La búsqueda de la igualdad sexual


Orgasmo: un grito hermoso, divino y agudo

El colectivo de mujeres, lesbianas, travestis, trans y no binarixs reformula el paradigma de la sexualidad y hasta replantea la mismísima idea de orgasmo. El resto de la sociedad sigue obsesionada con el sexo en su sentido clásico. En este fragmento de Orgasmo ( Hekht libros), Sarah Barmak se cuela en un grupo terapéutico femenino reunido en un sex shop en el que las participantes comparten un secreto: no pueden acabar. “Esa lluvia de estrellas, arcoiris y guau” que debería suceder en los cuerpos de las “mujeres nomales” no llega, y lo quieren transformar.

“El viejo y querido clítoris empieza a latir con fuerza. Y empieza a latir y lo frotás, lo apretás, y ¡%6* %4*& %*?&:! $;//1 AYYYY SÍ! Te quedás acostada ahí y no te podés mover, y es como que te congelás, como si te hubieras quedado como una coca helada, sabés lo que te digo ¿no? Así que te quedás rígida, no te podés mover y estás ahí tirada y es como que una parte tuya chiquita empieza a gritar, y es un grito hermoso, divino, agudo, es como que tenés un hilo, es como un hilo que te lleva hasta el sol y te ves flotando porque sí, y no te importa nada, sabés que vas a ayyyy sí, y subís y está de muy bueno, sííí, acabar está súper genial.”Georgiana, entrevistada por A.S.A. Harrison para el libro Twenty-Two Women Talk Frankly about Their Orgasms (editorial Coach House Press, 1974)

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 “Había algo misterioso en mí, algo que no se podía corregir como el mal aliento o que no se podía ignorar como los granitos, y todo el mundo lo sabía, y yo lo sabía; siempre lo supe.” Alice Munro, Vestido rojo.

 

Un grupo de socializadas mujeres entra con lentitud y timidez en el sex shop. En lugar de girar a la derecha e ir a la puerta principal hacia el sector de las ofertas donde están los vibradores rosas y lxs vendedores tatuadxs, van hacia la izquierda y suben la escalera angosta y entran al pequeño entrepiso alfombrado. Sacuden los paraguas y buscan lugar entre las sillas dispuestas en círculo, se acomodan y murmuran: disculpame, perdoná. Se miran tímidamente las rodillas y revisan los teléfonos. Un piso por encima del ejército de juguetes de silicona que prometen placer a las aventureras, este grupo de entre veinte y sesenta años está acá en una búsqueda que exige gran valentía: aprender a tener un orgasmo. Para casi todas, será el primero.

A diferencia del ruidoso piso principal de Good For Her, el sex shop de Toronto, el entrepiso es tranquilo, solemne y tiene luces suaves. El taller de cinco horas, que se hizo un domingo lluvioso de abril, no fue pensado para paracaidistas. Las participantes planificaron esta cita con mucha anticipación, viajaron desde los suburbios y dejaron a sus hijxs con abuelxs o esposxs.

La dueña del negocio, Carlyle Jansen, está parada, es alta y luce independiente. “Quizás, esta sea la primera vez que se van a encontrar con personas que las entienden”, dice suavemente. Les pide a todas que digan su nombre, que cuenten por qué están ahí y que compartan algo que hayan aprendido hace poco.

La habitación está tranquila. Alguien tose.

—Hola, soy Sherry. Nunca tuve un orgasmo —empieza una con una mezcla de resistencia y alivio—. Mmm... y estoy aprendiendo a bailar salsa.

—Gracias, Sherry— dice Jansen.

—Mi nombre es Maya —dice una joven (todos los nombres y los datos de las participantes fueron cambiados)—. Nunca tuve un orgasmo. Mientras crecía, nunca me masturbé ni nada. No me parecía placentero. Es que pensaba, ¿por qué estoy haciendo esto? En fin. Y hacer jugos es la novedad.

Como alcohólicxs en una reunión de AA, todas hacen su confesión. Está Denise que cuenta, como disculpándose, que es de «los suburbios». Se ríe y luego larga su historia. 

—Mi primo abusó sexualmente de mí cuando tenía siete. Un desastre, ¿no? Perdí la virginidad a los veintiocho. Lo fingí. —Se le llenan los ojos de lágrimas.

Las hay casadas, divorciadas y solteras. Todas son hetero, salvo quizá por una que se pregunta cómo podría saber si es lesbiana. Están vestidas con pulóveres sencillos y jeans,  cruzan los pies por debajo de las sillas. Parece que la mayoría evitó de manera deliberada el tema de si están satisfechas con su vida sexual hasta ahora.

—Tengo cuarenta y siete —dice Jill—. Hace tres semanas usé OKCupid. Me enganché con un barman. Pensaba que mi vagina estaba muerta. Cuando estaba hablando con este tipo, mi vagina comenzó a hormiguear —Las carcajadas se escuchan en toda la habitación—. Y me quedé, ¿qué es esto? Nunca me pasó en la vida. Y es un poco aterrador porque no quiero... No quiero engancharme con este tipo. No quiero que él tenga ese poder.

A Jill se le quiebra la voz.

—No va a pasar— dice Jansen, suavemente—. Es tu poder.

—Estoy casada —dice otra  —. Tenemos un lindo matrimonio ahora, pero por un tiempo tuvimos una vida sexual bastante mala. Me acuerdo que después de que nació mi hijo, no me cosieron bien, todo era muy, muy doloroso. Eso a mi marido no le importaba, así que igual teníamos que tener sexo y mucho...

—Mi primo abusó de mí cuando yo tenía trece —cuenta Kathleen—. Creo que ni siquiera sabía que tenía una vagina hasta que terminé la carrera. Pensaba que era frígida. No sé si es por lo que me pasó cuando era chica, pero nunca logré sentir que estaba en un precipicio, nunca pude... ¿se entiende?

—Uy, sí —dice alguien.

—Como que se vuelve muy intenso, y no puedo —comenta otra. 

—¿Alguien siente que se queda estancada en el borde del precipicio? —pregunta Jansen.

Se escuchan los sí en la habitación.

—Siento como que mi cuerpo podría estar listo, pero yo no —comenta una.

—¿Alguien alguna vez tuvo la experiencia de estar teniendo sexo y sentir que solo está ahí, pero sin darse cuenta de qué es lo que está sucediendo? —pregunta Jansen—. No sentís nada de lo que está pasando allá abajo cuando solo estás pensando: ¿Voy a tener un orgasmo? ¿O no? ¿Estoy lo suficientemente húmeda? ¿Estoy sexy?

—Y esos ruidos —dice Jill—. Cuando te sentís insegura decís “esto suena raro”. ¿Cómo dejás de pensar? ¿Cómo dejás de pensar?

—Fue mi cumpleaños la semana pasada —cuenta Michelle—. Tengo cincuenta y seis. No quiero más estar soltera. Y creo que uso esto como una excusa. Porque se puede tener relaciones, aunque no tengas orgasmos, ¿no? Pero yo no puedo. O es un bloqueo que me armo sola.

—Y la verdad es que quiero tener un orgasmo real. Creo que me lo merezco. Por eso estoy acá.

—Para mí hay mucha vergüenza alrededor del tema. 

—Estoy emocionada y también aterrorizada al mismo tiempo.

—Me pasé la vida yendo para el lado contrario. Y estoy lista para dejar de hacerlo.

—Me anoté en este curso —dice Denise secándose las lágrimas—. Manejé hasta acá. Me siento orgullosa. Todo esto me da mucho miedo.

—¿Alguna se siente identificada? —pregunta Jansen. 

En voz baja muchas dicen que sí.  Quienes fueron al taller no provienen de hogares típicamente represivos. La gran mayoría son de Toronto, de Etobicoke o de Guelph, ciudades de Ontario, una provincia que tiene una gobernadora lesbiana. Seguro uno de los lugares más progresistas para crecer. Algunas sufrieron abusos y tienen traumas, pero no todas. Lo que comparten es un secreto. Esta cosa especial que debería suceder en los cuerpos de las “mujeres normales”: una lluvia de estrellas, arcoíris y guau. Pero no pasa y no saben por qué. Algunas no pueden ni tocarse. Algunas no tienen sexo oral porque piensan que sus partes íntimas son “raras” y “sucias”. Un par de ellas ha “llegado ahí”, pero solo si sus parejas no están en la habitación. 

No existe pastilla que puedan tomar o médico que puedan ver. El secreto se agrava con la edad: cuanto más grandes, más creen que deben olvidarse del tema. Para algunas, también, se siente hasta autocomplaciente quejarse de esto. De todas formas, ¿qué es un orgasmo? Solo un ahhh momentáneo que desaparece apenas comienza. No es un problema real. Sin embargo todas ellas, ocupadas y aparentemente prácticas, están acá.

—Tengo miedo de tener un orgasmo —dice Denise. Se inclina hacia adelante y su flequillo se balancea sobre los ojos enrojecidos—. Tengo miedo de perder el control... Creo que quizás estuve cerca. Pero me detuve, porque tengo miedo.

—Ok. ¿Alguien más? —pregunta Jansen.

Muchas levantan la mano.

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En este libro quisiera detenerme en un momento difícil de describir que puede ser íntimamente conocido para las personas con clítoris. Es el punto exacto en el que te das cuenta de que un orgasmo está justo en el horizonte, a tu alcance. Es como si hubieses alcanzado la cima de una montaña rusa, pero te quedás atascada en el aire sin poder caer en picada, como le pasa al coyote del dibujito animado, pero en tu caso desnuda y transpirada. Es un momento tenso, con frecuencia, exasperante. Podés estar ansiosa por tardar mucho o por hacerle perder el tiempo a tu pareja. “Estoy cerca”, decís con esperanza. Pero, cuanto más te preocupás por llegar a ese objetivo, es más probable que el orgasmo se desvanezca y se vaya. Según una encuesta de 2015 de la revista Cosmopolitan, el 50 por ciento conocen bien esto: casi llegan, pero no pueden.

Estar cerca también se refiere a la manera en que estamos acercándonos con indecisión a los conocimientos profundos sobre nuestros cuerpos, y sobre la capacidad de la sexualidad para desarrollar la cercanía: para vos, para tus parejas, para tus semejantes.

No escribo este libro como una guía sobre sexo, o para ayudarlas a tener orgasmos más grandes, más largos o múltiples. Hay muchos libros buenos y útiles sobre estos temas, y fue un verdadero placer leerlos mientras hacía mi investigación. Hay una lista al final de este libro con bibliografía y en las lecturas sugeridas, y recomiendo a lxs lectorxs que se beneficien con las riquezas que tienen ambas. Pero este libro es simplemente una muestra, una provocación, un estímulo para seguir pensando. Hoy, el colectivo de mujeres, lesbianas, travestis, transexuales, transgénero y no binarixs están reformulando su sexualidad de manera salvaje e irreprimible, ya sea a través de la pornografía consciente, la masturbación en grupo o redefiniendo la mismísima palabra orgasmo. En un mundo que presiona a las chicas para que encajen, esta rareza sin pretensiones, es un regalo.

Unx podría preguntarse si todo este toqueteo en busca del éxtasis es algo más que una búsqueda de placer hedonista. Si consideramos las desigualdades salariales y de otro tipo, ¿es esto relevante para el panorama general de la vida de las mujeres, lesbianas, travestis, transexuales, transgénero y no binarixs? Pero, de todas formas, ¿la responsabilidad de un trabajo exigente y el cuidado de lxs niñxs no mata gran parte del tiempo que nos queda para el sexo? Espero demostrar que la búsqueda de la igualdad sexual es una parte integral de la gran discusión que se está llevando a cabo sobre los derechos y la igualdad. Se entrecruza con el bienestar, la autodeterminación y el consentimiento. Sin embargo, es importante señalar que este breve libro no pretende de ninguna manera ser una mirada exhaustiva de la sexualidad en todo el mundo por las limitaciones de la investigación, se limita a lo que podríamos considerar el occidente secular. Eso no significa que no estén encontrando maneras interesantes de correr los límites sexuales en todo el mundo, en lugares donde los derechos de las sexuales están amenazados o no existen, solo que este libro no sería el lugar para pronunciarme sobre este tema.

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En el taller de Good For Her de Toronto más de una confesó que se sentía atemorizada cuando intentaba tener un orgasmo. Pero, ¿cómo alguien podría tener miedo del placer? ¿No sería lo contrario (no acabar) lo que se supone que es intolerable?

Se dice que, para las mujeres, lesbianas, travestis, transexuales y no binarixs el sexo nunca es un acto aislado. La sexualidad tiende a afectar y ser afectada por el resto de las cosas de la vida. “El placer es toda tu persona junta”, escribe Emily Nagoski, un proceso que resulta de la interacción del estrés, la memoria, la imagen corporal, el sistema nervioso, la confianza e incluso los olores de la habitación. Eso es lo que hace que la medicación sea casi imposible. Si el placer nos asusta, es una señal a la que tal vez querramos prestar atención en lugar de dejarla pasar. Puede ser una característica más que un error. El estar exquisitamente vulnerable mientras otra persona mira tus ojos de zombi y escucha a tus gruñidos de animal puede sentirse arriesgado. Si el sexo vale la pena, escribe la autora Mikaya Heart, es porque “dejar pasar lo que otras personas piensan es lo más importante que podés hacer para mejorar tu calidad de vida en general y tu vida sexual en particular”.

Quienes concurrieron al taller pasaron cinco horas difíciles aprendiendo sobre su anatomía, escuchando que lo que tenían entre las piernas no era repugnante. Aprendieron a pedir lo que querían en la cama, se rieron y enfrentaron miedos profundamente arraigados. Lo más poderoso que aprendieron, a medida que se escuchaban entre sí, fue que las otras atravesaban una experiencia muy similar a la suya. 

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