Ensayo

El juicio a CFK y el peronismo


Volver a unir lo que estaba desunido

La crisis económica y el desencanto con el gobierno parecían haber hecho mella en la afectividad profunda de las bases y la militancia peronista. Sin embargo, el alegato con olor a proscripción de un fiscal logró lo que parecía imposible: la reunificación del partido justicialista detrás de una sola bandera, “con Cristina no”. Las manifestaciones, espontáneas u organizadas, en apoyo a la Vicepresidenta renovaron la fe en un futuro posible para el peronismo.

El aire que se respira es bienvenido, había un ahogo controlado. También es familiar, se reconoce en los ecos de nuestra historia. Se liberó el lunes pasado por la noche, como reacción ante el alegato del fiscal Diego Luciani: doce años de prisión e inhabilitación perpetua para Cristina Fernández de Kirchner por la causa Vialidad.

Esa noche, un grupo de escrachadores se dirigió a la casa de la Vicepresidenta, mientras, el Blitzkrieg mediático monopolizaba la opinión pública. Ante ese escenario -y también como respuesta al alegato-, se produjo una manifestación espontánea en repudio a lo que se considera una persecución política y judicial a la figura de Cristina, es decir un Lawfare

Al día siguiente, y como resultado de haberle negado un pedido de ampliación de declaración indagatoria, Cristina habló a través de su cuenta de youtube. Su Derecho a la defensa se transmitió por los medios de comunicación tradicionales, una cadena nacional que prueba la centralidad política de su figura. La Vicepresidenta trazó una genealogía de la causa. Ordenó los argumentos en una suerte de arqueología de la verdad: cómo ocurrieron los hechos. Dejó en claro que la inocencia se presume, que lo que debe demostrarse es la culpabilidad. Señaló que cuando se argumenta que “por ser Presidenta no podía no saber todo” se viola el derecho subjetivo al sustentar una acusación (‘asociación ilícita’) por lo que se es y no por lo que se hace. La causa tiene el subtexto de una proscripción. Por eso, también pidió que se investiguen los indicios de los mecanismos verdaderamente corruptos, el entramado de relaciones estrechas entre ciertos empresarios, ex funcionarios macristas, medios de comunicación, jueces y fiscales. El núcleo de sentido de la intervención de Cristina fue que no vienen por ella: este es un juicio al peronismo, a los gobiernos nacionales y populares. Vienen por los derechos conquistados por el pueblo.

Desde entonces, se replicó en todo el país un clamor popular en apoyo a la Vicepresidenta. La Cámpora desplegó sus bases. El Presidente Alberto Fernández publicó una declaración junto a los mandatarios de la región, Andrés Manuel López Obrador, Luis Arce, Gustavo Petro; se recibió el apoyo público de Dilma Roussef, Evo Morales, Íñigo Errejón, entre otros líderes políticos. El Consejo del PJ Nacional se declaró en estado de alerta y movilización, publicó un comunicado y está organizando una marcha masiva de apoyo a Cristina. Incluso dirigentes disímiles, como Myriam Bregman, Nicolás Del Caño y Miguel Pichetto, cuestionaron la figura de ‘asociación ilícita’ por considerarla ilegítima: es insostenible que un gobierno todo se constituya para delinquir. 

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María Rosa Calviño de Gómez, Otilia Villa Maciel de Cano, Magdalena Álvarez de Seminario, Celina Rodríguez de Martínez Paiva. Como señala Julia Rosemberg, muchas de las primeras legisladoras mujeres de nuestra historia (1952-1955), todas militantes del Partido Peronista Femenino, fueron perseguidas y encarceladas a partir del golpe de 1955, bajo la acusación de ‘traición a la patria’ y ‘asociación ilícita’. No queda más que ver la vejación a la que sometieron el cadáver de Eva Perón, para vislumbrar lo que habrían hecho con ella de estar viva en ese momento.

—Dios le dio a ella la vida que no le dio a Evita, es la prolongación de nuestros derechos — le dijo una señora al movilero que transmitía el apoyo ciudadano desde la casa de la Vicepresidenta. 

El correlato entre Eva Perón y Cristina Fernández (y las mujeres del campo nacional y popular) no solo se ve en el ataque por representar las necesidades y luchas populares. También, y fundamentalmente, en el amor que cosecharon. Ambas transformaron los modos de vida a través de la política. Defender la figura de Cristina es defender todo lo conseguido, es refrendar la democracia y el estado de derecho. Es, también, contribuir a ese amor construido colectivamente. 

Cuando Perón habla de conducción política dice que quien quiere conducir con éxito tiene que exponerse; que el que quiere éxitos mediocres, que no se exponga nunca; y que si no quiere cometer ningún error, lo mejor es que nunca se haga nada. Cristina ha expuesto y expone todo. Este pedido de condena no la quiere disciplinar solo a ella, también a la función pública que, ante la judicialización de la política, puede hasta acallar la vocación de poder. Sin esa aspiración, el peronismo se transforma en una anomia afectiva que solo recuerda su épica y el llamado a la justicia social desde los rincones tibios y mal iluminados de la nostalgia. 

Saber que todavía queda la posibilidad real de resistir a los poderes del odio (no al poder que siempre forma parte del arte de gobierno, aunque haya que redefinirlo constantemente, como podría pensarse la apuesta acordada de poner a Sergio Massa como Ministro de Economía) es una certeza inexpresada hasta el momento en que el fiscal de la causa Vialidad cerró su alegato como un acto político. Las frustraciones, la crisis económica, las falencias y los errores de un gobierno peronista hicieron mella en la afectividad profunda de las bases y la militancia, pero no lograron silenciar el erotismo pragmático que sostiene la renovación de votos para la construcción de un futuro posible. Y, posiblemente, la derecha no haya previsto que un pueblo con cuarenta años de democracia encima va a salir a la calle a propulsión de una paciencia agotada para 'hacer tronar el escarmiento'.