Ensayo

La mutación de la UCR


GOBERNAR NO ES GANAR

Con el balotaje en la mira, el radicalismo y el PRO dividen tareas: uno ofrece presencia territorial, el otro compite por los cargos ejecutivos. Aunque la receta parezca novedosa, no lo es. Como explica el politólogo Federico Rossi, hace dos décadas que la UCR sabe que no le alcanza con su propio caudal para ganar en las urnas. Desde entonces, se convirtió en un partido que alquila su estructura ante la promesa de un gobierno de coalición.

 

Idea de portada: Julieta De Marziani y Marcela Dato

Fotos 1 y 2: Alejandro Kaminetzky

La última elección marcó el fin de casi 30 años de gobiernos peronistas en la Provincia de Buenos Aires y la derrota de algunos intendentes tradicionales. El resultado electoral bonaerense fue el elemento sorpresa que generó la sensación de que Daniel Scioli perdió, aunque salió primero, y que Mauricio Macri ganó, aunque salió segundo. Entre los elementos que permitieron este resultado se cuentan la aún existente capilaridad territorial de la UCR y el fracaso -o la desidia- de actores territoriales que apoyan al kirchnerismo y no militaron de la misma manera que otras veces por un candidato que les generó menos pasiones que Cristina Fernández y Néstor Kirchner.

Lo que encontramos en Cambiemos es un esquema de alianza entre un grupo con presencia mediática y sin territorialidad y un histórico actor territorial sin capacidad de ganar elecciones nacionales, que alquila su capilaridad ante la promesa de constituir un gobierno de coalición. En Argentina es novedoso para la derecha política, aunque no lo es históricamente.

Intendencias bonaerenses ganadas por el radicalismo (rojo) y el PRO (amarillo).

La creciente territorialización de la política es una transformación fundamental en las relaciones entre el Estado y la sociedad que tiene implicancias sobre cómo funciona la política contemporánea. A pesar de que siempre fue relevante, este proceso tiene sus raíces en la década del setenta y aparece luego de que las reformas neoliberales y los regímenes autoritarios debilitaran o disolvieran los arreglos neo-corporativos que antes resolvían los conflictos sociopolíticos.

La confluencia entre necesidades electorales y un esquema de creciente territorialización de la política ofrece la oportunidad para que el partido con territorialidad alquile su red a quién ofrezca ganar las elecciones y darle cargos políticos. Así, la UCR presenta la disponibilidad de actores con extensión y difusión en el espacio geográfico, aunque incapaces de vencer en las urnas a nivel nacional. Y eso converge con el PRO, que tiene figuras políticas relevantes o agendas que logran captar al electorado, pero sin suficiente penetración territorial.

El PMDB en Brasil

Los partidos que alquilan su capilaridad territorial no son novedosos en la región. En Brasil tenemos el caso del PMDB: un partido tan fuerte a nivel subnacional, con una territorialidad tan extendida, que es imposible gobernar sin aliarse a sus caudillos tradicionales.

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La primera presidencia post-dictadura en Brasil estuvo –por la muerte del presidente– en manos del vice José Sarney, del PMDB. Desde entonces, el partido jamás se fue del poder, pero nunca volvió a tener un presidente propio. Esto se debe a que tiene una gran debilidad: su estructura en red y de puja entre líderes territoriales subnacionales genera grandes dificultades para unificarse detrás de un candidato propio a nivel nacional. El problema radica en que nadie puede (o quiere) irse del territorio.

Sin embargo, al mismo tiempo, nadie puede gobernar sin el PMDB. Tanto las administraciones de Fernando H. Cardoso como las del PT gobernaron en alianza con el PMDB. El partido de Lula da Silva intentó disputarle espacios (a veces con éxito), aunque a medida que pasó el tiempo quedó cada vez más acorralado en su gobernabilidad por el control del territorio que ejerce el PMDB. Esto empujó al PT a ocupar cada vez menos ministerios. De hecho, desde el primer día cedió el ministerio de Hacienda. La alianza del PT con el PMDB fue un acto pragmático del lulismo, que consideraba que nunca podrían ganar solos una elección presidencial. Fue este pragmatismo el que les permitió llegar al poder y reelegirse en tres oportunidades, lo que los empujó a gobernar con políticas muchas veces contradictorias con los estandartes históricos del PT. Es más, hoy Dilma Rousseff está acorralada por este aliado desleal que hace su propio juego territorial y parlamentario, y pone en cuestión la continuidad del gobierno.

La UCR

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En la Argentina, la UCR ensayó diferentes estrategias en coalición para volver al poder desde la elección histórica de 1995 que marcó el final de 50 años de bipartidismo nacional, y relegó al radicalismo a un tercer puesto. Desde entonces, en cada elección ofreció su capilaridad territorial a cambio de un premio cada vez menor.

La primera coalición de este tipo organizada por la UCR fue con el FREPASO -que salió segundo en 1995-, pero no se resignó a ocupar una posición accesoria e impuso sus candidatos en la Alianza. La marginación del FREPASO fue tal que el vicepresidente Chacho Álvarez renunció ante el fracaso de la coalición.

Ante el colapso del gobierno de Fernando De la Rúa, la UCR se fracturó y reprodujo esta lógica de alquiler de su base territorial a Néstor Kirchner en su proyecto de transversalidad. En el principio del siglo XXI, la UCR estaba debilitada y competía con otros actores que también le ofrecían la territorialidad necesaria en la provincia de Buenos Aires a un gobernante que venía de la Patagonia y quería emanciparse del poder de Eduardo Duhalde. Los muy activos piqueteros, los grupos tradicionales de la izquierda basista y los barones del Conurbano le ofrecieron al kirchnerismo múltiples vías de acceso a una territorialidad que se hizo vital para dar autonomía al gobierno.

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El radicalismo fue perdiendo líderes a medida que la Alianza se derrumbó y la muerte de Raúl Alfonsín disolvió el último proyecto nacional y movimientista de la UCR. Desde entonces, perdió dirigentes por izquierda y derecha, muchos de ellos ya olvidados, pero algunos cruciales para el resultado de las últimas elecciones. De hecho, el PRO de Macri fue creado por Ricardo López Murphy. Melchor y Gustavo Posse en San Isidro, primero se ofrecieron a Alberto Rodríguez Saá, luego se hicieron kirchneristas y actualmente pertenecen a Cambiemos. Y Elisa Carrió se sostuvo como candidata y –cada vez más– como armadora de coaliciones electorales por fuera del peronismo desde que salió de la UCR.

La vicepresidencia de Julio Cobos fue el paso siguiente en el proceso en el que la UCR aceptó un rol cada vez menos visible en la construcción de poder territorial. De esa manera, su papel en el kirchnerismo fue el opuesto al que había jugado en la Alianza: mientras De la Rúa marginó al FREPASO, Cristina Kirchner marginó a la UCR. Es decir, no se produjo como en Brasil una distribución de cargos que respondiera a un gobierno de coalición. Esto fue posible porque la presidenta tuvo múltiples aliados territoriales en los que apoyarse y requirió menos de la centenaria UCR.

Si bien la UCR tiene más historia que el PMDB y sí logró gobernar sin aliados, las decisiones que fue tomando desde 1995 llevaron a que emulara crecientemente la estrategia de su par brasilero. En la última convención nacional, las elites radicales que apoyaron a Ernesto Sanz parecieran haberse inspirado en el PMDB: decidieron renunciar a tener candidatos nacionales a cambio de gobernar por otros canales. En 2015, la renuncia de los radicales es mayor que la de Cobos durante el kirchnerismo: Sanz no logró ser siquiera el candidato a vicepresidente y fue aplastado en unas PASO en las que participó aunque sabía que no tenía ninguna posibilidad de ganar.

Intendencias del radicalismo hasta el 10 de diciembre.

Ahora, el dilema de la UCR es el mismo que el del PMDB: cómo conseguir desde la territorialidad cargos políticos nacionales. Desde el final de la Alianza, la UCR fracasó en su intento, punto en el que el PMDB es muy exitoso. Si se considera la disfuncionalidad de las coaliciones entre actores muy disímiles que integró la UCR en el pasado, los augurios no son promisorios para los radicales. Tampoco en Brasil las experiencias son siempre positivas. Las tensiones del PT con el PMDB llevaron a un gobierno esclerótico que puja entre líderes con historias y políticas profundamente contradictorias.

Sin embargo, como si hubieran aprendido del fracaso de la Alianza, las diferencias entre los socios principales de Cambiemos son claras desde el principio. Rogelio Frigerio (del PRO) aseguró: “No va a haber un cogobierno: el que gana gobierna y el que pierde, sugiere. Vamos a conversar cuestiones sobre las boletas, pero lo que pase en el gobierno lo define quien gane en la primaria”. Por su parte, Gerardo Morales (UCR) opinó: “Les parecerá extraño pero comparto con el PRO (sobre no conformar un cogobierno) y el radicalismo, en todo caso, le va a tocar el rol, con 50 diputados nacionales, de garantizar gobernabilidad, poner límites, que no nos privaticen YPF de nuevo, que no nos privaticen el régimen previsional, entre otras cosas”.

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Más allá de haber obtenido casi el 60% de las intendencias ganadas por Cambiemos en la provincia de Buenos Aires, la UCR ya tuvo problemas con sus socios al enfrentarse a noticias como la de que el ex-Carapintada Juan José Gómez Centurión sería el eventual ministro de defensa de Macri. En el PRO, buscan evitar fricciones ya que dependen de que la UCR desee seguir alquilando su base territorial. Eso sube la apuesta sobre a cambio de qué lo haría. Por ahora sería por un premio muy menor: el ministerio de Justicia para Sanz. Si esto sucediese, se repetiría la historia de exclusión que la UCR le hizo al FREPASO y luego sufrió, en su versión K, desde el kirchnerismo. El problema de base es que la creciente territorialización de la política argentina hace muy complejo construir alianzas coherentes ideológicamente, lo que lleva a inevitables problemas entre sus socios.

La experiencia de las alianzas argentinas hace difícil avizorar la construcción de una administración que ofrezca gobernabilidad al integrar a una desdibujada -pero aún mayormente alfonsinista- UCR junto a los sectores neoliberales y conservadores que, como lo muestra su equipo de economistas, componen el núcleo duro del PRO.