Ensayo

Murió Diego Maradona


Un peronista de Fiorito

Durante los veinticinco años que jugó, mientras casi todo lo que era sólido se desvanecía en el aire, una única cosa permaneció inalterable: el Diego como máquina de cumplir sueños y regalar dicha popular. Vimos a un mito en movimiento y se lo contaremos a nuestres hijes, a nuestres nietes, con orgullo incansable. Porque los momentos más felices del último medio siglo fueron maradonianos.

Publicado el 26 de noviembre de 2020

1.

Hace muchos años, mientras Diego acometía su segundo milagro –la segunda resurrección: la del 2005, la segunda vez que volvió de la muerte–, un colega profesor de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA me contó un pequeño secreto: que, en algún lugar del quinto piso del viejísimo edificio de la calle Marcelo T., había un altarcito con las imágenes de Eva Perón y Diego Maradona. Allí peregrinaban, cada tanto, para prender una vela, los y las trabajadores de la Facultad y los compañeros y compañeras de Trabajo Social –siempre, inevitablemente, los más peronistas de una Facultad que se jactaba de su racionalismo y que aún no había sido ganada por el credo kirchnerista.

Jamás encontré ese altar. Posiblemente era imaginario. Ya no lo debe ser.

2.

Hace veinte años, se me ocurrió titular un trabajo con la fórmula “Maradona, o la superación del peronismo por otros medios”. Después comprobé que me había quedado corto. Maradona fue el exceso de peronismo en ausencia del peronismo. Exageremos: el peronismo aún existe gracias a Diego.

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3.

El ciclo de Maradona arranca en su debut en Argentinos Juniors en 1976 y se extiende hasta su último partido en Boca, en 1997. Démosle un pequeño margen: hasta su despedida, en 2001. Y un poco hacia atrás: su aparición en el programa de Pipo Mancera en 1971 como niño prodigio, esas imágenes –que jamás dejaremos de repetir como un sinfín– del pibe que mira a la cámara y afirma que su sueño es jugar un Mundial y ganarlo. (Pensemos un poco en la potencia de la imagen de un pibe de once años que tiene un sueño, desmesurado, y que luego va y lo cumple, y para colmo te lo regala).

Todos esos años son los del peronismo en el destierro. Una interpretación peculiar, claro, de los años menemistas. El debut en Primera llega con el golpe, la masacre, la persecución; la carrera se expande durante Malvinas y la derrota de 1983; llega a su clímax en el final de la década, y se vuelve conflictiva, zigzagueante y escandida por suspensiones durante el menemismo, el período en el que “el peronismo” se había quedado en el 45, reemplazado con eficacia por el populismo neoliberal. (Por supuesto, para mí eso seguía siendo, también, peronismo; pero debatir esa interpretación de las Sagradas Escrituras no es hoy mi preocupación).

Entonces, fueron veinticinco años en los que casi todo lo que era sólido se desvanecía en el aire (gracias, Marx) mientras una única cosa permanecía inalterable: el Diego como máquina de cumplir sueños y regalar felicidad popular. Es decir, una máquina peronista, según reza el texto sagrado.

4.

Contrargumento kirchnerista: Maradona permanece en los casi veinte años siguientes, contemporáneos del peronismo devenido kirchnerismo. Objeción denegada: justamente, en esos años Diego deja de cumplir sueños y no le regala felicidad a nadie. Se vuelve, apenas, un recuerdo eterno del momento en que creíamos que podíamos volver a ser felices. Pero políticamente es pura redundancia: no hace falta otro símbolo peronista cuando el peronismo se pone en movimiento y vuelve a ser una máquina cultural.

En esos, estos, veinte años, Diego es sólo símbolo del pasado y sólo puede hablar del pasado. En presente, se vuelve pura máquina verbal –incomparable e incontenible, uno de los mayores productores de frases populares de la cultura de masas local; pero puro discurso–. Y todos sabemos que las palabras sirven, entre otras cosas, para mentir. En el único momento en que esas palabras se debían volver práctica –su desafortunada etapa como técnico–, el fracaso es innegable. El mayor éxito como director técnico del Diego es su célebre círculo epistémico maradoniano: de “la tenés adentro” a “que la sigan chupando”. Es decir, otras dos grandes frases populares.

El resto del tiempo son sus vaivenes sentimentales y laborales, su vida organizada por la lógica de la celebridad criolla o el jet set global. Aunque, como dice Beatriz Sarlo –que siempre lo quiso y lo respetó–: a diferencia de las celebridades contemporáneas, que basan su “popularidad” en ser, simplemente, sólo eso, celebridades, Diego ostentaba su historia. Diego era célebre y estábamos obligados a saberlo todo de él, simplemente porque fue y será el mejor jugador de fútbol de toda la historia, y el tipo que hizo más felices a argentines y napolitanes –y a todes les que quisieran sumarse a esa felicidad, y compartirla, y gozarla–. Pavada de currículum.

5.

Porque: qué pasado. Como el peronismo: los años más felices de los trabajadores fueron peronistas. Parafraseo: los momentos más felices de estos cincuenta años fueron maradonianos.

6.

Y como el peronismo: aunque siempre había un margen de ilusión, de imaginación y ensueño, con el peronismo también había un dato material –tan insuficiente como querramos, tan excesivo como deseemos– que se llamaba distribución del ingreso. Experiencia material de la felicidad, además de cotidiana.

El dato material, en Maradona, es su cuerpo en movimiento.

La capacidad infinita de sus frases, la posibilidad de producir significados con sus palabras –a la que nunca renunció–, sus afiliaciones políticas a veces zigzagueantes, no pueden opacar lo innegable, lo real, lo material; el 22 de junio de 1986, poco después de las 13.00 horas mexicanas, con un calor insobornable y ante 114.850 testigos, más algunos cientos de millones añadidos que lo veían por la tele, ese cuerpo se puso en movimiento y nos hizo felices a algunas decenas de millones de personas. No había allí ficción ni ilusión ni guión televisivo ni extras de riesgo ni trucaje digital o analógico ni propaganda estatal ni locutores en cadena nacional ni ensayos ni preparación actoral ni entrenamiento espacial. Había, apenas, un peronista de Fiorito.

7.

Y eso porque soy amarrete: antes de ese 22 de junio hay horas de felicidad desparramadas por su cuerpo en movimiento. Felicidad dependiente, claro, de saber gozar con el fútbol como una de las bellas artes. Y luego de ese 22 de junio, otras tantas. La diferencia es que, después, ese cuerpo ya era un mito en movimiento. (Pavada de jactancia generacional: vimos a un mito en movimiento. No nos lo contaron. Se lo contaremos a nuestres hijes y a nuestres nietes, con orgullo incansable: fui contemporáneo de Maradona, nacimos con un año de diferencia, teníamos la misma estatura, un día me dijeron “pasala, Pelusa” en un picado barrial).

8.

El cuerpo de Maradona jugando al fútbol fue lo real. Lo innegable. Lo que no se puede debatir, porque no se puede fingir.

9.

Lo demás fue también peronismo: exceso, dicha, felicidad, amarguras, vaivenes, contradicciones, fiesta, resaca, orgías, machismo, burla, risa, sueño, fracasos, cocaína, alcoholes, promesas incumplidas, antiimperialismo popular vestido por Versace (las galas de Evita vestida por Jamandreu). Lo que se puede debatir, pero no cuenten conmigo para hacerlo hoy. Apenas: su machismo, algunos maltratos injustifcables. Al menos, los piquitos que desparramó con Caniggia lo salvaron de la homofobia.

10.

La clave decisiva del ritual funerario es procesar el dolor. Entender por qué algo duele es la única posibilidad de que duela menos. Todo lo que acabo de decir, me temo, no explica tanto dolor, sino como respuesta a la desmesura de esa felicidad. Intensa pero breve, breve pero intensa, como la felicidad del peronismo.