Martín Caparrós tiene una sombra característica. Si junto a estas letras en vez de una foto de él hubiera una silueta, también lo reconoceríamos. La falta de pelo acentúa la curvatura de la cabeza, el bigote enrulado le da al perfil una matiz intelectual.

Licenciado en historia en París, Caparrós dirigió revistas de libros y de cocina, recorrió medio mundo, tradujo a Voltaire, a Shakespeare y a Quevedo, recibió el premio Planeta, el Rey de España y la beca Guggenheim.

Su 10 de noviembre de 1991 tuvo 32 horas. Otras veces, por los viajes en avión y los cambios de husos horarios, los días le duraron 15 o 19. “El tiempo, entonces, se estira suavemente o se contrae, pierde esa majestad de mármol que es su bien más monstruoso: se hace ligeramente falible”, escribió en uno de sus libros.

Caparrós que plantó un limonero, tiene un hijo y lleva publicados 22 libros, empezó a hacer crónicas para viajar y luego viajó para hacer crónicas. Esta vez, sin embargo, fue a Corea del Sur pero no escribió.

Cuando tenía ocho o nueve años, le encantaba entrar en el laboratorio que su papá tenía en la casa. Aunque en ese momento no lo sabía, compartir ese lugar oscuro con él era una forma silenciosa de quererlo.

Años más tarde, su primer trabajo fue en un estudio de Villa del Parque. Los primeros cuatro días sacó fotos de bebés. El quinto no fue: lo echaron. Luego, entró al diario Noticias.

Después vino el resto, pero le gusta sacar fotos. No lo considera un trabajo. “Es como ir por ahí, jugando”, comentó alguna vez. También dijo saberse un fotógrafo correcto, con fotos totalmente publicables, no peores que las de muchos otros, pero sin talento.

¿Hay que creerle? ¿O es parte de una pose? Las fotos de Corea que publicamos en Anfibia, son buenas en serio.