El sábado a la noche Ángela tomó un vino con Carlos, su marido desde hace 45 años. No brindaron por lo que vendría sino por lo que se terminaba: “Cuatro años de neoliberalismo, cuatro años de destrucción, cuatro años de sufrimiento”. Después se acostó y casi no pudo dormir. Ahora, mientras bailan agarrados de la mano en la primera línea frente al escenario del búnker del Frente de Todos, en el barrio de la Chacarita, dice que ya se puede pensar en lo que vendrá. Y se le quiebra la voz: “Volver a poner la Patria de pie. Volver a meter a todos dentro del país”. Ángela habla como Cristina -las frases se repetirán a lo largo de la noche y emulan a las que podría haber dicho la ex presidenta-.
Son poco más de la 6 de la tarde. Acaban de cerrar los comicios y la Avenida Corrientes está preparada para la fiesta: como fue en las PASO, el Complejo Cultural “C” –Corrientes 6271- es el lugar elegido para recibir los resultados y festejar. Por ahora son unas mil personas, pero más tarde se esperan a decenas de miles. En cada esquina a lo largo de cuatro cuadras hay pantallas que reproducirán los discursos arriba del escenario.
Recién a las 9 habrá porcentajes oficiales. Ya se sabía que iba a ser así, pero de eso se trata todo esto: esperar juntos el número final. Y mientras tanto festejar. Porque hay certeza del triunfo desde que el 11 de agosto en las elecciones primarias los Fernández ganaron por una diferencia de más de 16 puntos -47,65% sobre el 31,79% que obtuvo Mauricio Macri-.
La media cuadra desde el escenario hasta la Avenida Dorrego se llena pronto. La gente llega caminando desde la estación Federico Lacroze del Ferrocarril Urquiza, a cinco cuadras, desde paradas de colectivo cercanas en todas las direcciones, autos estacionados donde se puede y desde del subte: cada cinco minutos, en las dos direcciones, una pequeña marea de cien personas sale de las bocas de la línea B coreando alguna consigna y agitando la V con los brazos arriba. En la calle, la multitud se suma al canto que retumba escaleras abajo: en la llegada, aun sin los resultados, se repite el mismo canto que hace cuatro años despidió el gobierno de Cristina en Plaza de Mayo “Oh, vamos a volver, a volver, a volver, vamos a volver”. Aunque las banderas que más circulan acá ya dicen “Volvimos”, es difícil dejar de lado la consigna emblema de la resistencia de estos cuatro años que se cantó, sin diferencia de tono, en las salas de teatro y cine, en marchas de derechos humanos, feministas, en las presentaciones de cualquiera de los Fernández pero también en algunos eventos con funcionarios del Gobierno, en medios de comunicación, en reuniones sociales y familiares.
Hay familias con niñxs a upa y en carros, con hijxs grandes que a su vez están con sus hijxs, parejas sueltas o de a varias, amigos y amigas mezclados. Sólo se ve un grupo grande organizado debajo de una bandera azul enorme del Movimiento Evita que cuelga de las rejas del Parque los Andes. Más atrás, de la misma vereda, se despliega otra de Seamos Libres. Enfrente, sobre una valla, una más grande de ATE. Entre los que las llevan a pie agita un grupo de La Cámpora, y una columna del Movimiento de Unidad Popular (MUP) suma tambores y baile que levantan sudor a su paso: la amenaza de lluvia no se concretó pero la humedad sí y el clima es de fiesta callejera de carnaval.
Justo debajo de la bandera de ATE Roberto Martínez agita un paraguas cubierto de pañuelos triangulares de colores diferentes: el verde de la Campaña por el Aborto Legal, el violeta de Ni una Menos, uno contra el maltrato animal, otro contra la represión policial, en apoyo a la escuela pública y uno blanco de Cristina 2019. Tiene 62 años, es de Glew y sobrevive con esto desde hace dos años, cuando lo echaron de una empresa constructora dedicada a la obra pública. Lleva puesta la remera que usó en 2015 en la despedida de Cristina en la Plaza, una camiseta de la UOCRA. “Ahí tenía trabajo, tenía compañeros, tenía todo. En 2017 empecé a sobrevivir con esto. Y hoy estoy acá vendiendo, pero también festejando, porque estos turros que nos gobiernan se tienen que ir”, grita.
Detrás suyo, recién llegada, está la batucada del Movimiento 27 de Oktubre, que nació como reunión de varias organizaciones en homenaje a Néstor Kirchner. Hoy, nueve años después de aquel miércoles 27 de octubre de 2010, la fecha va a convertirse en emblema del regreso. “Y lo va a ser de la mano de Alberto y Cristina”, “quién mejor que ellos para que la política de Néstor vuelva”, “que el tuerto lo hizo desde arriba”. Dicen mientras mientras bailan, saltan y agitan las banderas. Néstor está presente toda la noche.
Ahora, recién ahora, habrá un poco de silencio: en las pantallas aparecen el supuesto futuro jefe de gabinete Santiago Cafiero y la segura diputada Luana Volnovich, la misma pareja que dio los primeros resultados en las PASO y que, junto con Axel Kicillof, es la dupla más deseada de esta renovación kirchnerista.
—Estamos mejorando nuestra performance electoral de la primaria tanto a nivel nacional como provincial —dice Cafiero. Y un estallido entre la ovación se mezcla con el griterío.
Una morocha de carré y anteojos llora. Se tapa la cara con las manos. Mira al cielo, levanta una mano y señala arriba: “Esto es para vos, Néstor”. Se llama Claudia, es de Parque Chacabuco y vino con el marido, las dos hijas y el novio de una. En la remera, una mano y los dedos en V, los colores de la bandera argentina. Una de sus hijas también llora: la alegría es alivio. Recién ahora, dice, puede descargar la angustia de cuatro años. Y en su cabeza vuelven las imágenes: cuando llevaba a sus hijos al parque con mate y pan, cuando le embargaron el sueldo al marido por los créditos impagables, las 14 horas de cola bajo la lluvia en el velorio de Néstor, el 22 de noviembre cuando Macri ganó el balotaje y sintió que volvía a desmoronarse.
En la pantalla se proyecta un video de Néstor Kirchner presidente: besa a un nene en la frente, se abraza con Cristina, camina entre la multitud saludando y se ríe. Ahora los muestra a Néstor y Alberto juntos en aquellos primeros años. Claudia y su hija se abrazan. Ahora le lloran a Néstor.
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A las 8 y 20 es imposible pasar por la esquina de Dorrego y Corrientes, por cualquiera de los lados. Muchxs insisten. Quieren llegar hasta el escenario. Amontonamientos. Empujones. Y al mismo tiempo cero tensión. “¡Los peronistas nos cuidamos entre nosotros!”. El alarido de la señora desde el centro del tumulto llega como desde un megáfono. Ella no se llega a ver. Arriba de un tacho de basura una piba canta y, sin dejar de bailar con las amigas al ritmo de la cumbia santafesina, suma la arenga buena onda, inclusiva: “Tranquiles, compañeres”.
Las adolescentes andan en grupo. Llegan con glitter en la cara y pañuelos verdes al cuello o en el puño. Micaela tiene 16, es de Castelar y acaba de votar por primera vez. Vino con dos amigas de la escuela y otra mayor. También es su primera vez en una marcha “kirchnerista”: “Cuando se fue Cristina tenía 12 y no entendía mucho. Pero en estos cuatro años sí entendí lo que significa el neoliberalismo y la diferencia”, dice. Y enseguida aclara que su bandera es el feminismo: “Esto es lo más parecido a lo que sentí la noche de la media sanción del aborto en Diputados”. Cerca de ellas, unos diez adolescentes de entre 15 y 19 agitan por igual banderas de Cristina, una remera de Alberto con los colores de la diversidad y los dedos en V: entre ellxs, una pareja de varones dice que comparten una lucha que va más allá de un partido. “Hoy las personas que nos pueden representar están en el Frente de Todos”, dice Ezequiel, de 17, otro votante primerizo.
Prohibidos los resultados en boca de urna, en la calle empiezan a circular números: 47,3 Alberto Fernández y 40, 9 Mauricio Macri dice una chica que dice en un diario. Y la amiga: “No puede ser. No puede ser”. Se pone a googlear. Otra recibe un Whatsapp de la madre que está viendo la tele en la casa: sí, la diferencia es de 7 puntos, 8 en el mejor de los casos. “No puede ser sólo 8 puntos Esperemos.”
La escena se repite y los números se rumorean entre la multitud. Hay poca señal de celular y, cuando alguien al fin se conecta, avisa. Los que están alrededor empiezan a preguntar. Dudan de las cifras que leen. Hay algo de decepción, aunque se gana en primera vuelta. “Necesitamos más. Necesitamos que vean lo que hicieron, que entiendan que no queremos esto y también poder para gobernar”, dice un señor de pelo blanco que se llama Pocho Rodríguez, ex delegado sindical de prensa. Al lado, cortito y mejor, otro hombre se suma: “Necesitamos saber que no somos tan boludos como nos creyeron”.
Lo que se esperaba desde agosto era un triunfo con sabor a goleada: no sólo por el resultado de las PASO sino por la profundización de los índices de pobreza, la emergencia alimentaria y las consecuencias de las sucesivas devaluaciones. Antes de que empezaran a circular las cifras un hombre que revoleaba una bandera argentina enorme lo explicaba así: “Que la diferencia se sienta como un golpe, que no deje la más mínima duda de que hay un rechazo popular, masivo, que la angustia y la malaria se pagan”.
Suena Miss Bolivia, suena Sudor Marika, suenan todas las cumbias más populares de los últimos años, suena también un poco de rock nacional. Todo se canta y se baila. Los números siguen circulando y las especulaciones también: que el Gobierno dejó el recuento de la provincia para último momento, que más tarde la diferencia se va ampliar. Algunxs se preguntan cómo puede ser que cuatro de cada diez votantes sigan apoyando a Macri. Después sonríen cuando miran el celular y ven que en Twitter celebran que Patricia Bullrich dejará de ser ministra de Seguridad.
—Igual se van. Igual volvemos —dicen unas señoras de más de 70.
Esto es una gran fiesta a cielo abierto: baile y abrazos, encuentros casuales, y cada vez que un dron planea la masa le hará los dedos en V. El repertorio de cánticos es limitado: la Marcha Peronista sonó tanto como en tiempos de Néstor. También la de la Juventud Peronista al ritmo del “Todavía cantamos” de Víctor Heredia, y el “Mauricio Macri la puta/yuta que te parió”. Y a pesar de las cifras del batacazo de Horacio Rodríguez Larreta en la Ciudad, algunos pocos se animaron al “Si vos querés Larreta también”. Pero sólo hasta que se dieron las cifras oficiales.
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“Por lxs que no pudieron llegar”, dice un cartel escrito a mano sobre un cartón en la espalda de un hombre de unos 30 años. Es uno de los pocos carteles con leyendas. Casi todas las consignas están en las remeras y muy pocas están destinadas a Macri. Hoy se celebra con lo propio: “Néstor vive en el pueblo”, “Volvimos”, “La Patria es el otro”, “El amor vence al odio”, “Volvemos mejores”, “No fue magia” y todo el repertorio de frases que Cristina dejó en estos cuatro años: “Yegua, puta y montonera”, “Soy yo, Cristina, ¡pelotudo!”, “No me arrepiento de nada”, “Voy a discutir todo”. Alberto tiene dos por ahora: una con su cara en stencil que dice “Ahí va el capitán Beto” –clásico del cancionero de Luis Alberto Spinetta- y una en la que señala con el índice: “Andate a dormir vos”.
Abundan las opciones para veganos. En oferta los panes rellenos. La hegemonía es de la parrilla; está fuera de discusión: hay por lo menos 20 puestos en cinco cuadras y el humo atrae a la mayoría. Los choripanes se venden a 100 pesos, algo así como un dólar con cincuenta a precio del oficial hasta el viernes, un dólar con veinte del blue que se consigue en el microcentro toda hora. Mañana no se sabe. En diciembre menos. La cerveza cuesta 80. “Trajimos 1844 chorizos con tres compañeros para armar en cuatro parrillas. Y 200 cervezas. Por cómo venimos se nos va todo hoy. Va a ser un buen día”, dice Lucas, de 22 años, parrillero o en marchas desde hace tres, cuando la construcción empezó a bajar y se las rebuscó con los amigos de González Catán.
No se habla de lo que harán Alberto o Cristina. Nadie arriesga medidas. Faltan dos meses todavía. Ahora se baila.
Ya pasadas las diez la noticia de que Macri aceptó la derrota genera una ola de ovación y la multitud se zarpa en un solo movimiento: “El que no salta es un gorila”. Desde el balcón de un primer piso en el que cinco chicos y chicas agitan desde temprano uno sale con un pizarrón enorme que dice “#NosePudo Macri Gato”. Hay brindis general. Suena Damas Gratis y todo explota. Al fin llega el anuncio de que van a hablar.
“Alberto presidente, Alberto presidente” se canta ahora desde la primera fila del escenario hasta la avenida Juan B. Justo. Más de ocho cuadras de multitud enardecida.
Axel Kicillof, gobernador bonaerense electo con 52,28 por ciento de los votos, es el primero en hablar. Cada frase provoca euforia, sobre todo cuando dice que es una noche histórica y que “la Argentina volvió a ponerse de pié”.
Detrás suyo están lxs dirigentes de La Cámpora Máximo Kirchner, Luana Volnovich, Wado De Pedro y Andrés Larroque, y los líderes del Frente Renovador, Sergio Massa y Malena Galmarini: el peronismo bonaerense copa el escenario. A un costado, sentadas, están Estela Carlotto, Buscarita Roa, Lita Boitano y Taty Almeida, referentas de Madres y Abuelas de Plaza de Mayo.
Todxs escuchan atentxs y serixs cuando Kicillof repasa los números de la destrucción económica: 10 puntos de caída, 167 mil desempleados, 9 mil comercios cerrados, la deuda de la provincia de 9 mil a 12 mil millones de dólares. El silbido aturde cuando dice “esto es el fracaso del modelo neoliberal”.
Desde distintos rincones se escucha: “Que hable Cristina”, “Dale el micrófono a Cristina”. Y cuando sucede, primero van a cantarle “Néstor no se murió, Néstor vive en el pueblo, la puta madre que lo parió” y después habrá más silencio que nunca, interrumpido por gritos solitarios que casi siempre dicen: “Cristina, te amo”. El cierre será: “Cristina, Cristina, Cristina corazón, acá tenés los pibes para la liberación”.
Ahora sí, habla el presidente electo y desde el Parque los Andes explotan algunos fuegos artificiales.
—Hace cuatro años que escuchamos ‘no vuelven más`, pero una noche volvimos. Y vamos a ser mejores.
Los abrazos y los besos se multiplican. Cuatro amigos saltan, una pareja de chicas se besa. Un hombre alza a su hijo de tres y canta. Son varios los que miran fijo a la pantalla con los ojos llorosos. “Es que aguantamos mucho, aguantamos demasiado”, dice una chica que no llora pero acompaña a una amiga que sí.
La fiesta sigue y anuncian que lxs candidatxs del Frente de Todos van a salir al escenario de la calle. Algunos se dispersan otros aprovechan para acercarse. Es el estallido final. Pero no el cierre. Caen algunas gotas de lluvia pero ni se sienten. La pantalla ya no importa más. Ahora el baile es sin dirección. Las colas en las parrillitas improvisadas se arman rápido y los vendedores de cerveza gritan ofertas. Se siguen vendiendo remeras, pines y banderas.
Ya son más de las 12 de la noche. Cientos caminan por Corrientes hacia el centro, siguen cantando. Autos, motos, taxis y hasta algún colectivo tocan bocina en cada esquina y sacan los dedos en V y las banderas por la ventanilla. Algunos van para el Obelisco, donde hace un rato se armó un festejo espontáneo.
Víctor aprovecha para vender algunas banderas más a 100 pesos en Corrientes y Serrano y se va para el Obelisco. Tiene 61 años y dice que hoy se parece al 83, a la vuelta de la democracia. Dice que vendió poco porque se puso a festejar. Que no importa cuánto haga esta noche, que se viene el día en el corazón, como dice el tema del Indio Solari que sonó hace un rato y muestra la remera con la foto del cantante. Dos nenas se detienen con la mamá a comprar una.
—El peronismo es hermoso. Y ya sé que Alberto no es Perón, pero tengo esperanzas, como las tuve siempre que volvimos.