Ensayo

La materialidad poshumana y colonizadora


Sin plásticos no hay ecología

Una botellita tarda más de 500 años en descomponerse. Es que el plástico tiene una materialidad posthumana, colonizadora. Nos interroga sobre las crisis que no ya se pueden tapar: clima, alimentos, energía, deuda, finanzas. Los microplásticos recorren la atmósfera, viajan miles de kilómetros en el elemento etéreo que antes transportaba polen: va a los estómagos de los peces, a los intestinos de nuestras mascotas, a las células de nuestros fetos. ¿Y si abandonamos el tono de denuncia verde? El futuro será un devenir plástico, la gran metáfora, el gran objeto de la filosofía y la política. Sin él no hay segundas ni terceras naturalezas, no hay ecología ni lenguaje.

Foto de portada: Rocío Pilar De Lara / Obra: La analogía del plástico, Nicolas Gullota y Alín Grad

1.

Nadie con un mínimo de juicio puede pretender tener la última palabra sobre el plástico y sus múltiples máscaras. 

Compuesto por distintos estratos de lectura y comprensión en torno a la obra y vida más allá de la vida del plástico, este engendro textual fue concebido como un ejercicio de investigación especulativa que ni mucho menos alberga la pretensión de ser una pieza de teoría crítica coherente y conclusiva. Este intento de pensar y aprehender el plástico sin pretender abarcarlo en su infinita totalidad, sino pensándolo como el medio ambiente que mejor expresa las mutaciones de una nueva ecología-mundo, tuvo origen en una muestra celebrada en la Fundación Andreani. En ella, lxs artistas Nicolas Gullota y Alín Grad se acercaron al plástico como una naturaleza artificial y alienígena: por un lado, un cuerpo que gusta de invadir otros cuerpos y colonizar territorios, y por otro, un personaje misterioso con poder para producir ficciones terroríficas por real. 

En lo que sigue, vamos a ensayar algunos medios de confabulación para crear zonas inteligibilidad entre lxs humanxs y el plástico. Abriendo un medio de comunicación con su imaginario de avatares culturales-mediático-narrativos, por un lado, este texto es una tentativa de hacer contacto con una sustancia elusiva o huidiza a la razón por cómo, a consecuencia de su transformismo inherente e ilimitado, pone en jaque las categorías más usadas para acercarse a la organización y el sentido último de la vida. Aunque, por otro, razón y plástico se contaminan hasta mimetizarse. Porque, ¿hay algo más plástico que la razón y la historia como formas? Totalidad y resto, naturaleza e historia, límite externo e interno, como un nuevo esqueleto que nos envuelve borrando toda diferencia entre adentro y afuera, el plástico habla el idioma de los hidrocarburos, las fuerzas geológicas y las placas tectónicas en movimiento permanente, amplificando el eco de los cataclismos  pasadas, presentes y por venir.

 ¿Hay algo más plástico que la razón y la historia como formas? Este material habla el idioma de los hidrocarburos, las fuerzas geológicas y las placas tectónicas en movimiento permanente, amplificando el eco de los cataclismos pasadas, presentes y por venir.

Dicen que para entender una sombra hay que manipular la fuente de luz detrás de ella. Y en ese sentido es, exactamente, que quisiéramos operacionalizar algunas tendencias funcionales y comportamientos sociales del plástico en tanto entidad que, desde la perspectiva de la teología y la metafísica occidentales, puede leerse como demoníaca por cómo confunde cuerpos y naturalezas. Partimos de una concepción del plástico como objeto extraño -de mil nombres, caras y formas-, que tras miles de años en silencio nos interroga sobre lo que no ya se puede acallar acerca de las distintas crisis que vivimos de forma superpuesta: clima, alimento, energía, deuda, finanzas.

2.

Aunque su naturaleza era todavía aristocrática, los primeros síntomas de la civilización industrial llegaron con la melancolía y la tuberculosis. Más cerca de la sensibilidad de masas, la bisinosis era causada por la inhalación del polvo de algodón en las plantaciones esclavistas del siglo XVIII. Y más tarde, en el XIX, en la oscuridad de los pozos mineros carboníferos, se manifestó por primera vez la silicosis. Después, con la modernización en los hogares proletarios, el gas natural fue sustituido por el producido a base de carbón. Este cambio de modelo energético al dejar de usar hulla vegetal, insospechadamente, tuvo como efecto que muchos fantasmas perdieran la costumbre de visitar nuestras casas a la noche como consecuencia en realidad del final de la exposición a monóxido de carbono durante el sueño. 

Como lo demostró Einstein con su teoría de la relatividad, el tiempo en sí mismo es plástico, tanto en su concepto como en su existencia como elemento del espacio.

En el siglo XX, cuando “lo artificial tiende a lo común y no a lo exclusivo”, como escribió Barthes, el desarrollo del plástico fue fundamental en determinados procesos de globalización y estandarización de las formas de vida, desde las pantimedias hasta el reemplazo de la cirugía reconstructiva (para “arreglar”) a la cirugía plástica (para “crear”, tomando al propio cuerpo como un lienzo plástico y móvil). Si el plástico tomó escala planetaria fue a partir de innovación en el campo de la guerra que, muy pronto, encontró una aplicación directa en la esfera del consumo, el bienestar y la promesa de ascenso social. En lo artístico y la emergente cultura visual -de la historia de la fotografía y el cine a los experimentos conceptuales de Marcel Duchamp-, el plástico fue clave en la revolución de los pigmentos que condujo a la pintura monocroma posmoderna. Y sin embargo, debido a su naturaleza plebeya -y salvo en honrosas desarrollos estilísticos como el pop y en contadas excepciones como la obra de la brasileña Lygia Clark-, el plástico no logro  el status de otros materiales más nobles que provienen directamente de la tierra, quedando reducido a la invisibilidad de las fases de producción y montaje anteriores al momento celebratorio y expositivo. 

En esta época -que ,  autoras como Jason Moore llaman Capitaloceno-, asistimos a cómo el capitalismo no es más teorizado ni experimentado como  sistema económico sino como forma de organizar y producir naturaleza: una cierta plasticidad en la forma de pensar y percibir que, a su vez, transforma nuestras emociones y percepciones, sueños y descanso. Cuando la generación de plusvalía, como el plástico mismo, parece estar en todas partes y ninguna,  se asemeja  a la sustancia metamórfica y extraterrestre de la película La cosa (1982) de John Carpenter, trabajar ha dejado de ser sinónimo de tener un salario sino de vivir en un continuo de disponibilidad y paranoia. 

Nuestros pulmones se ven expuestos a un aire cada vez más denso, asfixiante y tóxico. Conocemos los efectos de los hidrocarburos. Conocemos las secuelas en las personas y el mundo de las bombas y los desastres de la gestión de la energía atómica. Y poco a poco, aparecen estudios sobre las consecuencias de respirar las emanaciones minerales involucradas en la revolución digital. Aunque aún es pronto para determinar cuáles serán los efectos de los microplásticos que recorren la atmósfera, viajando miles de kilómetros en el elemento etéreo que antes transportaba polen. Grado cero de la materia, el polvo va donde quiere. De la nada, aparecen partículas de plástico en los estómagos de los peces en los océanos, así como en los intestinos de nuestras mascotas y en las células de nuestros fetos. Esta colonización material -visible solo por saturación, da igual si como resto o exceso-, ya afecta al crecimiento, fotosíntesis y capacidad de producir oxígeno de Prochlorococcus, la bacteria fotosintética submarina responsable de la destilación de 1/10 del CO2 que respiramos. 

Prolongando la imagen de la naturaleza como algo pasivo y externo, para sostener el mito del progreso y seguir creyendo que querer es poder verlo todo -sin resquicios, sin camuflaje, sombras, veladuras ni zonas oscuras...-, aceptamos vivir alimentando entidades que según estos informes perjudican la salud en un régimen de acumulación donde mentes, poderes lingüísticos, afectivos y sensomotrices son objetos capitalizables. Pero, ¿qué será de nuestro espíritu? ¿Qué efectos va a tener este imperialismo plástico en la distintiva interioridad de nuestra especie? ¿Podrán los restos del género humanx -cada vez más pequeños ante la agencia de materiales inmortales e inmorales-, aceptar que, como el acero necesitaba al fascismo para desarrollarse y transformar la realidad, el plástico necesita nuestro deseo para diseñar un nuevo mundo a imagen y semejanza de sus necesidades, un mundo donde, tal vez muy pronto (si no es ya), la excrecencia seremos nosotrxs?  

Ahora bien, ¿qué puede pasar si abandonamos el tono de denuncia verde? ¿Podemos aceptar, más allá de la mirada catastrofista y los datos desalentadores que informan el determinismo biosférico, que la geología es co-productora de poder? Si en lugar del miedo a la intoxicación y la xenofobia adoptamos la perspectiva de la ficción extraña, si abrazamos “la relación creadora, generadora y multidimensional de las especies, el medio ambiente y la tecnología”, como dice Jason Moore en El capitalismo en la trama de la vida, ¿sería posible vivir las postrimerías de la soberanía humana sobre la Tierra no como el drama del final de la vida o de un planeta sin humanos, sino como una mutación ontológica, en el devenir de un horizonte de futuro inédito para nuestra especie? En el caso del polvo negruzco que los alquimistas usaban para obtener oro a partir de la transformación de sustancias impuras, la complicidad con materiales extrahumanos e inorgánicos encarnaba tanto la sombra de lo demoníaco -por venenosa e incluso letal- como un medio para estimular el devenir. Lo que, a su vez, servía para crear más brechas y puntos de pasaje en la oposición entre el ser y el no-ser, la vida y la muerte, el todo y la nada. Tal vez, por estos y otros motivos, Roland Barthes definió el plástico como “esencialmente una sustancia alquímica”. Y no frena ahí, ya que también lo llama “materia milagrosa”, “ubicuidad hecha visible” y “movimiento sublimado”.

3. 

Tras leer y conversar con el filósofo German Prósperi podemos llegar a la conclusión, siempre transitoria, de que el comportamiento del plástico guarda relación con la vida viajera de las imágenes. De entrada, tanto las imágenes como el plástico son elementos sutiles que se propagan por el aire, así como los virus. Es decir, no son ni organismos ni seres inertes. Son entes con una increíble capacidad metamórfica, lo cual los vuelve, en algún punto, inevitablemente demoníacos. Para muchos padres de la Iglesia, el demonio era el de los mil rostros y formas. El demonio es lo múltiple, lo que puede asumir formas humanas, animales, vegetales. Lo que puede convertirse en un color o cristalizar como niebla. Psique, eidolon, phantasma, genio, simulacro, daimon, diabolon… Ahora bien, el plástico no ha sido creado por lxs diosxs, sino por lxs humanxs. Es una síntesis técnica y, por lo tanto, artificial. Solo hace falta levantar la cabeza de este texto, la ubicuidad del plástico es total. Hoy en día, hay más plástico que personas. Y en esa relación quienes en todo caso están llamados a desaparecer somos nosotrxs. Porque el plástico conoce otra finitud. Una botellita de medio litro tarda más de 500 años en descomponerse. Además, en el caso del plástico no hay un más allá del ser porque tiene un sustrato material. Es visible y tangible. Tiene una materialidad posthumana. 

El 99% de los plásticos, al parecer, son producidos a partir de petróleo y gas natural. La ciencia actual dice que los plásticos son polímeros artificiales, fáciles de modificar y aptos para el comercio-mundo a gran escala. Pueden ser moldeados para cualquier pieza. Suelen ser ligeros y económicos. Y complementarse al añadir sustancias que mejoren sus propiedades, como resistencia y durabilidad. Pero la filosofía clásica ha tendido a separar la materia de la forma y a ver en lo análogo una monstruosidad. Porque si hay algo realmente sospechoso en el plástico, es su carácter fantasmático. Propiedades características de algunos plásticos -como la alta conductividad térmica, la resistencia a la temperatura, la expansión, el calor específico o la determinación de las temperaturas de transición vítrea- nos dan algunas pistas del terror cultural que produce esta materia-fantasma en nuestra mentalidad aún humanista. 

En el siglo XX, el plástico fue fundamental en procesos de globalización y estandarización de las formas de vida, desde las pantimedias hasta el reemplazo de la cirugía reconstructiva a la cirugía plástica . Tomó escala planetaria a partir de innovación en el campo de la guerra.

Por encima de las calles de la ciudad, adherido a las cosas y al aire mismo que respiramos, hay sedimentos en suspensión. Un polvo tóxico en bajas dosis. Otra dosis de horror: no es ni siquiera un material, sino un enjambre de materiales, un ensamblaje colectivo que da cuenta de las relaciones entre humanos y no-humanos, de cómo viajan minerales y metales que afectan los dominios de la economía, la política y hasta la salud planetaria: plomo, cromo, hollín de carbón, gases de todos los tipos, una fina capa de nitratos, hidrocarburos, hollín de carbón… En cada semáforo, los autos escupen a la atmósfera copos de microplásticos de los frenos deteriorados. Respiramos polvo de base química, orgánicos e inorgánicos, pero también inhalamos y luego exhalamos polvo de cosmos, materiales de otros planetas.  

Esto que parece una paradoja, lo explicó Bjork a mediados de los años noventa. Para ella, techno y naturaleza podrían en última instancia ser lo mismo. Y si estos dos conceptos hacen referencia a una misma cosa, estamos obligados a pensar de nuevo la relación entre pasado y futuro. De hecho, frente a un bucólico cuadro con una casa de madera en medio de la montaña un grupo cualquiera de mamíferos no-humanos, por ejemplo unos monos, podría decir que se trata de una fabulosa construcción techno, como una arqueología del futuro. Mientras, si quien observa es un grupo de humanos, su impresión sería la de estar delante de una representación de la naturaleza en todo su esplendor.  Sin embargo, no se trata de si la escena fue o no construida por la mano y la mente humana, sino de poder habilitar la navegación -por medio del arte- entre esos dos polos, techno y naturaleza, y por lo tanto poder estar en el ser y el ahora de las cosas mismas.   

4.

Cada partícula de polvo lleva con ella una visión singular de la materia, del movimiento, de la colectividad, de la interacción, del afecto, de la diferenciación, de la composición y de la oscuridad infinita. 

Reza Negarestani. Ciclonopedia

“El medio abre posibles”, dice el libro de Vinciane Despret sobre la salud de los muertos, donde la autora belga se hace una pregunta clave: ¿Qué sabemos de lo que sigue sintiendo el cuerpo una vez que deja de respirar? ¿Qué respondería Friedrich Jürgenson (pintor, parapsicólogo, cantante de ópera y cineasta) a un interrogante tan sutil? La mañana del 12 de junio de 1959, en Estocolmo, Jürgenson registraba el canto de los pájaros en una campiña cerca de su casa. Tras la sesión de lo que hoy llamaríamos grabación de campo, reprodujo la cinta de magnetófono y escuchó, sorpresivamente, una banda de susurros de personas conocidas que habían fallecido junto a muchas otras voces y manifestaciones, casi inaudibles, de otras personas totalmente desconocidas para él. Esta forma de sintonizar con la materia espiritual y sus ecos espectrales, con la vida después de la descomposición de la carne, representa la dimensión mistérica del progreso y los medios electrónicos. Un lado B que contrasta con lo que muchos estudios de antropología ingenua suelen repetir: cómo el boom de los espiritistas los albores del siglo XX discurre en paralelo a la proliferación de campos electromagnéticos creados por cargas eléctricas de origen “artificial” que lograron eclipsar el poder de seres sobrenaturales como los vampiros y revenantes para acechar e intentar instruir a lxs vivxs.  

La artista sonora Ailin Gran (a.k.a. Aylu) fue quien nos hizo pensar en su historia. El final de Jurgenson no fue alegre. Su vida, tras aquel hecho espiritista, acabó convertida en una película de terror. Buscando título para su intervención en la muestra de la Fundación Andreani que sirve de pretexto para este ensayo, Ailin propuso la palabra “acusmática”, que se refiere a composiciones sonoras que existen únicamente como grabaciones de audio que, por medio de una síntesis electrónica, ponen el foco en un objeto que se oye pero sin poder distinguir cuál fue su causa real. A los discos en vinilo aún los llaman plásticos. La obra de Aylu, en el contexto de una muestra de artes visuales, moviliza una sinestesia incómoda en la que el espacio se transforma en un todo plástico, que penetra los oídos como el prāṇa y no da lugar a un enfoque monopólico en otro tipo de imágenes. Con las orejas llenas, todo lo que está en la habitación baila movido, como el origen del plástico, por fuerzas sobrenaturales. De modo que el acompañante perfecto para ese estado de psicodelia geológica es lo que, a primera vista, parece una alfombra plástica realizada por Nicolás Gullotta. La propuesta surge de la insuficiencia de la visión para captar los mundos que habitan la materia. En su trabajo, siempre está la pregunta por cómo la percepción, que parece tan natural, es fabricada. Esta no es la primera vez que sus obras se abren a lo minúsculo, a la poética del exceso industrial. Su pieza habla de lo que queda, lo que sobra y de lo que no puede ser medido. Lo que se pierde, lo que resulta imposible de asir, la energía desperdiciada que no puede ser reaprovechada para nada más. En definitiva, ¿una alfombra intoxicada de polvo de plástico que no se puede pisar no se convierte irremediablemente en un cuadro acostado? En ambos casos, digamos, el espacio de lo visual se llena con otras informaciones que apelan a lo indirecto, a lo mediado, al sentido de los sentidos que (como decía Aristóteles) capta en segundo grado lo que captan (en el primero) los órganos sensoriales. 

Entidad sintiente, aunque anónima y en apariencia impasible. Su devenir infinito e insospechado nos acerca a una concepción ampliada del tiempo y los sentidos. Su estudio exige pensar en procesos mucho más largos que los de una vida humana, en los que la capacidad de actuar se mantiene vibrante durante milenios.

Entidad sintiente, aunque anónima y en apariencia impasible -sobre todo ante la significación del lenguaje ordinario y sus funciones emotivas o fáticas-, el plástico fue sintetizado “por primera vez” a mediados del siglo XIX. El devenir infinito e insospechado del plástico como parte del linaje del petróleo o “Lubricante eterno”, como era conocido en la antigua Mesopotamia, nos acerca a una concepción ampliada del tiempo y los sentidos. Su estudio exige pensar en procesos mucho más largos que los de una vida humana, en los que la capacidad de actuar se mantiene vibrante durante milenios. De hecho, como lo demostró Einstein con su teoría de la relatividad, el tiempo en sí mismo es plástico, tanto en su concepto como en su existencia como elemento del espacio. La Historia como aquello que queda determinado por el flujo y el reflujo del plástico puede ser considerada un ente espectral, que nos acecha desde el pasado más profundo y subterráneo para canibalizar lo que una vez se llamó Naturaleza. Desde este punto de vista, el futuro será un devenir plástico. 

5. CODA

Mientras caían lenta e imperceptiblemente millones de partículas de plástico sobre los árboles y el pasto de la reserva natural de Valle Hermoso, en Córdoba, el filósofo Raúl Rodríguez Freire daba una vuelta conceptual a la idea de reciclaje. Las primeras críticas al plástico se pueden comparar a la gran repugnancia que sentía Platón por la mímesis (y la analogía) como fuerza política: en ambos casos se subrayaba la artificialidad y la falta de agregado al mundo de aquello que no nos es dado por el mundo que precedió a la humanidad. Sin embargo, nada del mundo actual existiría sin el plástico, desde las partes postizas (más o menos necesarias) de los cuerpos hasta los autos, pasando por los colores, la ropa y los juguetes, casi todo lo que nos rodea es de polietileno de alta o baja densidad. El plástico es la gran metáfora, la gran materia de la filosofía y la política. 

Sin plástico, no hay segundas ni terceras naturalezas, no hay ecología ni lenguaje. 

Más allá de la plasticidad cerebral, tan célebre desde fines del siglo XX, todo lo que se reconfigura es plástico. Cada vez que nos preguntamos cómo hacer algo de manera diferente a las que ya se hizo queremos ser plásticas, como las artes. ¿Qué son la perspectiva y la representación si no formas de plasticidad y adecuación? El plástico nos pone frente al dilema heracliano, ¿qué es lo invariante que define lo variable? Finalmente, ¿qué posibilidades de decir “no” tenemos en un mundo plástico, que se estira para todos lados todo el tiempo?