El escenario después de la reforma previsional


Los peligros de la posmilitancia

El “vamos por todo” de Cambiemos después de la elección de octubre, en esta semana se mezcló con “no importan los medios” y la sociedad le respondió crujiendo, sostiene Pablo Semán. En este ensayo vislumbra dos cuestiones centrales. La primera es que el ánimo de una parte de la sociedad distingue cada vez más entre oposición y kirchnerismo. La segunda es que, de la misma manera que ha sucedido el “imposible” de un triunfo electoral de la derecha, se ha dado el imposible de una crítica extendida al gobierno casi sin medios de comunicación “propios”.

Foto de portada: Victoria Gesualdi

Fotos de interior: Victoria Gesualdi y Emiliana Miguelez

No es represión es violencia. Entre los miembros de las fuerzas de seguridad de nuestro país, y entre sus mandantes, debe haber gente que hubiera sido capaz de hacer lo que el tanquista chino de la plaza de Tiananmen no hizo: avanzar sobre un hombre indefenso e inocuo. Y para muestra de que algo de eso es posible bastan las innumerables escenas de encarnizamiento, desproporción e ilegalidad manifiesta que documentan esa capacidad desplegada en las acciones del jueves y el lunes pasados. Con eso no está todo dicho: luego de los hechos, en lo inmediato y en la dimensión espectacularizada de la política, la de los medios, y sobre todo la de las imágenes, el gobierno gana la batalla y lo hace gracias a una parte de sus adversarios. Es el gobierno el que instala la violencia: provoca para poder inhibir física y simbólicamente la protesta presente y futura y actúa con violencia para provocar. La oposición en su mayoría intuye que no debe bailar esa música. Pero basta que una parte delirante o directamente criminal de la misma lo haga, por más pequeña que sea, para que la estrategia del gobierno de instalarlo todo en el terreno de la violencia se imponga en el sentido común como “represión”. He ahí una contribución a la aspiración de hegemonía de Cambiemos.

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La jactancia de los anti-intelectuales. De la misma manera que pensamos que los “excesos” de la represión de estas semanas son una opción por la violencia y por una forma de la misma (dura, desproporcionada, partidizada) y que nadie tiene que aceptar el argumento falaz de que nuestra policía no es “suiza”, nadie debe aceptar que los piedrazos son inevitables como si se tratase de una cadena de acción y reacción física. La mayor parte de los opositores planteó en una lógica impecable: colectiva, pacífica, autocontenida ante la provocación. Pero seamos honestos: los tiradores de piedras no son sólo infiltrados con los que conniven instrumentalmente distintos sectores del oficialismo. Hay una colección heterogénea que desempata la situación a favor del gobierno: los que han hecho del energumenismo una ideología, las agrupaciones territorializadas que giran locas en procesos de fragmentación y desamparo político y presupuestario, los ánimos de victoria táctica y propagandística condensados en la posibilidad de hacer suspender la sesión, y las agrupaciones trotskistas que están a la izquierda de la izquierda de la izquierda de otras agrupaciones trotskistas y buscan ganarle tres militantes a las que tienen a su derecha. Y no sólo es necesario denunciar las acciones que se hacen en nombre de cálculos de vaya a saber qué vanguardias. También es necesario enfrentar un argumento particularmente irritante en los militantes que, sin participar de estas acciones, producen explicaciones más empáticas que abiertas a la complejidad de la acción social. Las “ganas de romper cosas” -computadas a favor de esa acción en una concepción emocional, inmediatista y egocéntrica de la política- se usa para una catarsis individual que le gana espacio al imperativo indiscutible de toda acción militante: la responsabilidad para con los valores que se defienden. Posmilitancia debería ser un concepto.  

La CTEP, que había organizado una marcha multitudinaria la semana pasada y permitió ampliar de forma inicial y promisoria el callejón de las protestas, dio el ejemplo de que se puede actuar distinto: no tiraron una sola piedra y procesaron las agresiones recibidas actuando políticamente. Lo oposición -que pretende representar a los grupos subalternos- tiene que saber que vive el drama del retador en boxeo: para ganar por puntos, debe hacer una pelea perfecta. Sus errores valen doble y lo que al campeón le sirve, al retador le resta o no le suma. La oposición debe ser mucho mejor que su rival o resignarse a perder para siempre: acomodarse a sus propios límites, dejarse llevar por la voluntad catártica, como si la acción reflexiva fuese una ”jactancia de los intelectuales” y no una condición intrínseca de la acción política de cualquier sujeto, la lleva a la derrota. El hambrismo, el espontaneísmo, el cualquierismo político son, como argumentos, el tabaco de la oposición: perjudica tanto a usuarios activos como pasivos. La idea de que “los pobres estallan”, expuesta por intelectuales anti-intelectuales de las clases medias es de un clasismo paternalista y atroz. Casi no se necesitan “Susanitas” si esas son las justificaciones. 

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Lo que podría haber sido. De no ser por todo esto, que es decisivo, y que vaya a saber cómo será posible metabolizarlo, estaríamos considerando una hipótesis. Que Cambiemos triunfó en el país electoral con una estrategia de polarización diagonal ritmada por Gengis Kan, pero encontró dificultades para prolongar esa estrategia en el anudamiento de reformas en el país democrático, institucional, federal y social. Sucedió algo que tiene antecedentes, pero no es frecuente: una medida al menos tan regresiva, como otras de este mismo gobierno, encontró dificultades enormes para abrirse camino. Ese fue tal vez uno de los primeros resultados del proceso de implementación del reformismo permanente planteado por Macri pocos días después de la elección de Octubre de 2017. En el fondo aparecieron los límites de los pilares que amparaban la exploración hegemónica de Cambiemos: fragmentación opositora e inhibición de la protesta social. Así como cuando se bate la crema esta se endurece y se transforma en manteca, la agitación política inducida por el reformismo permanente terminó volviendo rígidas las condiciones de la experiencia política de Cambiemos. El empantanamiento combinó los resultados de las acciones del gobierno y el hecho de que el peronismo comienza a hacer sinapsis con la tensa estructura de consensos simultáneos y contradictorios en que consiste nuestra vida social. No se insistirá nunca lo suficiente en que el procesamiento social del caos del miércoles puso en suspenso ese desarrollo cuyas condiciones vale la pena tener en cuenta.

Tanto va el cántaro a la fuente…El eventual empantanamiento, la exploración hegemónica de Cambiemos combinaba dos factores de desgaste. Por un lado, los efectos tóxicos de confusión entre triunfo electoral y cheque en blanco jugados en la estrategia preferida de los políticos argentinos de los últimos lustros: el llevarse puesto todo sin percibir que se dejan jirones en cada obstáculo hasta que la decadencia es irremediable. Por otro lado, hay algo que perfecciona esa propensión y la lleva a situaciones radicalmente novedosas: la apuesta a que los grados incrementales de violencia son controlables y a la larga convienen. Hasta el lunes eso había irritado la conciencia democrática del país. Cómo sugirió Andrés Malamud: el operativo policial del lunes se hizo para recomponer la imagen de lo sucedido el jueves, que fue injustificable públicamente (resumo sus palabras, no es cita exacta). Los mejores intencionados del gobierno, en su fantasía más autocomplaciente (unos irresponsables), apuestan a la creación de un orden democrático en el que la violencia no tenga premios. Pero ellos mismos no dejan de reconocer que el instrumento de esa aspiración es deficiente: afirmar que las fuerzas de seguridad no son “suizas” convalida el bache que se abre entre la fantasía y la realidad de su política de orden. Los peores intencionados se maravillan con la posibilidad de hacer que, esas mismas fuerzas de seguridad, sean algo así como el ariete de una construcción hegemónica basada en apelar a lo peor de la sociedad.

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A ese “vamos por todo” mezclado con “no importan los medios”, la sociedad le respondió crujiendo. “Votamos contra tus opositores, pero tampoco asistiremos impávidos a cualquier medida” ha sido el metamensaje anticipado en las encuestas y consumado en el espacio público con el cuerpo. La movilización y la empatía con la misma combinaron el rechazo a las formas y reformas (las formas son importantes para todos, no sólo para cuestionar al kirchnerismo). Es verdad que el rechazo no es la única actitud masiva: una parte de la sociedad consume con placer la performance sádica del gobierno, incluso aunque esté en contra de las reformas. Pero los sectores que rechazan las medidas y las formas o habían crecido o se habían oxigenado.

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Peronismo: de puching ball a sujeto. La radicalidad reformista del gobierno posibilitó que el peronismo tuviese, antes del tiempo en que esto podría haberse dado “naturalmente, una decisiva y sutil transformación”. El grado en que el gobierno debía ser agresivo fue fruto de duras discusiones en el espacio oficialista y, a la luz del resultado electoral, se resolvió a favor de las tesis más combativas y con un resultado inesperado. Tan erosivo se volvió el gobierno con el peronismo que éste se ha visto obligado a darse una estrategia de sobrevivencia en la que dejó de ser  el mero blanco de las acciones del oficialismo: se pasó de una situación de fragmentación en la que cada una de las partes peronistas sólo aceptaba la rendición incondicional de la otra, a una situación de reconocimientos recíprocos y parciales. Lo que no dejó saldada la elección de octubre -consagrando un jefe opositor que pueda funcionar como “conductor”- empezó a saldarse en términos de una cooperación en acto. CFK asumió un  silencio invalorable y Rossi, en vez de jugar a “van tener que aguantarnos”, se dispuso a un juego concertado con todos los traidores. El sindicalismo no sólo percibió la presión de las bases sino también la oportunidad de capitalizarse para acordar con el gobierno algo mejor de lo que recibió en el juego de amenazas y estímulos con que había encarado el inicio del proceso de reformas. Los diputados peronistas jugaron al máximo todas sus líneas de negociación y trataron de despegarse de una posición que malograría sus expectativas futuras en los territorios en que disputan votos. De una batalla que tenían totalmente perdida de antemano a una situación que casi desborda al gobierno, luego de una derrota electoral de dimensiones inesperadas, el peronismo había recorrido un acelerado camino de sanación de sus heridas. Habrá que ver las proyecciones y la solidez de ese proceso.

¿Renovación de la oposición? Al acontecer de las superestructuras peronistas se suma el de un serie de expresiones sociales que alcanzaron a esbozarse en estos días. Hay dos cuestiones claves. La primera es que el ánimo de una parte de la sociedad distingue cada vez más entre oposición y kirchnerismo. La pérdida de centralidad del cristinismo podría haber dejado relativamente libre de complejos a un incipiente caudal opositor. En la marcha, en medio de la bronca por el repliegue obligado, pocos que no fueran “propios”  de lo que queda de Unidos y Organizados se sumaban al “Macri basura” y en los cacerolazos de la noche volvió como alternativa y como inercia del pasado el ecuménico “que se vayan todos”. No sé si por realismo político o por repudio, el “vamos a volver”  tuvo escasa presencia en los cacerolazos del miércoles a la noche (al menos los que yo recorrí). La segunda es que de la misma manera que ha sucedido el “imposible” de un triunfo electoral de la derecha se ha dado el imposible de una crítica extendida al gobierno casi sin medios de comunicación “propios”.

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Promedio. La pretensión hegemónica de Cambiemos vino asentándose sobre su capacidad de escaneo de la sociedad aunada a la capacidad de inducir la fragmentación opositora e inhibir la protesta social. El cierre frente a las críticas en un tema sensible como el de las jubilaciones y el descontrol de los gestos del desprecio debilitaron las tres variables que permitían ese despliegue: restó  legitimidad, permitió una relativa sanación opositora y legitimó los ánimos de protesta pública que empezaron a construirse sobre otras bases. El gobierno perdió algo de transversalidad social al tiempo que se fortalece en reacciones autoritarias. La oposición estuvo un poco más habilitada y si renueva sus repertorios bien podrá ganar algo de la transversalidad social que la haga ser, alguna vez, algo más que el 49 % afirmado antidemocráticamente como virtud. Pero, por ahora, no termina de librarse de un arsenal de reacciones que le pesan como un yunque y oxigenan la exploración hegemónica de Cambiemos, habilitando un consenso favorable al disciplinamiento e inhibición de la protesta social.