Fotos: Télam.
El sábado 7 de agosto de 2021 se hizo claro que la pauperización pandémica -y no sólo pandémica- de los sectores populares tuvo su contrapunto en la transformación de las organizaciones sociales de los sectores populares que, entre tanto castigo proveniente de las fuerzas políticas, de los consensos excluyentes y del propio averno, surgen renovadas y pertinentes para atender uno de los momentos más críticos de la historia del país. Si alguien que observó las manifestaciones, acampes y piquetes de los años 2000 se hubiese dormido en aquella época y despertado de repente en la movilización de la Unión de Trabajadores y Trabajadoras de la Economía Popular (UTEP) del sábado pasado habría sentido un contraste madurado a lo largo de años y de sismos: el gran estancamiento, el macrismo, la pandemia.
Una multitud marchó con el equipamiento habitual para estas ocasiones pero calma y ordenada, explorando un espacio urbano que no conocieron en su vida y del que una parte estuvo lejos por la amalgama de aislamiento sanitario y por el agigantamiento de las distancias que trae el empobrecimiento permanente. Y en ese contexto eran conscientes de que lo que debe producir su presencia es atención y no temor. Un logro porque a lo largo del recorrido, que fue de Rivadavia y Cuzco hasta la Plaza de Mayo, no hubo un solo incidente y, cómo lo observo Martín Navarro, no hubo comerciantes que corrieran presurosos a cerrar sus persianas atemorizados y los restaurantes cedieron sus baños a filas organizadas por quienes precisaban instalaciones sanitarias o agua para el mate. Una discreta solidaridad respecto la marcha fue evidenciada por la excepción gritante de un balcón al que salió una vecina para tronar el consabido “hay que la-bu-rar” (lo que pedían justamente los manifestantes) con una agresividad que excedía a cualquiera de sus potenciales causas, incluso el empobrecimiento de las clases medias.
No atribuiría exclusivamente al marco religioso de la actividad la mínima presencia de alcohol, porro, incluso tabaco. Y esta no es una observación moralista para que alguien en un ataque “lospiojoscentricidad” venga a cantarme Juan Pedro Fasola. La escasez, la colectivización e intensificación de criterios alimentarios y sanitarios vienen constituyendo en parte del mundo popular un estilo de vida que, sobre todo, impulsan decenas de miles de mujeres que anclan en los cuidados y en las redes comunitarias su conexión con las organizaciones sociales y proyectan desde ahí una transformación política. Para no exagerar pongo parámetros específicos para mis afirmaciones: la movilización de ayer fue centralmente la de la organización tramada alrededor de las conquistas de la ley de emergencia social y del vertiginoso rediseño de la vida cotidiana que impuso la pandemia en el seno de las organizaciones sociales. Las organizaciones sociales, las redes comunitarias, los “planes” han articulado un frente sociopandemico en el que las mujeres son y se reconocen clave.
Emilio Pérsico distingue en las clases trabajadoras la crema, la leche y el agua. Respectivamente la minoría de los trabajadores integrados de plantas reconvertidas, un sector más grande de trabajadores no reconvertidos (a muchos de la UOM, textiles y los trabajadores de la economía popular (fábricas recuperadas, cooperativas, los cartoneros). El sábado se movilizó, permitanme confundirlos, “la crema del agua”: gente de los barrios que apoyada en una dotación de recurso que integra su posición en el barrio, los recursos estatales y el aporte estructurante de las organizaciones sociales. Una legión en la que predominaban mujeres y jóvenes apoyados en la experiencia previa de una generación de líderes que con los conflictos lógicos va cediendo lugar. Así, del pueblo también estaba presente una nueva generación de dirigentes sociales que emerge de ese mismo pueblo sorprendiendo a la generación que venía, más directamente de “la política”, “la ideología” y de otra experiencia social. La alegría de Francisco Longa, sociólogo, militante y autor de un libro notable sobre el Movimiento Evita, condensaba la expresión de muchos dirigentes que sienten la emergencia de relevos.
Mujeres en la lista de oradores principales, mujeres en el palco, mujeres conduciendo las columnas, mujeres liderando grupos dentro de las columnas, mujeres ordenando el curso de la marcha. Mujeres pobres y mujeres jóvenes. Y no fue lo único novedoso en una marcha que no fue una más, no fue la misma marcha de siempre, aunque ninguna marcha es la misma de siempre nunca. Si las columnas piqueteras fueron siempre un refugio vital en el que las mujeres eran un foco notable, las columnas de las organizaciones sociales de ayer exhibían el impacto combinado de transformaciones económicas, generacionales y políticas que incluyen, de forma privilegiada, la forma en que en una parte de los sectores populares se despliegan trayectorias de emancipación de las mujeres de sectores populares que no responden a la misma secuencia en que esto se vive en Almagro. El feminismo no se transmite ni lineal ni radialmente del centro a la periferia, pero la ola de los últimos años sigue girando y en los sectores populares parece dar, entre otros resultados, el de habilitar el mando y la disputa por el mando en todos los planos (algo que me sugirió en la marcha Paula Abal Medina).
La generación que protestó en los 2000, hoy cabezas de familia, personas grandes, cede en protagonismo y número a la presencia de una nueva cohorte que se ha educado políticamente entre el agotamiento del impulso económico de la primera década del siglo, las violencias policiales, presupuestarias y simbólicas promovidas por el gobierno republicano, la pandemia, la fragmentación de los barrios y la ambigua situación de un gobierno que, como subraya Emilio Pérsico, los ve pero no los entiende.
Las brumas y las urgencias de la pandemia apenas se disuelven y dejan ver el paisaje después del desastre. A las pérdidas de vidas, patrimonios, empleo y salario se le suma el rediseño de reorganización de la sociedad que, tal vez más que nunca, ocurrió en una especie de opacidad que hoy ofrece sus emergentes. El reclamo de trabajo en el día de San Cayetano profundiza el surco en el que una corriente de la fe de los sectores populares adquiere contenido social y político a través de una historia que tiene hitos memorables como el 1981 en que Ubaldini hizo visible el caos económico que dejó la dictadura o el más cercano 2016 en que las mismas organizaciones que se movilizaron ayer lograron la sanción de ley de emergencia social, que fungió como un reparo en los tiempos en que el macrismo en el poder se dedicó deplorar a todo argentino que no fuera ni quisiera ser Marcos Galperin.
Las organizaciones sociales de los excluidos son la senda de doble vía en que la sociedad se politiza y la política se socializa: a través de esas organizaciones los excluidos se hacen parte del país que no sabe cómo dejar de ser excluyente y el Estado genera ínsulas de paz e inclusión en territorios partidos entre el desaliento, los micropoderes locales despóticos y violencias.
Los tiempos actuales son complejos: el desprecio por los pobres no se ejerce desde el gobierno pero la pobreza aumenta por la fuerza inercial del desastre heredado, por las consecuencias de la pandemia y porque el único acuerdo que parece que tienen las elites es que se necesita un rumbo. La política mira ansiosamente a la sociedad para encontrar allí un matiz que permita inventar un programa en el que dotar de vigor los imposibles compromisos con un capitalismo de ventajistas que riñen entre sí por tajadas de corto plazo. ¿Qué se ofreció ayer a esa mirada de la política? El hecho de que para los sectores populares la pandemia haya sido un mazazo en zonas previamente fracturadas no debe impedir la percepción de un hecho trascendente: la pandemia también ha consolidado una notable transformación en las organizaciones sociales que desde 2001 son parte del arreglo sociopolítico mínimo de nuestro país.
Entre discursos desarrollistas sin conciencia de las oportunidades, desafíos y balances del desarrollo y el cosmopolitanismo superficial de unas elites que tan poco preparadas que no saben decirnos cuánto empleo podría crear su propuesta de repartir la patria entre sacrificios para todos e incentivos para la autopropuesta vanguardia del crecimiento, los excluidos rompen el espejo ahumado de las ilusiones menos esperanzadoras de los últimos 50 años.
Norma Morales, Secretaria Adjunta de la UTEP, una de las oradoras, dijo: “hoy venimos a presentar una agenda. Esta es la agenda de los movimientos sociales, de la economía popular”. En el sistema de engranajes excéntricos que es el Frente de Todos esto es menos una crítica que un impulso a que ese metabolismo actúe. Es un grito que debe abrir una conversación y un llamado de atención: detrás del último parapeto que se trama entre organizaciones sociales y redes comunitarias hay un mar de dolor.