Ensayo

Espert, la casta y el financiamiento de la política


Sociología del llanto

La salida de José Luis Espert expuso las fracturas internas del oficialismo y la fragilidad de un discurso que pretende ordenar lo social a “sangre y fuego”. Quien se subió al ring político gritando “cárcel o bala” terminó llorando en el aire de Radio Mitre. Tanto su figura como la de Diego Santilli traen al debate público la financiación de la política y de los candidatos. De dónde viene la plata será la pregunta que sobrevuele a esta campaña. En las dos semanas que quedan hasta las elecciones —¿y después?—, el Gobierno busca refugio en la casta que alguna vez juró destruir.

El candidato a sheriff bonaerense llora en un programa de radio. José Luis Espert se quiebra en el aire de Radio Mitre, frente al periodista Gabriel Anello. No sabe cómo despegarse del empresario Federico Machado —al que todos llaman Fred—, un presunto narco a quien la Justicia estadounidense quiere llevarse extraditado. El “profe” —como le dice Javier Milei— no pudo convencer a nadie sobre nada: ni por qué recibió 200 mil dólares, ni para qué eran, ni por los treinta y cinco vuelos que realizó en el avión del Machado. Espert mintió y lo atraparon. Quien se subió al ring político gritando “cárcel o bala” terminó desmantelando ese duro aspecto que había diseñado durante años como estrategia de su comunicación política. Ahora se presenta como víctima de operaciones políticas. O, como dice el presidente, chimento de peluquería.

Un sheriff con pies de barro.

Por presión o consejo de la Casa Rosada, horas después de ese programa radial decidió ampliar su explicación. El candidato reconoció finalmente su relación con el empresario y el cobro por una supuesta asesoría. Pero no clausuró las dudas, sino que las profundizó. Finalmente, pese al declarado apoyo público del presidente, Espert presentó su renuncia a la candidatura y a la comisión de Presupuesto de la Cámara de Diputados que presidía.

La Argentina nunca metabolizó a los sheriff. Todos terminaron mal, deslucidos. Sin grandes logros ni saltos políticos.

Para muchos en el gobierno fue un alivio. Las encuestas auguraban en Buenos Aires una paliza electoral mayor a la del 7 de septiembre. Los estrategas gubernamentales —quienes lograron imponer su postura en la Rosada— solo buscaban que la imagen de Milei no se erosionara aún más y que los futuros resultados les proveyeran a La Libertad Avanza la mayor cantidad de legisladores para acompañar las futuras reformas estructurales (aquellas que hoy exigen Donald Trump y el FMI). Estas elecciones serán el “material” de próximas decisiones de los oficialismos de Argentina y Estados Unidos. Todo se juega a dos bandas, como el dólar.

Existe una “sociología del llanto” en Espert sobre la que podemos plantear algunas cuestiones.

Primero, la Argentina nunca metabolizó a los sheriff. Todos terminaron mal, deslucidos. Sin grandes logros ni saltos políticos. Solo algunos ejemplos: el “Malevo” Ferreyra, Luis Patti, Aldo Rico, Alejandro Granados, Maximiliano Bondarenko, entre otros. El Gobierno no pudo instalar la figura del sheriff porque no hay un territorio social mayoritario para su aceptación y consolidación. Una parte de la sociedad se resiste a estas figuras y condena a personajes que reivindiquen ordenar lo social a “sangre y fuego”.

Segundo, en la sociedad argentina existen narrativas y memorias de la regulación y el control social que consideran al peronismo como uno de sus grandes promotores y gestores. Esto, por ahora, inhibe la consolidación de los sheriffs como grandes referencias del orden. Todavía no está del todo roto el vínculo social para la aparición de estas figuras. Y existe un dato político y simbólico interesante: quien denuncia y gestiona el game over de Espert es Juan Grabois, que proviene de un movimiento político —aunque maltrecho— con una idea de orden social que no se construye a sangre y fuego.

La opción “cárcel o bala” que habitaba la lengua de Espert nos remite al binomio lexical instalado por Pablo Escobar “plata o plomo”; un interesante descuido en su comunicación política.

Tercero, la falta de empatía con la victimización de Espert está directamente vinculada con la pérdida de empatía de un gobierno que va restando apoyos y sensibilidades. En una rápida “sociología del llanto”, vemos ese “dolor o herida” por la ausencia de actores, actrices y dirigentes vinculados a este gobierno decididos a sostenerlo. Roma no paga traidores ni sostiene a políticos que pongan en duda la viabilidad del imperio.

Cuarto, la opción “cárcel o bala” que habitaba la lengua de Espert nos remite al binomio lexical instalado por Pablo Escobar “plata o plomo”; un interesante descuido en su comunicación política. Si bien hace tiempo que esta opción de hierro no aparece en su vocabulario con frecuencia, la reflotó hace algunos días cuando dijo que “para los narcos es bala o bala”. Es posible que el escrache en la puerta de su casa y el clima social crítico con el Gobierno lo hayan obligado a degradar su beligerancia discursiva. Lo que parece que Espert nunca pudo desterrar es lo que producen las palabras. Ellas funcionan como pesos simbólicos que se instalan en el cuerpo de un político y como diseñadoras de un lugar en el debate político. Sus palabras modelaron al personaje, su estética, su tono de voz y al final de todo lo aprisionaron en un lugar, lo apretaron tanto que no pudo salir.

Quinto, el cruel asesinato de tres mujeres en manos del narco provocó sensibilidades sociales y estupores que terminaron contaminado aún más la relación —poco explicada— entre el diputado de la Libertad Avanza y una persona acusada de tener vínculos con el narco por la justicia de Texas. La estrella de Espert se fue apagando y quedó inscripta en las cadenas significacionales del triple crimen.

“Cárcel o bala” también choca con una cuestión mucho más profunda: ningún orden social sólido se construye con cárcel o bala.

Sexto, la idea de “cárcel o bala” también choca con una cuestión mucho más profunda: ningún orden social sólido se construye con cárcel o bala. Ni siquiera un político tan preocupado por la inseguridad como Nayib Bukele se hubiera animado a tanto. Posiblemente, Espert debería haber recordado a Talleyrand, el ministro de Relaciones Exteriores de Napoleón, cuando decía que “con las bayonetas se puede hacer cualquier cosa menos sentarse sobre ellas”. Ningún orden puede construirse y sostenerse a sangre y fuego. Es una fantasía sádica que circula en los debates políticos y electorales. Puede tener cierta efectividad, pero no es viable para consolidar un orden con grandes consensos sociales.

José Luis Espert se retiró del juego y el Gobierno nacional, casi como una tendencia que se viene consolidando desde el 7 de septiembre, fue al encuentro y salvataje de Mauricio Macri. Una vuelta a la casta, a ese lugar donde reside un poder que conoce los resortes y pasillos del Estado. La familia Macri siempre fue una gran proveedora de bienes y servicios al Estado, por lo que hoy el expresidente puede extender su proveeduría a las necesidades de un oficialismo que necesita aliados y dirigentes que colaboren en la ampliación de la base política.

Macri siempre estuvo cerca, y esta cercanía tendrá sus beneficios a partir del 27 de octubre. Diego Santilli —considerado como “blandengue” por el propio Espert y como “engendro corrupto” por Milei— entró en escena. Busca dotar al gobierno de la experticia de la “casta”. El “Colo” representa la propia “falta” de un gobierno que hace algún tiempo abandonó la motosierra y el insulto contra los políticos tradicionales. Siempre es bueno descansar en la casta cuando las cosas empiezan a caerse. Los políticos tradicionales, en determinados momentos, pueden ofrecer una idea de previsibilidad y orden. El mileísmo es una esponja: quien fuera su enemigo ahora se integra a su estrategia. Lo adoptan y lo metabolizan de forma acelerada.

Milei fue al encuentro y salvataje de Mauricio Macri. Una vuelta a la casta, a ese lugar donde reside un poder que conoce los resortes y pasillos del Estado.

La presentación de Santilli en Mar del Plata junto al presidente, diecinueve días antes de los comicios, también introdujo un discurso sobre la inseguridad. “Narcos y chorros, vamos a hacer que la pasen mal”, advirtió el presidente. Si el oficialismo mantiene este registro se inscribirá en narrativas punitivistas no tan extremas como las que ahora ensaya Patricia Bullrich o, en su momento, el propio Sergio Berni. Hay algo de cierta moderación electoral que empieza a percibirse en el abandono de una idea de sangre y fuego para la construcción de un orden. Una moderación que será puesta a prueba por el propio Milei después del 26 de octubre: deberá decidir si busca maneras de ampliar el consenso político con algunos gobernadores, negociando su agenda, o si decide profundizar su beligerancia e ir contra el “sistema”.

En el acto de presentación de su libro La construcción del Milagro en el Movistar Arena, Milei mostró las dos “almas del gobierno”: por un lado, la reivindicación de sus sectores más duros, alimentado la belicosidad contra el kirchnerismo y el “socialismo”. Buscó prender el “surtidor” simbólico para quienes se identificaban con la “demolición de hoteles”. Por otro lado, la llegada de Santilli y el fortalecimiento de la alianza con Macri. “Fuego” a sus fans y (cierta) moderación para sus aliados.

Finalmente, como la Justicia rechazó el pedido del Gobierno para que el “Colo” encabece la lista, irá detrás de Karen Reichardt. Es otra derrota para La Libertad Avanza, en una serie que va desde el caso LIBRA, la caída de los vetos, la convulsa situación económica y hasta la salida de Espert. Santilli no solo tendrá que lidiar con ser el candidato elegido por Milei y su efectivo lugar sino con el “síndrome Espert”. Leonardo Cositorto, el líder de Generación Zoe condenado por haber perpetrado más de mil estafas, aseguró este miércoles haber aportado más de 30 mil dólares para la campaña de Santilli en 2021. Todavía nadie lo desmintió.

Espert y Santilli traen al debate público la financiación de la política y de los candidatos. De dónde viene la plata es la pregunta que sobrevuela esta campaña

El elegido deberá clausurar una sensación: la de que la lista de diputados en Buenos Aires está signada por los vínculos con delincuentes y narcos. En este lodazal, Espert y Santilli traen al debate público la financiación de la política y de los candidatos. El desprecio al Estado y la venta de candidaturas —realizadas por La Libertad Avanza en 2023— habilitaron y profundizaron la búsqueda de financiamiento privado. Un financiamiento, como sabemos, con pocas regulaciones y zonas grises que se mantiene desde hace años. El gobierno pugna por una reimpresión de las boletas para sacar la cara del excandidato. El ministro del Interior, Lisandro Catalán, estimó que la reimpresión supone un gasto extraordinario de 12 millones de dólares del que se haría cargo el Estado. De dónde viene la plata es la pregunta que sobrevuela esta campaña. Inclusive existen interrogantes sobre el financiamiento del Movistar Arena.

Si esta incertidumbre no se cesa y cada vez circula con mayor velocidad, terminará erosionando al propio presidente y a su elenco gubernamental. Empujando, inclusive, a que otros legisladores o candidatos sean vinculados a financiamientos no lícitos. Milei está en problemas, todo lo vinculado a financiamiento político atraviesa una turbulencia de dudas, inclusive el apoyo económico norteamericano que es resistido por la oposición demócrata y los farmers sojeros del norte.

Espert —entregado sin pena por el oficialismo— devuelve su “placa” de sheriff y se prepara para enfrentar cargos en la justicia. Machado, quien en declaraciones radiales profundizó sobre su relación con el “profe”, será extraditado a un país que vuelve a reeditar su “guerra” contra las drogas. Milei decide retomar su agenda a poco más de dos semanas de las elecciones con el impulso a los suyos en el Movistar Arena y a la candidatura de Santilli. Tiene un gran desafío: enterrar al sheriff y buscar la manera —hoy bastante infructuosa— de contener a los propios, hacer una elección que le otorgue algunos recursos legislativos y políticos para estabilizar la economía y así llegar a 2027.