Ensayo

8M


Cómo afrontar la crueldad organizada

Después de la marea verde, la sociedad dio una vuelta completa para elegir -al menos hasta ahora- la eliminación del Estado. ¿Cuánto tenemos y podemos decir, repensar, preguntarnos, las feministas? Esta actualidad organizada por la crueldad no será definitiva. ¿Cómo será este 8M? ¿El paro internacional feminista dará otra impronta a una Argentina que es hoy epicentro de la ultraderecha mundial?

¿Y ahora qué? El 8 de marzo encuentra al movimiento transfeminista en lucha, porque ese es su motor. La acción colectiva se vino tallando, una vez más, en los últimos mes. El trasfondo es el desconcierto sobre cómo afrontar la crueldad organizada. 

Hubo un tiempo muy cercano en el que parecía que ese movimiento hablaba la lengua de la sociedad: los pañuelos verdes fueron contraseña tanto como signo identitario. Identificar las violencias machistas parecía cotidiano. ¿Se había logrado develar la estructura de esas violencias? 

En poco tiempo, el antifeminismo se hizo potente, enredó los discursos, asimiló violencias de distintos órdenes para desmentir que tuviera que ver con una forma específica de organización social. “Matan más a hombres que a mujeres”, decían, repetían. Ni hablar de la palabra patriarcal, quienes estaban tomando preeminencia en los debates públicos negaban la existencia del patriarcado. 

El núcleo de ese rechazo encontró un asidero fuerte en el recurso al Estado. Durante los últimos 40 años, las feministas le reclamaron que generase las condiciones de una mayor igualdad. Pero ahora, lo que está de moda es dinamitar el Estado. 

Es incierto saber si esa moda dejará de serlo, si permanecerá como propuesta política. 

Mientras tanto, los feminismos pueden repensarse, salir de la cresta de la ola, traer nuevos debates. Así se hizo durante décadas, y ese movimiento incesante, como el del mar, continuará. 

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La movilización del 8 de marzo de 2024 condensa, como un aleph feminista, una historia escrita desde los márgenes que se capilarizó en cada rincón del país, la confianza en recuperar la masividad de la marea que menguó con la pandemia, la respuesta a la pregunta ¿dónde están las feministas?, que se escupe con maldad desde las redes sociales, la reivindicación de un legado escrito durante cuatro décadas, en Encuentros (Pluri)Nacionales que intervienen las ciudades de todo el país con las existencias diversas, plurales, heterogéneas que se concentran, sean mujeres, lesbianas, travestis, trans, bisexuales. En ese aleph pasan las manos de las cocineras comunitarias, las voces de las villeras que gritan sus existencias, las migrantes con sus acentos, los pañuelos verdes que son signo de identidad, los pañuelos blancos que dan la talla de la construcción colectiva en tiempos difíciles.

Como siempre, hasta el momento en que los cuerpos salen a las calles, la potencia es tanto una promesa, como una incógnita. Hay señales: las asambleas desbordan, como antes de la pandemia. La gestión de la vida cotidiana se convirtió en un caos, y aun así muchxs se hacen un espacio para llegar, en Rosario, los lunes, a las 18. Hay ebullición, debates acalorados y acuerdos: el ajuste, la deuda, la desocupación, el hambre, son temas urgentes para este 8M. 

“En los barrios estamos desesperadas, las chicas quedan enganchadas con el narco cuando les matan el noviecito, y terminan haciendo cosas que no quieren”, cuenta Silvia Delicia, de la Red de Mujeres del Sudoeste, de las infaltables en la Asamblea Lesbotransfeminista de los lunes en Rosario. Desde hace años trabaja en su barrio, y está preocupadísima. Es que se recortaron programas como el Acompañar, que brindaba durante seis meses un salario mínimo vital y móvil mensual a mujeres y personas de la comunidad lgtbq+ con riesgo alto o muy alto como consecuencia de la violencia de géneros. 

“Esto es una pesadilla”. La frase se repite en encuentros casuales por la calle, asambleas, espacios de trabajo. Angustia, desesperación, desconcierto. ¿Cómo llegamos acá? ¿Pudimos hacer algo más para esquivar al monstruo que nos amenazó hasta que logró aplastarnos? 

La sensación es de aturdimiento. Las preguntas se agolpan, las respuestas suenan insuficientes. 

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En su discurso ante la Asamblea Legislativa, Javier Milei habló siempre en masculino. La única referencia a las mujeres fue a “las amas de casas que tienen la enorme tarea de educar a nuestras generaciones futuras”. ¿Por qué negar a la única fuerza política capaz de hacerle frente? ¿Por qué convocar a los gobernadores a la Rosada en el preciso instante en que cientos de miles de mujeres se movilizarán en todo el país por el 8M? ¿El lesbotransfeminismo asusta al presidente? Saben que una enorme manifestación del 8M puede ser bisagra, aunque lo nieguen. Aunque tratarán de minimizarla, embarrarla, castigarla. 

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¿Cómo será este 8M? ¿El paro internacional feminista dará otra impronta a una Argentina que es hoy el epicentro de la ultraderecha mundial?

El mismo pueblo que exportó el pañuelo verde como símbolo de una lucha diseminada por el mundo es el que exporta a Javier Milei y la denostación del Estado. ¿Estos vaivenes muestran una sociedad en tensión o es simplemente pendular? ¿Qué tiene para decir la movilización de los feminismos en este presente lacerante?  

“Yo diría que las feministas estamos guardadas”, dice una amiga, una de las pibas del 2000, esas que se sumaron a la experiencia política desde los feminismos nacidos de la movilización social pujante que parió 2001. De las que se arriesgaban acompañando abortos en una ciudad conservadora de provincias y hoy se encuentra fuera de las asambleas -y los discursos- circulantes. Muchas activistas hoy se plantean cómo reconstruir desde la hostilidad que trae el nuevo sentido común. Apuestan a las conversaciones, a la reunión en pequeños grupos que lean y reconstruyan lo colectivo sin vedetismos, sobre bases más firmes que la cresta de una ola. 

Si durante -casi- una década se congregó la potencia alrededor de dos demandas básicas, el derecho a la vida y la libertad sobre el cuerpo, se están haciendo las banderas para levantar cuando el león arrasa con todo. 

El 8M es la oportunidad de realzar la potencia. Esta vez, para señalar que el hambre es un crimen, consigna de fines del siglo pasado, que se actualiza. 

¿Podremos poner el eje de nuestras demandas en la división sexual del trabajo? ¿Podremos incomodar con una profunda crítica a un sistema económico explotador de cuerpos y territorios? ¿Lograremos que desborde como lo hizo, en 2015, la consigna Ni Una Menos?

La vida es un caos. Tomar el colectivo para estar en una asamblea puede ser imposible, movilizarse implica un tiempo disponible. ¿Cuánto y con qué objetivos podrá volver a aglutinar la movilización feminista? ¿Podremos construir nuevos sentidos que nos inviten a tomar las calles?

La movilización del 8M llega en medio de un ajuste feroz. Hay debates, como siempre, sobre la base de un acuerdo: todxs contra las políticas del gobierno nacional. La proclama de Rosario comenzará con estas consignas: ¡Abajo todo el plan de Milei! ¡Basta de desocupación, hambre y violencia! ¡El aborto es y será ley, a la clandestinidad no volvemos nunca más! La consigna central de la convocatoria es “Si nuestras vidas no valen, produzcan sin nosotres”. 

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La ola verde fue marea entre 2015 y 2020. Como siempre, pero con mucha más masividad, los feminismos se movilizaron, discutieron, escracharon y escucharon. Y si faltó alguna interlocución, fue también por la dificultad para encontrar pares con los que discutir. Más bien proliferaron los detractores. 

En el movimiento, pusimos nuestras diferencias a cielo abierto: el punitivismo, la posición frente al estado, el reconocimiento del trabajo sexual, el abolicionismo, la interseccionalidad, el transfeminismo, la gordofobia. Todo estuvo en debate, trazó líneas y fronteras. 

¿Hubo una hegemonía feminista? ¿Llegar al prime time de la televisión implicó su conversión en un discurso dominante? Hay que desmontar aquello de la corrección política, ¿se ejerció censura desde los feminismos por des-naturalizar violencias que hasta entonces eran aceptadas sin críticas? 

Más bien, fue la masiva irrupción de un discurso disruptivo, el que cuestionaba privilegios como tener vía libre para el acoso sexual, el que ponía límites públicos a conductas como violar a una adolescente en una gira en la que sos el adulto responsable. Y los ataques a Thelma Fardin, cuya denuncia desencadenó una catarata de relatos de violencias sexuales de diferente tenor, mostraron que la disputa era desigual. 

Siempre lo fue. 

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En 1985 se realizó la primera movilización por el día de la Mujer en Rosario, cuyo relato detallado se lee en la revista Unidas, una publicación feminista autónoma que participó, con críticas “contra la doble explotación que sufrimos las mujeres como asalariadas y como amas de casa”, “por la información, asesoramiento y acceso gratuito a anticonceptivos con control médico. Derechos y posibilidades para todas las mujeres para decidir si quieren o no ser madre”, “contra la violencia sexual que se ejerce contra mujeres, niñas y niños”. La Madre de Plaza de Mayo Esperanza Labrador fue la primera oradora del acto. Hubo un enfrentamiento entre las mujeres del Partido del Trabajo y del Pueblo (PTP), que rechazaban la presencia del Movimiento de Liberación Homosexual, y las compañeras de Unidas, que trabajaban con ellos. La convocatoria fue modesta, pero sentó una presencia callejera inédita hasta entonces. 

El aleph gira hasta el 8 de marzo de 2018. Un grupo de adolescentes, con glitter en sus caras y pañuelos verdes le piden a una periodista cuarentona sacarse una foto con ella, que no sale en la televisión. Las redes sociales hacen lo suyo, desde Facebook, por entonces. Las chicas van a la marcha que alborota todo el centro de la ciudad de Rosario, algunas llevan cartulinas con consignas propias, escritas a mano: “Cuando salgo de mi casa quiero ser libre, no valiente”, dice uno de esos miles de carteles que se ven a lo largo de cuadras y cuadras. 

¿Qué pasó con esas pibas, hoy veinteañeras? ¿Guardarán aquellas cartulinas que llevaban a las marchas, escritas con fibrones? ¿Qué balance hacen de los años de agitación permanente? ¿Cómo se plantan hoy en sus relaciones laborales, ponen límites a los abusos de poder, habrán dejado de tolerar aquellas violencias cotidianas que eran el pan de cada día para quienes la antecedieron?

Gina Mainardi tiene 20 años. Fue vicepresidenta del centro de estudiantes de la escuela Guido y Spano, de Rosario. Nadó en la marea verde. “El feminismo me cambió totalmente la perspectiva como persona, como mujer y como militante también.  Me tocó una etapa de la militancia bastante linda, con mucha gente, muchas mujeres en la calle, con mucho movimiento. Y ahora se siente bastante la diferencia”. 

Desde entonces, se alejó. “No encontré respuestas. Hubo una hegemonía bastante punitivista y a mí esa manera nunca me gustó. Pero hoy más que nunca hay que activar y dar los debates una y mil veces. Este 8M es muy importante para demostrar que estamos y que no nos van a pasar por arriba”, asegura. 

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En diciembre de 2020, fue ley. La interrupción voluntaria del embarazo significaba, además de una conquista que apenas pudimos disfrutar -porque ya tenemos que defenderla- el desafío de encontrar otras causas aglutinantes, todavía pendiente. ¿La lucha contra un gobierno desquiciante logrará unirnos?

También hubo ministerios, secretarías, oficinas de género en todo el país: fueron el blanco preferido de quienes llegaron con el discurso de la motosierra. ¿Y cómo podemos revisar hoy la institucionalización, cuando se arrasa con políticas públicas que, por supuesto, podían y debían mejorarse? ¿Cómo discutimos sobre lo que ya no existe?

La pandemia trajo desafíos mayúsculos: fueron mayoría de mujeres las que encontraron el tiempo que no había para garantizar la subsistencia comunitaria en barrios donde la cuenta sueldo es una excepción. Las que nunca fueron tapa. Porque sus existencias están bajo sospecha. 

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La pandemia quebró el mundo, retrajo a millones en sus realidades inmediatas. Queda mucho por pensar sobre sus efectos todavía vigentes, sobre la emergencia de más violencias sin encontrar respuestas de un estado impotente, enfrascado en sus propias lógicas, con dificultades para decodificar los territorios. 

Activistas transfeministas se organizaron, atendieron a esas violencias, dieron contención material y afectiva. Quedaron exhaustas. Gran parte de la sociedad lo está. 

Desde los feminismos en el gobierno (que no es lo mismo que en el poder) se impulsó el debate sobre los cuidados, su peso en la economía. El ruido de los antivacunas, el bullicio de Javier Milei en todos los programas de televisión tapaban esa discusión. 

El 8 de marzo de 2023, el Monumento estuvo repleto, sin el desborde de otros años. Entre las consignas, se exigió la aprobación del proyecto de Ley “Cuidar en igualdad”, que busca reconocer al cuidado como un derecho y un trabajo, se reivindicó la economía popular como un trabajo y se pidió la ley de reconocimiento salarial para las cocineras comunitarias. 

Si se ampliaba un poco el foco, se podía leer cierto aislamiento, ya nadie quería hablar de estos temas fuera de los feminismos. Las demandas al estado quedaban encapsuladas, porque lo que estaba en jaque era la existencia misma del Estado. Al menos para una parte muy importante de la población.

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Y así llegó agosto de 2023, las asambleas urgentes ante el resultado de las PASO. En octubre, un grupo de mujeres adultas –y más aún- se para en una esquina del centro de Rosariocon carteles hechos a mano. Cada pancarta tiene una consigna en uno de sus lados y una letra del otro lado. La intervención se hace varias veces, en calle Oroño, en Sarmiento y Córdoba. Piden anticonceptivos, educación sexual, educación y salud pública. Al darse vuelta, forman las palabras MILEI NO. 

Pasan pibes que las insultan, pero ellas intentan conversar. Muchas mujeres –de todas las edades- evitan mirarlas. Algunas -pocas- también les levantan las manos, en señal de acuerdo. 

Mabel Gabarra, Silvia Augsburger, Lucrecia Aranda, Viviana Della Siega eran algunas de las que habían salido a militar fuerte por el balotaje. Históricas, esa palabra que fue tomada por Sara Hebe para una canción, la definición que recorrió remeras y publicaciones. Ellas estaban allí, en la calle, como siempre lo hicieron. Esta vez, muy solas. 

Pasó el balotaje, como un golpe mortal. ¿Cómo se enfrenta una derrota cultural? ¿Cómo se inventan nuevos sentidos? ¿Cómo se moviliza nuevamente el deseo?

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El 25 de noviembre se hace una breve marcha al lado de la costa rosarina, desde Oroño y el río hasta el Parque de España. El acto es en las escalinatas del Parque de España. Es multitudinario: miles y miles pasan por al lado del escenario para ubicarse en los escalones. La medida es post-pandemia. Atrás quedó la marea imparable. Hay muchxs, sí, pero no tantas. El ritmo de la ciudad ya no se altera. 

En las columnas, en la marcha, en el ingreso a las escalinatas, hay consignas aguerridas. A un costado del escenario, continúa la tristeza. Dos compañeras se encuentran, no se han visto durante un tiempo. Las dos han compartido alguna vez la militancia socialista. Se abrazan. ¿Cómo estás? Pregunta una. “Hecha mierda”, responde la otra, y se le llenan los ojos de lágrimas. “¿Por qué?”, la otra la mira escéptica y sigue: “Noooo… Este payaso nos va a unir más, como pasó con Macri”. Una pregunta queda flotando en el aire. 

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¿Nuestros cuerpos en las calles podrán traer una revuelta contundente? ¿O serán, una vez más, encapsulados como una mera manifestación sectorial? ¿Desbordará como en 2015? ¿Quedaremos atrapadas en la lógica de polarización de las redes o iremos más allá, a canalizar una fuerza contrahegemónica para imaginar otros horizontes?

No hay paralelos posibles con el pasado, la realidad política y social es inédita. Rita Segato conceptualizó este momento del capitalismo como “un mundo de dueños”. Durante el gobierno de Mauricio Macri, se hablaba de “un país atendido por sus propios dueños” y la promoción volvió recargada. 

La gestión de las emociones quedó del lado libertario. El experimento de Javier Milei tuvo su origen en la identificación con el enojo, y también con la vulnerabilidad. De los varones, sí. Retorna como restauración patriarcal. Así se lee en el entusiasmo de Elon Musk, uno de los pocos “dueños” de las riquezas en el mundo. Evidente en el posteo que hizo después de la presentación del presidente argentino en Davos, aquel que se excitaba con la imagen del discurso en una pantalla, durante una relación sexual. La dominación como horizonte, el entusiasmo con un proyecto que despoja más a quienes ya fueron despojados, son explícitos. 

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¿Será posible que el paro y movilización feminista sea un límite al programa de la crueldad? 

Estas líneas esquivan las respuestas. Mejor encontrar las preguntas adecuadas para pensar entramadas, como siempre. Y para eso, en medio de la urgencia por sobrevivir, habrá que encontrar la grupalidad, la alegría de encontrarnos, la certeza de que ninguna derrota es definitiva. 

¿Por qué, si ser el blanco preferido de un proyecto político que va por la restauración conservadora es una prueba de nuestra fortaleza, nos sentimos tan disminuidas? 

Si nos eligen para pelear, será porque todavía -o más que nunca- somos la piedra en el zapato de la versión libertaria del mundo, las que desmentimos el sálvese quien pueda, las que nos sobreponemos a las urgencias cotidianas para encontrarnos con otras, con otres. 

La cobertura del 8M es posible gracias al apoyo del Comité Español de Cooperación al Desarrollo (CECODE)