciento de la audiencia. Querían presenciar La oral deportiva, ver de cerca a José María Muñoz. Como los dejaban pasar, fueron todos los días durante ocho meses. El 4 de noviembre de ese año Racing jugaba la final del mundo contra el Celtic de Glasgow en Uruguay. Mauricio y Lázaro escucharon a un productor desesperado decir que faltaba un movilero, que si el Gordo Muñoz se enteraba lo mataba. Mauricio codeó a Lázaro. “Si querés, vamos”, le dijo Lázaro al productor. Y Lázaro y Mauricio fueron e hicieron la trasmisión. “Racing campeón, Racing campeón”, repetían cuando no se les ocurría qué decir. Al día siguiente, en la radio, Muñoz los encaró:

—¿Cómo se llaman ustedes dos?

—Yo me llamo Mauro Viale -respondió Mauricio-. Y él -señaló a Lázaro- se llama Marcelo Araujo.

—Estuvieron muy bien ayer. Se quedan los dos.

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Marcelo Araujo contó en una entrevista con Olé, en 1999, por qué decidió no empezar su carrera en los medios con el nombre Lázaro Zilberman: “Hubo varios factores. Uno era que no me gustaba. El otro el antisemitismo. Mis viejos llegaron desde Polonia huyendo del Holocausto. Mi padre perdió a toda su familia y nunca lo pudo superar, a tal punto que jamás logró hablar del tema. Mi vieja también sufrió pero pudo exorcizar el dolor contándome cómo fueron las cosas. Y eran relatos aterradores. Ese miedo y el antisemitismo que se vivía aquí, me llevaron a cambiar el nombre”.

—No tengo idea -dice Mauro Viale-. No me pongo a pensar en eso. Fueron decisiones rápidas. Lo pensamos ahí, fue muy apurado. No tengo explicaciones filosóficas, ni teológicas, ni religiosas, ni ideológicas. Surgió. Salió ahí, qué sé yo. Es para pensar largo con el analista, para tirarse en una camilla y explicarlo.

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Dicen que Abelardo Castillo repetía a sus alumnos que Mauro Viale escribía muy buenos cuentos. El periodista había llegado al taller del escritor en 1977 a través de Mario Stilman, un estudiante de periodismo que dirigía una revista literaria llamada El Cuento y era sobrino de José Stilman, dueño de la imprenta en la que Castillo imprimía sus libros.

—Mi contacto con Mauro empezó porque él mandó un cuento a la revista que estaba bueno, aunque no se terminó publicando -dice Mario Stilman, sentado en el bar 36 Billares, a pocas cuadras de su casa-. Pero él nos dio una gran mano para promocionar la revista en La Opinión de Timerman, que para nosotros era como que nos publicara el New York Times. Creo que lo acercó a la revista un impulso al que no le pudo dedicar todo el tiempo que hubiera querido. No sé si habrá escrito mucho más aparte de ese cuento. Participó del taller de Abelardo pero no sé con qué dedicación. Creo que era un tipo que tenía ganas de hacer cosas pero que no pudo desplegar todo ese costado suyo. Para dedicarte a la literatura necesitás tiempo para reflexionar, y Mauro no tuvo ese tiempo.

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—No tengo idea dónde quedaron esos cuentos -dice Mauro Viale, con indiferencia, mientras se acomoda en el sillón del hall de América-. Creo que publiqué uno solo en una antología pero eran muy malos comparados con los de Abelardo. Me acuerdo que él me dijo: “Tenés que mandar a un concurso”, y yo le dije: “Estás loco, escribiendo tipos como vos, no puedo escribir yo”. Y la verdad es que pienso eso. Escribiendo tipos como Cortázar, Abelardo y otros, los demás no podemos jugar. Hay algo sagrado en la literatura con lo que uno no puede jugar. Uno puede escribir libros testimoniales, periodísticos, boludeces una detrás de la otra, creer que eso es importante, pero cuando un tipo escribe bien como estos muchachos, casi es una herejía escribir. Yo siempre escribo. Escribo para mí, cosas periodísticas. Pero no, eso no es escribir.

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El bar en el que está sentado el periodista Tomás Dente se encuentra a cien metros de los estudios de América TV donde él se peleó con Mauro Viale en vivo, de lunes a viernes, de seis a nueve y media de la mañana, entre 2011 y 2013, mientras duró el programa Mauro 360.

—Mauro me dijo el primer día -recuerda Dente-: “Acá, mientras algo mida, lo hacemos. Vos decime lo que sea. Si mide, yo no me enojo. Nos vamos a pelear, pero vos aprendé que nada de lo que te digan los demás te tiene que llegar. Tenés que ser impermeable”. Me lo dijo de una: “Acá somos mercenarios, hacemos lo que sea por rating”. Y yo me lo tomé literal. Siempre que me apuraba y me decía: “Dale, Tomi, que tengo que entregar”, yo le respondía: “Ay, Mauro, pero ¿no entregó la cola todavía?”. La gente decía: “Son cualquier cosa menos un noticiero”, y se divertían. Claramente nuestra función no era informar. El escándalo precedía a cualquier tipo de rol informativo. Era un show periodístico que se fue demonizando en busca del rating y del impacto mediático.

Desde que Dente trabajó con Viale, su posicionamiento en los medios no paró de mejorar. Subió sus contratos, la gente lo reconoce, sale mejor al aire.

—Mauro es un trampolín y él lo entiende perfecto. El desafío está en poder sacarse el estigma de “pibe de Mauro”. Mucha gente me decía: “Pero a vos te humilla, te tapa, te interrumpe, te maltrata”. Lo importante no es el mientras tanto sino lo que pasa después. Okey, yo me estoy inmolando de esta manera pero siempre pensando en que esto tiene que servir como disparador de algo más.

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En 2000 Mauro Viale dirigió la revista Hablar, que duró un año. Andy Deutsch, dueño de Radio Colonia y de LAPA, quería una revista para repartir en los aviones, pero salió tan bien que se terminó vendiendo en los quioscos. En mayo de ese año, mientras preparaba el primer número, Viale explicó en una entrevista: “Lo que se cuente será más cercano a la literatura periodística que otra cosa. Quiero periodistas que escriban y construyan un estilo de narración que sea cercano a, por ejemplo, autores de la talla de Truman Capote”. Y agregó: “muchas veces añoro lo que se hacía en el viejo La Opinión de donde proviene parte de mi estilo”.

La revista Hablar era semanal y costaba un peso. En la semana del 20 de julio de 2000, la tapa tuvo como título central, en rojo, NO HAY TRABAJO, y como bajada, 3 MILLONES DE DESOCUPADOS EN EL PAÍS, 1 DE CADA 100 PERSONAS COBRAN MENOS DE $400 POR MES, DAN GANAS DE LLORAR.

En el editorial de ese número Mauro Viale escribió: “En 1967, cuando empecé esta carrera con Marcelo Araujo, descubrí cómo sería el futuro. Y no me equivoqué. A la generosidad extrema de darnos trabajo en radio Rivadavia, el Gordo Muñoz agregaba su estilo de vida tan peculiar que me sirvió, traumáticamente, para este aprendizaje. Cada fin de año nos decía que estábamos casi despedidos. Vivíamos con desesperación. Nos sirvió para crecer, casi como un torturado que se prepara para lo peor. Tanto se prepara para eso que pierde los miedos. Intuye lo que viene y se prepara. No es bueno, pero es mejor que no sospecharlo. El periodista de raza desarrolla ese olfato inigualable. Adivina lo bueno y lo malo.” Y cierra: “Ser desocupado es morir un poco. Es pertenecer a una clase social nueva. Una CLASE QUE NO LE IMPORTA A NADIE. La clase social de los gráficos de los números, de los diarios. Ser un desocupado en la Argentina de hoy es morirse más que un poco, corrijo. Casi morirse del todo.”

- Yo la inventé -dice Mauro, entusiasmado, sobre Hablar-. En realidad, la plagié de una revista norteamericana que se llamaba To talk, pero les pedimos permiso, les pagamos. Nuestra revista se iba a llamar Capote primero. Los nombres tienen mucho que ver con lo que uno piensa en esencia, pero si después no tiene resultado práctico perdés plata. La verdad es que a mí la plata me interesa un carajo, pero no tengo para pagarlo. No tengo para invertir en revistas, portales... no me sobra. Entonces tengo que ir por el sentido pragmático de la cosa. Si yo hago algo que me guste a mí pero no lo puedo bancar, no lo hago. En televisión, si yo me pongo a hablar de los temas de la enorme cultura, de literatura, hago cero de rating. Me da pena eso, pero es así. Es televisión esto, no un antro académico.

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Si se busca “Mauro Via…” en YouTube, las primeras opciones que aparecen son “Mauro Viale vs. Samid” y “Mauro Viale a las piñas”. Si a Alberto Samid, empresario de la carne y político condenado por evasión fiscal y asociación ilícita, se lo llama un día cualquiera para consultarle por Mauro Viale, responde: “¿Mauro Viale? Te digo ahora todo lo que quieras. Sacá un grabador”.

—A veces cambio de canal y lo veo. Está todo el tiempo en la televisión, todos los días se está peleando con uno distinto. Es más turro de lo que yo pensaba. Es un soberbio, una porquería de tipo. Yo nunca escuché a nadie que hablara bien de él. Al contrario, todo el mundo me dice: “Te felicito. Esa piña que le diste fue con la mano mía”. Todo el mundo le quería dar una torta. Es el tipo más odiado de la televisión.

Desde ese día Viale y Samid están unidos. Por la piña más repetida de la televisión, por la pelea más famosa de YouTube y por la dificultad de pensar a uno sin el otro: esa pelea fue durante años sus tarjetas de presentación.

—En mi tarjeta dice “le tengo bronca a Mauro Viale”. Va a quedar para siempre esa marca.

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Mauro pule su estrategia de entrevistar, de preguntar afirmando. En 1984 entrevista a Susana Giménez para ATC en un segmento llamado “Los protagonistas del verano”. Con simpatía, pregunta todo, desde el principio. En medio de la nota, Susana se sonroja y le dice: “ahora me pusiste en un brete, yo estas cosas no las entiendo. Que alguien te ponga una cámara y te haga estas preguntas tan difíciles, me rompés la cabeza. Yo pienso de esta forma y no tengo porqué dar explicaciones”. Más tarde, Susana le dice que tiene “un look agresivo para hacer notas”, que busca ser distinto a los demás y mostrarse inteligente. Pero no hay pelea, hay show. Mauro está a la altura: hablan de periodismo, de libros (le dice que lo que está leyendo es basura) y amores.

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Cuando en 1985 nació Jonatan, su segundo hijo, Mauro Viale era un relator de trayectoria y participaba en Fútbol de Primera. Cuatro años después, cansado del periodismo deportivo, pasó a conducir el noticiero de ATC. Sus compañeros se fueron a Canal 9, contratados por Torneos y Competencias que recién nacía, pero él prefirió quedarse en el canal público. En 1996 arrancó Mediodía con Mauro donde alcanzó su pico de popularidad con la cobertura del caso Coppola: al ex representante de Diego Maradona le habían encontrado, en un allanamiento a su casa, 40 gramos de cocaína dentro de un jarrón y, mientras él estaba preso, los involucrados en la causa participaban de un show televisivo de mucho rating. El libro Estamos en el aire. Una historia de la televisión en la Argentina se refiere a 1996 como “el año de la ruptura entre ficción y realidad”: “Chiche Gelblung y Mauro Viale fundan un nuevo tipo de programa periodístico (…). Denuncias cruzadas, insultos, desfile continuo de personajes extraños, testigos truchos, pruebas dudosas, dramatizaciones que dejan los pelos de punta, todo es lícito para conformar el nuevo entretenimiento de los argentinos”.

—Por el caso Coppola aprendí a pelear -dice Jonatan Viale, por teléfono-. Me agarraba a trompadas en el patio de la escuela. Me hacían burlas, chistes y yo me calentaba. El caso duró tres años: 96, 97 y 98. Yo estaba en la preadolescencia pero mi viejo no tenía que explicarme nada. Yo entendía todo lo que estaba pasando. Se paraba el país para ver el programa, hacía más de veinte puntos de rating. Era un caso policial que incluía drogas, narcotráfico, prostitución VIP... era una causa pesadísima y Coppola no era el único famoso involucrado. Tuvo ese rating y esa explosión de masividad por cómo se trató el tema. Cuando fue lo de Samid yo ya era más grande y había roto el Edipo. Podía diferenciarme de él. Y lo defendía pero desde otro lugar. Con mis diferencias.

Jonatan es politólogo y trabaja de periodista. Arrancó siendo productor de los programas de su papá. Un día Mauro le ofreció salir al aire con una columna propia y así arrancó. Escribió para el portal Infobae, trabaja en radio y en 2015 ganó el premio Martín Fierro al mejor panelista del año por su participación en Intratables.

—Como productor yo era Goldfarb -dice Jonatan-. En radio Colonia me cambié el apellido. Fue por lo mismo que mi viejo: una cuestión de facilidad, rapidez. Es complicado “Jonatan Goldfarb”, qué se yo. Y obviamente por una cuestión de orgullo. De llevar el apellido. Siempre pensé en esto. Lo hablé con él, le pregunté qué hacer y él me dijo: “Hacé lo que quieras. Te va a abrir puertas y te va a cerrar algunas también. Va a ser más fácil. No tengas miedo del tema de la religión”. La religión yo la llevo con mucho orgullo y naturalidad, así que por ahí no pasaba.

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—Un día Mauro le dijo a una productora que quería un elefante y ella le metió un elefante en el estudio de Canal 7 -cuenta Yanina Salvador, productora de los programas de Viale entre 2005 y 2010-. Mauro te hace hacer esas cosas.
Yanina Salvador está en la sala de producción de radio Mitre, donde produce un programa. También trabaja en El Trece.

—Mauro llega y te pregunta cuál es el tema del día. Me ha pasado de cruzármelo cuando ya no trabajaba con él y, en medio de la charla informal, te tira: “¿y cuál es el tema del día?”. El mejor aprendizaje para mí fue ver a Mauro leyendo los diarios. La tapa la busca cualquiera, pero él te decía: “¿ves el recuadro este que está en la página quince? Va a ser tema”. La mayoría de los pollos de Mauro terminan encontrando laburos en canales, terminan yéndose bien rumbeados. Yo no creo que exista alguien que haya laburado un tiempo largo con él que te hable mal de Mauro. Es un gran formador de gente. Y los que no entienden el juego, los que no resisten, se van.

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En 2020, charlando con su hijo en vivo, Mauro contó que estaba “aterrado” por la pandemia. En la misma charla, reclamó por considerar que el periodismo no le daba la importancia que requería el “tema del coronavirus”. Cuentan que Mauro se cuidaba mucho de no contagiarse. Nunca dejó de ir a trabajar, ni de participar de las reuniones de producción todos los días.

Murió a los 73 años, repentinamente, el domingo 12 de abril de 2021 después de que se complicara su cuadro de coronavirus. El jueves había recibido la primera dosis de la vacuna, el viernes presentó síntomas y el sábado lo internaron por precaución. En el cementerio de La Tablada, solo pudo despedirlo Jony porque Ivana (su otra hija) y Leonor fueron aisladas por ser contacto estrecho. Su muerte fue la noticia del domingo y todos los canales llamaron a sus compañeros y amigos para recordarlo. La mayoría coincidió: se fue un tipo complejo, un “maestro” del periodismo y del impacto, duro y generoso, pero sobre todo un tipo que siempre estaba en la tele.

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Un domingo, como muchos, entre los invitados de Mauro. La pura verdad hay familiares y amigos de víctimas de algún caso policial: femicidio, violación, intento de secuestro. Antes que comience el programa, la única luz del estudio es la de las pantallas gigantes. Hay diez entre productores, camarógrafos y periodistas. Los invitados están sentados al fondo del estudio, delante de una pantalla que los tiñe de azul, hablan en voz baja. Los productores entran y salen, se miran, esperan. Mauro Viale, ahora de traje negro, camisa blanca y corbata roja, está parado en el centro de la escena. Son casi las dos de la tarde. “En un minuto venimos”, dice el jefe de piso. Mauro reacciona y pregunta con voz grave a Jorge, el productor general, que está en el control:

—¿Cómo estamos de números, George?

Después pide silencio y que cierren la puerta. Da algunas indicaciones al pasar: empiezo con él y después voy con ella. Los señala y pregunta si se los escucha bien sin moverse de su lugar. “Ya venimos”, dice el jefe de piso. Mauro está encorvado, como si le pesaran los hombros. Mira constantemente el reloj que usa en la muñeca derecha, y lo hace con un movimiento combinado: sacude con fuerza el brazo, se acerca la muñeca a la cara, achina los ojos y luego deja caer el brazo bruscamente. Son las 14:02. Mira por última vez que todo esté en su lugar. Suena la música del programa. “Venimos”, avisa el jefe de piso.

—¿Cómo estamos de números, George?

El jefe de piso dice: “¡Aire!” y, de golpe, se encienden las luces.