Crónica

La One: la vida de Moria Casán


Cómo mantener el deseo en un mundo efímero

Moria Casán está segura: vino a cumplir una misión social, la de hacer reír y elogiar la autenticidad. En los 70, se enfundaba en plumas pero también hacía stand up y les demostraba a los capocómicos que podía pensar. Hoy, algunos conservadores y progres siguen intentando cancelarla: “¡que fluya y no influya!”, piensa La One. Ícono popular, su técnica es el goce, prefiere que la llamen outsider antes que diva y evita encasillarse como mujer porque siempre se sintió trans. Por eso esta versión de Julio César queer que protagoniza en un teatro colmado, le sienta tan bien.

Texto publicado el 15 de junio de 2022

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Moria Casán larga la carcajada. Una compañera compró una remera que lleva estampada su cara y la frase “¡El decorado se calla!” y dice que ama, ama, esa distribución de las riquezas que genera su imagen y semejanza. Está al tanto de toda clase de imitaciones, sabe de personas que van a fiestas, casamientos y cumpleaños vendiendo el servicio de lengua karateka, gente que le agradece por comprarse un auto o una casa imitando sus formas, drag queens y transformistas que alimentan monólogos con sus dixit trabalenguas. Moria se ríe, para empezar, de ella misma. Y siente que esa es una clave para la fórmula de su vitalidad:

—La gente que hace reír deja lindas huellas, no deja cicatrices. Creo que en mí lo que se percibe es una gran autenticidad porque no hay decorado. Soy genuina. Y me honra que haya personas que hagan de mí por todos lados y se ganen su plata. En el fondo pienso que estoy cumpliendo una misión social sin proponérmelo.

El estudio digital no se hizo y es incomprobable, pero nueve de cada diez habitantes de Argentina tienen un sticker de Moria entre sus mensajes de WhatsApp. Sus frases circulan por Twitter, Instagram y últimamente Tik-Tok, ya que no importa la generación a la que se pertenezca, Moria trasciende. A ella, por supuesto, le encanta. Por estos días protagoniza una versión libérrima del clásico de Shakespeare, Julio César, y eso le sirve para volver a hablar del teatro, uno de los espacios donde se mueve desde hace más de 50 años. 

Dependiendo del foco que se ponga en la historia, Julio César fue un héroe, un tirano, un líder popular que ayudó a los pobres, un delirante o una víctima del poder. La lista sigue: Julio César era un fiestero que adoraba el roce y los vinos, un megalómano seductor,  un ególatra y un estratega, por algo se había encargado de adornar el imperio romano con estatuas de propaganda.

—¿Te sentís Julio César?

—Obvio. Siempre tuve mi hermafroditismo, desde que empecé en esto me consideré una trans, por la transgresión que tengo, porque llevo mi libertad y nunca obedecí mandatos. Siempre fui una rebelde ¡con causa!

Cuando Moria hace un juego de palabras que considera ingenioso frena y se ríe, es la primera espectadora de sus ocurrencias y se nota que se divierte yendo un poco más allá de los límites. Si le dicen diva se aburre: mejor outsider. Si le dicen mujer prefiere no encasillarse: mujer y hombre. Por eso en esta versión de Julio César, que dirige José María Muscari, se siente tan cómoda. Porque todos los personajes femeninos hacen de hombres y los masculinos, de mujeres. Esta vuelta de tuerca queer sobre la performatividad del género la pone en el lugar que ella elige estar, la provocación constante. 

Ahora ser libre y polémica como Moria puede estar de moda. Pero en la década del 70 cuando pisó por primera vez un escenario se la hicieron pagar, ya que traicionaba los mandatos sociales asignados a la mujer -incluso en el mundo del teatro-. En aquellos años de oro de la revista porteña, donde la figura de vedette era etérea y posaba entre plumas como en un orgasmo infinito, Moria se hizo un lugar entre los capo cómicos y no solo salía en tetas, también hacía números de stand up y mostraba que podía pensar. Dice que su identidad no binaria ya asomaba en esa época:

—Me adecué al sistema, pero pese a estar adentro soy una outsider. Decía que mi otro documento era Roque Casanova, porque bromeaba con que me sentía travesti y después drag queen por ese montaje que tengo por la revista, donde una se ornamenta mucho, te llenás de brillos y de cascos. Siempre me sentí una travesti y con esa personalidad fuerte que tengo pienso que Julio César es el papel que me estaba esperando. Yo no lo estaba esperando porque toda la vida actué así, al tener mi propia independencia económica y tomar mis decisiones siempre fui hombre-mujer.

Cada tanto hay intentos de cancelar a Moria. Desde el ala conservadora diciendo que usó su cuerpo para trepar en los escenarios, y desde la más progresista acusándola de espía y amante de militares en dictadura. En su autobiografía MeMoria tiene respuestas para esto. Sobre la dictadura, dice que no entiende cómo la dejaron hacer el primer desnudo que se transmitió por televisión, en un programa con Santiago Bal que salía por Canal 13. “¿Me tendrían simpatía porque era hija de un militar? Era una opción, aunque en realidad nunca tuve la menor idea ni me ocupé de averiguarlo. En realidad, mi padre había muerto tres años atrás y nunca había alcanzado un rango importante como para relacionarse con esa clase de poder. El único contacto que recuerdo con algún representante del gobierno de facto es cuando Roberto Viola vino a vernos al Gordo Porcel, a Susana y a mí al teatro, en 1981. Lo hizo como público, de la misma manera que Menem fue al teatro a ver Brujas.” 

En relación al sexo y el trabajo, Moria cuenta que cuando recién empezó su carrera le divertía mucho levantarse a tipos por la calle y cobrarles por acostarse con ella, aunque esto no se vinculaba con su rol en los teatros. Sobre ese morbo, no solo recibía propuestas con hombres: “Tuve mis experiencias lésbicas, pero únicamente se daba cuando me pagaban (bien) por someterme a eso. Es un clásico, ¿o no? Siempre aparece un señor dispuesto a poner su dinero para ver a dos chicas tortear un poco”. El libro publicado en 2012 tuvo una tirada de 40 mil ejemplares y en la portada se ve su rostro con gesto pensativo, absolutamente pelada. 

Los ensayos para Julio César empezaron el 22/02/22. Moria siente que ese número bendijo a la obra y la volvió angelada desde el momento cero. Con Muscari se llevan muy bien detrás de escena y ya habían hecho dos funciones de la obra, pero leída, hace algunos años, con fondos ad honorem para La casa del teatro. Abajo del escenario Moria tiene espacio para habitar la soledad con placer y momentos de familiera, con su hija Sofía Gala y su nieta Helena. También se la ve feliz con Pato Galmarini, el militante peronista ex funcionario de Menem, papá de Malena -la directora de AySA- y suegro de Sergio Massa -presidente de la Cámara de Diputados-. Para amistades Moria prefiere varones, ya que la mayoría de las mujeres le generan desconfianza. “Creo que la mujer es peligrosa. Aunque con ellas tengo una llegada fabulosa y sé que me quieren, cuando se trata de mi vida privada prefiero tenerlas lejos”, escribió. Su sororidad se basa más en las libertades que en el género.

—¿Te considerás feminista, o tu filosofía está más allá?

—Desde chiquita soy una feminista pero no fundamentalista, soy muy abierta. Siempre me siento más allá y más acá de todo, porque hay que ser consciente de nuestra extrema vulnerabilidad para con las cosas y de nuestra extrema finitud. Para seguir creciendo hay algo más allá de todo, más allá del LGBTIQ+ y más allá del feminismo, porque si vos rotulás algo y lo sectarizás lo vas estigmatizando. Hay que dar libertad a todo, todo tiene que ser un gran abanico, que tenga los colores del arcoíris obviamente.

—Y a tu sigla LGBTIQ+, ¿le sumarías la M de Moria?

—Pertenecí toda mi vida a la LGTBIQ+ aunque todavía no existieran las siglas. Tuve Playa Franca y Gaysoline en un momento donde todo estaba prohibido y donde yo me jugaba por las cosas sin necesidad de que me dieran títulos ni pusieran una E en mi nombre. Luché por algo que me parecía propio pese a ser ajeno, lo sentía más allá de la genitalidad y del sexo que hubiera elegido, porque me autopercibí como una trans desde chiquita. Aunque era una mina me percibía como ambas cosas, entonces lo luché desde mi lugar de libertad. 

Son las siete de la tarde de un domingo y el Cine Teatro El Plata está caliente, todavía suenan los ecos de las canciones de Nathy Peluso, Rosalía y el trap que musicaliza a Julio César. Afuera unas vallas conectan la sala de Mataderos con el auto de Moria, que pasa como una rockstar, saluda, se saca fotos con quienes la idolatran y sigue rumbo al Multitabaris, donde se presenta la temporada 31 de Brujas, la obra que más años lleva en la cartelera nacional. Dos universos bien diferentes en menos de cuatro horas, sin sumarle las entrevistas que da durante el día y sus apariciones en TV. Moria tiene 75 años, parece un torbellino.

—¿Cuál es tu técnica?

—Soy una gozadora serial. No tengo técnica más que el goce, dejar que fluya y no influya, desdramatizar y desacralizar, no tener prejuicios. Para mí Shakespeare es igual a otro autor, aunque sea el más popular del mundo. Técnicas no, pero tengo buena memoria y soy relajada, nunca pregunto si hay gente, si no hay gente, si viene, si no viene, toda esta cosa no está en mí.

—¿Y saber que las entradas se agotaron enseguida, no te alegra? 

—Obvio, y creo que si se pusieran más entradas se volverían a agotar. Yo sabía que eso iba a pasar porque tenemos un elenco bárbaro y estuvo todo angelado desde el primer momento. El teatro es ritual, es el más ritualista de todo porque ahí no hay ninguna pantalla, hay respiración. La tele es más del día a día. Es un medio maravilloso de gran llegada, pero es como una casa de electrodomésticos donde contás que te violó tu abuelo y después sale un PNT de manzana hemorroidal.

La lectura que hace Moria del Julio César de Shakespeare es que retrata un hombre consumido por el poder, bestia magnífica que debilita, corrompe y es atemporal: “Si no lo sabés llevar, y casi nadie lo sabe, te termina matando, te vampiriza. Hay poca gente que lleva el poder con hidalguía y no se lo cree, no compra lo que vende, no compra lo que tiene, a la gente la endulzan sus mieles y ahí entra en una cosa de lacayolandia, una corte de felpudos que hace bien al oído y al mismo tiempo molestan”.

Moria se autoproclama La One, y aunque algunas de sus declaraciones se lean como frívolas -quizá por ese mismo ego que la mantiene radiante-, condensa un genio que resume un universo accesible: por eso es un ícono popular. Sus filósofos preferidos son Nietzsche y Shopenhauer, y su leitmotiv desde hace un tiempo es el “momentismo absoluto”, cuya tesis plantea una forma de habitar el presente desde el presente y llevarlo a pleno. ¿Cómo hacer para que el goce no se vuelva un imperativo? ¿Cómo mantener el deseo en un mundo de estímulos efímeros? Moria no niega la relación con la falta, con las angustias, y otra de sus frases trae la respuesta: “Si querés llorar, llorá”.

Melancolía cero, placer diez.