Ensayo

Debate


Republicanismo, kirchnerismo y “derecha”

El historiador Ezequiel Adamovsky escribió para Anfibia un artículo sobre el uso del concepto de República en la crítica al gobierno kirchnerista. El jurista y sociólogo Roberto Gargarella, a quien cita, le responde en este texto.

En su artículo “Utilización instrumental vs. republicanismo bobo. La República en uso”, publicado en la revista Anfibia, el historiador Ezequiel Adamovsky busca responder a la siguiente pregunta: “¿Cuánto tuvo de legítima la preocupación por la República durante el kirchnerismo y cuánto de pretexto insincero para la crítica?”

Ya en el título del texto (Nota de la redacción: el título pertenece a los editores de la nota y no al autor de la misma), y desde el comienzo del artículo, emprende una crítica contra un término que yo mismo acuñara, el de “republicanismo bobo”. En su momento, la expresión nació para hacer referencia a la caricaturización de la noción de republicanismo que, desde el kirchnerismo, se puso en práctica en la década anterior. La idea originaria fue la de objetar el uso manipulativo de la noción de republicanismo, un concepto que cuenta con una extensa y noble trayectoria dentro de la filosofía política, y que habitualmente ha sido asociado con valores como el del autogobierno colectivo, las “virtudes cívicas” y la participación política de la ciudadanía. En la Argentina kirchnerista, en cambio, la idea de republicanismo terminó siendo convertida en un “insulto político”: los “republicanos”, en apariencia, eran los que vociferaban indignados frente a niñerías (los malos modos o los vestidos caros de la Presidenta; las “desprolijidades institucionales” propias del kirchnerismo, como el sobre-uso de la “cadena nacional”), como modo de avanzar políticas conservadoras.

En lo personal, me interesó mostrar desde un comienzo que dicho acercamiento al republicanismo era indefendible: no condecía con la historia del republicanismo (ni con la historia europea ni con la historia latinoamericana del término); empobrecía la discusión política; y necesitaba para sostenerse de un atolondrado amontonamiento y distorsión de opiniones y textos. Sin embargo, todavía hoy, hay quienes –como Adamovsky- sospechan que el concepto de republicanismo en la política argentina fue utilizado instrumentalmente para objetar las políticas “progresistas” del gobierno anterior.

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Interesado por saldar cuentas en relación con el uso de ese concepto, Adamovsky sostiene que “la derrota del kirchnerismo y las primeras muestras de la alianza que lo reemplazó parecerían el momento ideal para preguntarnos cuánto tuvo de legítima preocupación el clamor por la República y cuánto de pretexto insincero para políticas de derecha.” Desde ese punto de partida, comienza entonces su indagación. En lo que sigue, voy a examinar críticamente el análisis que hace Adamovsky de la cuestión, pero antes de hacerlo simplemente dejo anotado también mi desacuerdo con su elección del “momento” para hacerlo. Según considero, no es para nada interesante el tiempo escogido para llevar a cabo el análisis propuesto -apenas días luego de la asunción del nuevo gobierno. En efecto, el nuevo gobierno está todavía midiendo el terreno en el que se va a mover; el Presidente avanza y retrocede recurrentemente, tratando de ver cuáles son sus márgenes de acción; y buena parte de la sociedad se encuentra todavía embelezada por “el enamoramiento de los primeros días”: todos estos elementos no ayudan a hacer balances de ningún tipo. No obstante ello, aceptemos la propuesta de Adamovsky y veamos de qué modo lleva adelante su análisis sobre (llamémoslo así) “el republicanismo insincero.”

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El uso del término “republicanismo”: Entre la falacia de composición y el “blanco móvil”. En términos analíticos, el texto de Adamovsky es cuanto menos curioso. Innecesariamente el autor se enreda en vicios que han sido propios, en estos años, de periodistas mal preparados. ¿Por qué digo esto? Ante todo, porque el artículo dice que va a hablarnos del republicanismo, pero en ningún momento define el concepto de republicanismo contra el que luego va a disparar en su análisis. La reconstrucción que hace del concepto “republicano” resulta entonces sorprendente, sobre todo por provenir de un historiador en apariencia bien formado. Doy algunos ejemplos de las imprecisiones con que el autor presenta el concepto. Nos dice que “durante el siglo XIX los republicanos en Europa chocaron frecuentemente no sólo con los reaccionarios sino también con los liberales, quienes en varios países fueron sus enemigos”. Todo es confuso aquí: ¿De qué republicanos habla? Y cuando se refiere a los liberales, ¿a qué liberales está aludiendo? Y los reaccionarios, ¿quiénes serían? Y el enfrentamiento, ¿en qué países o lugares se habría producido? Y cuándo nos habla de los choques “frecuentes,” ¿de cuáles choques habla?, ¿de cuántos de ellos?, ¿de choques producidos en qué momento? Y, ¿cuáles serían los “varios” países en donde se habría dado la pelea? Y ¿qué pelea sería ésta (una guerra, una discusión académica, una trifulca)? ¿En qué veríamos que se trata de grupos “enemigos”?

Quiero decir nos encontramos ante una frase de presentación del tema por completo inasible –una frase que por todos lados hace agua. ¿Cómo puede ser que un historiador de la talla de Adamovsky muestre tal nivel de imprecisión en el manejo de datos, fechas y documentos, para reemplazar una historia densa y potente (la del republicanismo) por lo que parecen ser sus prejuicios?

Lo dicho en torno a la frase anterior se repite luego a lo largo de todo el resto del texto. Para no aburrir, permítanme quedarme, por el momento, con el examen de la frase inmediatamente posterior. En ella, nuevamente, el autor ratifica el notable nivel de imprecisión en el que estamos sumergidos. Nos dice entonces: “Con el correr de los años el republicanismo se fue desgranando (sic)…las ideas de los republicanos más moderados se fueron acercando a las de los liberales hasta volverse indistinguibles”. ¿De qué habla el autor? ¿Con el correr de cuáles años? ¿De qué fecha a qué fecha? ¿El “desgranamiento” producido dónde? ¿Quiénes eran los republicanos moderados, y quiénes los liberales? Ellos ¿se acercaron, se confundieron, se transformaron en lo mismo? Efectivamente, ¿ello fue así? ¿Dónde, y de qué modo? Adamovsky debería facilitarnos algunos datos efectivos de lo que dice (más que citas desvinculadas entre sí, una que aparece por aquí, otra que aparece por allá), para que no parezca que lo suyo es simplemente afirmar lo que se tiene ganas de dar por probado (volveré sobre el tema más adelante). Puede que el autor no entienda o no haya estudiado con detenimiento qué es el republicanismo, o puede que sólo lo mueva el deseo ansioso de avanzar un cierto juicio, más allá del tema o “pantalla” del republicanismo del cual, según nos dice, está hablando.

Tampoco queda en claro contra quién o quiénes está hablando el autor, cuando critica a los “republicanos”. Dice que no va a ocuparse del uso del término republicanismo en un sentido académico o ideal, sino del “republicanismo nuestro, aquel que existe concretamente en nuestra sociedad” (porque sino –esto lo admite- quien escribe estas líneas llevaría la razón en el debate). Bien, aceptemos el específico debate que propone Adamovsky, restringiendo la reflexión sobre el republicanismo al ámbito no-ideal, “nuestro” o argentino. La pregunta es entonces: ¿de qué republicanismo “nuestro” vamos a hablar?

Adamovsky arremete contra algunos académicos (mi caso incluido), pero luego va mezclando sus críticas con invectivas dirigidas contra políticos de lo que era la oposición; burlas a figuras perdidas del pasado; sarcasmos contra periodistas de poca monta. Pero entonces: ¿de quién está hablando, precisamente, cuando critica a los “republicanos”? ¿A quién o quiénes está criticando? ¿Qué rasgos, efectivamente, unirían a esos supuestos “republicanos”?

El texto presenta una política de “blanco móvil” completo: cada vez que alguien quiera desmentir al autor, él podrá respondernos diciendo que, en verdad, se encontraba hablando de otra persona. La crítica se presenta entonces como crítica global, a partir de objeciones que nos refieren, en cada caso, a una persona diferente. Falacia de composición plena.

La reconstrucción que hace el autor del republicanismo argentino o “nuestro” (aquél que se propone más específicamente discutir) resulta también muy rara. En su traslado desde el republicanismo más “ideal” al republicanismo argentino, Adamovsky pasa, de un párrafo inicial en el que (citándome), asocia al republicanismo con “Rousseau, Marx o Artigas”, al siguiente, en donde ya habla de “Domingo Cavallo” y su partido “Acción para la República”, o “Mauricio Macri” y su “Propuesta Republicana”. Repito, de un párrafo al que le sigue, el autor pasa de Karl Marx a Domingo Cavallo, y todo queda entonces amontonado en la misma hoguera. La operación es por completo objetable, pero a la vez más que interesante, por el modo en que desnuda la fragilidad del análisis. Dicha operación demuestra que, sin saber de qué hablamos todavía, podemos saltar de un siglo al otro sin explicación alguna; podemos pasar, sin transición de ningún tipo, de un filósofo revolucionario a un economista de derecha, y hablar de todos ellos como si pertenecieran a la misma categoría (el autor no ha hecho, por caso, el esfuerzo para mostrar qué “invisible hilo en común,” podría poner juntos a dichos republicanos –un trabajo sobre el que, en lo personal, he estado interesado).

Del mismo modo, conforme con el enfoque que Adamovsky nos propone, es posible asociar al republicanismo con la derecha, simplemente, porque un partido de la derecha escogió el término en cuestión para darse nombre. Ésta es, tal vez, la maniobra más pobre de todas las emprendidas. Se trata de una aproximación al republicanismo tan llamativa como la que resultaría de asociar al socialismo con el nazismo simplemente porque, en algún momento, en algún lugar, alguien escogió nombrar a un partido nazi con el apelativo de “nacional-socialista”. “El socialismo está íntimamente vinculado con el nazismo,” podríamos decir entonces, siguiéndolo. Conocemos bien, del mismo modo, la forma en que el concepto de “derechos humanos” fue utilizado habitualmente por la derecha para justificar invasiones a países “díscolos”, o represiones de movimientos sociales. Lo mismo ocurre con las nociones de lo “nacional y popular” –términos que han aparecido, ocasionalmente, asociados con partidos y movimientos de ultra-derecha. La manipulación o uso abusivo de tales términos, de ningún modo “mancha” la noble historia de aquellas categorías. Para mantener a salvo tales conceptos (derechos humanos; nacional y popular; republicanismo) es necesario saber de qué estamos hablan do cuando los designamos, en lugar de alentar la confusión para sacar provecho del “río revuelto” escogido.

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Entre argumentos circulares y afirmaciones dogmáticas. A partir de una base conceptual tan endeble y esquiva como la citada, Adamovsky dedica el resto de su artículo a probar algo (la extendida insinceridad de la crítica al kirchnerismo, por parte de supuestos republicanos comprometidos en verdad con la promoción de políticas de derecha) que el autor parece dar ya por cierto desde antes de comenzar a exponer su argumento. Por ello mismo, el artículo no resulta persuasivo, ni puede tampoco convencer a nadie, salvo a los ya convencidos. Se trata de parámetros –el de hacer afirmaciones contundentes sin argumentar de modo acorde; el de dar por cierto lo que debió en todo caso haberse probado- que se extienden a lo largo de todo el artículo, y alcanzan todos los temas que toca, hasta terminar por darle al texto su carácter más distintivo. Presento a continuación tres grupos de ejemplos de lo dicho (afirmaciones sin el mínimo respaldo argumental necesario, dogmatismo):

Su crítica al “republicanismo bobo”. Sin haber hecho más que juntar un collage bastante insólito de citas, Adamovsky inaugura una sección subtitulada “Nuestro pobre republicanismo” afirmando, directamente (y sin que nada en el desarrollo previo pudiera relevarlo de ofrecer pruebas de lo que afirma) que “es indudable (sic) que se vienen utilizado las instituciones y los valores republicanos de manera instrumental y falaz para excluir a supuestos “enemigos de la República”, para defender privilegios de grupos minoritarios y como estrategia de marketing para políticas y políticos de derecha, más interesados en limitar o torcer la soberanía popular que en defenderla”. Se trata de una contundente afirmación que al comienzo del artículo aparecía como el principal interrogante a responder, y que ahora –sin pruebas en el medio- se presenta como cuestión ya respondida (“es indudable” en razón de qué?). Luego de enunciar esta contundente frase, y como último intento de dotarla de algún sentido, el autor busca apoyarla con un ejemplo. El ejemplo es el de los bloqueos judiciales “indebidos”, sufridos por una Ley de Medios “legalmente canalizada”, que habrían venido a “torcer la voluntad popular”, y que habrían sido apoyados por los supuestos “republicanos”.

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Las preguntas que surgen entonces son obvias ¿esos fallos fueron apoyados por todos los “republicanos”? ¿Quiénes? En qué casos? ¿Frente a todos los fallos? Y, ¿para quienes lo hicieron, puede decirse que se apoyaron en malas razones o en razones apropiadas? Ninguna de tales preguntas, sin embargo, es jamás contestada: sólo nos encontramos con anécdotas. En el camino, el autor se horroriza de que en una democracia constitucional se exprese, además del poder legislativo, el poder judicial (lo que reafirma una constante en su texto, esto es, un cierto desconocimiento de lo que significa una democracia constitucional, y más específicamente, un desconocimiento de los asuntos vinculados con el derecho y la interpretación constitucional); dogmáticamente sostiene que la Ley de Medios estuvo legalmente bien “canalizada”, cuando eso es lo que justamente niegan los fallos judiciales del caso; y da por sentado (en lugar de probar) que las decisiones judiciales que repudia fueron “indebidas”. Ello así, cuando lo cierto es que la propia Corte, al avalar en general la Ley de Medios, y anticipando la posibilidad de previsibles abusos en su aplicación, sostuvo que podían llegar a producirse declaraciones de inconstitucionalidad contra la misma, si es que esas fallas previsibles no se solucionaban. Lo que resulta obvio, en todo caso, es que el autor no puede dar por sentado, simplemente, que los fallos judiciales que le disgustan son “interferencias indebidas”, mientras que los fallos que encuentra alineados con sus preferencias son valiosos, para sostener luego que la Ley de Medios estuvo “legalmente canalizada”. Su argumentación es falaz y circular, en este caso, pero el autor quiere presentar sus impresiones y prejuicios como fuera de discusión, como si fueran observaciones “naturales.” Para decirlo de modo crudo: Adamovsky cree demostrar que el republicanismo es “insincero” e “ilegítimo” porque avala fallos judiciales que –Adamovsky simplemente asume- eran “indebidos”. Argumento plenamente circular. Lamentablemente, exactamente aquello que el autor asume es lo que debía haber probado (En lo personal, aclaro que en cantidad de artículos, y de modo paralelo a la Corte argentina, avalé la Ley de Medios en general, y critiqué cantidad de situaciones particulares de abuso, como la composición y funcionamiento del AFSCA, o los criterios con que este instituto aprobó y rechazó “planes de adecuación” de distintos grupos empresarios, propietarios de medios).

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Su crítica al macrismo. Uno de los hechos determinantes a partir de los cuales Adamovsky considera que está probada la crítica “insincera” de los “republicanos” –la “doble vara” de los republicanos, a la que califica como “pasmosa”- es (“naturalmente”, agrega) el “hecho inédito” de que Macri designara a “dos jueces para la Corte Suprema por decreto simple mediante un artilugio legal” sin crítica alguna por parte de los “republicanos.” Se trata de un hecho frente al cual él hubiera esperado una “consternación republicana” –declara indignado. Ahora bien, resulta obvio que este “hecho inédito” que subraya el autor se encuentra francamente mal escogido. El error de Adamovsky se advierte, por un lado, porque (él mismo se ve obligado a reconocerlo apenas unos renglones por debajo de su afirmación contundente referida al silencio y la “pasmosa doble vara” de los republicanos), algunos sí pusieron (lo llama así) “algún tibio reparo” frente a aquellos decretos de Macri (De hecho -convendría aclararle- fuimos muchísimos quienes pusimos reparos muy enfáticos frente a tales decretos. Pero a esta altura ello no importa, porque en el texto, pareciera, ya “todo vale”).

De todos modos, la demostración más clara del yerro del autor al escoger el ejemplo de Macri designando jueces por decretos…es que Macri no logró designar ni a un solo juez por decreto, y que por el contrario –enfrentado a críticas muy severas (las que muchos le hicimos)- se vio obligado a frenar su impulso, retroceder en su iniciativa, e iniciar el proceso de designación de sus candidatos por medio del procedimiento abierto, participativo y legal, establecido en la Constitución y en el decreto 222. Es decir, otra vez, Adamovsky dio por cierto un hecho no concretado (no concretado a partir de un “retroceso” presidencial que, justamente, y contra lo que sugiere, bien podría tomarse como uno de los pocos méritos “republicanos” de este nuevo gobierno).

Su defensa del kirchnerismo. A lo largo de todo su artículo, Adamovsky hace una defensa fuerte (no exenta de críticas) del kirchnerismo, que concentra en particular en la sección organizada bajo el título “República y republicanos hoy”. Por supuesto, cualquiera puede encontrar aspectos positivos y negativos en el kirchnerismo, y no cabe esperar de nadie que, en un artículo de opinión breve, en una revista no académica, haga un examen científico (cargado de precisas notas al pie) sobre cada uno de sus dichos. Salvo que…salvo que, como en este caso, esa defensa resulte esencial para hacer la crítica que el autor lleva a cabo a lo largo de todo su texto. En efecto, el autor necesita demostrar que “los republicanos” han criticado falsa y tramposamente al kirchnerismo. Para ello, Adamovsky necesita mostrar al menos dos cosas: que 1) el kirchnerismo no era merecedor de muchas de las principales críticas que le hicieran los republicanos, mientras que 2) los republicanos estaban en verdad interesados en defender políticas “de derecha.” Sobre lo segundo, ya procuré demostrar que el autor no logra en absoluto su cometido (como mucho, nos encontramos con la anécdota de que X o Y, que no sabemos si eran republicanos o no, hicieron comentarios que podrían vincularse con “la derecha”), así que me concentro ahora sobre lo primero. La pregunta es entonces: ¿es cierto que los “republicanos” se dedicaron a avanzar críticas inmerecidas contra el kirchnerismo (en este caso, críticas insinceras)? Para lograr su objetivo, Adamovsky debería ser más cuidadoso en su defensa del kirchnerismo impugnado. En lugar de ello, el autor vuelve a la modalidad de siempre, al camino ya señalado: dar por cierto aquello que debiera haber demostrado.

Señalo rápidamente algunos ejemplos en este sentido. Adamovsky quiere demostrar, por ejemplo, que el gobierno no avanzó políticas represivas, y para ello se eleva hacia lo obvio o lo absurdo (la llegada del kirchnerismo al gobierno no implicó –nos dice- el “ascenso de un régimen igual al de Mussolini, con grupos armados y todo”), dejando de ese modo oculto lo que es grave y verdadero –por ejemplo, las decenas de muertos en situaciones de protesta social, que organizaciones de derechos humanos como el CELS o CORREPI verificaron y cuantificaron con contundentes datos. Adamovsky sostiene, contra ello, que los espacios públicos pudieron utilizarse “para la protesta sin incidentes”. Para Adamovsy, según parece, las muertes por decenas y las balas de goma reiteradas resultan en el peor caso “incidentes”, que por fortuna ni siquiera ocurrieron. Las sistemáticas represiones con Gendarmería, ordenadas típicamente en la Panamericana, desde el Ministerio de Seguridad (con Berni a la cabeza) contra los obreros de Lear, Kraft, Pepsico y Donnelley, por ejemplo, no existen en su artículo. El espionaje contra trabajadores y militantes de izquierda, a través de Proyecto X, no existe tampoco. No se trata de temas menores: si quisiera tomar a los críticos del kirchnerismo en serio, Adamovsky vería que muchas de las objeciones que los republicanos “hicimos” contra el kirchnerismo, no eran ociosas ni insinceras, sino merecidas, y además consistentes con un ideario de izquierda e igualitario. Adamovsky oculta en cambio lo que muchos de nosotros visibilizamos. Lo mismo en la crítica a los medios públicos, utilizados durante el kirchnerismo para que se escuche sólo la voz oficial, o para “escrachar” a los que pensaban diferente. No se trata de quejarse por tonterías, sino de impugnar un uso temerario del aparato del Estado.

Adamovsky critica a los republicanos alegando que ellos temen las “discusiones políticas ásperas” (una tontería repetida por el kirchnerismo más bobo, hasta el cansancio) Pero, caramba, podría responder alguno: Adamovsky acusa a los opositores por temer las “discusiones ásperas”, mientras avala la operatoria de un gobierno que redujo al mínimo las voces críticas en los medios públicos; que no hablaba con la prensa; que ocultaba los datos y mentía los números; que llenaba los canales públicos de pagados aduladores. ¿Quién sería entonces el que le tenía tremendo miedo a la “aspereza”?

Para que se entienda bien lo que digo: no me interesa aquí sostener que el kirchnerismo fue peor o mejor que tal o cual partido o gobierno anterior, en tal o cual aspecto. Ésa es una discusión interminable, que aquí no resulta relevante. Lo que digo es que si Adamovsky quiere mostrar que las críticas de los “republicanos” al kirchnerismo fue insincera, porque ellos hicieron (“hicimos”) objeciones frente a asuntos irreprochablemente resueltos por el kirchnerismo, entonces él debiera hacer un esfuerzo que no hace, para probar que en esas áreas sensibles que criticamos –pongamos, las que nos refieren a la represión contra la clase obrera; al espionaje contra los militantes de izquierda- lo hecho por el kirchnerismo fue impecable. Adamovsky no hace, entonces, lo que (dados los objetivos que él mismo se había propuesto) debiera haber hecho. Por el contrario, otra vez, toma a esos hechos en cuestión como hechos obviamente probados.

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Concluyendo. A partir de lo expresado anteriormente, entiendo que el trabajo de Adamovsky sobre republicanismo y kirchnerismo resulta muy defectuoso. Las críticas que el autor hace al republicanismo parten de un concepto de “republicanismo” que jamás define, por lo que no se sabe nunca qué es lo que está criticando. Sus argumentaciones son incompletas y superficiales, a menudo falaces, y con frecuencia circulares. Para colmo, ellas presuponen aquello que están obligadas a probar. Una estrategia central en el artículo es la que llevó al autor a esconderse frente a toda crítica, disparando para un lado para luego –frente a cualquier objeción posible- dejar abierta una puerta o coartada, que le permita escapar en la dirección contraria. Si uno le replicara entonces “yo no he dicho tal cosa” (pongamos, “yo no he defendido nunca políticas de la derecha”), él podrá responder, “pero sí lo ha hecho tal otro” (llámese Elisa Carrió, Luis Alberto Romero, o el Presidente Macri). Si uno le demostrara que ha hecho las críticas que él reclamaba (por ejemplo, las críticas a los decretos iniciales de Macri, la crítica a sus primeras acciones represivas, la crítica a su plan económico, la crítica al levantamiento de las retenciones mineras), él podrá responder (como de hecho hace en el texto) diciendo que, en cambio, “la UCR sí apoyó en bloque” tal otra cosa. Si uno le mostrara que las denuncias que levantó contra el gobierno anterior eran denuncias probadas (la “represión terciarizada,” como la que terminara con la vida de Mariano Ferreyra; el espionaje montado a través de Proyecto X, etc.), él podrá responder (como también lo hace en el texto) diciendo que la diputada Carrió, abrazada a su “muñeca Republiquita” hizo denuncias “francamente bizarras”. Si se le mostrase que uno defendió sólo políticas genuinamente de izquierda y republicanas (la democratización de la política tanto como la democratización de la economía), él sostendrá entonces que “Domingo Cavallo bautizó Acción por la República” a su partido, para contaminar de ese modo a todo el republicanismo, presentándolo como una concepción que se ha transformado, subrepticiamente, en “la derecha.” Es como si, en lugar de argumentar, el autor simplemente dijera aquello que tiene ganas.

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Por supuesto, nadie duda de que los gobiernos kirchneristas (como cualquier otro gobierno) recibieron –también- críticas de mala fe y críticas desde la derecha política. Pero el punto que interesa aquí es otro: la afirmación de Adamovsky según la cual “el republicanismo nuestro” fue en buena medida insincero, y procuró con sus críticas ocultar su predilección por políticas de la derecha, es por completo falsa, y el autor la da en buena medida por verdadera. Para decirlo con un ejemplo: el hecho de que Juan, Pedro y María -quienes, por lo demás, difícilmente puedan ser clasificados como republicanos bajo cualquier acepción medianamente inteligible del término- hayan presentado, ocasional o habitualmente, críticas insinceras e interesadas al kirchnerismo (que es lo que nos muestra Adamovsky, a través de citas y anécdotas entre sí desconectadas), no nos dice nada sobre el republicanismo, nada sobre la izquierda, nada sobre la derecha, y nada siquiera sobre los sujetos nombrados. Se trata, en todo caso, de un mero muestreo de historietas amontonadas.

Expuestas ya las razones de mi crítica al artículo de Adamovsky, agrego una impresión final, que es sólo una corazonada. Creo que ocurre con el autor lo que ocurriera en estos últimos años con otros intelectuales que se acercaron al kirchnerismo desde la izquierda. En términos de la política local, nada les ha dolido tanto como las críticas que, frente al gobierno anterior, muchos (les) hemos hecho desde una cosmovisión izquierdista. Esas críticas demostraron, una y otra vez, que se encontraban apoyando medidas que –conforme a los ideales que ellos mismos habían sabido invocar- debían haber criticado. Por ello la ansiedad por mostrar que “nuestras” críticas eran “insinceras”; por ello la urgencia por decir que “nuestros” argumentos eran interesados; por ello la desesperada vocación por probar que en realidad “los republicanos” nos “pasamos de bando”. Si ésa es la pretensión, deberán seguir trabajando. Sigo, como seguimos tantos, afirmando los mismos ideales igualitarios que afirmaba hace tiempo, y creyendo que ellos estuvieron situados en el lugar equivocado. Sigo pensando que ellos callaron lo que debieron hablar. Sigo pensando que defendieron políticas que debieron haber enfrentado.