Ensayo

Otro desierto para la nación argentina


El sueño de la república alberdiana

El triunfo de La Libertad Avanza encarna un proyecto de refundación nacional. El avance del fascismo global y el retorno de las tradiciones liberales conservadoras que estuvieron agazapadas en nuestro país durante décadas conjuran la distopía del sueño de la Argentina alberdiana: la nación debe ser desertificada. El desierto hoy es el vaciamiento patrimonial y el borramiento del Estado social. Contener, reprimir, administrar: no hay imaginario liberal argentino sin imaginario militar. El triunfo de una vida de derecha vocifera una apología del espanto.

Una playlist para acompañar la lectura de este texto.

El que realmente se nos presenta como el ciudadano más perfecto, es decir, el que navega por el mar en un barco, con espuma delante y una estela detrás, es decir, con grandes influjos en su entorno, tan distinto al hombre que está sobre las olas con sus cuatro tablones que, además, entrechocan y se hunden los unos a los otros,...él, ese señor y ciudadano, no corre menos peligro. Porque él y su propiedad no son una sola cosa, sino dos, y quien destroza el lazo que las une, le destroza también a él
Kafka. Diarios

La libertad como el despotismo viven en las costumbres
J. B. Alberdi, Bases

Como aprendimos en La doctrina del shock, la fabulosa tesis de Naomi Klein sobre el capitalismo del desastre, lo contrario al gradualismo en este momento en Argentina anuncia próximas transformaciones que pueden resumirse en un brutal recorte del gasto público, la desregulación (aún más) de áreas de la economía y la venta del patrimonio público (además de la dificultad para hablar, no nombrar y escribir, elementos que vuelven muy difícil la redacción de estas palabras). 

Javier Milei anunció al ganar las elecciones el domingo 19 de noviembre de 2023 y luego en una extensa entrevista como presidente electo junto a su mayor ladero periodístico, Alejandro Fantino, que los primeros meses del gobierno serán “duros” (en lenguaje argentino esto tiene una historia bien clara: miseria planificada por medio de una hiperinflación que el electo ya declaró instalada, censura solapada a través de la persecución a lxs trabajadores de los medios públicos bajo amenaza de cierre o venta, despidos que ya comenzaron tanto en el sector público como privado, y el conjunto de reformas que ingresarán en discusión en breve: previsional, laboral, fiscal). La derrota es electoral y también es la de una forma de vida. El triunfo de LLA es el triunfo de lo que Silvia Schwarsbök denominó la vida derecha, en su ensayo Los espantos, Estética y posdictadura. “El equilibrio fiscal no se negocia” es la otra cara de la moneda junto a la arenga que el mismo día pronunciara Mauricio Macri, cuando alentó el enfrentamiento entre civiles (“orcos” versus jóvenes) por la defensa de lo que el liberalismo argentino llama la Refundación de la Argentina.

El proyecto de una refundación nacional liberal debe ser leído en dos planos que no pueden de ninguna manera ser disociados: el avance del fascismo como complejo global contemporáneo y el retorno de las tradiciones liberales conservadoras que han estado agazapadas en la Argentina durante décadas esperando su oportunidad, una gran crisis, para volver a ingresar a la política, esta vez a través del voto popular. No solamente los procesistas del 76 (y usaremos este término porque quizás sea hora de revisitar algunas discusiones de los años 80); también los liberales que a lo largo de más de un siglo mantuvieron vivas ideas del siglo XIX de una nación que debe ser desertificada para poder ser fundada. Sólo que el desierto, hoy, es una categoría política que veremos resetear en nuevos desplazamientos.

De alguna forma, el triunfo del frente político-empresarial-social sobre el peronismo en su crisis de representatividad, es leído por ciertos sectores como el final de una larga batalla en la cual ahora la capital de Buenos Aires -sede fundamental de los gerenciamientos del poder financiero- podrá imponerse por sobre el resto del país (no es necesario “tocar” la coparticipación a las provincias, algo inviable -por ahora-, para gobernar la miseria federal planificada). En su entrevista con Fantino, Javier Milei se presentó ya no como el primer presidente liberal libertario de la historia (una alharaca que quizás nos haga detenernos a quienes venimos pensando en la alt rigth y en cómo definir a una derecha que no pierde tiempo y ya resolvió hace rato su problema semántico con llamarnos zurdos o comunistas; pero que poco importa a la luz de las ideas de Benegas Lynch, con más polvo que novedad); ya no se presenta sólo el primer presidente liberal liberario, sino como el primer presidente en situación de home office de la historia: según él, no necesitará el helicóptero porque no le gusta viajar (sic) y porque trabajará casi exclusivamente desde “el escritorio” en Olivos (inmediaciones a las que, por cierto, ya acudió a felicitarlo Jhonatan Morel, líder de Revolución Federal procesado por incitación a la violencia pública y vinculado al entramado de una difusa comunidad política que todos vimos salir a la luz cuando se diera uno de los episodios fundantes de lo que serán años violentos y angustiantes para la Argentina, el intento de asesinato a Cristina Fernández de Kirchner). La imagen del presidente en home office gobernando desde la capital de Buenos Aires toda la Argentina, con los acuerdos posibles en las provincias alineadas, se presenta como una actualización distópica del sueño de la república alberdiana. Resuena en las formas contemporáneas de sectores que ven transformarse en su cuerpo y en su tiempo el trabajo, sin haber obtenido hasta el momento beneficios sino más penurias y caída del salario real. 

Por supuesto que el sueño alberdiano no es viable sin una expansión fenomenal del volumen y las técnicas represivas sobre una parte muy grande de la población, que quizás primero de forma fragmentaria, pero lentamente y cada vez más tensa e impredecible en sus formas de organización o desorganización, podrá, por un lado, ser un andariel de la oposición política y por otro lado, impredecibles nuevas movilizaciones de quienes votaron un “que se vayan todos” o “que venga cualquiera” y encontrarán con el tiempo que, si la tierra es plana, al final del camino viene el abismo.

La imagen del presidente en home office gobernando desde la capital de Buenos Aires toda la Argentina, con los acuerdos posibles en las provincias alineadas, se presenta como una actualización distópica del sueño de la república alberdiana.

La gran ensalada entre paleolibertarismo, liberales argentinos del 1800, personajes propios del pillaje con que los conquistadores zarparon en barcos allende la pre- modernidad, hoy devenidos en brokers, agentes del negocio inmobiliario, militantes antifeministas y otros vengadores del honor de las castas, tiene algo en común: su recurrencia permanente a imaginarios del pasado como forma de situar las coordenadas de los problemas del presente. No hay política, sólo hay historia y economía. La economía como técnica, sin embargo, aparece como un mascarón de proa que pareciera ordenar una racionalidad que promete equilibrio, pero que es el instrumento de algo mucho más profundo. 

Hay un sector de la política argentina que fue espectador de la historia de 1888 en adelante. Incluso durante el gobierno de Roca, el liberalismo era una parte del Partido Autonomista Nacional. Luego encontró un lugar en la Unión Cívica y luego se los tragó la que fue la auténtica modernización y universalización ciudadana argentina, el peronismo. Ahora regresan al centro, a refundar la Argentina. ¿Dónde estuvieron durante este siglo y medio? Pues bien: son la suma del procesismo militar que viene tratando de volver a la política desde que Massera se postuló a elecciones para salir de la dictadura con un apoyo popular que nunca llegó; acompañando a los jefes de la patriada: los oligopolios que controlan precios, stock, distribución y producción de bienes y servicios (Caputo, Macri, Rocca, Eurnekian y la lista sigue). A partir de ahora, quienes concentran la producción y distribución de casi todo lo que consumimos, pisamos, usamos, ingresarán en una fase de auto- gobierno por medio del cual pueden establecer precios e intercambios sin más arbitraje que el de un Estado gerenciado por un joven elegido entre las filas de los empleados de sus empresas. El estilo rebelde expresado en el pelo libertario es la parte positiva del poder. La ultraconcetración y el argumento de derechos y patrimonios será su parte represiva. 

La desertificación de la nación es condición necesaria para su refundación. Una desertificación que hoy no significa el desplazamiento y el exterminio de poblaciones ya desplazadas y hostigadas, si no el vaciamiento patrimonial y el borramiento de los contornos del derecho del Estado social. Ahora bien: esto encuentra un consenso en una parte importante de la sociedad porque la política como sistema, ahora pasada por arriba por la historia, no hizo presente sus propias reformas y transformaciones cuando debía. Obviamente, la parte más dolorosa de este análisis es que la etapa que se cierra fue gestionada por un gobierno de coalición peronista que no pudo ni quiso representar los problemas del presente. La derrota no es sólo política sino también cultural, y los debates ofertados de manera dogmática y perezosa, la confianza excesiva en que “todo al final lo ordena la rosca”, la incomprensión genuina de los feminismos, los nuevos movimientos sociales, las nuevas desesperaciones laborales, todo aquello y más distribuyen la genealogía del desastre en tanto planos que sería soberbio esbozar una tesis homogénea.

Por otro lado, ya no se pueden vender las empresas compradas “a precio de desierto” a originarios exterminados, como hiciera sus acuerdos el Estado argentino con capitales ingleses en el siglo XIX. El mundo en el que cree Benegas Lynch ya no existe. Entonces, como dice la canción, ¿qué va a pasar?. ¿Y ahora? Allí donde en otro mundo, en el que aún podía Alberdi hablar de modernización y podían los gobiernos propagandizarla pero sin modernizar ni otorgar derechos, ahora hay escuelas, universidades nacionales, un sistema de ciencia y técnica, aguinaldo (no para todos), municipios con obras en curso. En fin, sistema. Pero, ¿no es acaso cierto que se ha instalado una impugnación generalizada del sistema? El problema es que esta impugnación, que abre un ciclo en diciembre de 2001 que hoy se cierra con una nueva crisis de representatividad, no encuentra la musculatura de una resistencia como la que fue largamente acumulada en los años 80 y 90. El aplastamiento físico y psíquico de la pandemia y la decepción requerirán grandes tiempos y esfuerzos para rehabilitar fuerzas lastimadas.

Allí donde en otro mundo, en el que aún podía Alberdi hablar de modernización y podían los gobiernos propagandizarla pero sin modernizar ni otorgar derechos, ahora hay escuelas, universidades nacionales, un sistema de ciencia y técnica, aguinaldo (no para todos), municipios con obras en curso.

Jóvenes con el pin de Alberdi amuchados en las puertas del hotel Libertador daban cuenta el 19 de noviembre de que la política, además de una enorme crisis de representatividad (pero cuidado, porque no todos “no se sienten representados”), atraviesa un problema de temporalidad. La fuga hacia los imaginarios liberales del pasado nacional es sintomática de la incapacidad de las dirigencias políticas por fuera de la extrema derecha de situarse en el presente. Nunca como ahora el presente fue un problema mal o nulamente abordado por la política. En las nuevas formas del mundo sociolaboral, en los anhelos del ocio, en las formas del goce de jóvenes y no jóvenes, en la ansiedad cotidiana instalada como forma de relación con el deseo, en la violencia de la desigualdad. El presente como problema no es sólo un asunto de actualización en el uso de la tecnología (no alcanza con identificar el hecho de la existencia de segmentos para desarrollar estrategias tecno- comunicativas eficaces): es también un problema de la política y de las ideas. La captura masiva de la insatisfacción democrática se instala en los segmentos, pero se transversaliza en una rebeldía conservadora, que a la vez que pide orden esgrime una motosierra, la estética de lo explícito del caos. Esa imagen dislocada, esa dialéctica negativa contemporánea, deja afuera cualquier intento de convencer a los electorados con discursos moralizantes y homogéneos o apelaciones totalizantes (el deber de la empatía o el amor, el diálogo o los buenos modales). Como dijo Giorgia Meloni, primera ministra, coetánea y correlativa de Milei en la Italia post pandemia, “ser rebelde es conservar”. Contener, reprimir, administrar: la restauración liberal vendrá con una suerte de tantra político en el cual los trabajadores deben ser sujeto de limitación mientras se reordena el mapa de negocios jugosos que la Argentina tiene para repartir (litio, agua, vías navegables, tierra, suelo, mano de obra). 

Como comentábamos en esta comunidad a propósito del intento de la toma del Planalto por parte de los bolsonaristas en enero, algo resuena de lo que Reich caracterizaba como el tándem entre fascismo y represión sexual: la restauración de los valores de la familia (entre otras cosas) a través del proyecto del Ministerio de Capital Humano tendrá como enemigo predilecto a los feminismos. Si comprendemos que una revolución sexual es mucho más que la liberalización de los placeres de sectores acomodados, podemos prever que la reacción antifeminista necesariamente traerá los ingredientes de culpa, ridiculización y retroceso efectivo para quienes esperaron siglos por derechos postergados como el aborto, una educación sexual acorde a la emancipación del abuso y la liberación, el acceso a derechos civiles que permitan vivir y morir en paz (no sólo el matrimonio igualitario, también la posibilidad de que los deudores de cuotas alimentarias paguen lo que les corresponde) y un largo etcétera. Muchos de estos derechos no podrán ser eliminados, pero la amenaza a la seguridad en materia de derechos es una larga marcha de odio, desesperanza y dolor, al igual que lo es la inseguridad delictiva que empujó a muchos a un nuevo “que se vayan todos”.

Feminismos en la encrucijada

Sería de una total deshonestidad seguir obviando en los análisis políticos circulantes que el problema global del nuevo ascenso del fascismo va a la par con la expansión internacional de movimientos de rehabilitación de las luchas populares antifascistas, con el feminismo como ejemplo principal, junto con las luchas ambientales, sobre todo las que defienden los recursos soberanos de los embates neocoloniales.

Sin embargo, en los últimos años, los feminismos populares argentinos se encontraron con un problema doble: por un lado, un proceso de institucionalización banalizante, salvo excepciones en áreas específicas de la gestión provincial o económica (no podía ser de otra forma si no se encomendaba ese proceso a cuadros políticos emergentes de sus luchas ni se encuadraban las políticas en propuestas de transformación y que excedieran el contentar acuerdos entre los machos de la política); por otro lado, una fetichización de sectores que identificaron la repetición de la escena de la resistencia al macrismo como única creatividad para avanzar en ampliar la llegada del movimiento, más allá de las agendas de ciertas fundaciones y militancias web poco arraigadas en los sentires populares. Ya habrá tiempo de solventar este interesante debate en nuevos ámbitos y acciones: hoy lo cierto es que demostró ser fallida la tesis de que las mujeres y disidencias torcerían la elección. Nadie es solamente el like que pone en una red social, ni su ideología. Y esto no es algo que deba achacarse a las feministas. El problema, como siempre, gira en torno a la relación entre sectores de los movimientos, sistema político, fundaciones y timing. 

Las organizaciones feministas arraigadas en barrios, sindicatos, en colectivos culturales, comunicacionales, políticos, tendrán nuevamente la tarea de traccionar a un movimiento que mantiene sólidos enclaves organizativos y agendas populares y que sin dudas volverá a ser una parte esencial de la nueva etapa.

Sentido circulantes

Comenzaron a aparecer en el tramo final de la agonía de los últimos tiempos sentidos circulantes de resistencias, pero bien diferentes a las de los años 90 (no puede ser de otra forma y debe insistirse en la premisa política de hallar el presente). Lo privado, el refugio en afectos o en interpelaciones que no rompan lo conocido. 

Estos sentidos conviven con una fuerte sensación de desequilibrio: en el reparto de la torta, en el tiempo libre del que dispone cada cual, en quiénes son merecedorxs de valor y quiénes no, en qué sectores se ven beneficiados con las políticas de ampliación de derechos y quiénes no comen ni beben. Por supuesto que esta sensación tiene un basamento material pero también es una fantasmagoría en la cual lo que Susan Sontag llamó el fascinante fascismo hace mella: si un sector no puede comprar dólares, ¿por qué las lesbianas tienen derechos?; y así podríamos continuar con este tipo de ejemplos. Falacias, como le gusta decir al presidente electo, egresado de la universidad privada.

Otra vuelta de tuerca

En el siglo XIX, lo que se conocía como el gran desequilibrio nacional se clausura con la derrota de Rosas por el ejército de Urquiza y sus aliados. Esa victoria tomó el predicamento modernizador de Alberdi en tanto y en cuanto la modernización no modernizara (es decir, pudiera garantizar mediante las ideas la propaganda liberal pero no el empoderamiento de las masas). El equilibrio liberal en la argentina siempre estuvo ligado a la materialidad y al imaginario militarista. El rol de Victoria Villarruel es dejar en claro que no hay imaginario liberal en la historia Argentina sin imaginario militar. Esta sinergia histórica es una invariante que no se puede tocar. El negacionismo contemporáneo es un “arma de la crítica”, para decirlo en términos sarmientinos.

Alberdi, que nunca dejó de considerar que debía ser superada la grieta de esa época, la de Urquiza/ Rosas, es invocado hoy como una fórmula o un llamamiento a sectores ex-peronistas como el de Schiaretti y Randazzo a integrarse en un pacto de gobernabilidad que, a pesar de los esfuerzos de tales alimañas, debe vérselas con quien verdaderamente puede hacerse cargo de las condiciones de una convivencia política y social en la relación de la Nación con las Provincias: manso peso para el gobernador de la Provincia de Buenos Aires. Sobre todo porque no alcanza con gobernar, aun si se la gobierna bien, la Provincia de Buenos Aires: se viene una etapa en la que deberán ser reconstruidas las fuerzas populares en las provincias para poder hacer sonar un clamor realmente mayoritario. No hace falta ver el mapa de los resultados numéricos de las elecciones para comprender esto. 

La falsa superioridad estética del espanto

Para retomar y desplegar la rica tesis de Schwarzbök mencionada al comienzo, hay una pregunta importante que nos podemos hacer. Qué más que preguntas podemos buscar en estos momentos, mientras perfilamos las batallas y aterrizamos los corazones. ¿En qué consiste la llamada superioridad estética del liberalismo a la que tantas veces los libertarios refieren? Para comprender esto es necesario hacer énfasis en el antagonismo fundamental sobre el que se erige la narrativa estético cultural libertaria: anticomunismo (más que enfrentando a un istmo, lo contrario de la vida popular y el mutualismo), exaltación de “lo nuevo”, transmutación del valor de verdad del concepto de justicia social. Todo esto ha sido extensamente conversado en medios, redes, grupos de amigos, y en diversos ámbitos donde no se han creado en muchísimo tiempo prácticas democráticas y culturales revolucionarias. Los espantos de la dictadura reaparecen y se reactualizan por medio de un  negacionismo no sólo del terrorismo de Estado, sino de los sentidos fundacionales de la democracia del 83. Lo que quedó de la dictadura, lo que no se puede ver ni nombrar ni representar, emergió en el profundo silencio del encierro y la sobreactuación de libertad que vino después de la pandemia; libertad que podía experimentarse a través de algunas prácticas nocturnas pero nunca a través de la renovación de los proyectos colectivos emancipatorios.

El liberal libertarismo le ofreció al vetusto liberalismo conservador argentino una actualización estética y propagandística que vuelve al caso de la extrema derecha argentina un caso particular. Al imponerse sobre el proyecto peronista de la justicia social - por abandono del propio peronismo de la eficacia política en el ejercicio del gobierno- el liberalismo reseteado permite ahora volver explícito todo lo que ya no se podía ni se debía decir. La ausencia de toda expectativa respecto a una vida justa y común pone en entredicho qué tan real es la representación del Pueblo cuando se habla de democracia. Por otro lado, el triunfo de una vida de derecha (que no es sinónimo de fascistización de las masas, pero sí de explicitación de los espectros post- dictadura que antes no se lucían a la luz del día), es el triunfo de una vida que ya no espera ni al comunismo ni al socialismo ni a la justicia social; ni siquiera al Estado. Lo solapado se vuelve visible y obsceno, la clandestinidad es parte de una estética del pasado. La derecha no le teme a la resistencia porque un sector de la política emancipatoria se volvió pura apariencia, frivolidad, incapaz de alterar el estado de las relaciones sociales y económicas. La llamada superioridad estética libertaria es, en definitiva, una apología del espanto, una estética de lo explícito (cuando aquello en lo que creemos con convicción se vuelve abstracto producto del mal gobierno, nos derrota la explicitud del espanto neoliberal vociferado por todas partes). Por supuesto que esta esgrimida superioridad no es más que la exaltación de lo explícito, un grito que calla al que piensa distinto. El enunciado de la jerarquización de vidas que valen por sobre otras. Será importante desandar, también por el lado de las estéticas políticas, formas de dar discusiones y de narrar nuestras ideas y proyectos, con nuevas capacidades de intervención.

La restauración de los valores de la familia (entre otras cosas) a través del proyecto del Ministerio de Capital Humano tendrá como enemigo predilecto a los feminismos.

Pero, ¿cómo? En primer lugar, no puede dejar de considerarse que en estos momentos circulan intensos debates en los refugios supervivientes de la militancia (que puede y más que nunca debe, vencer al tiempo de forma organizada), respecto a dos ejes: acción inmediata ante la afrenta que será de shock y cuidados. Los miedos y la angustia corroen las almas y, si durante estos años se instaló el “no future”, ahora se instala el miedo como emoción estructurante. Miedo válido, miedo sustentado en una historia reciente de persecución durante el período 2015-2019 y en la historia previa a 1983, con sus sucesivas descomposiciones socioeconómicas durante los 80 y los 90, acompañadas de enormes luchas que, no obstante, no lograron torcer la matriz de acumulación financiera instalada desde el 76, con el paréntesis de la etapa de los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner, que, al igual que muchos gobiernos latinoamericanos, no lograron avanzar en las reformas posteriores a sus primeras etapas. Producto de la crisis financiera internacional desatada en 2008 y del colapso de las alianzas y frentes sociales para encaminar las transformaciones.

Hoy la deriva fascista. la magnitud del hundimiento político y económico del país, las incertidumbres en las vidas personales y la crisis del marco político peronista son parte de una etapa que para la Argentina reedita conflictos y problemas de la magnitud de los que el país enfrentó en los momentos más terribles de su conformación identitaria como ex- colonia.

Nadie puede invalidar el miedo y la necesidad de circulación del cuidado en espectros más reducidos, en tiempos en que la comunidad país ve multiplicarse las prácticas odiantes, fascistoides micro y macro. Entonces, para poder intervenir, primero debemos cuidarnos. Pero también es importante reflexionar sobre lo que son los cuidados y evitar derivas individualistas que dejarán desamparadxs a millones de trabajadorxs formales e informales, pobres o indigentes, militantes, pueblos originarios, mujeres, lesbianas, trans, gays, travas, personas que ven peligrar sus pensiones de discapacidad, neurodivergentes que no han podido nunca acceder a un sistema integral de salud mental inclusivo, no criminalizante y sobre todo, no colapsado (parece mentira que, con este panorama, se haya hecho tanto énfasis en la figura del loco como forma de construir antagonismo con la derecha, en lugar de poner en primer lugar otros temas). Todxs aquellos que padecen hoy material y emocionalmente una crisis que ya no es sólo la crisis identitaria del peronismo, sino la crisis de las coordenadas que definen qué será y no público en Argentina. Entonces, sobre la emoción del miedo, será necesario explorar y reconstruir sentimientos. En tiempos donde la ansiedad se ha vuelto la forma fundamental de relación con la vida diaria, debemos ir de la emoción al sentimiento. El verdadero tabú de la derecha son los sentimientos.

La frivolidad en la gestión de discusiones que deberían darse con profundidad, con generosidad y creación de mecanismos de discusión colectiva, con movilización y con una política activa de formación de cuadros, le baja la vara a debates de índole estratégica e histórica que tanto el peronismo como el amplio universo de la política y la militancia en general requieren más que nunca. La actualización doctrinaria no es una deslealtad, sino la impostergable tarea rizomática que anunciara José Pablo Feinman en sus extensas reflexiones, más celebradas biográficamente que leídas y comentadas.

¿Hay espacio para un proceso intenso, activo y creativo de refundación paradigmática o finalmente el agotamiento de las fuerzas en múltiples planos producirá una etapa de negación, sectarismo y estrategia de mando sin armas críticas y sensibles en sintonía con la época? La respuesta, como siempre, no viene dada. Habrá que construir, desde las cenizas, con la memoria, la crítica y la organización colectiva y, sobre todo, con perspectiva de comunidad.