Ensayo

Tres historias argentinas


Sujetos, herederos o deudores

La investigación histórica a veces logra no sólo enlazar el pasado con el presente, sino proponer un punto de vista original sobre aquello que estudia. Ese tipo de textos interpelan nuestro lugar como sujetos, herederos o deudores de esas historias. En este ensayo Raquel San Martín comenta tres libros producidos por investigadorxs de la Escuela Interdisciplinaria de Altos Estudios Sociales que además tienen la ambición de contar historias con minúscula y hasta pueden disfrutarse como relatos de ficción.

Casi al final de su libro Bien vestidos, María Isabel Baldasarre apunta: “Lo bueno de cualquier proceso de escritura sobre el pasado es que en ese mirar atrás nos vemos interpelados sobre nuestro lugar como sujetos, herederos o deudores de esa historia”. Es una muy buena síntesis de lo que se le suele pedir a la Historia con mayúsculas, como ciencia social: que al contarnos el pasado ilumine algo de nuestro presente, al menos para mostrar que lo que hoy consideramos novedoso e inédito suele tener raíces antiguas. Como el “es más complejo” de otras ciencias sociales, la Historia tiene su “esto ya pasó”. Lo paradójico es que a menudo la investigación histórica logra este efecto no tanto forzando lazos con el presente en que la leemos, sino eligiendo un punto de vista original sobre su propio objeto del pasado. Un recorte que al iluminar bien de cerca no haga más oscuros los alrededores, sino todo lo contrario.

Los tres libros de publicación reciente que nos ocupan en esta nota comparten ese esfuerzo. También comparten un primer lector objetivo: mayoritariamente investigadores e investigadoras del ancho campo de las ciencias sociales, como veremos, aunque su ambición de escritura logra reproducir esas historias con minúscula y personajes reconocibles que los hacen muy aptos para lectores que prefieren evitar las notas al pie y dejarse llevar por el texto como en un relato de ficción. 

La moda como norma y como rebelión

Hablemos de puntos de vista, entonces, de recortes que amplían. Bien vestidos. Una historia visual de la moda en Buenos Aires (1870-1914), de María Isabel Baldasarre (editado por Ampersand en su colección Estudios de moda), es una indagación en lo que la autora llama “la cultura del vestir” en una Buenos Aires que se modernizaba aceleradamente y se convertía, gracias a nuevas pautas de consumo, en un centro privilegiado de emulación de las tendencias europeas (sobre todo francesas e inglesas) de la vestimenta. 

La autora es doctora en Historia del Arte, profesora de la Escuela Idaes y actual directora de Museos del Ministerio de Cultura nacional, y ha investigado sobre el coleccionismo de arte en el siglo XIX y comienzos del XX: todo esto para decir que su enfoque es la cultura visual. El libro explora su objeto a través de una lista variadísima de fuentes: fotografías de estudio y otras de la vida cotidiana de la ciudad, libros dedicados a la enseñanza de la costura, guías comerciales, publicidades (algunas de una modernidad asombrosa), figurines, notas en distintas revistas de las tantas que surgieron y tuvieron un público ávido en ese entonces, caricaturas -el humor se revela como gran crítica de costumbres-, reseñas de espectáculos. 

Sigamos con el recurso de la enumeración, porque es a través de fragmentos que quien lee se encuentra de pronto inmerso en aquellas calles que bullían de actividad, de contrastes sociales, de novedad y de ruptura: en el libro se describe la actividad de las monumentales tiendas departamentales y una red de pequeños comercios que aumenta de manera acelerada a la par del crecimiento de la población, la tarea de las costureras y sastres con su variedad de especialidades y su voluntad de organización gremial, el mundo del espectáculo, que proveía celebridades internacionales y locales que marcaban tendencia, la difusión hogareña e industrial de las máquinas de coser, la práctica de “dejarse ver” en la calle Florida o en la rambla de Mar del Plata, los encendidos debates que suscitaba el uso del corsé, las prácticas de vestimenta arriba, en el centro y abajo de la escala social.  

El guiño al presente está en al menos dos aspectos. Uno en que, como dice la autora, el período del que se ocupa el libro “a la vez modeló y fijó gran parte de los comportamientos vestimentarios que marcaron la vida del siglo XX”, como el imperativo de “estar a la moda” y renovar el guardarropa y, aquí el segundo punto, “la alianza entre diferencia sexual e indumentaria”. Un hilo que recorre el libro tiene que ver con la normalización de la vestimenta para hombre y para mujer que se da en aquellos años, el papel reservado a uno y otro sexo en relación con la ropa -la mujer gasta, el hombre paga-, pero también las resistencias, escamoteos y liberaciones de aquellas rigideces. Entre ellas, la transgresión del travestismo, que fascinaba a porteños y porteñas, si bien todavía limitado al espacio de ficción que permitía el teatro. O el modo en que la aparatosa ropa femenina fue volviéndose cada vez más liviana y cómoda para mujeres que usaban el transporte público, trabajaban y hacían deportes. 

El anarquismo porteño: una idea mediática

Del mismo período histórico se ocupa Cuando el anarquismo causaba sensación. La sociedad argentina, entre el miedo y la fascinación por los ideales libertarios, de Martín Albornoz, que acaba de publicar Siglo XXI en su colección Hacer Historia. Es una experiencia interesante leer ambos libros continuados, para terminar de completar en la imaginación la vida intensa de la Buenos Aires de entonces (¿de siempre?). Albornoz, que es doctor en Historia y también profesor de EIdaes, se propone explícitamente escapar de las tradicionales miradas sobre el anarquismo -como parte de la constitución del movimiento obrero o como una “cultura”- y mostrarlo como “la expresión de un imaginario social tramado en íntima relación con la modernización periodística”. Antes que una presencia, el anarquismo fue una idea construida por la prensa, apunta el autor en una muy interesante charla con el historiador Roy Hora, en el podcast HistoriAr, de Asaih

Como muestra a través del análisis de una variedad de fuentes -de notas en la prensa a discursos parlamentarios, de documentos policiales a estudios criminológicos, de novelas a artículos de opinión- el anarquismo, que aparece en Buenos Aires en la década de 1890, tuvo un rápido éxito mediático que retroalimentó la propia construcción del movimiento. Anticipado por las noticias de los atentados y magnicidios que llegaban entonces de Europa, y que porteñas y porteños consumían con avidez, entreverado en la historia de la ciudad, tan narrado como temido y deseado, el anarquismo fue un fenómeno político y cultural intenso y, a contramano de lo que suele analizarse, y aquí está uno de los puntos originales del libro, no siempre denostado (incluso justificado, y defendido, por voces policiales que entonces se hacían eco de la “cuestión obrera”). 

Anarquista era el dinamitero, pero también el orador persuasivo e intelectual; el fanático y provocador que denunciaba el socialismo, pero también el tibio e inofensivo libertario; el delincuente patológico que describía Cesare Lombroso pero también el “tipo psicológico” que desconcertaba a los criminólogos locales y suponía un desafío mayúsculo para la policía (entre cuyos miembros menos encumbrados, que ya entonces cobraban magros salarios, se contaron varios anarquistas). 

Como describió el jurista cordobés Cornelio Moyano Gacitúa en 1894, los anarquistas “no son locos y obran como locos, son todo y nada, mezcla informe de delirio y de razón, de fatalismo y voluntad”. Las percepciones cambiarían en buena medida al comenzar el siglo XX, cuando Buenos Aires fue escenario de atentados resonantes como los que, una década atrás, se suponía que la cultura local podía desincentivar. Los tiempos fueron cambiando hasta que, alrededor de 1910, un escritor libertario pronosticaba con pesar -y con razón- que “los anarquistas parecerán algún día anticuados y demasiado tímidos”.

Quizás la mejor síntesis de la voluntad de Albornoz al sacar al anarquismo de la historia de la izquierda, y dejar hablar a las fuentes que lo muestran como un fenómeno mediático y espectacular, esté en las palabras de Carlo Ginzburg que el autor cita al final del libro: “en las huellas del pasado pueden oírse ‘voces no controladas’ ni por quienes las emitieron ni por los historiadores”. Hay varias líneas de lectura posibles: para el historiador profesional del período, pero también para los interesados en el devenir de la vida porteña, el crimen, los medios de comunicación y el periodismo e incluso para los que quieran leer, al fin, una novela por otros medios. 

Historia de una derrota

En aguas más turbulentas -por lo próximas en el tiempo y por lo pobladas de memorias e interpretaciones- se anima Hernán Confino con La Contraofensiva: el final de Montoneros, publicado por Fondo de Cultura Económica, que bucea en ese período poco estudiado desde la historiografía (y más bien evocado desde la memoria o el testimonio). La Contraofensiva -la estrategia propagandística, política y militar lanzada a fines de 1978 por la conducción de Montoneros desde el exilio con el objetivo de organizar el regreso a la Argentina y alimentar el descontento social con el régimen militar- no es tratada en este libro ni como excepcionalidad ni como desvío, sino dentro de un devenir histórico que la explica y, sobre todo, en el marco de la experiencia del exilio, que fue tan diversa como sus protagonistas. En México, en España, en Suecia, en Cuba, existió tanto la denuncia en foros internacionales como la continuación de la militancia, la “sobrevivencia pasiva” como la radicalización. Fuera del registro periodístico y de las memorias testimoniales -aunque abreva en ambos-, este libro es la historia de una derrota que solo se explica enraizada en la trayectoria anterior del movimiento y como preámbulo de lo que siguió. 

“La mayoría de la literatura que hay sobre la Contraofensiva no es de reconstrucción histórica sino de análisis político, lo que yo llamo la hermenéutica de la derrota, pensar ‘en qué momentos nos desviamos’. La Contraofensiva hay que entenderla como parte de un mismo repertorio político que Montoneros venía desarrollando”, dice Confino, doctor en Historia y docente de EIdaes, en un video sobre el libro producido por esa institución. La reconstrucción es minuciosa y apasionante: documentos partidarios, boletines internos y prensa de Montoneros, testimonios grabados de archivos públicos, entrevistas a ex militantes realizadas para el libro y documentos de inteligencia producidos durante la dictadura van armando un relato en el que las grandes líneas políticas se nutren de -otra vez- las pequeñas historias. Imposible entender cabalmente este proceso político tan complejo sin sumar las experiencias de los hombres y mujeres que pusieron literalmente el cuerpo -la vida- en la decisión del exilio, aceptaron o no el regreso, enfrentaron las consecuencias de la disidencia y se arriesgaron o no a la posibilidad de la muerte. 

Hay en este libro también varios niveles de lectura: los y las especialistas en el período encontrarán reveladores algunos hallazgos, como la diversidad de motivaciones que tenían quienes decidieron aceptar la estrategia de la Contraofensiva, o la minuciosa reconstrucción del destino de quienes fueron entrenados y regresaron clandestinamente al país para encarar lo que sería una derrota. Pero el lector interesado aprovechará además la reconstrucción del funcionamiento de las redes revolucionarias fuera del país, las evidencias de infiltración del régimen militar en el movimiento y el modo en que la conducción cuestionada respondió a las disidencias internas. La ampliación del punto de vista en este libro suma, además, la voluntad de mostrar la transformación que se dio en la oposición a la dictadura entre fines de la década del 70 y principios de la década del 80, que pasó, como dice el autor, “desde las coordenadas de la revolución hacia las de los derechos humanos”.

En la introducción del libro, Confino señala una característica común a la historia reciente: “la resignación del especialista a no poder sostener el monopolio interpretativo del pasado que estudia”. Si se nos permite extender ese estado de ánimo a la tarea de la Historia en general, quizás pueda verse como la garantía de un trabajo historiográfico ambicioso y vital, como el que estos tres libros testimonian que se sostiene en la Argentina actual. No es poco.