Ensayo

PASO: la vida, las crisis, el futuro


Una vacuna/un voto, ¿que falló?

“En nombre de la vida, esta pasó por el costado”, escribe Esteban De Gori mientras teje hipótesis sobre la derrota del Frente de Todos en las PASO. ¿Qué falló? La decisión de evitar una interna como autolesión. La incomodidad de CFK. La antiestatalidad popular que emerge también en sectores que tuvieron que hacer su “clandestina” para no perder ingresos. El futuro de las disputas entre ministerios. El dilema económico como horizonte infinito. El impacto de estas elecciones en el progresismo de Brasil y Chile y en la resiliencia de sus derechas.

“¿Sabés lo que pasó? Les faltó una Lita de Lazzari que les camine los precios -wasapea una analista política ante la sorpresa de los primeros resultados de las últimas PASO-. Si sabés que en la carnicería la gente compra de a dos bifes y en la verdulería se lleva una banana o dos manzanas. ¿Qué querés? O acordate que en momentos de restricciones la gente cambiaba de estación de tren para que la Gendarmería no le pidiera el certificado de circulación. Eso estaba ahí y no fue leído”. 

Menem tenía su Lita de Lázzari que conectaba simbólicamente con el mundo de la vida cotidiana de los sectores medios y populares y que había generado un estrecho nexo con los sectores poderosos. Reunió el mundo popular beneficiado por la estabilidad de la convertibilidad con actores empresariales y financieros que veían en la macroeconomía presidencial una fuente de rentabilidad. Así articuló deseos populares de consumo y movilidad a las expectativas de las grandes élites económicas. Intentó mantener los dos pulsos varios años hasta que su gobierno se enfrentó a los números del desempleo y al desmantelamiento de pequeñas y medianas empresas.  

“Imposible de creer. Knock out. Nos pintaron el país de amarillo. Era una vacuna y un voto, pero nos falló.” El gobierno de Alberto Fernandez, asediado por la pandemia y las incertidumbres que esta suponía, administró su gobierno intentando articular dos dimensiones: el cuidado de la vida y la macroeconomía. Le tocó conducir la crisis económica que el macrismo había dejado pero que no le había estallado (como sí sucedió con Alfonsín y De la Rúa) y, además, intentar contener las urgencias sociales de la pandemia. Es decir, mantener los dos pulsos en momentos de tempestad.

Al gobierno iniciado en 2019 le entregaron una bomba económica y social diferida. Resolver el problema del financiamiento externo y afrontar los efectos del coronavirus se transformaron en las claves para lograr la estabilidad del gobierno. Sergio Massa y Máximo Kirchner intervinieron, no siempre con posiciones concurrentes, en el proceso de negociación con el FMI y el mundo financiero. Buscaron restablecer los vínculos con los grandes empresarios locales. Inclusive, todo ello se produjo a costa de minar la autoridad del Ministro de Economía, Martín Guzmán. Esta dinámica fue estableciendo un modus operandi gubernamental: ministerios con varios interlocutores que solo erosionaban y trababan (o ralentizaban) las políticas públicas. El problema, entonces, no reside en funcionarios que no funcionan sino en una dinámica de la administración de la decisión gubernamental que termina autolesionándose. De esta manera, se consolidó un gobierno que no pudo llevar sus internas ministeriales a una PASO sino que las concentró, conociendo las disidencias, en una misma oferta electoral. Así no solo puso en suspenso su propia gestión sino que disparó contra su propia capacidad de acceder a voluntades políticas y electorales de amplio espectro.

La confianza precaria lograda con el FMI le permitió al gobierno llegar a las elecciones sin grandes sobresaltos externos pero el cuidado de la vida fue aquello que más le pasó factura. No se contempló el factor restricciones y se soslayaron las transformaciones que ocurrieron en ese mundo popular que el peronismo siempre buscó interpretar y del que observa cierta lejanía desde su derrota en 2009 en la provincia de Buenos Aires.

  

Con la pandemia el termómetro social del peronismo se desajustó. Se perdió el pulso y la interpretación de los circuitos simbólicos e imaginarios que se recrean en la interacción de los sectores populares y lo público. Si en 2008, debacle de Lehman Brothers mediante, se habían podido calibrar pobremente las transformaciones tecnológicas producidas en el campo argentino impulsando un duro conflicto entre este sector y el gobierno nacional, en 2021 existió una frágil aproximación al desbarajuste que implicó restricciones en el mundo cotidiano de los sectores más golpeados. Un estatalismo con acción retardada e interpretación fragmentada. En nombre de la vida, esta pasó por el costado. En la crisis del campo, al peronismo se le escapó una parte de la dirigencia rural con la cual dialogaba; en 2021 se le fugaron, tal vez de manera provisoria, sectores sociales que vieron afectadas sus expectativas. 

La situación de la educación pública que nunca iniciaba (sobre todo en la provincia de Buenos Aires), los malabares de madres y padres por encontrar un lugar para sus hijos e hijas, la inflación, la inseguridad y la incertidumbre misma fueron dinamitando algo más profundo que el poder adquisitivo: el universo de posibilidades que impulsan a la movilidad social (como promesa electoral del peronismo), el espacio cotidiano y la esperanza de continuar en su grupo de pertenencia. “Fermín va a una escuela de Capital, a Muriel la anoté en un jardín privado de zona norte porque del público ni noticias. Soy una madre taxi”, dice Julieta en agosto de este año. Hector, sindicalista del poder judicial, terminó juntando firmas para que los y las docentes de la escuela pública a la que iba su hijo volvieran al aula. Terminó puteándose con otros sindicatos. Un intendente me recuerda que mientras estaban en pandemia y las exigencias sociales crecían se discutía la conducción del Partido Justicialista de la Provincia de Buenos Aires. “Estábamos en nuestra propia burbuja. Con estas elecciones se nos pinchó”, remata. 

El peronismo se fue desconectando de una dimensión de la vida social que reclamaba protegerse del virus y al mismo tiempo de que el Estado (nacional y provincial) funcione. La agenda múltiple del gobierno nacional (que iba desde la negociación de la deuda externa hasta la reforma de la justicia) fue colonizando el territorio de ese ojo histórico peronista que solía comprender los pulsos más íntimos y simbólicos de la vida social. Sortear al Estado y sentir su peso (a veces exagerado) fue tarea que emprendieron jóvenes, trabajadores y trabajadoras para divertirse o llegar a escondidas a sus trabajos. Una gran parte de los sectores populares vivieron o sintieron que realizaban su propia clandestina para sostener a sus familias o sus propias existencias. Una antiestatalidad popular va emergiendo.

Las tensiones en los ministerios y en las distintas miradas acerca de cómo intervenir en lo social podrían haberse traducido en una interna oficialista. El alineamiento del Frente de Todos en una única lista no implicó adicionar representaciones (Massa + CFK + Alberto Fernandez + La Cámpora, etc.), sino el cercenamiento o limitación de la potencia que posee cada una de éstas. La agenda histórica del massismo no pudo ser retenida, como tampoco la de los movimientos sociales que exigían intervenciones rápidas para morigerar las urgencias sociales y que el 7 de agosto en San Cayetano habían realizado una gran demostración de fuerza. Ambas representaciones fueron sacrificadas en nombre de una unidad electoral que no existe en la dinámica del propio gobierno. Se clausuró el pluralismo interno como estrategia para capturar votos y dirimir diversas miradas sobre el futuro del gobierno. La oposición, en sentido contrario, estuvo a favor de dialogar con los intereses contrapuestos entre radicales, larretistas y macristas y permitió internas buscando votos de distintas procedencias. Aprovechó el malestar que no pudo clausurar el oficialismo. El ordenancismo, el voto antichavista, la crítica a la Nicaragua de Ortega e inclusive ciertas posiciones ortodoxas y antiprogresistas quedaron por fuera de la oferta de un Frente de Todos que contiene a sectores que las expresan.  El peronismo fue perdiendo potencia.

La vieja idea de construir una centroizquierda y una centroderecha en la Argentina (como sostenía el propio Néstor Kirchner) dejó de funcionar como propuesta ordenadora. Desde la aparición de Podemos y Vox en España, del Movimento 5 Stelle y la Lega en Italia, de Bolsonaro en Brasil, los marcos de referencias de la competencia política de fines de los 90 y principios del 2000 funcionan más como imaginario de organización del sistema y de supuestas voluntades pactistas que como una realidad sociológica. Las derechas argentinas ejercitaron y ampliaron su capacidad catch-all del malestar actual y de las falencias gubernamentales.

 

La noche del escrutinio y el reconocimiento de la derrota por parte del Presidente mostraron una Cristina Fernandez de Kirchner incómoda. Ese escenario era su no lugar. De alguna manera, era rememorar las derrotas de 2009 y 2013 inclusive, con parte de sus viejos vencedores en el mismo escenario. Esa noche, su fórmula resultó perdedora no sólo a nivel Nación sino en la provincia que concentra el mayor padrón electoral. Esa imagen de soledad y dolor por parte de la expresidenta da cuenta de un gobierno con problemas y con la imposibilidad de establecer un rumbo. A su vez, de una CFK presente allí como un “sector” más del gobierno pero no como esa jefatura a la que parece otorgársele todas las decisiones. Capacidad de presión y en algunos caso de veto pero no de control total del gobierno. La Provincia de Buenos Aires no pudo presentarse como un modelo político singular y eso produce un empate al interior del gobierno a la hora del pase de facturas. Perdieron todas y todos, y es posible que el malestar se dispare prontamente en gobernadores, intendentas, intendentes y en los espacios de la coalición oficialista. Lo que tendría que haberse definido en unas PASO transcurrirá por los medios de comunicación, los escenarios públicos, los pedidos de renuncias y los pasillos de las instituciones gubernamentales. 

A estos problemas internos se suma la negociación con el FMI que seguramente exigirá un plan de austeridades para recuperar la confianza y así abrir la posibilidad de nuevos financiamientos externos. La recuperación de votos asumirá la ampliación del gasto público y un posible aumento de la inflación que puede seguir erosionando a futuro las seguridades cotidianas básicas. También pueden introducirse nuevos controles de precios que ayuden a ganar tiempo hasta noviembre. Pero la crisis económica persistirá. Tal vez una opción es vivir en crisis continuada. Un long play de época. La inflación no podrá resolverse en lo inmediato y los dólares del mercado financiero no fluirán. Hay que vivir con la crisis propia. Posiblemente sigan observándose escenas de carestía doméstica y familiar que seguirán erosionando los horizontes de bienestar. El precio de la carne no solo somete a los y las ciudadanas a cambios en el consumo sino que los aleja de bienes simbólicos que sitúan a las personas en la escenografía de las imposibilidades de la pobreza. Prontamente seremos una gran villa miseria, dice Milei. Cercenar el espacio del placer (gastronómico) limita las adhesiones electorales. El peronismo se encuentra en su peor momento: lejos de la micro y apretados por la macro.  

La derrota del Frente de Todos coloca al gobierno en un dilema político y económico a futuro. Pueden afectarse las mayorías y quórums de las cámaras de diputados y senadores nacionales y provinciales y el miedo a dos años de bloqueo legislativo disparan las peores preocupaciones. Si bien es posible que la negociación se extienda después de las elecciones y se gane tiempo con el apoyo del gobierno de Biden, la posibilidad de una trabazón en el Congreso Nacional enciende alarmas frente a los dos años que le restan a Alberto Fernandez.

El panorama regional y global todos los oficialismos de América Latina fueron afectados por la pandemia. En Chile, cayó la imagen de Piñera y se potenciaron los reclamos iniciados en 2019 que concluyeron con una constituyente con mayorías de izquierdas. Bolsonaro se encontró con una oposición social que ahora vuelve a empujar la figura de Lula. Lenin Moreno ni siquiera pudo formar una opción competitiva para retener la presidencia en Ecuador. En Colombia el presidente Duque observa cómo las adhesiones a su partido se fugan a otros espacios políticos. La figura de Castillo, por ahora, parece sortear la crisis de las derechas en Perú y el impacto de la pandemia. Donald Trump perdió ante Joe Biden en parte por el manejo de la pandemia. 

Los resultados electorales en Argentina confirman el mantra bolsonarista de frenar la izquierda en Argentina. Esto puede funcionar como bálsamo para un presidente que ve posicionarse la candidatura de Lula para el año próximo. Tal vez de la derrota del oficialismo argentino pueda obtener algunas conclusiones para pensar su propia gestión. Ineludiblemente la coyuntura argentina actual será su bibliografía obligatoria.  La tendencia del crecimiento del PT se asocia con el crecimiento de la izquierda chilena. Los últimos sondeos de septiembre dan ganador al dirigente Gabriel Boric de Apruebo Dignidad, una nueva izquierda surgida del conflicto de 2019, de su disputa por la constituyente y que ha reunido descontentos históricos de la sociedad. Es posible que la derrota del oficialismo argentino advierta sobre las fragilidades que traerá la pospandemia y de la resiliencia de las derechas. Si logran acceder al poder, tanto Lula como Boric deberán lidiar con demandas sociales agudas. Por lo pronto, la derrota del oficialismo argentino podría reducir el espacio de socios progresistas en la región. La turbulencia nunca es buena. 

Seguramente el liderazgo de Alberto Fernandez se vio y se verá afectado por la crisis provocada por el coronavirus pero a esto se sumó una dinámica gubernamental y un conjunto de malestares autoinfligidos que contribuyeron con la acumulación electoral de la oposición. Es posible que el voto de rechazo al peronismo esté signado por la época, por el malestar democrático que se reactualiza con una crisis de gran calado y también por una administración de lo gubernamental que encapsuló sus internas en interior del Estado y no las puso a competir en las primarias. 

Los llamados desde sectores del Frente de Todos a retornar al centro o a radicalizar el programa de gobierno parecen dos posiciones discursivas tendientes a ajustar cuentas entre sectores más que acciones que ayuden a congregar anteriores votantes, sectores e intereses que se fugaron en la tempestad de esta crisis. Posiblemente interpretaciones y políticas más empáticas con las vidas ciudadanas, con las frustraciones y resentimientos puedan aproximarse a una lectura del padecimiento social que por momentos parece haberse extraviado en el peronismo.