Crónica

Diario de la XV Conferencia sobre la mujer (CEPAL)


La Sociedad del Cuidado: un horizonte feminista

¿Cómo seguir hablando de cuidados después de una pandemia, con nuestros hogares atravesados por la inflación y la desigualdad y los territorios afectados por la violencia ambiental? Durante cinco días, referentes de feminismos institucionales, territoriales, villeros, indígenas, afrodescendientes, académicos y funcionarixs de los gobiernos tejieron una hoja de ruta hacia la Sociedad del cuidado. Por qué estas políticas pueden revolucionar a un Estado y la potencia del Compromiso de Buenos Aires. Diario de la XV Conferencia Regional sobre la Mujer de América Latina y el Caribe.

Colaboración periodística: Agustina Pozzo

Un Estado que invierte en cuidados protege derechos, dinamiza su economía, genera empleo de calidad, incorpora a más mujeres en la fuerza de trabajo, promueve su autonomía económica, mejora la renta familiar y la recaudación fiscal. Estas certezas son resultado de la investigación El financiamiento de los sistemas y las políticas de cuidados en América Latina y el Caribe, uno de los documentos compartidos en la actividad central de la XV Conferencia Regional de la Mujer . Propone cómo invertir y de qué modo movilizar los recursos necesarios. Participan ministerios y entidades de género. En los paneles centrales, hay invitadas de la academia y funcionarixs de alto nivel del sistema ONU, del Comité de la CEDAW, gobiernos y redes de organizaciones activistas. Todes aportaron sus miradas. 

Luego de las presentaciones, se abre el micrófono a las delegaciones oficiales y a los organismos de la ONU. Cuando alguien quiere intervenir, levanta el cartelito con el nombre del país o institución que representa. El resto observamos y, de vez en cuando, nos manifestamos. Por ejemplo, mientras habla la ministra de Honduras, tres personas travestis y trans se paran a su lado con carteles que reclaman una Ley de Identidad de Género. Surgen cánticos contra la ocupación militar en Haití. Se levantan banderas que denuncian la dictadura en Nicaragua. La pasión de la militancia feminista se filtra en los pasillos del hotel cinco estrellas de Retiro, Buenos Aires, incluso en los momentos de mayor solemnidad.

Cinco días, más de tres mil mujeres, lesbianas, travestis y trans, tres documentos oficiales, cuatro paneles de alto nivel; un Foro Feminista (impulsado por más de 100 organizaciones), dos conversatorios y cinco talleres simultáneos, un Foro Parlamentario (el primero en este marco) con más de 100 parlamentarias de 15 países latinoamericanos y caribeños, un Foro de Juventudes, delegaciones de 30 países, 30 sesiones paralelas, una agenda amplia de reflexiones, investigaciones, argumentos y reclamos, un Compromiso y un sueño común: construir la “sociedad del cuidado”.

Todo esto sucedió en la XV Conferencia Regional sobre la Mujer en América Latina y el Caribe, el principal evento intergubernamental que discute y construye una agenda regional sobre género. Es organizada por la CEPAL desde hace 45 años, y esta vez tuvo como socia a ONUMUJERES. El eje central de esta XV Conferencia se resume en su documento de posición: “La sociedad del cuidado: horizonte para una recuperación sostenible y con igualdad”.

Sucedió cuando los feminismos son atacados por el avance de la ofensiva conservadora. Sucedió en el país de los 35 encuentros nacionales que hoy son plurinacionales. Sucedió en el país de Ni Una Menos y de la Marea Verde. 

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La semana comenzó el lunes 7 de noviembre con un ritual Abya Yala en los jardines recuperados del Espacio de la Memoria (la Ex ESMA) y terminó el viernes 11, en el salón principal del Hotel Sheraton, con la lectura del acuerdo alcanzado por los gobiernos de la región. Se trata del Compromiso de Buenos Aires. Ofrece una hoja de ruta para la agenda política de los estados de la región.  

Allí nos congregamos mujeres, lesbianas, travestis y trans que vivimos en contextos sociales, políticos, económicos y culturales heterogéneos. Ministras y altas autoridades de las entidades nacionales de la mujer y las cancillerías, mujeres que trabajan en distintos organismos de Naciones Unidas, muchas más que participamos en organizaciones académicas, comunitarias, activistas, indígenas, afrodescendientes, migrantes, viviendo con VIH, LGBTIQ+, entre otras. Hubo también algunos varones, ellos casi todos funcionarios. 

En la diversidad de perfiles radica la potencia del encuentro. La posibilidad de dejar en suspenso la habitual fragmentación de universos, experiencias y perspectivas para confluir en una conversación común. Feminismo institucional y feminismos territoriales, populares y villeros, transfeminismos, feminismos indígenas y afrodescendientes, feminismo académico y de sociedad civil especializada. Punto de encuentro que deja al descubierto las particularidades de cada universo, pero también la urgencia de su entretejido. Fuimos una pequeña multitud soñando y proyectando un profundo cambio social. 

Además del Compromiso de Buenos Aires, firmada por las 30 delegaciones que participaron, el encuentro deja otros acuerdos: la Declaración del Foro Feminista, y la del Foro de Juventudes. En todos se reafirma el cuidado como derecho, se llama a apuntalar políticas públicas que, con el liderazgo estatal, promuevan la corresponsabilidad social de los cuidados mediante sistemas integrales, se señala la urgencia del cuidado del planeta y de sus defensoras, se retoma y amplía la agenda histórica de los feminismos. Fácil decirlo, desafiante implementarlo. Pero si las feministas nos ajustáramos siempre a las condiciones de lo posible, jamás hubiéramos avanzado en derechos. Y aquí estamos.

Foto: Sol Avena

El cuidado en el centro 

¿De qué hablamos durante estos cinco días? De la organización de los cuidados, de la inversión de tiempo y energía que demandan y de la injusta distribución de ese tiempo escandalosamente feminizado. De su condición de trabajo (se pague o no). Porque entreteje gestión, atención, tiempo, mentes y el cuerpo de mujeres. Un trabajo indispensable para sostener el sistema económico y social, y para que la vida ocurra. Porque las vidas, dice Judith Butler, son precarias. Y si no se cuidan, se pierden. 

Hablamos del cuidado como trabajo y como derecho. Hablamos de las desigualdades que arrastra su organización social y política, configurada a la sombra de un modelo de desarrollo atrapado por la lógica del mercado y la acumulación del capital. Un modelo que colocó la producción y el consumo en el centro, y dejó en los márgenes la reproducción de la vida y la amalgama del lazo social. Un modelo que en América Latina extrae recursos naturales a costa de la sostenibilidad socioambiental, mientras que fortalece la cultura del privilegio. Entonces, los cuidados se desvalorizaron, feminizaron, racializaron e invisibilizaron. Porque así funcionan las jerarquías sociales.

“Como noción propositiva, la sociedad del cuidado (...) expone el modo en que la sociedad actual ha devenido en un modelo insostenible y desigual”. CEPAL, 2022.

Hablamos del cuidado del planeta que está en riesgo, como lo están las defensoras de derechos y territorios ancestrales, amenazadas, perseguidas e, incluso, asesinadas en distintos países de la región.  Y del trabajo de cuidados comunitario cuando la crisis acecha, el alimento no alcanza, la pobreza corroe el bienestar cotidiano. Hablamos de cómo el cuidado se constituyó en el nudo crítico de la desigualdad de género, atravesado hasta la raíz por las desigualdades socioeconómicas y étnico raciales. 

“Muchas niñas y mujeres afrodescendientes tienen como único destino el trabajo asalariado en los hogares acomodados.” Paola Yañez, activista afroboliviana. 

Hablamos de la necesidad de acciones urgentes para trastocar el actual estilo de desarrollo, que si antes de la pandemia ofrecía demasiado poco a la gran mayoría de la población mundial, el contexto pandémico terminó arrastrando a millones hacia el borde de un precipicio sin fondo aparente, con un 40 por ciento de pobreza en la región, en su mayoría mujeres y niñas, mientras que los milmillonarios multiplicaron sus fortunas. Entonces, y sobre todo, hablamos de los caminos para superar esta insostenible desigualdad. De construir, juntxs, la Sociedad del cuidado.

Foto: Manuela Mariani

De dónde venimos

Según la OIT, en todo el mundo se destinan 16.4 billones de horas diarias al cuidado no remunerado, lo que equivale a 2 mil millones de personas ocupadas 8 horas diarias sin remuneración. El 76.2% del total del tiempo de trabajo de cuidados no remunerado lo realizan las mujeres. Aunque no se contabilice en las cuentas nacionales, tiene un valor económico decisivo: equivale a entre el 16 y el 23% del producto interno bruto de cada país (CEPAL, 2022). 

Diseñado para sociedades industriales, con familias nucleares, parejas heterosexuales casadas para toda la vida, pleno empleo masculino con salarios dignos, seguridad social a la que se accedía por la vía del “jefe de hogar” y mujeres con escasa autonomía, el modelo de bienestar afinado -en el mundo occidental- durante el siglo XX familiarizó y feminizó estas tareas. Desatendió a buena parte de la población y dejó la puerta abierta para privatizar los cuidados cuando los ingresos del hogar lo permitieran y para el despliegue de estrategias comunitarias, cuando los estados no lograran equilibrar los déficits del mercado. Es decir: casi nunca. 

En el siglo XXI, tras décadas de profundas transformaciones, las mujeres siguen siendo las principales responsables de cuidar a otros. La división sexual del trabajo se aggiorna. La injusticia en la distribución de tiempo y recursos, se profundiza. Las mujeres se vuelven entrenadas malabaristas para sostener empleo, cuidados y, muchas veces, trabajo comunitario (Faur, 2014). Sus vidas se precarizan. 

La dimensión de género es crítica e interactúa con otras capas de la desigualdad. El camino a desandar además de largo es profundo. Allí se ubica, en parte, la matriz de intersección de las múltiples desigualdades sociales que se condensan en las lógicas del cuidado.

Invisibilizados durante siglos, los cuidados irrumpieron en la agenda académica latinoamericana en los años dos mil, con miradas superadoras del quién-hace-qué dentro de las casas. Se trata de analizar los sistemas políticos, económicos, jurídicos y culturales que sostienen su feminización y las maneras de interacción con la dimensión cultural y socioeconómica. 

¿Qué significa ésto? Que más allá de una escena en la que, por ejemplo, una mujer amamanta a una beba, hay un sistema de derechos y de relaciones sociales que enmarcan, significan y protegen (o no) esa práctica. ¿Tiene empleo asegurado? ¿Accede a la seguridad social o trabaja en la informalidad? ¿Accede a licencia por maternidad suficiente y compartida? ¿Tiene pareja con derecho a licencias amplias? ¿Desde qué edad la beba podrá asistir a servicios educativos y de cuidado públicos, comunitarios o privados? ¿Durante cuántas horas? ¿Cuáles serán las estrategias del hogar para el cuidado a medida que pasen los años? ¿Cuál será su costo económico? Estos interrogantes permiten acercarnos al andamiaje legal, político, cultural y económico detrás de una foto. De eso se trata colocar la lente en la organización social y política del cuidado. 

Crisis y cuidados

Crisis es el concepto más evocado en los diagnósticos del contexto que atravesamos. En sesión paralela, el Instituto de Investigaciones para el Desarrollo Social de las Naciones Unidas, UNRISD, presentó su informe insignia “La crisis de la desigualdad, reconfigurar el poder para un nuevo contrato ecosocial”. ¿Cómo llegamos hasta aquí?, interroga el texto, y se remonta a la década de los ‘80 cuando el fundamentalismo de mercado comenzó a corroer las bases del bienestar. Neoliberalismo que persiste, recargado, porque tampoco los gobiernos de corte progresista alteraron de raíz sus bases institucionales, económicas y culturales. El informe de UNRISD habla de una crisis sistémica de largo plazo. No se trata de un efecto colateral del sistema sino parte intrínseca al mismo. La “crisis de la desigualdad” entreteje crisis económica, crisis ambiental y climática, crisis del cuidado, crisis política y crisis pandémica. Leo, escucho, pienso: hace veinte años, la crisis del cuidado no se hubiera mencionado en un diagnóstico de esta relevancia, pero quizás antes de la pandemia, tampoco. 

Con  el Covid-19 fue imposible ocultar lo evidente: cuando buena parte de la economía se detuvo, las mujeres estuvimos en las primeras líneas de atención. En 2020, el concepto se banalizó tanto que se llegó a sostener que la policía nos cuidaba. El tema avanzó, pero el contexto es devastador. 

“Hacemos el trabajo del Estado, y cuando reclamamos pensiones nos dejan afuera. Nos queda la asistencia social, que en mi país equivale a una transferencia de 20 dólares por mes. Nos queda la vejez y la pobreza.”  Janeth Vargas Sandoval,  abogada y doctora en Ciencias Sociales colombiana.

La pandemia supuso un retroceso de 20 años en la participación femenina en el mercado laboral. El regreso de las altas inflaciones impacta en el precio de los alimentos y de los servicios públicos, que se volvieron activos financieros a merced de los mercados y las corporaciones, y repercuten en especial en los sectores de bajos ingresos. Las crisis que se analizan en términos macro tienen una impronta en lo micro, en el cotidiano de las vidas de las mujeres y sus familias. No es casual que diez millones de personas en todo el país coman en espacios comunitarios, ni que la demanda de alimentos haya crecido de manera exponencial durante la pandemia. Tampoco es casual que en medio de un proceso de financiarización del capital, el endeudamiento de los sectores populares sea una constante en nuestros países. Los hogares más expuestos son los que llevan adelante tareas de cuidado, representando al 35% de los hogares endeudados, y el 50% cuando están a cargo de mujeres. El 60% de estos hogares tomaron deudas, primero, para comprar alimentos y pagar servicios, luego, para pagar las deudas adquiridas (Tumini y Wilkis, 2022). 

En el contexto de crisis recurrentes, lo que está en juego es la sostenibilidad de la vida. CEPAL, 2022

A esto se suma el cambio climático, el extractivismo y la pérdida de biodiversidad. Tarcila Rivera Zea, feminista quechua nacida en Perú y coordinadora del Enlace Continental de Mujeres Indígenas de las Américas, habla de “violencia ambiental”. La desertificación aumenta el tiempo de trabajo no remunerado de las mujeres, las obliga a recorrer distancias cada vez más largas para recoger agua y plantas medicinales. Además de la amenaza directa y el asesinato de las mujeres que defienden sus territorios. 

El Foro feminista

Frente a un altar con Wiphalas, flores, tejidos y yerbas quemándose en pequeños braseros, las lideresas mapuches piden la libertad de las siete presas políticas y de sus hijos (el menor, nacido en cautiverio) en los jardines de la Ex ESMA. Exigen la liberación de su Machi Betiana Colhuan Nahuel, autoridad espiritual de la Lof Winkul Lafken Mapu. 

Foto: Manuela Mariani

“Los cuidados tienen rostros migrantes, indígenas, afrodescendientes, pobres." Sergia Galván, activista y educadora de la República Dominicana.

 El Foro Feminista es un espacio de intercambio plural que busca incidir en las recomendaciones y consensos finales de la Conferencia oficial. Se nutre de activistas entrenadas en la incidencia política, conocen los corrillos. 

Se siente fuerza, lucha, alegría. Se reconoce estrategia. Se ven trajes indígenas de colores variados, joyas, faldas, cintos, tocados, remeras “luche como Marielle Franco”, “yo trabajo, soy ama de casa”, pañuelos, buzos, remeras y vestidos verde-campaña, wiphalas, banderas del arcoiris. Mujeres de entre 30 años hasta bien entrados los 80. “Somos diversas pero estamos juntas”. A simple vista, se observa una menor cantidad relativa de jóvenes que las que imaginaríamos en Buenos Aires. ¿Será que el tema de cuidados aún no es tan palpable para ellas  o que les resulta difícil llegar hasta aquí a quienes se encuentran cuidando hijxs y hermanitxs? ¿Será que el formato del evento presupone cierto oficio en el universo de la incidencia política y en la esfera intergubernamental? Hay, sí, un pequeño grupo de adolescentes y jóvenes invitadas por UNICEF. Por primera vez en la conferencia, sin embargo, hay un Foro y una declaración de Juventudes. 

"El sistema es adultocéntrico, las juventudes estamos invisibilizadas al igual que los trabajos de cuidados." Fernanda Vázquez, referente mexicana.

La Declaración final del Foro afirma el cuidado como un derecho humano e incluye los derechos de las trabajadoras del sector. Alude a la obligación estatal de garantizar recursos para crear sistemas integrales de cuidado, a la necesidad de contar con estadísticas desagregadas y de sancionar leyes que protejan este derecho y de trabajar en el sistema de justicia: “No hay sociedades de cuidado sin reformas judiciales feministas”. 

“Mientras estamos aquí, en Honduras la comunidad garífuna de Punta gorda ha sido desalojada violentamente de sus territorios ancestrales.” Liana Funes, Red Nacional de Defensoras de Derechos Humanos en Honduras y de la Iniciativa Mesoamericana de Mujeres Defensoras de Derechos Humanos. 

El acceso al territorio y la protección de sus defensoras destaca en los primeros párrafos. El tema será una constante en las mesas principales y en los acuerdos alcanzados durante toda la Conferencia. La declaración del Foro Feminista reclama “mayores esfuerzos” a los Estados para frenar los desalojos y otros procesos de expulsión, que comprende propia de la voracidad inmobiliaria, demanda garantizar el acceso de los pueblos indígenas, campesinos y afrodescendientes al agua y a la tierra para desarrollar procesos de cuidado comunitario, llama la atención sobre la penalización de toda clase de abortos en la región centroamericana y dominicana y denuncia a la dictadura nicaragüense, exigiendo la libertad de sus presas políticas. Nombra a las mujeres “en toda su diversidad” e incluye cuestiones específicas sobre migrantes, campesinas, afrodescendientes, indígenas, trabajadoras comunitarias, mujeres viviendo con VIH, entre otras. Integra además los reclamos históricos de los feminismos: derechos sexuales y reproductivos, educación sexual integral e intercultural, políticas efectivas para la erradicación de la violencia de género, la trata y el tráfico, políticas de empleo y laicidad de los Estados, entre otros. 

Hay un tema que no alcanza consenso entre los feminismos: el del trabajo sexual (y la necesidad de reconocer derechos) frente a la prostitución (y el llamado a su abolición). La redacción del documento final del Foro denota un sesudo esfuerzo por condensar ambas visiones. Las manifestaciones públicas de las compañeras abolicionistas, que irrumpieron los días subsiguientes durante la Conferencia principal, revelan la fragilidad de ese intento. 

La declaración reclama cambios estructurales, indispensables para alcanzar la justicia social, económica y de género. Para ello, radiografía el hueso de la distribución de recursos, y apunta a la médula de la macroeconomía política:“La prioridad no puede ni debe ser garantizar el servicio de la deuda externa, sino penalizar la hiperconcentración de la riqueza.” 

Cuidar el planeta, defender los territorios

“En América Latina es imposible hablar del planeta sin nombrar a sus cuidadoras ancestrales, sus guardianas”, dicen las activistas campesinas e indígenas. Lejos de las miradas desteñidas de la economía verde y el carbono neutral, el panel sobre “cuidado del planeta”, aboga por la ratificación del Acuerdo de Escazú, trae voces políticas que denuncian dictaduras, hostigamientos y asesinatos de defensoras de derechos. Trae, también, perspectivas no occidentales que amplifican nuestras miradas sobre el cuidado. Invita a nombrar los duelos que tenemos por los asesinatos y muertes de quienes defendieron la vida y el territorio, como espacio físico y simbólico: Marielle Franco, Berta Cáceres y Ramona Medina. 

“Es contraproducente promover sistemas integrales de cuidado desde un sector del Estado si, al mismo tiempo, otro sector destruye el medio ambiente.” Tarcila Rivera Zea, coordinadora del Enlace Continental de Mujeres Indígenas de las Américas.

La declaración también invita a los Estados a apoyar la implementación de la Recomendación general número 39 de la CEDAW que reconoce los derechos colectivos e individuales de las niñas y las mujeres indígenas. Una recomendación general que, como señaló en un panel anterior Gladys Acosta Vargas, presidenta del Comité de seguimiento de la CEDAW, implicó la relectura de la Convención para la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer, desde la perspectiva de las mujeres y niñas indígenas. De eso se trata, también, la interseccionalidad.

Sistemas integrales

El cuidado es un concepto en construcción en el que confluyen numerosos debates y perspectivas, sostiene Karina Batthyány, directora ejecutiva de CLACSO y una de las pioneras en la investigación sobre el tema en América Latina. “No es momento de cambios graduales” y hay que atravesar tensiones institucionales y resistencias culturales, añade.

Desde 2015, cuando Uruguay creó su Sistema Integral de Cuidados bajo el gobierno del Frente Amplio, muchos países y organismos de la región comenzaron a mirar la experiencia con atención. El modelo se convirtió en la aspiración y fetiche, palabra mágica de esa transformación porque evoca un modo de acción estatal eficaz, con base en los principios de derechos humanos. 

Los sistemas integrales de cuidado son tan potentes como complejos. Requieren la coordinación entre sectores, instancias y escalas territoriales. Para avanzar hacia sistemas integrales, es central contar con marcos legales adecuados, asegurar la provisión de servicios universales, la formación y acreditación de saberes de quienes cuidan, y trabajar por la transformación cultural. Para que logren avanzar hacia la igualdad de derechos, es necesario superar la lógica familiarista y maternalista. 

En Argentina, existe un proyecto de Ley que crea un sistema nacional con enfoque de género. Define cuatro poblaciones principales: infancias, personas mayores, personas con discapacidad y trabajadorxs del cuidado. Reconoce el derecho al cuidado y los principios asociados a este marco. Amplía licencias parentales y de cuidado, la remuneración y seguridad social para las trabajadoras de cuidado comunitario y la necesidad de acelerar el registro de las trabajadoras de casas particulares y de cuidado domiciliario, promueve la autonomía de las personas mayores y los apoyos adecuados para la vida independiente de las personas con discapacidad, amplía y conecta servicios, entre otras cuestiones. Fue elaborado por un equipo de nueve especialistas convocadxs y coordinadxs por el Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad: Natalia Gherardi, Laura Pautassi, Corina Rodríguez Enríquez, Virginia Franganillo, Eleonora Lamm, Mercedes Mayol Lasalle, Jorge García Rapp y quien suscribe. Trabajamos entre noviembre de 2020 y julio de 2021, fue presentado por el Presidente Alberto Fernández a la Cámara de Diputados en mayo de 2022. Todavía espera su tratamiento en comisiones parlamentarias. 

Mientras tanto, en Chile, por primera vez en la historia, y desde distintos espectros políticos, todos los candidatos a la presidencia en 2021 hablaron de la importancia de reconocer las labores de cuidados. Sin embargo, el pasado 4 de septiembre la sociedad rechazó la propuesta de nueva Constitución que proponía, tras años de lucha de agrupaciones de mujeres y feministas, el derecho al cuidado y a un Estado Cuidador. La tarea ahora está en manos del presidente Gabriel Boric, quien se comprometió a desarrollar un Sistema Nacional de Cuidados. Entre otras funciones, este busca relevar el rol de las personas cuidadoras en la sociedad, fomentando su capacitación y empleo formal, y consolidando un registro nacional de personas cuidadoras.

El deseo de cambiarlo todo 

Quienes llevamos décadas trabajando sobre cuidados, vivimos una semana de emociones y enorme compromiso intelectual. Nos cruzábamos en los pasillos y salones, nos encontrábamos con nuestras predecesoras y con las jóvenes que impulsan esta agenda. Sabemos que los procesos llevan tiempo, y que es fácil banalizar conceptos que se vuelven masivos. Pero también sabemos que es indispensable multiplicar las alianzas, los circuitos de conversación e incidencia, expandir los significados y las políticas públicas para transformar este modelo injusto e inviable. La XV Conferencia supuso un avance en este sentido. Por eso, celebramos el acuerdo final. 

¿Qué festejamos? Un acuerdo intergubernamental que coloca al cuidado en el centro del modelo de desarrollo, que reconoce el derecho a cuidar, a ser cuidado y al autocuidado. Un documento que señala que la injusta organización social de los cuidados repercute en una desproporcionada sobrecarga femenina, y que cuando dice “mujeres” nos nombra en nuestra amplia diversidad, enfatiza el modo en el cual la sobrecarga impacta sobre todo a “las que viven en contextos de pobreza, a las niñas, adolescentes, jóvenes y mujeres mayores, y a las mujeres indígenas, afrodescendientes, rurales, con discapacidad, privadas de la libertad, que viven con VIH, migrantes y refugiadas, así como a las personas LGBTI+, entre otras”. Celebramos que además de no retroceder en el lenguaje de los acuerdos previos (algo que siempre pende de un hilo) se incluyó el aborto en el texto, y la Resolución General de la CEDAW sobre los derechos de las mujeres y niñas indígenas. Un texto que habló con claridad “y con las palabras correctas” (como me dijo una joven economista feminista) de la necesidad de asegurar recursos para el financiamiento de las políticas y sistemas de cuidado, incluyendo la contabilización de los efectos de impulsar la economía del cuidado y mediciones del bienestar complementarias al PBI. 

La lectura del Compromiso de Buenos Aires por parte de Marita Perceval, Secretaria de Políticas de Igualdad y Diversidad del Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad de Argentina, facilitadora de la negociación y cuadro político de larga historia feminista, merece un comentario final. Conocedora de las novedades que dejaba esta XV Conferencia, y en qué momento la lectura del acuerdo final despertaría el entusiasmo de las activistas allí reunidas, Perceval supo enfatizar verbos, saborear oraciones, generar suspense y acentuar los momentos de alto calibre político. Y la celebración estalló. 

“Que tiemblen los machistas, América Latina será toda feminista”, se cantó de pie entre risas y emociones. 

Sabemos que el compromiso no es vinculante y que la algarabía de esa tarde no resonó (todavía) en las calles. También sabemos que cada vez llegamos un poco más lejos, con mejores diagnósticos, propuestas más sólidas y redes más amplias en el deseo de cambiarlo todo.

El cierre del encuentro nos trajo a las luchas históricas y actuales de las mujeres y feministas. A modo de cotillón en Bar Mitzvah, el personal del hotel repartió en bandejas, a todas las asistentes, pañuelos blancos, violetas, verdes y azul-mapuche. Y flameando los pañuelos  cantamos “Como la cigarra” y “Cambia, todo cambia”, himnos paganos que fueron poéticamente interpretados en lenguaje de señas en una pantalla gigante. Escuchamos también a nuestras próceres nonagenarias Nelly Minyersky, abogada y referente de la Campaña por el Aborto Legal, Seguro y Gratuito, señalar que esta lucha, como la de los derechos sexuales y reproductivos es central para desarmar las lógicas del patriarcado. Y escuchamos a Taty Almeida, Presidenta de las Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora recordarnos que la única lucha que se pierde es la que se abandona.

Fotos: Prensa CEPAL + Foro Feminista de la XV Conferencia Regional sobre la Mujer de ALyC