Ensayo

El nuevo rumbo de la economía


Un horizonte para recuperar capital político

Si la salida de Kulfas lo había dejado agonizante, la renuncia de Guzmán termina de jaquear las posibilidades políticas del albertismo. La discusión sobre la salida a la crisis, que quedó expuesta con la profundización de las internas, no puede ser leída sólo como una crisis del oficialismo: es un síntoma más amplio de la lucha de intereses, con cuatro modelos en disputa. La designación de Silvina Batakis abre por primera vez la posibilidad de cambiar el rumbo real de la política económica, una decisión que debe ser tomada en el contexto de un mapa fragmentado, con discusiones fundamentales al interior del Frente de Todos, pero también en la oposición.

La intervención de Cristina Fernández de Kirchner en la Universidad del Chaco Austral, el 6 de mayo, abrió un momento político de intensificación de las disputas por el rumbo económico que ayer sumó un nuevo episodio, esta vez trascendental para lo que resta de gobierno del Frente de Todos. En lo político, con la renuncia de Martín Guzmán, el presidente pierde al funcionario por el cual había apostado desde el primer momento para salir de la crisis económica a través de la moderación y el dialoguismo permanente. Si la salida de Kulfas lo había dejado agonizante, la dimisión del ministro de Economía termina por jaquear las posibilidades políticas del albertismo: la peculiar muerte de lo que nunca traspasó el plano de las ilusiones.

La llegada de Silvina Batakis al Ministerio de Economía abre por primera vez una posibilidad real de modificar el rumbo. Sin Guzmán, el juego está abierto y puede decantar hacia otros modelos y salidas alternativas a la crisis. Esta es la disputa que quedó expuesta y a la vista de todos, pero no puede ser leída sólo como una crisis del oficialismo, sino que está atravesada y es un síntoma de la lucha de intereses en el campo político y económico más amplio. 

Al contrario de lo que se repite de manera incesante, en Argentina no hay “dos modelos de país en disputa”. Solo dentro de la alianza del Frente de Todos podemos identificar cuatro según sus principios ideológicos, las soluciones que plantean a la restricción externa, el tipo de distribución del ingreso que promueven y la relación que mantiene con el propietarismo –entendido como la ideología del respeto irrestricto, casi religioso, del derecho a la propiedad privada–. 

De manera esquemática, estos cuatro modelos son:

1. El modelo Nac & Pop

El modelo nacional y popular que le da un lugar central a la redistribución progresiva del ingreso mediante una intervención directa del Estado en la economía, relegando la importancia del equilibrio fiscal. 

El principio ideológico fundamental es la justicia social y tiende a priorizar al mercado interno fomentando el aumento de la demanda. La adhesión al propietarismo es relativa: esta tiene una función social y está sometida a los objetivos de política económica y el bien común. 

Este es el modelo que sostiene el sector kirchnerista e históricamente ha caracterizado al peronismo –ante dudas morenistas, véase el Capítulo IV de la Constitución de 1949–. No es un detalle menor que uno de los hechos políticos más relevantes de las últimas semanas haya sido el acto por los 100 años de YPF. La empresa petrolera, más allá de su larga historia, es un símbolo del gobierno de Cristina Kirchner, precisamente porque fue recuperada por el Estado nacional. Y en ese acto, la vice eligió ese posicionamiento para establecer el antagonismo con sus adversarios políticos cuando desplegó las tapas de Clarín y La Nación que titulaban: Comienza la fase expropiatoria del kirchnerismo

Y si de símbolos y propietarismo hablamos, quizás uno de los hechos más determinantes del destino del gobierno actual fue la decisión de estatizar la empresa Vicentín y luego dar marcha atrás. En términos de la disputa por los modelos económicos al interior del Frente de Todos, en el acto por los 100 años de YPF, Kulfas y Alberto Fernández estaban jugando de visitantes.

2. El modelo fiscalista ortodoxo

Contrapuesto a la visión nacional y popular está –o estaba– el modelo fiscalista ortodoxo de Martín Guzmán, que le dio prioridad al equilibrio fiscal y a la necesidad de sanear las cuentas del Estado para hacer frente a las deudas y, luego, generar las bases para un crecimiento sostenido.

La consecuencia del equilibrio fiscal en el largo plazo es que permite solucionar el problema de la restricción externa y generar el crecimiento, que es la base de una redistribución de la riqueza a partir del aumento de la actividad económica, el empleo y los salarios -en ese orden-. Su principio ideológico central es la eficiencia económica y su adhesión al propietarismo es absoluta, de acuerdo a la tradición liberal. 

Resuena el eco del comentario que le dedicó Cristina al ex ministro en el acto de Ensenada cuando dijo que en estas cosas “piensa parecido a Melconian”. El encuentro entre la vicepresidenta y el asesor de la Fundación Mediterránea fue leído por muchos como un movimiento a la derecha de la mandataria; sin embargo, en el discurso de ayer quedó en claro que es consistente con algo que viene pregonando desde la publicación del libro “Sinceramente”: la necesidad de llegar a un gran acuerdo nacional donde todas las voces sean escuchadas y que permita salir de la situación de estancamiento económico en la que está sumido el país hace casi 10 años.

3. El modelo productivista-exportador

Otro modelo económico al interior del Frente de Todos es el productivista exportador que busca solucionar la situación de la restricción externa mediante una diversificación productiva de corte netamente exportador. Mientras, el crecimiento del mercado interno y la redistribución progresiva del ingreso quedan relegados a un segundo plano y dependen del aumento de la actividad económica.

Los principios ideológicos fundamentales son la diversificación de la producción, la creación de valor agregado y la incorporación de tecnología para hacer más competitiva a la economía argentina, mientras que su adhesión al propietarismo es absoluta. Este modelo estaba representado por el sector del ex ministro Matías Kulfas e históricamente estuvo asociado a la Unión Industrial Argentina (UIA) y, de manera más reciente, a la actualización del objetivo de sustituir importaciones bajo las premisas de la corriente neo-estructuralista del desarrollismo.

Las críticas de Cristina Kirchner a este sector durante su intervención por los 100 años de YPF terminaron con la renuncia de Matías Kulfas: no se le puede decir al ministro que se presenta como el abanderado de la expansión de las exportaciones y la superación de la restricción externa que sus errores u omisiones en términos de gestión generaron un festival de importaciones. Semejante crítica no podía pasar inadvertida. La respuesta de Kulfas fue inmediata y poco meditada, filtrando un off the record que lo eyectó del sillón ministerial.

4. El modelo de la economía popular

Finalmente, los movimientos sociales sostienen un modelo productivista que le otorga un lugar central a la economía popular, y que plantea el crecimiento del mercado interno no ya a partir de la demanda, sino del aumento de la actividad y la oferta de bienes producidos por unidades económicas pequeñas.

Este modelo es representado por los movimientos sociales como la CTEP o el Evita, y tiene sus raíces en la precarización y la informalidad del mercado laboral que se viene agravando desde la dictadura cívico-militar, pero que nace políticamente en la crisis del 2001.

La redistribución progresiva del ingreso se da gracias a los precios accesibles que este sector es capaz de ofrecer y al aumento de la actividad que el estímulo de la economía popular supone. La restricción externa y el equilibrio en las cuentas fiscales quedan en segundo plano, mientras que su relación con el propietarismo es relativa. Hay que recordar aquí el fallido Proyecto Artigas del MTE, ideado por Juan Grabois y Dolores Etchevehere, como una forma de redistribución progresiva de las unidades agro-productivas, una especie de reforma agraria autonomista basada en la toma de grandes extensiones de propiedad. En esa coyuntura, el presidente Fernández jamás manifestó su apoyo al proyecto.

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Estas diferencias no saldadas en las concepciones económicas tienen efectos sobre la política –y viceversa–. A pesar de los enormes esfuerzos para mantener la unidad política en el Frente de Todos, la amenaza de quiebre está siempre presente ante los efectos de las diferencias ideológicas. 

Las estrategias económicas que podrían ser complementarias en un contexto de crecimiento y estabilidad se vuelven antagónicas en un período de crisis. La tensión se ve agravada por el contexto a nivel internacional, marcado por una inflación sin precedentes -que es el resultado de los cortocircuitos productivos y las dificultades para el abastecimiento luego de la pandemia y por el desabastecimiento en los mercados de alimentos y energía causados por la guerra en Ucrania-.

La única variable “positiva” en este contexto, el aumento de los precios internacionales de los commodities que Argentina exporta, se vuelve un arma de doble filo dada la estructura productiva del país: sin una política de desacople del mercado interno del externo, esta suba termina impactando de lleno en la inflación a nivel local.

Las otras variables son más sombrías para el futuro próximo de Argentina y complican la capacidad de pago del acuerdo con el FMI en un contexto recesivo a nivel global: golpeados por la alta inflación, los mercados de acciones y bonos en los Estados Unidos tuvieron su peor semestre desde 1970. En este contexto, la receta de la Reserva Federal norteamericana contra la inflación es subir las tasas de interés, lo que genera una profundización del contexto recesivo que se expresa en una menor actividad productiva de las empresas, una caída del consumo y problemas para afrontar las deudas contraídas.

La renuncia de Guzmán está relacionada a sus fracasos económicos, como la promesa extendida e incumplida de crear un mercado de capitales local para frenar la presión sobre el dólar, la inflación incontrolada o la corrida bancaria que llevó el dólar blue a su pico máximo. También tiene una explicación política en la reticencia de Alberto Fernández a la confrontación y su estilo de gestión, que no le permitió realizar los cambios que consideraba necesarios en área de Energía para segmentar los subsidios y aumentar las tarifas, tal como había acordado con el FMI; pero sin dudas también está relacionado con este contexto de recesión global que golpeó de frente y desestabilizó su proyecto económico, dejando a los bonos de deuda argentinos en niveles históricamente bajos.

Con la salida del funcionario que tenía contacto directo con lo más progresista de la ortodoxia económica global, el gobierno pierde el dique de contención contra la presión política del FMI. El único elemento de ese armado que queda en el gabinete económico es Sergio Chodos, que por el momento se queda como representante ante al FMI y última garantía de que los acuerdos alcanzados van a mantenerse. Por supuesto que esto dependerá del rumbo económico que resulte tras el armado del nuevo gabinete.

En lo económico, Alberto Fernández siempre se movió en un lugar intermedio entre el fiscalismo de Guzmán y el productivismo exportador de Kulfas, y se mantuvo más bien alejado de las otras concepciones económicas, aun cuando en lo político se apoyó de manera decida en los movimientos sociales que no le retacearon el acompañamiento.

En el nuevo contexto político, los estandartes que marcaban su sendero económico ya no están. Sus pilares de apoyo político han sido demolidos. En esta situación, a partir de la designación de Batakis las posibles salidas para el presidente son dos:

• Ceder espacio en la conducción económica y abrir el juego a nuevas articulaciones entre los diferentes modelos que habiliten un camino alternativo para salir de la crisis;

• O intentar una salida política por arriba –como el ensayo de poner a Daniel Scioli al frente del Ministerio de Desarrollo–, que implica una negación patológica de la interna, y una continuidad de la inercia económica actual de cara al último año de gestión.

La primera opción implicaría un decidido cambio de rumbo económico. Esto, sin embargo, no implica el triunfo de uno de los sectores políticos y el modelo que proponen, sino una nueva articulación entre las diferentes propuestas que se esgrimen. Establecer una nueva jerarquía entre los modelos significa priorizar algunas políticas y subordinar otras para ensayar una salida a la crisis, aceptando que lo planteado hasta el momento fracasó.

De acuerdo con el contexto político actual, un nuevo rumbo económico con más injerencia del kirchnerismo le daría prioridad a los salarios y el mercado interno mediante una política redistributiva, dejaría en segundo plano el acuerdo con el FMI -desplazandolo de la centralidad política actual-, aplicaría retenciones a la exportaciones para intentar contener la inflación y, de acuerdo a las últimas declaraciones de Cristina Kirchner, se tomarían medidas para desarmar la estructura bimonetaria de la economía argentina.

La segunda opción, una salida política por arriba, implicaría la negación del conflicto político-económico principal y la continuidad del diálogo estéril como rasgo distintivo de la práctica política. Una insistencia en el soporífero llamado a un consenso del que nadie participa, con el que nada se construye y nada se modifica. La garantía absoluta de que todo va a continuar igual y que la llegada a las próximas elecciones se va a dar con la inercia de la dinámica económica actual.

La decisión no es sencilla. Debe ser tomada en el contexto de un mapa político fragmentado, con disputas políticas fundamentales al interior del Frente de Todos, pero también en la oposición, que dejan expuestas las contradicciones en los diferentes espacios. En esta coyuntura, las alianzas políticas se parecen más a una cáscara vacía, y se sostienen sólo en términos nominales.

En los últimos tiempos se produjo un desplazamiento del escenario de polarización política (en el que las alianzas respondían a la verticalidad del poder y tenían un orden interno, con la grieta atravesando todas las posiciones y delimitando los antagonismos) hacia un escenario donde el campo político está atomizado, con actores políticos disgregados y donde la interna del gobierno parece haberse convertido en el lánguido motor de la política, llevándose todo por delante. En esta especie de tribalización de la política, imponer un rumbo económico se vuelve casi imposible, lo que amplifica el clima de desorden social. Una alternativa es necesaria aunque no existan las garantías de éxito. En medio de la superposición de crisis ofrecer al menos la expectativa de una salida, señalar un camino posible hacia el cual dirigirse, un horizonte, es ya un capital político importante. Quizás sea esa la máxima tarea política del momento.