Ensayo

La Francia que viene


Que todo empiece de nuevo

Ante los atentados en París, primaron dos posturas. Una afirma que el fundamentalismo es inherente al Islam, otra aduce que las democracias occidentales son coloniales y racistas. Para el antropólogo Guillaume Boccara esas explicaciones esquemáticas sólo sirven para perder el tiempo. La situación crítica que atraviesa Francia abre la oportunidad para una refundación social sin divisiones étnicas ni raciales.

El tiempo se nos agotó.

Frente a los atentados terroristas que golpearon París el 13 de noviembre, retomaría para empezar lo que dijo el rapero francés Youssoupha: “¡Basta de perder tiempo!”. Pues después de los atentados a Charlie Hebdo y al supermercado kosher de enero 2015, eso fue lo que pasó.

Se perdió tiempo discutiendo si estos actos cometidos en nombre del Islam representaban al Islam auténtico o no.

Se perdió tiempo debatiendo si los asesinos apuntaban únicamente a los judíos por su supuesto apoyo incondicional a la política israelí en Palestina o si atentaban contra la sociedad francesa en su conjunto.

Se perdió tiempo preguntando si algunos franceses de confesión musulmana y/o de origen magrebí constituían una suerte de quinta columna en el corazón mismo del hexágono, una suerte de ejército de reserva para los terroristas del Estado Islámico.

Se perdió tiempo batallando alrededor de la irresponsabilidad de los caricaturistas de Charlie Hebdo, del derecho a la blasfemia o del necesario respeto a mostrar ante las creencias religiosas.

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Cabe precisar algo para que no se malinterprete lo que quiero manifestar. No considero que se haya perdido tiempo por el hecho de haber debatido, argumentado o discutido: eso constituye el corazón mismo de una democracia sana que construye ciudadanía mediante la confrontación de ideas y de opiniones en el espacio público. Lo que afirmo con Youssoupha Mabiki es que se perdió tiempo tanto porque el debate se estructuró alrededor de falsos problemas, como porque se plantearon preguntas marcadas por supuestos ideológicos peligrosos respecto de la naturaleza de la sociedad francesa actual y de la “identidad” de sus habitantes.

Se perdió tiempo porque hace años que el debate político tiende a racializarse. Hace por lo menos dos décadas que se tiende a interpretar y leer los problemas sociales, económicos y políticos en clave cultural, étnica o racial. La visión del mundo etno-diferencialista, minoritaria en los años 1970 y circunscrita a los círculos de la extrema-derecha, ha tendido a difundirse para llegar a transformarse en la doxa de nuestros tiempos.

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Una doxa etno-nacionalista que concibe la identidad en términos culturales y no políticos o sociales. Una doxa esencialista que busca definir de manera arbitraria un número bien delimitado de rasgos supuestamente típicos e inmemoriales de la cultura e identidad francesas. Una ideología dominante racializante que contribuye a producir sujetos racializados y pretende redescubrir la supuesta diferencia inmutable o el gap cultural infranqueable existente entre un “Nosotros” –los franceses à part entière- y un “Otro” -los franceses entièrement à part- como dijera el poeta y político de la Martinica Aimé Césaire.

Una doxa que contribuye a producir un orden social racializado y a naturalizar y dar por sentado ese orden. Una doxa racializante compartida, aunque en base a registros distintos y con efectos sociopolíticos diferentes, tanto por los protectores de una supuesta identidad cultural francesa de “pura cepa” como por los adalides del multiculturalismo black, blanc, beur (“negro, blanco, árabe”).

De la misma manera, se ha perdido mucho tiempo también porque, desde la nebulosa supuestamente progresista de la izquierda radical, antiimperialista y decolonial, se ha tendido a pensar las dinámicas sociales en base a una sociología crítica empobrecida, sesgada y simplificadora de las realidades socioeconómicas y políticas nacionales y globales. El sociologismo arcaico de cierta izquierda autoproclamada tercermundista y postcolonial (y a veces anti-blanca, adepta a la lucha de razas y anti-marxista) ha generado un Occidentalismo tan dañino como el Orientalismo denunciado por el mismísimo padre de los estudios poscoloniales, Edward Saïd.

De tanto generalizar sobre un “Occidente” demoníaco, fundamental y esencialmente racista, colonialista y depredador, de tanto denunciarlo en bloque como único responsable de todos los males que le achacan al mundo, se generó una suerte de leyenda negra esencialista y simplificadora de las dinámicas socio-históricas nacionales y globales. Algunos espíritus pseudo-subversivos se quedaron atrapados en el periodo pre-caída del muro de Berlín y no percibieron que las cosas habían cambiado[1], vomitando un hablar falaz saturado de odio y de resentimiento, dejando de lado en sus análisis el papel de Rusia y de China, de Turquía, Irán y Arabia Saudita y omitieron reflexionar sobre las propias dinámicas socio-políticas de los países árabes. Y finalmente, recurrieron única y sistemáticamente a la interpretación en términos de victimización, denunciaron la existencia de un colonialismo interno en una Francia que seguiría tratando a los hijos de inmigrantes como habían tratado a sus abuelos y bisabuelos durante la época colonial, o igualando el trato hacia los árabes en la Francia de hoy a la suerte de los judíos en los años 1930.

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De suerte que, atrapados entre estos dos discursos dóxicos, sin duda opuestos -aunque se apoyan en la misma clave de bóveda esencialista-, nos fuimos deslizando paulatinamente hacia el peor escenario ideológico posible; una suerte de perfect storm representacional. A saber: una visión esencialista de las dinámicas socioculturales en base a la cual, para algunos, el enemigo terrorista (los “Otros”) está entre “Nosotros” y, para otros, las pseudo-democracias occidentales, “blancas y “judeo-cristianas”, han sido y serán para siempre coloniales y racistas.

Después del 13/11, ¿más de lo mismo?

Desafortunadamente, los atentados del 13 de noviembre generaron reacciones que todavía nos hacen perder el tiempo. Pues mientras algunos conformistas del anticonformismo se indignan frente al supuesto hecho de que los muertos de París parecieran tener más valor que las víctimas del “Sur Global”, otros se arriesgan a “reflexionar” sobre las determinaciones sociales y políticas que nos permitirían comprender (¿des-responsabilizar?) los actos de los terroristas.

Mientras algunos intentan justificar la injustificable concluyendo una vez más que estos jóvenes de barrios marginales son las víctimas sociales e históricas de una Francia racista, colonial y islamófoba, algunos “etno-diferencialistas”, epígonos de una visión herderiana de la nación y de la Kultur, se regodean frente a una supuesta guerra de civilizaciones que habían anunciado. Mientras algunos buscan esencializar a los musulmanes afirmando que el fundamentalismo es inherente al Islam pues los “árabes” nunca tuvieron Ilustración, otros buscan las causas de estos actos terroristas en la irresuelta cuestión palestina.

¿Seguimos perdiendo tiempo? ¿No existe acaso escapatoria a esta naturalización de la condición de dominante y dominado? ¿Acaso es pensable que las condiciones socio-históricas del ejercicio de la dominación cambien y se complejicen sin que las condiciones de dominantes y de dominados se reconfiguren? ¿Cómo entender que semejante acontecimiento que golpeó el corazón de una Francia joven y multicultural en el espacio público de su vivre ensemble –vivir juntos- no haya desplazado algunas líneas de fracturas en la construcción de las identidades sociales y políticas? ¿Es acaso posible que la deflagración del 13/11 no haya estremecido viejas memorias coloniales ni producido nuevas memorias vivas de la muerte poscolonial?

A estos interrogantes múltiples quisiera dar un inicio prudente de respuesta.

Pues, por suerte, frente a los pseudo-críticos postcoloniales y a los etno-diferencialistas pseudo-republicanos que nos hacen perder el tiempo, vemos emerger nuevas voces realmente críticas. Voces que surgen desde las mismas filas de los que son etiquetados como subalternos o “racializados” por la doxa diferencialista. Es así como el cantante del Zebda, Magyd Cherfi, afirma que después de los atentados del viernes pasado “se siente solemnemente francés”[2].

Artista de una banda de música que nunca escatimó críticas a la discriminación de la que los hijos de inmigrantes del Magreb son víctimas en Francia, Magyd afirma que se hace necesario defender la libertad atacada, el Estado de derecho, la libertad de opinión. Manifiesta públicamente que, para él, el 13 de noviembre representa un renacimiento o, mejor dicho, un bautismo. Pues aquella noche, golpeado por el ataque, sintió que algo fundamental se ponía en peligro. En un emotivo texto publicado en Libération y titulado “Carnicería”, no busca ninguna excusa a los terroristas. No menciona, a diferencia del sociólogo Jean-François Bayart en el mismo periódico[3], la cuestión palestina o la política exterior de Francia para explicar los atentados. Su reflexión tiene que ver con lo que perdimos y con la manera como él cambió aquel día.

Es el mismo tipo de mensaje que transmite la Asociación de Estudiantes Musulmanes de Francia. Est@s chic@s declaran en un video -disponible en internet- que “están unidos” en contra del terrorismo. No buscan justificar lo que no se puede justificar o no pierden tiempo haciendo la genealogía del horror. “Me duele Francia” dicen y lanzan un llamado a la fraternidad y a la unión entre todos los habitantes del país[4]. “Querían debilitar a Francia, pero reforzaron el corazón de los franceses”, canta una voz pausada.

Lo notable de estas reacciones es que en ningún momento recurren a la victimización. Les duele Francia y se sienten franceses por primera vez porque tienen la consciencia aguda de que a pesar de las discriminaciones y de la estigmatización que existe, Francia y sus habitantes no los han hecho sufrir tanto como estos terroristas han hecho sufrir y sangrar a Francia. Frente al discurso totalitario de los terroristas que simplifica y ficcionaliza las realidades sociales en base a dicotomías dudosas y peligrosas (musulmán versus hereje; Oriente versus Occidente; Negro versus Blanco, etcétera), much@s ciudadan@s y habitantes de Francia han hecho saber que no caerán en la trampa de la división, del odio y de la supuesta guerra de civilizaciones. Se trata de movilizarse en contra del terrorismo para defender la democracia, la humanidad, la vida.

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Construir nuevas memorias y democratizar la democracia

Lo anterior me llevaría a hablar de la “positividad”, en el sentido foucaultiano de productividad, inesperada de ese monstruoso atentado. Pues el efecto de este acto perverso generó la posibilidad de una reconfiguración del cuerpo político y social o de la ciudadanía francesa. Abrió un espacio de reflexión respecto de lo que nos une, de lo que hace que compartamos, más allá de las diferencias religiosas, memoriales o culturales, una misma humanidad, un mismo destino.

En pocas palabras, la deflagración del 13 de noviembre podría haber contribuido a trizar el consenso racializador y diferencialista que estructuró durante las tres últimas décadas la visión y división dominante y legítima del mundo social. Podría haber arrojado Francia hacia una nueva era. Un nuevo periodo histórico. Una nueva representación del mundo basada en nuevos principios de visión y división del mundo social. Para decirlo desde la conceptualización andina del tiempo y del espacio, ese 13 noviembre 2015 podría leerse como una suerte de Pachakuti francés.

Pues para much@s jóvenes, el estremecimiento fue tal que parecen haber sido catapultados al exterior de la condición colonial. Por primera vez, en muchas décadas, tienen la oportunidad de no ser más esclavos de la esclavitud como escribía Frantz Fanon. De escaparse de la torre esencializada y rígida de un pasado colonial que tendió a perpetuarse en tierra europea. Bautizados por el fuego, estos sujetos postcoloniales ven abrirse ante sus ojos atontados un nuevo horizonte político marcado por la legitimidad de su pertenencia a una colectividad política y social no segmentada según líneas raciales o étnicas. El soplo de la deflagración los hizo pasar del otro lado de la historia.

Desde el 13 de noviembre, sus memorias serán otras. O, mejor dicho, podrían ser radicalmente otras. Marcadas por un nuevo trauma, por cierto. Pero un trauma que les puede permitir salir de la condición colonial de negro o árabe. Ese 13 de noviembre, much@s chic@s salieron de la condición impuesta, exclusiva y desvalorizada de hij@s de inmigrantes para vestir con orgullo el nuevo hábito de ciudadano à part entière. Ciudadanos de orígenes diversos, por cierto. Pero unos orígenes geográficos, culturales o religiosos que ya no los enclaustran en la condición de dominado sino más bien les permiten ser protagonistas de esta nueva historia que emerge de entre los escombros. Nuevos sujetos políticos que descubren que mediante sus acciones y pensamientos pueden influir y aportar a la construcción de un nuevo socius.

Al experimentar el horror del 13 de noviembre y al tomar consciencia sentimental de los hechos y de sí mism@s, much@s jóvenes parecen haber salido de la condición particular de víctima racializada para entrar en la condición universal de víctima politizada.

Ahora bien, para que esta deflagración se convierta en verdadero pachakuti o, en otras palabras, para que en Francia la configuración social pueda experimentar un verdadero salto cualitativo, se hace necesario forzar un poco el “destino”, desplegando la disputa intelectual y la movilización social en dos direcciones.

Tenemos que impedir que la destrucción del estado social, el desprecio y el crecimiento de las desigualdades por un lado, y la difusión del veneno etnodiferencialista, la retórica del resentimiento racializante y el esencialismo identitario por el otro, nos impidan entrar en esta nueva era y nos atrapen en el modelo monstruoso del capitalismo productivista diferencialista. Un modelo que ya no es el privilegio de “Occidente” pues tanto China como Rusia y los países árabes se acomodan perfectamente a un sistema que homogeneiza a través del mercado y heterogeneiza a través de la cultura.

El desafío es gigantesco. Pero, citando a Etienne Balibar, diría que es la única dirección viable que se nos ofrece[5]. La única respuesta al terrorismo es: 1) la lucha intelectual y educacional contra los ideólogos de la muerte; 2) la democratización de la democracia y la construcción de una sociedad más justa y más abierta a la diversidad sociocultural. Se trata, nada más ni nada menos, que de construir un nuevo universalismo, un nuevo humanismo a escala global.

[1] Sobre este tema, remito a mi contribución « La desaparición : Terrorismo, islamofobia y el eclipse del antisemitismo » en Discutir Houellebecq. Cinco ensayos críticos entre Buenos Aires y París (Capital Intelectual, Buenos Aires, 2015, pp. 115-147).

[2] « Carnages », 15/11/2015, http://www.liberation.fr/debats/2015/11/15/carnages_1413562.

[3]« Le retour de boomerang », http://www.liberation.fr/debats/2015/11/15/le-retour-du-boomerang_1413552.

[4]http://www.lemonde.fr/attaques-a-paris/article/2015/11/16/nous-sommes-unis-la-video-de-solidarite-des-etudiants-musulmans_4811017_4809495.html.

[5] « ¿Qué clase de guerra es esta ? », Ñ.Revista de Cultura 634, 21/11/2015, p. 14.