Todo el mundo a ras del suelo. Ella, separada del resto, se siente en el aire. Los dirigentes, abajo, apiñados con la multitud. El dispositivo es nuevo: sólo con su voz, que atraviesa las calles y los cuerpos, sin centro ni escenario. Mientras los drones recorren el cielo, la toma cenital muestra a Buenos Aires dorada por el sol de otoño a las tres de la tarde. Una escena de ciencia ficción peronista.
Todas las arterias que desembocan en la plaza están repletas. Fiesta. Organización. Promesa. Columnas y columnas de movimientos sociales y organizaciones sindicales. Hasta el gremio Guardavidas Unidos de la República Argentina avanza junto a un grupo de jubilados que adelantaron el reloj y cambiaron el recorrido para estar acá, en esta convocatoria que empezó siendo contra la proscripción eterna de la principal líder de la oposición política argentina y se transformó en un reclamo: “Cristina libre”. Fueron cientos de miles. Por eso el kiosquero de Hipólito Yrigoyen se apura a cerrar las alas de su ex puesto de diarios que hoy vende juguetes en cajitas: nunca imaginó que la convocatoria podía ser tan masiva.
La sensación de pequeña victoria es previa a este 18 de junio de 2025. Porque esta marcha, incluso antes de empezar, ya sirvió para cambiar algo. Habían intentado frenarla: un día antes de lo previsto la Justicia confirmó que le darían la prisión domiciliaria de CFK en su departamento de Constitución. Intentaron desactivar la movilización quizá porque sabían que las convocatorias tan masivas generan en la sociedad el “efecto de emulación”, el contagio de una lógica triunfal de la que nadie se quiere quedar afuera. El gobierno frenó la caminata masiva a Comodoro Py, que se transformó en una concentración multitudinaria en Plaza de Mayo. No logró frenar la organización. Ahora: ¿la organización hasta dónde?
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¿Rabia, fiesta o promesa?
“¡Fiesta! Vengo a apoyar a la jefa. Y porque les sacaron los sandwiches a nuestros pibes.” Bryan, Centro de rehabilitación MTD General Rodríguez.
“Una mezcla, es ambivalente. Estamos felices interiormente de encontrarnos acá.” Olga, jubilada de Lanús.
“Hay una promesa, me parece que sí. Se despertó el peronismo.” Simón, columna Mostri.
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La potencia de esta convocatoria estuvo garantizada por su alcance federal, transversal, institucional, social, generacional y territorial: votantes kirchneristas, gobernadores peronistas, intendentes, movimientos sociales, gente “suelta”, por qué no arrepentidos de Milei. Y los sindicatos: la CGT y las dos CTA. La adhesión gremial presionó a Milei para evitar una movilización que, de hecho, tendría el impacto de un paro general. Sin embargo, a último momento, la CGT retiró su apoyo institucional. Dieron libertad a los gremios y no participaron de la reunión del PJ, pero al final estaban todos. Aunque en otro lugar. ¿Cuánto dice esto de la transformación del peronismo? Si las organizaciones de trabajadores ya no son la vanguardia, ¿qué otros actores traccionan para que el movimiento siga vivo?
La causa de esta movilización es novedosa. El objetivo inicial era reclamar prisión domiciliaria para CFK y denunciar el cepo al voto popular o la injusticia del resultado de un juicio parcial, o ambas a la vez. El gran objetivo detrás es pedir garantías de justicia, transparencia en los procesos, decir no a jueces aliados con el poder político. “¿Por qué no construir una verdad nueva que desmienta los apocalipsis?”, escribieron Macarena Romero y Cristian Alarcón apenas se conoció el fallo.
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¿Rabia, fiesta o promesa?
“Historia. Estuve todo el día con los ojos cargados de lágrimas.” Delfina, vecina de CABA.
“Tenemos que echar a Milei pero me preocupa que pueda venir algo peor, una Villarruel o una Bullrich. Yo no rezo pero hay gente rezando.” Sandra, activista LGBT afrodescendiente.
“Resistencia. Lucha por la democracia y justicia clara.” Facundo de FOETRA, Sindicato de las Telecomunicaciones.
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En su comunicación casi onírica, CFK apuntó a identificar cuál es el problema principal de la Argentina: el modelo económico en el que ganan unos pocos y los demás, con la ñata contra el vidrio. Hizo dos pronósticos: el modelo de Milei es insostenible, se cae; y el peronismo va a volver. Habló de organizarse. Pero cómo. Y un atisbo de respuesta está ahí, con los dirigentes abajo, mezclados entre la gente de a pie, casi obligados por las circunstancias. Massa, Axel, Grabois, el propio Máximo. Todos apretujados por las masas.
El acto termina siendo una demostración de fuerza en la calle, algo impensado hace dos semanas, algo impensado antes de la condena. Se abren preguntas. ¿Quiénes estaban hoy, cuál es su grado de representatividad? ¿Ese es el pueblo? ¿O son los argentinos sobrepolitizados, nostálgicos de la década ganada? Las mayorías, en realidad, parecen ser otras: como el señor que está esperando el colectivo mientras los demás se organizan para ir a marchar, o el que cerraba el puesto de diarios, o los mapadres de los grupos de Whatsapp que viralizaban una supuesta suspensión de clases por la marcha. ¿Qué pasa con las mayorías indiferentes? ¿Con las que sufren acostumbradas? La otra pregunta es ver si la dirigencia tiene la capacidad de organización: los gobernadores, los intendentes, los dirigentes sociales, la gente que está movilizada en la calle. Quienes sean que lideren, en este nuevo escenario solo parece que lo va a poder hacer respondiendo a Cristina y por debajo de ella.
El fallo logró reunir bajo el mismo cielo a todo el arco peronista, incluso a aquellos que hasta hace poco no dudaban en criticar a La Cámpora o en cuestionar la puja entre Cristina y Axel Kicillof.
¿Qué voces emergerán de esta movilización? ¿Será sólo un coro de apoyo a Cristina o logrará articular otras demandas -el estado de derecho, los ajustes económicos- sin quedar eclipsadas por su figura? ¿Puede la convocatoria de hoy generar verdadero contagio político más allá de su núcleo duro? ¿Cuánto pesa realmente el reclamo institucional frente al peso simbólico de Cristina? ¿Estamos ante el germen de una oposición más sólida y propositiva? ¿Qué transformaciones deberían ocurrir para que esta energía callejera se convierta en proyecto político? ¿Acaso la presencia de Jalil -hasta había sido sólido defensor de Mieli- en la mesa de gobernadores anticipa un nuevo ordenamiento institucional, o sólo refleja cálculos coyunturales?
Al final del día, el kirchnerismo recuperó emociones pero no logró superar un discurso apegado a la nostalgia, lleno de balances. ¿Cuáles son las ideas para el futuro si es con Axel? ¿Qué país propone Grabois cuando apela a la felicidad de las infancias y la implementación de un tercer plan quinquenal? “Grabois no es el único que busca tensar los límites del peronismo -escribió Gabriela Vulcano-. El líder del Movimiento Evita, Emilio Pérsico, y La Cámpora creen que es momento de salir de la quietud en la que quedó atrapado el partido y dar la disputa política en las calles. Por paradójico que parezca, postulan que es hora de salir del encierro.” De eso también se habló en la reunión del martes a la noche en el despacho peronista de calle Matheu: cómo volver a las calles. Pero con la calle no alcanza. La organización también requiere acuerdos institucionales, un plan, y estrategia compartida.
Los cuerpos que hoy marchan juntos merecen una nueva legibilidad, por sus alianzas: así como las feministas se movilizaron junto con las jubiladas, los estudiantes con los pediatras, los científicos con los discapacitados, los maestros con los policías. Están los que luchan. Los que lloran. Los que faltan. Como los que quedaron varados en la ruta, en colectivos que nunca pudieron llegar a la plaza por retenes policiales. Como les migrantes con miedo a ser deportados; como el colectivo travesti-trans que, blanco de las violencias del discurso oficial, recuerdan los diez años del crimen de odio contra Diana Sacayán (¡Fue travesticidio!). Como los investigadores y académicos que temen que una causa judicial falsa los termine enredando con Interpol (o con el “FBI argentino” que anunció ayer la Ministra Bullrich).
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¿Rabia, fiesta o promesa?
“Rabia. mucha rabia. Y preocupación.” Marie, coreógrafa y docente UNSAM.
“Fiesta, aunque todo el mundo está enojado.” Rata, fotógrafo de Argentina Humana.
“Promesa. Que los militantes podamos entender este momento y construir una alternativa popular.” Trinidad, Juventud Universitaria Peronista.
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El fallo express de la Corte sacudió al kirchnerismo como un rayo moral: de pronto, volvió a palpitar ese código no escrito —abrazos, mate compartido, miradas cómplices— que alguna vez se condensó en tres palabras ya repetidas hasta el desgaste, pero nunca del todo vacías. “La patria es el otro” vuelve a poner en el labio de sus participantes la idea de la solidaridad y la confraternidad. Tocó una fibra similar a la que afectó a Cristina con la muerte sorpresiva de Néstor Kirchner, aunque no se activó del todo cuando trataron de matarla.
Ni víctima ni mártir, esta vez la reacción popular parece retribuir los gestos de cuidado. No desata pasiones agresivas sino que lima las diferencias y el enojo colectivo del votante kirchnerista. Porque si el embate viene de un enemigo externo, furioso, la defensa es diferente a la que se activa ante el enojo con los propios. La política de los afectos deja sentir que el dirigente es sensible a lo cotidiano de la vida, como tener que tarjetear la compra en el súper y después no llegar a pagar la tarjeta. Es sentir que una decisión política fue tomada pensando en vos, te toca porque busca que los perdedores dejen de ser perdedores.
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¿Rabia, fiesta o promesa?
“Amor.” Verónica, que vino desde Nueva Atlantis a marchar.
“Compromiso. No queremos que Cristina vaya presa. El gobierno fascista está viniendo el país.” Esther, de Laferrere, del Movimiento Jubilados por la Liberación.
“Futuro. Se va armando lo que necesitamos, estábamos vacíos de contenido.” José, porteño y peronista.
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Hoy miércoles 18 de junio los primeros estruendos se escucharon a las 11.18 am. Quienes vivimos cerca de la Playa de Mayo sentimos en el cuerpo cuándo se viene una movilización grande, peronista. Los helicópteros sobrevuelan en círculos sobre nuestros barrios, llegan ecos de la calle, el bombo y el humo, la pompa de alguna pirotecnia, los vientos de la hinchada activan un territorio acústico único, tenso, expectante. El gesto de la protesta social a la vez que intenta transformar la vida es, como toda performance, un desplazamiento incierto, un deambular, un roce de cuerpos e imaginarios, rabias e ilusiones.
Quienes vivimos cerca de la Plaza de Mayo desde los años kirchneristas, precisamente a la vuelta de la sede central de La Cámpora en CABA, luego de aquellas marchas o festivales en la plaza escuchábamos cómo, al volver a guardar los trapos, las columnas se quedaban en la esquina en una especie de zapada honesta, con bombos y trompetas dale que dale las canciones de Estelares pero con la letra cambiada. Esta semana, desde que se conoció el fallo contra CFK, por el barrio de la Rosada y más allá, cruzando 9 de julio, se volvió a escuchar el cancionero kirchnerista, incluso a capela. Se reactivaba aquel paisaje, como del pibe a las 11 de la noche cantando la marcha en solitario a todo pulmón por la bicisenda: lo que parecía una tímida resurrección de la militancia resultó un entrenamiento de gargantas para hoy.
Las marchas en Argentina llevan años despertando la misma paradoja: multitudes que inundan las calles con consignas furiosas o esperanzadas, pero cuyo eco parece diluirse en el corto plazo sin dejar huellas concretas. ¿Son realmente estériles estas movilizaciones? Por un lado, es difícil ignorar cómo muchas de estas protestas -ya sean los piquetes contra el ajuste, las columnas sindicales o las mareas humanas del 8M- terminan convertidas en rituales que se agotan en sí mismos. El ritual de la queja social que los políticos escuchan pero no atienden, el guión previsible de la cacerola que suena fuerte y luego se guarda hasta la próxima crisis. Basta ver cómo algunas marchas masivas no logran torcer ni un solo artículo de una ley, ni modificar un fallo judicial, ni destrabar una negociación salarial. El sistema parece haber desarrollado anticuerpos contra la presión callejera.
Sin embargo, sería un error reducir su impacto a la mera inmediatez. Las movilizaciones en Argentina operan en otro registro -más sutil pero no menos potente-. Son termómetros que marcan la fiebre social cuando las instituciones fallan, escenarios donde se reconfiguran las alianzas políticas y sobre todo, máquinas de producir símbolos que luego recorrerán un camino más largo. ¿O acaso el "Que se vayan todos" del 2001 no terminó reencarnando, años después, en fórmulas políticas concretas? La calle no legisla, pero a veces prepara el terreno para que otros lo hagan. El verdadero problema quizás no sea la esterilidad de las marchas, sino la sordera de quienes deberían convertirlas en acciones. Después de todo, en un país donde la representación política muestra grietas profundas, la plaza sigue siendo el último lenguaje que les queda a los que ya no creen en los discursos.