Ciclo IDAES ¿Por dónde salimos?


¿Quién nos va a cuidar de viejes?

El sistema de jubilaciones no colapsa por el envejecimiento de la población sino por su falta de adaptación a la época: mujeres en el mercado laboral, trabajo informal, descenso de natalidad, calidad de vida en la vejez y, al mismo tiempo, recursos estatales en disputa. Por qué una red entre organizaciones comunitarias y Estado sería la fórmula que garantice un buen pasar en los últimos años de vida.

Relatoría del Seminario “¿Puja distributiva entre generaciones? Gasto público, sistema previsional y envejecimiento poblacional”, realizado en el marco del ciclo ¿Por dónde salimos? organizado por el IDAES. Su objetivo es discutir los grandes problemas argentinos desde la perspectiva y con los aportes de la academia. Este intercambio, del que participaron Rafael Rofman, Carlos Grushka y Nélida Redondo con la coordinación de Mariana Heredia, fue el tercero de los cuatro encuentros programados para este año. El próximo será Solidez fiscal y justicia impositiva (28/9).

1. De la puja distributiva al conflicto generacional

En estos tiempos críticos, en los cuales la economía se encamina hacia el tercer año consecutivo de achicamiento y el Estado argentino vuelve a negociar un ajuste con el FMI, el conflicto generacional no se juega solo en las condiciones de la cuarentena. 

 

Se sabe que los adultos mayores son la población más expuesta al Covid 19, también que extender las medidas de seguridad más rígidas subleva sobre todo a los más jóvenes. Si como todo anuncia, los recursos estatales serán un tesoro menguado y en disputa, hay buenas razones para concluir que la puja distributiva no se dará solo entre clases sino sobre todo entre generaciones. 

 

Al menos eso creen quienes observan los sistemas previsionales y argumentan que se están volviendo un barril sin fondo de los gastos estatales. También se vive en las calles con las tensiones que genera la discusión sobre los mecanismos de ajuste de las jubilaciones y pensiones. Más allá de los slogans, hay datos contundentes. La mitad de los recursos que obtiene la nación argentina se destinan a la seguridad social. Según los datos del Ministerio de Hacienda, la Asignación Universal para la Protección Social no llegaba ni al 10% de lo destinado a jubilaciones y pensiones en 2019. Aunque el 70% de los jubilados y pensionados obtenga una prestación mínima -que apenas les alcanza para vivir-, el gasto público en seguridad social crece de manera mucho más acelerada que los ingresos que permitirían financiarlo de manera sostenible. De hecho, según Rafael Rofman e Ignacio Apella, podría llegar a significar el 16% del PBI en 2050 y hasta cerca del 24% en 2100. 

2. El tiempo pasa, nos vamos volviendo... ¿viejos?

 

Para muchos, la causa de esta puja por los recursos estatales es el envejecimiento poblacional. Una manera de observarlo es a través de las representaciones que nos ofrecen los demógrafos. Durante siglos dibujaron pirámides, rigurosamente bicolores, donde cada escalón incluía la población de cada tramo de edad. A más años, menos población: por eso el resultado era indefectiblemente un triángulo. Hacia principios del siglo XX nuestras sociedades empezaron a cambiar. Poco a poco dejaron de parecer pirámides y se fueron volviendo primero campanas y pronto serán rascacielos. 

 

Estas representaciones ilustran el progreso de la humanidad, lo que Deaton llamó “el gran escape” que permitió el “envejecimiento de la muerte”. Gracias a los servicios públicos, la medicina y los sistemas sanitarios se mueren cada vez menos niños al nacer o a edades tempranas y más gente alcanza una prolongada adultez. Es un fenómeno universal, gradual y en cierta manera previsible. En la Argentina, la proporción de mayores de 65 años pasó del 4% en 1950 al 10% en 2000, y se estima que será cercana al 20% a mediados del Siglo XXI.

 

Aunque la preocupación tiende concentrarse en las edades más avanzadas, esa mirada es parcial. La importancia proporcional de los adultos mayores aumentó pero también cambió el denominador: nacen menos niños y las sociedades crecen más lento. Y eso porque no sólo la medicina interviene en el curso de la vida. La decisión de las personas y muy especialmente de las mujeres lleva a que, cuando ellas estudian y trabajan, puedan planificar los hijos que conciben. El resultado está a la vista. Contra todos los que se escandalizan por los efectos perversos de las transfererencias de ingreso a los hijos, las tasas de natalidad no dejan de caer, incluso en las provincias más pobres. Entre el año 2000 y 2018, la tasa de natalidad en Argentina cayó un 19%, y en Formosa y Jujuy, provincias con un bajo PBI per cápita, el descenso fue del 23% y el 30% respectivamente. 

 

Que haya más gente que vive más años no significa necesariamente que las sociedades “envejezcan”. De ahí, la tercera buena noticia. No solo aparecieron y se democratizaron los avances médicos (que permitieron aumentar la esperanza de vida en tres meses por cada año calendario transcurrido desde 1950) y sociales (que habilitaron una mayor libertad para que las mujeres decidan sobre su maternidad), la vejez se retrasó. No hay una edad determinada para establecer cuándo una persona se convierte en vieja/o. En el Siglo XXI, los avances médicos no solo extendieron la esperanza sino también la calidad de vida. Carlos Grurshka, Doctor en Demografía, propone definir la vejez como los últimos 15 años de vida que llegan cada vez más tarde. 

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3. Abuelo, ya no es como en tu tiempo

 

Para Carlos Grushka y Rafael Rofman, economista y especialista en seguridad social y sistema previsional, el origen del problema no es el envejecimiento poblacional sino el anacronismo con el que tendemos a concebir el sistema. Nuestras ideas tienen una inercia que la sociedad desmiente. No envejeció la población sino las instituciones que tienen que dar respuesta a nuevas necesidades. 

 

El primer anacronismo es pensar al Sistema Previsional como una caja que distribuye aquello que recauda y que debería tender al equilibrio. Eso no ocurre desde hace muchos años, en casi todas las cajas y por razones ajenas a la demografía. Por eso, aspirando a la universalidad, el sistema fue combinando un modelo contributivo con aportes de rentas generales y del Fondo de Garantía de Sustentabilidad. Algunos autores objetan que el sistema se fue volviendo asistencial, más preocupado por extender la cobertura que por incentivar mayores aportes. 

 

El segundo anacronismo es que seguimos pensando un modelo de jubilaciones y pensiones como si los varones fueran los únicos jefes de familia, con empleos estables y beneficios heredables a su viuda e hijos dependientes. Hoy las mujeres trabajan cada vez más a la par de los varones aunque entren más tarde al mercado de trabajo. Ambos sufren mucha más inestabilidad e informalidad en las ocupaciones que desarrollan y no necesariamente cuando uno de los cónyuges fallece el otro depende de los recursos que aportaba su pareja. 

 

El tercer anacronismo es fijar la edad jubilatoria en base a un criterio cronológico. En este sentido, una buena reforma previsional debería contemplar la edad efectiva de retiro. Aun cuando el sistema los desalienta, un 50% de los jubilados sigue trabajando por necesidad económica o porque quieren seguir activos. 

 

Al mirarlo de cerca, el problema del sistema pervisional parece ser menos su sustentabilidad que su fragmantación e inequidad. Según Rafael Rofman, existen hoy en Argentina alrededor de cinco millones de adultos mayores de 65 años. Si se decidiera asignarle al 100% una jubilación promedio, que hoy se calcula en casi 17.800 pesos mensuales, requeriría un gasto equivalente al 5,4% del PBI. Sin embargo, hoy gastamos el doble (alrededor del 11,7% del producto) y con montos inferiores. Esto se debe a tres motivos: la existencia de diversos regímenes de jubilación especiales que descreman el sistema (las cajas específicas de los militares, los abogados y los docentes universitarios), los beneficiarios jóvenes (por ejemplo, perceptores de AUH) y la duplicación de beneficios en la misma persona (por ejemplo, un/a viudo/a que además de su jubilación percibe una pensión por su cónyuge).

 

4. La imposibilidad de aprovechar el sol

 

“Mientras puedas, ahorrá para la vejez y la necesidad. El sol de la mañana no dura todo el día.” La frase de Benjamin Franklin podría estar en cualquier libro de lectura de escuela primaria. Hasta se podría precisar que hay tres maneras de aprovechar el sol de la juventud y transferir recursos a la vejez: la familia, el ahorro y la jubilación. Nuestro abuelos las combinaron como pudieron pero las nuevas generaciones están enfrentando un clima menos favorable. Tienen menos hijos, alcanzar un trabajo en relación de dependencia estable se volvió más raro, comprar una vivienda más oneroso; ahorrar en el banco, incierto (en dólares errático), y hacerlo en ladrillos para muchos es imposible. Las jubilaciones que les esperan no parecen ser una gran revancha, ni siquiera una recompensa razonable.   

 

Ni los adultos mayores ni siquiera el sistema previsional son los responsables del descalabro. Como muestra Carlos Grushka, si bien la Argentina tiene niveles de cobertura semejantes a los europeos (y superiores a los latinamericanos), sus niveles de informalidad son altísimos. Los esquemas previsionales dependen no solo de la solidez fiscal sino también de la capacidad productiva y contributiva de una sociedad que, ante la falta de recursos, recorta las prestaciones que se ofrecen a los jubilados o las deja languidecer frente a la inflación.

 

El ajuste no es la única solución posible, tampoco importar problemas y remedios que no nos corresponden. Mientras trabajadores franceses y brasileños se manifiestan en las calles contra de la baja de la edad jubilatoria, el problema en la Argentina es su extremada rigidez. Más que definir una edad por ley, Grushka argumenta que sería más eficaz tender hacia un mecanismo flexible que otorgue la libertad de seguir trabajando a aquellas personas que desean hacerlo e incentive a sus empleadores a retenerlas. También podría alentarse el aumento de la tasa activa de las mujeres quienes tienden a entrar más tarde al mercado laboral.

 

5. Población de riesgo: las políticas de cuidado más allá de la pandemia

 

No solo el final de la vida se retrasa, también las enfermedades y la muerte son hijas de su tiempo. Hoy morimos menos de patologías infecciosas o coronarias y mucho más de enfermedades degenerativas como el cáncer, las fallas orgánicas, demencias o fragilidades físicas que se arrastran por períodos prolongados. 

 

Asistir a los adultos mayores es en primer lugar no infantilizarlos: como muestran los informes de la UCA no todos necesitan la misma asistencia. Los principales destinatarios son los de edades extremas (más de 80 años) o los mayores de 60 años con morbilidad crónica avanzada. Además de la atención médica, la prolongación de la vida va a requerir de cuidados de larga duración. Nélida Redondo, especialista en sociología del envejecimiento, subraya que para eso es necesario desarrollar una mirada integral sobre el sistema de salud, los servicios sociales y sanitarios y sobre todo fortalecer el compromiso de los gobiernos locales en la provisión de servicios de cercanía que evite el papeleo desgastante y los traslados innecesarios.

 

Pero en la medida en que el Estado es menos un proveedor que un regulador de la provisión, es su capacidad de orientación y control la que resulta más crucial. La ley argentina designa a los hijos como beneficiarios naturales de la herencia. Esta decisión no contempla que muchas veces los adultos mayores se convirtieron en los únicos propietarios o los únicos perceptores de ingresos regulares de la familia. Muchos estudios muestran que los ancianos más vulnerables son los abusados por sus propios seres queridos que toman créditos en su nombre, los acorralan en sus viviendas o incluso inducen internaciones innecesarias y contrarias a su voluntad.  

 

De acuerdo con Redondo, las organizaciones con base comunitaria y gestión local parecen ser la fórmula más adecuada para evitar el aislamiento y la soledad, que sirva para la provisión de medicación, higiene, alimentos, servicios médicos y sanitarios. Esto requiere una regulación pública que garantice calidad, defina copagos en función de la capacidad de los beneficiarios y una atención empática y comprensiva. La regulación y la capacitación del Estado podría fortalecerse también en vistas a un mercado que podría ser floreciente: las tareas de cuidado generan muchos puestos de trabajo y pueden tener un impacto social y económico virtuoso. 

 

La pandemia pasará. Además de prolongar la vida, hay que garantizar su bienestar.