Crónica

El columnista al que leen a ambos lados de la grieta


El método Pagni

“¿Leíste a Pagni?” es una pregunta que se repite tanto en la política como en el periodismo argentino. Desde hace un tiempo el columnista al que leen a ambos lados de la grieta rompió la barrera del círculo rojo y entró en un terreno de cierta popularidad. Su primer libro, “El Nudo”, en el que analiza las razones por las que el conurbano bonaerense modela la política argentina, agotó cinco ediciones a menos de un mes de su publicación. Cómo escribe y analiza la Argentina. Qué piensa del periodismo. El fantasma del 2001. La política y la financiación, los servicios de inteligencia. El sentido del sacrificio en una sociedad. Qué significa la irrupción de Milei. Obsesiones y continuidades de Carlos Pagni.

Carlos Pagni entró al Pabellón Rojo del Predio de la Rural y una pequeña multitud lo  aplaudió a su paso. El columnista político, que minutos después fue presentado por Marcelo Longobardi como el más influyente de la República Argentina, saludó tímidamente. Hay pocos registros de que un periodista provoque aplausos a su paso. Podría decirse que ese público era el propio, pero Pagni, desde hace un tiempo, se transformó en uno que lo aplauden o, al menos lo escuchan, a los dos lados de la grieta en que se divide la política argentina (En el CCK, frente a un auditorio que vitoreó a Wado de Pedro, también lo aplaudieron).

Pagni escribe en el diario La Nación, en el español El País, conduce Odisea Argentina por LN+ y acaba de publicar su primer libro con dos de sus obsesiones: el conurbano y la crisis del 2001. Dirá que éste es un hecho similar a la batalla de Caseros; a la llegada de Yrigoyen al poder; al 17 de octubre de 1945 y a los golpes del 76 y del 30. “Son momentos –explicará también– donde la historia se resetea, donde hay que mirar de nuevo el objeto de estudio porque cambió de forma”.

“El Nudo”, publicado por editorial Planeta, agotó cinco ediciones de 10 mil ejemplares cada una en menos de un mes. Pagni eligió este tema porque “el conurbano bonaerense es una reducción a escala de la dinámica socioeconómica nacional. Es la región donde se expresa con mayor nitidez la dramática travesía nacional. Pero sobre todo la que mayor defraudó las expectativas”. El periodista posó la mirada sobre cuáles son los problemas estructurales de la Argentina para plantear la “conurbanización” de la política. Le llevó 773 páginas analizar ese nudo de la historia. Intenta explicar cómo está atado. Para eso lanza datos, analiza y cita estudios de académicos. También reconstruye parte de los entretelones palaciegos de la historia reciente desde su rol de periodista con acceso a fuentes privilegiadas. Y se anima a la crónica territorial. Es en el único momento donde aparece en primera persona con verbos como “conocí” y la frase “me impactó lo más evidente: que éramos iguales” después de hablar con un hombre de 40 años de La Cava.

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Carlos Pagni nació el 13 de abril de 1961 en La Plata. Creció en el mismo barrio que una de las protagonistas de la política que él relata y analiza a diario: Cristina Fernández de Kirchner. En Tolosa, en la calle 530 esquina con la 116, se crió hasta los 14 años. Fue a un colegio salesiano, el Sagrado Corazón, sobre una de las diagonales del centro de la ciudad. Su padre, radical y anti peronista, había nacido en el 17 y era hijo de un inmigrante italiano que en Argentina se convirtió en ferroviario. La familia se había instalado cerca de la estación platense, desde donde Pagni padre y abuelo manejaban trenes que unían estaciones del conurbano hasta llegar a Constitución.

Ahora Pagni, que se resiste a hablar de su vida privada, piensa en voz alta que quizás esa sea una primera aproximación al territorio que es protagonista de su primer libro. “Estoy un poco ligado por genética a la genética de ese lugar”, dirá.

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“El Nudo” surgió de lo que Longobardi bromea que fue una conspiración basada en dos hechos reales. 

Carlos Pagni se sube a un taxi en alguna parte de Buenos Aires, comienza una charla por celular. Se presenta con la fórmula habitual: “Hola, soy Carlos Pagni”. 

El taxista se da vuelta y le dice:

—¿Usted es Pañi, el amigo de Longobardi?

Longobardi dice que ante semejante golpe a la autoestima, Pagni va al psicólogo para restablecer su amor propio y porque duda de su propia existencia. A la salida de una sesión, justo en frente al Museo Evita, se choca con una persona. Es Martín Sivak, en ese momento editor de Planeta. Le dice: “Carlos, tenés que escribir un libro” y lo invita a tomar un café. 

Corte. 30 de abril de 2023. Cinco años después los tres hombres, vestidos con camisas celestes y sacos azules, están sentados uno al lado del otro detrás de una mesa de mantel negro. Presentan “El Nudo” en la Feria del Libro de Buenos Aires. A sala llena, la familiaridad del público es tal que algunos comentan en voz alta los dichos de Pagni como si estuvieran solos en el living de su casa viendo la televisión. 

Longobardi explica que el origen de “El Nudo” –“un libro escrito durante 5 años de modo frenético, para demostrarse a sí mismo que efectivamente él era Carlos Pagni”– son esas dos escenas que, en realidad, fueron inducidas por una logia secreta que pretende entender la cabeza del periodista. La supuesta SAP es la sociedad argentina de pagniología que busca comprender el “método Pagni”. 

El chiste esconde algo de verdad. “¿Leíste a Pagni?” es una pregunta que se suele repetir tanto en la política como en el periodismo argentino. Pero en la Feria del Libro –también en la televisión– el periodista logró romper la barrera del círculo rojo para entrar en un terreno de cierta popularidad, un giro en su perfil profesional. Después de firmar libros, reconocerá que parte de ese fenómeno. 

“Había mucha gente. Noté una especie de ansiedad para que dé soluciones. Pero primero son difíciles de dar y, además, no creo que sea nuestro rol, el de los periodistas. Sería como pasarse a la política. Oí comentarios de mucho desasosiego, mucha tristeza”, explica. 

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De La Plata los Pagni se mudaron a Mar del Plata. Al llegar al final de la escuela secundaria, él quería estudiar Filosofía pero la carrera no estaba en la universidad de la ciudad. Priorizó quedarse ahí y anotarse en Historia. Una vez recibido y “por deporte” empezó a hacer periodismo en una radio. Fue en esa época que también comenzó a colaborar ocasionalmente en el diario Ámbito Financiero. Su primera cobertura “en serio” fue en junio de 1990. El secuestro del hijo del sindicalista petrolero Diego Ibañez, amigo del entonces presidente Carlos Menem, ocurrió en esa ciudad y conmocionó a la política nacional por la brutalidad y la cercanía al poder. Pagni fue quien siguió el tema día a día. Al poco tiempo, una nota de análisis político llegó a las manos de Julio Ramos, fundador del diario. A los días, le ofreció trabajar en la redacción de la esquina de Paseo Colón y San Juan. Se mudó a Buenos Aires.

Entre los periodistas se suele decir que “la escuela Ámbito” de esa época tenía un sello propio: una mirada minuciosa sobre la rosca política para después contarla con detalle. La idea que mueve este abordaje es que la dimensión humana de los poderosos que construyen poder son pistas para entender también las grandes líneas. En pleno menemismo el periodismo argentino vivía un buen momento: había temas de corrupción para investigar y los funcionarios hablaban en on y off. 

—Fue una gran escuela —dice—. Era una redacción chica, había tres o cuatro personas con una consagración total al periodismo y a la política. La consagración que se ve en un político que está mañana, tarde y noche dedicado a su actividad. Eso teníamos nosotros en ese momento y yo lo sigo teniendo. Aprendí ahí el oficio exclusivamente mirando. Por eso digo que era como un taller medieval, donde además me tocaba cubrir muchos temas, no había secciones fijas. Escribías sobre el tema en el que mejor estabas ese día. Fue un gran entrenamiento. 

De 1991 a 2007 Pagni fue parte de esa redacción. En ese año se mudó a otra a pocas cuadras. El diario La Nación estaba sobre la calle Bouchard al 500. El objetivo fue que escribiera análisis políticos o, como él prefiere decir, artículos de “información razonada”. La definición es de un amigo de Pagni y, según él, esconde la trampa de sus textos. “Parece una columna de opinión o análisis, pero son muchas notas con información donde te voy cambiando de tema y trato de lograr que te vayas enganchando”.

En la televisión, Carlos Pagni habla por más de 45 minutos solo. En un tiempo de espectacularidad en las noticias, es uno de los momentos más anti televisivo de la tevé por cable. A las 22 de cada lunes, se para frente a las cámaras de La Nación+ y monologa. Si bien el segmento es presentado como un editorial también es información enhebrada. En los papeles que mira cada tanto sólo tiene nombres, fechas y cifras. Teme olvidarse de lo obvio por el stress que provoca estar en vivo en la televisión. 

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Pagni llegó a su primer libro para contar el proceso político argentino que sigue a diario, pero esta vez en cámara lenta y con un método distinto. Después de la primera reunión con Sivak siguieron varias con Ignacio Iraola, que ocupaba el puesto de director de Planeta y quien finalmente lo logró convencer para que lo escribiera. Fueron cinco años de idas y vueltas, primero con Sivak y después con Marcelo Panozzo, quien fue el editor de la última etapa. Al principio iba a ser un libro con siete ensayos, siete nudos para explicar la Argentina. Pagni bromea que fue la pereza la que lo llevó a que sea sólo sobre el Conurbano y la Crisis de 2001. Ya tenía un capítulo escrito sobre ese diciembre y su agenda laboral –que se compone de su trabajo periodístico más charlas y conferencias– demasiado cargada para dedicarse a los otros temas.

El libro tiene varios registros. En la primera parte hace un análisis con datos, estadísticas y estudios de varias universidades para el que Pagni reconoce que tuvo que ponerse a estudiar. Debajo de esas páginas está la fórmula que cruza a todo su trabajo: la interlocución.

Carlos Pagni tiene dos tipos de interlocutores a quienes frecuenta para realizar su trabajo. Los académicos, porque “miran desde otro ángulo” (entre los que están Pablo Gerchunoff y Juan Carlos Torre). El segundo grupo está formado por gente que estuvo en el juego de la política y se retiró. Un viejo ministro, un sindicalista jubilado o lo que en la jerga periodística se llaman “viudas del poder”, personas que liberan mucha información y entienden el mecanismo del centro de la política porque estuvieron ahí. 

El último capítulo del libro, que tiene casi 400 páginas, es una crónica política desde el 2001 hasta la actualidad. Pero lo más disruptivo sucede en los capítulos previos, cuando va a las villas. En ese momento usa la primera persona, un registro impensado.

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“Hay algo ahí en el uso de la primera persona”, asegura ante la consulta. Es un cambio de estrategia con respecto a su trabajo diario y al que define como de “cierta extraterritorialidad, que le resulta muy cómoda”. Se ha manejado durante mucho tiempo con un objeto de trabajo que se le volvió muy familiar: la política. En la visita a los barrios se suspende esa cercanía por dos razones.

“Primero por un impacto emocional. Creo que me pasó lo que le pasa al 90 por ciento de los políticos que conozco”. Esa distancia o la extraterritorialidad para Pagni se pone en pausa “cuando hay un drama humano muy evidente. Eso seguro que pasó con Cromañón, con la Tragedia de Once o con la pandemia. Cuando el drama se sale del PowerPoint. Fue lo que me sucedió en la visita a esos barrios con los que no tengo una relación frecuente”.

La segunda dimensión del uso de la primera persona es para marcar un viaje a otro mundo distinto al que supone de los lectores que lo leen. “Creo que es gente muy poco habituada a ver la pobreza en toda su dimensión. Todos tenemos contacto con alguna persona que vive muy ajustada. Pero no con la pobreza como fenómeno orgánico, digamos sistémico o sistemático”. 

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Dentro del periodismo el método Pagni interesa porque, como define una editora de política de un medio nacional, “marca agenda de derecha a izquierda aunque a veces parece colar sus obsesiones en sus columnas”. 

Cuando se le habla de “sus” obsesiones, Pagni contesta con la definición que él tiene del periodismo: “Me parece importante que uno ejerza el lugar del periodismo porque la polarización amenaza a la profesión”.

—¿Cómo? 

—Porque es muy frecuente encontrar gente que juzga con una vara diferente de acuerdo al sector de la política que se trate. Para mí la diferencia entre periodismo militante y periodismo profesional es esa. No es el compromiso con una idea. Yo milito por determinadas ideas, miro desde una perspectiva ideológica. Tengo un punto de vista, pero trato de no caer ahí y esto es una lucha permanente. Si aplico una vara a este sector, la aplico también al otro. Pregunto: ¿Está mal manipular los servicios de inteligencia para un uso político? Para mí, la respuesta es sí. Ahí veo una continuidad y me interesa marcarla porque no puedo engañarlo al lector diciendo que son diferentes. La polarización envilece al periodismo, le hace perder su lugar, lo deslegitima. En el fondo la polarización lleva a una especie de infantilización: es pensar que todo lo malo está de un lado y todo lo bueno, del otro. 

—¿Cómo es tu método de trabajo?

— Primero, mi tendencia a la extraterritorialidad hace que me interese ver todo. Me interesa entender a la izquierda, me interesa entender a la derecha. Por momentos me siento mucho más entretenido hablando con gente de izquierda o del kirchnerismo que hablando con gente de Juntos por el Cambio. Segundo, me interesa desmentir lo convencional. Por ejemplo, ver continuidades. Eso me lleva a determinados temas como la Justicia Federal, los servicios de inteligencia y las complicidades entre la política y una clase empresaria con prebendas y los decretos de excepción. Son lugares donde la grieta no existe. Cuando tocas esos temas que otros no tocan, la información que te mueve es increíble. Es posible que tenga obsesiones pero cuando se va verificando lo que escribo, me defiendo de la idea de obsesión. ¿No tendría que estar todo el mundo hablando de que Juntos por el Cambio -que venía a renovar la política- manejó los servicios de inteligencia tal vez peor que Cristina o del papel de la familia Eskenazi en YPF? ¿Son obsesiones mías o temazos? 

—En esa agenda de temas propios y continuidades aparecen los desafíos de la política, a tu entender ¿cuáles son los más importantes? 

 —La política tiene dos desafíos muy complejos. Uno es el de la dependencia del financiamiento. Las campañas, de tan caras, se están volviendo inaccesibles. Alguien muy importante me dijo que, dentro de poco, solo el narco va a poder financiarlas. Es decir, solo negocios que después obtengan altísima rentabilidad. Por eso creo, y ahora vamos a mis obsesiones, que hay muchos negocios –y que menciono sistemáticamente en mis notas– que están armados por la política en consenso de los dos partidos y para obtener financiamiento. Se reservan a un grupo de empresarios muy reducido, que no se pueden tocar. Curiosamente se habla poquísimo de esto. Es un tema muy difícil de quebrar. Hay un debate sobre cómo se obtienen consensos en la Argentina, pero para mí es mucho más difícil romper consensos como este.

—Otra de las continuidades que trabajas en el libro es la reaparición de temas del 2001 como la convertibilidad, la crisis de los partidos políticos y de representatividad y el fantasma del descrédito en el sistema democrático. ¿Cuál es el peligro actual?  

—Esa es la gran pregunta. Nunca la historia se repite, pero alguien dijo que puede tener la misma música. Hoy vuelve con fuerza el problema de la representación. 

—¿Por qué? 

—Coincide que se da tras dos períodos de largas crisis políticas. En el 2001 aparece la idea de que se vayan todos. Ahora, Milei  dice: “todos son el problema, porque probaste kirchnerismo, probaste macrismo y ninguno te dio una solución”. Él sostiene que los problemas argentinos empezaron en 1916, con el triunfo de Yrigoyen, es decir la primera vez que hubo voto popular. Relata que, en su casa, juega a tirar dardos a una foto de Alfonsín. Es toda una imagen y definición que llega a 40 años de la democracia y cuando se creía que los consensos democráticos eran inalterables.

—Como parte de ese nudo también señalás la pobreza, la desesperanza, el fin del trabajo como elemento organizador,  el clientelismo…

—No coincido con el liberalismo extremo que afirma que la democracia es un sistema de reglas que puede prescindir de una buena praxis en términos económicos. Para que esas reglas se sostengan necesitas un mínimo de bienestar. Y eso falta por la duración de la crisis. Entonces aparecen primero -como en todo tiempo de alta inflación- la crítica del Estado, después la crítica a la política, que puede desembocar en la crítica a la democracia. Milei es claro cuando dice que, en caso de ser presidente, si el Congreso no le aprueba las leyes hará un plebiscito. Enfrenta a la gente con la política. Aquí hay un problema. La pregunta abierta es cómo la política puede volver a dar un horizonte que entusiasme y, al mismo tiempo, justifique un sacrificio. ¿Quién le pone sentido al sacrificio? Hoy es sólo un sacrificio sin sentido. ¿Quién le pone una perspectiva de futuro? Esa es la función de la política, el tender un puente entre el presente y el futuro. Eso es lo que hay que reconstruir.