Ensayo

Seis puntos para evitar la cruzada cultural en el aula


Dar clases en la era Milei

El avance de las nuevas derechas, desde hace al menos una década y media, converge y presiona a las escuelas. “Los docentes podemos ser objetos de un brutal ataque si Javier Milei traslada a la intimidad de las aulas su cruzada cultural”, escriben Inés Dussel y Manuel Becerra. La impugnación a la ESI, el movimiento #ConMisHijosNo y experiencias como la brasileña —en la que Bolsonaro llamó a filmar y viralizar escenas donde los alumnos se sintieran objeto de presiones ideológicas— deben ponernos en alerta. Hoy —escriben— la escuela es contracultural: como un museo vivo, conserva una lógica que va en contra de los hábitos dominantes. Junto a otros docentes, los autores de este texto elaboraron criterios para trabajar contenidos controversiales en clase.

Las semanas previas al inicio de clases en todo el país están marcadas, casi siempre, por tensiones más o menos explícitas sobre las condiciones de trabajo docente y el papel que le cabe al Estado nacional en el gobierno educativo. Javier Milei anunció que no intervendría en esas discusiones porque “la educación es de las provincias”, al mismo tiempo que canceló el envío de fondos nacionales para equiparar los salarios en jurisdicciones desiguales. CTERA, el sindicato docente más grande del país, llamó a un paro nacional el 26 de febrero. UDA, SADOP, AMET y CEA hicieron lo propio el 4 de marzo. Sumado a que encara una suerte de “batalla cultural” en la que el ámbito científico, el educativo y el artístico estarían cooptados por una suerte de marxismo omnipotente, no sería extraño que la educación también sea un campo en esa lucha: el discurso de Milei en el colegio de su infancia el pasado 6 de marzo parece indicar que efectivamente será así.

Desde hace una década y media algunos procesos inquietantes convergen y presionan sobre las escuelas: la masificación de los smartphones como cabeza visible de cambios tecnológicos de gran envergadura, las alteraciones climáticas producto de la acción humana y una drástica reformulación del orden geopolítico mundial que tiene como emergente, en varios países, el avance de las ultraderechas.

El primero abrió un nuevo universo acerca de la información, las redes de sociabilidad, el mundo productivo y el consumo de bienes, pero también de entretenimiento. Cualquier duda de cultura general, de la vida diaria de nuestros afectos o conocidos lejanos, cualquier producto de uso cotidiano o de lujo, cualquier antro de las viejas perdiciones —apuestas, pornografía—, el universo mismo, en fin, aparece reversionado en el Aleph que casi todos portamos como una extensión de nuestro brazo.

Los impactos que esto tiene en las aulas van mucho más allá de las primeras aproximaciones, tan cándidas, que se afirmaban desde la idea de “nativos digitales” o de la necesidad del entrenamiento en el uso de herramientas informáticas. Asistimos a cambios radicales en nuestras subjetividades, en nuestros hábitos más rutinarios e íntimos. Y, en ese combo y en la misma medida, también se ha modificado la relación —ya muy transformada desde mediados del siglo XX— entre los individuos y las instituciones clásicas de la modernidad: la escuela, la familia, la comunidad regulada desde un Estado.

Se ha modificado la relación entre los individuos y las instituciones clásicas de la modernidad: la escuela, la familia, la comunidad regulada desde un Estado.

Las paredes se han vuelto más porosas que nunca: padres y madres que les mandan whatsapps a sus hijos mientras —ellos lo saben— están en clase; familias que presionan brutalmente a una maestra porque enseña algo que un video de YouTube o TikTok les advirtió que es adoctrinamiento; adolescentes enredados en lógicas de ludopatía, deudas o excesiva exposición de la intimidad por un puñado de dólares —el Santo Grial de esta Argentina cascoteada— mientras un profesor intenta captar su atención para enseñar el orden feudal o funciones cuadráticas. Reacciones a stories, juegos, jueguitos y juegazos con efectos de sonido ensordecedores —tiros, suspiros, exclamaciones— se imponen a una clase sobre fracciones, al tiempo que los chicos más chicos aparecen cada vez más retraídos.

Las transformaciones del siglo XXI llevan a la tensión extrema a una institución con una lógica mucho más lenta, que requiere y exige compromisos diarios que se deshojan todos los días fuera de las escuelas, como si en estos patios, estas banderas y estos bustos de Sarmiento el tiempo corriera en cámara lenta. Hace cien años la cultura extraescolar encontraba puntos en común con lo que ofrecían las aulas: en ambos escenarios se valoraba una cultura escrita, el aire libre y el juego colectivo era tan frecuente como los agrupamientos —mucho más rígidos, claro— que se daban en las hileras de pupitres atornillados al piso. Hoy es al revés: la escuela conserva, como un museo vivo, una lógica que va directamente en contra de los hábitos dominantes.

Hoy la escuela es contracultural: así lo perciben las propuestas de desarmarla para dar lugar al homeschooling o para que cada quien elija por su cuenta qué y cómo quiere aprender. Las plataformas sociodigitales han adquirido niveles sofisticadísimos para captar la atención de las personas de todas las edades, clases sociales y perfiles de consumidor. La escuela, por el contrario, propone una agenda con posibilidades de flexibilidad —aunque acotadas— que gira en torno a la cultura escrita y a una idea de cultura común; propone un recorrido muy largo y esforzado cuyos logros no parecen ser apreciados en el mundo en que vivimos. ¿Cómo ingresan, en este contexto, las agendas de ultraderecha?

Hoy la escuela es contracultural. Mientras las plataformas sociodigitales adquirieron niveles sofisticadísimos para captar la atención de las personas de todas las edades, clases sociales y perfiles de consumidor, la escuela propone una agenda con posibilidades de flexibilidad que gira en torno a la cultura escrita.

Con referencias claras en Donald Trump y Jair Bolsonaro —pero también con lógicas más sutiles inspiradas en Vox y en Giorgia Meloni— y con una marca propia menos centrada en estos nacionalismos y más en una utopía de libre mercado desenfrenada (el “paleoliberalismo”), Javier Milei aparece como la nueva “estrella global” de la ultraderecha. Estos ejemplos proveen un marco interesante para reflexionar acerca de qué impronta puede intentar darle el gobierno argentino a su política educativa. Por el momento, los anuncios parecen más centrados en una respuesta tecnócrata ya conocida. Sin embargo, el insistente énfasis que da Milei a su cruzada cultural debe ponernos en alerta, como educadores, acerca de acciones que sí llevaron adelante Vox, Bolsonaro y que arrecian muchas escuelas de los Estados Unidos.

Desde España llegan ecos de una violencia feroz hacia las diversidades sexuales y sus luchas. Acá ya estamos viendo, desde hace unos años, un intento claro en limitar la expresión del lenguaje no binario, primero desde el Ministerio de Educación de la Ciudad de Buenos Aires y recientemente a partir de la divulgación de un “Manual de Estilo” para la emisora de Diputados TV. En los últimos días la prohibición llegó a toda la administración pública nacional. No podemos no relacionar estas iniciativas con la fuerte impugnación que comenzó a recibir la Educación Sexual Integral (ESI), especialmente a partir del debate de la interrupción voluntaria del embarazo, con el movimiento Con mis hijos no, que reaparece en algunas declaraciones de funcionarios del gobierno actual.

Durante la administración Bolsonaro, en Brasil cobró protagonismo un proyecto de ley llamado Escuela sin partido impulsado a partir de una fundación homónima, que buscaba “detener el adoctrinamiento”. Bolsonaro mismo llamó a filmar y viralizar escenas escolares donde los alumnos se sintieran objeto de presiones ideológicas: la ultraderecha ha sabido ser mucho más astuta que los progresismos para usar las plataformas sociodigitales, e interpelar las subjetividades contemporáneas en su favor.

También hubo episodios de filmaciones a docentes en Estados Unidos, donde tiene lugar desde hace varios años una intensa batalla curricular que pivotea en dos frentes en los que la ultraderecha incorpora al nacionalismo supremacista y al cristianismo más ultramontano. Allí es brutalmente atacada una visión crítica de la historia nacional, al punto de que varios gobiernos estaduales comenzaron a censurar libros específicos. Las temáticas “baneadas” recorren las identidades de género, las lógicas estructurales de discriminación y racismo, y otros tópicos sensibles. En un sistema educativo donde las comunidades locales tienen un peso decisivo para definir los contenidos y contratar a los docentes como el estadounidense, las limitaciones para ejercer la docencia pueden llegar a poner en cuestión la fuente de trabajo.

El insistente énfasis que da Milei a su cruzada cultural debe ponernos en alerta, como educadores, acerca de acciones que sí llevaron adelante Vox, Bolsonaro y que arrecian muchas escuelas de los Estados Unidos.

Los objetos del ataque parecen claros: problemáticas vinculadas a la agenda feminista y de género, al avance del antiracismo y la antidiscriminación, y las críticas desde la izquierda al statu quo capitalista que aparezcan plasmadas en los contenidos a enseñar.

A la Argentina le tocó el turno del experimento neofascista. Estas semanas asistimos al debate acerca de la suma del poder público del presidente de la Nación y del avasallamiento a las más elementales libertades individuales consagradas en la Constitución y en los tratados internacionales incorporados a ella. Por más diferencias que nuestro sistema educativo tenga con el español, el brasileño o el estadounidense, las escuelas —y los docentes— podemos ser, también en nuestro país, objetos de un brutal ataque si es que Javier Milei traslada a la intimidad de las aulas su cruzada cultural.

Por todo esto, elaboramos algunos criterios a la hora de trabajar contenidos controversiales en el aula. Argentina es uno de los países con más presencia de celulares en la escuela secundaria, y al mismo tiempo tiene una tradición de movilización social, reclamo y crítica inusual en otros países de la región.

Estos criterios fueron pensados por docentes que están cotidianamente en las aulas (Manuel Becerra, Bárbara Gallardo, Carlos Vidal y María R.), teniendo en cuenta recomendaciones, experiencias propias y ajenas, y problematizando la compleja relación, ya esbozada, entre la escuela y la cultura contemporánea.

1. Nuestra opinión no es un contenido curricular

Tenemos que saber detectar cuándo una clase se corre de lo planificado hacia terrenos más improvisados de conversación informal, donde a veces los alumnos pueden pedirnos “nuestra opinión”. Nuestro trabajo como docentes es enseñar contenidos científicos y artísticos, y no opinar, incluso cuando nos lo soliciten. Nuestro punto de vista es tan válido como el de cualquier persona ajena —o no— a la escuela y no está estipulado en los Diseños Curriculares (sí lo está, en cambio, la construcción de una opinión propia por parte de los estudiantes). Por otro lado, cuando se trata de expresiones políticas presentes o pasadas de distinto tipo, no todos los docentes estamos informados ni tenemos tan claro dónde termina nuestra postura personalísima y dónde arrancan los contenidos curriculares: ante la duda, es preciso evitar la emisión de una opinión y, en todo caso, proponer un espacio específico de debate —en el que el docente no intervenga como parte del mismo, sino como mediador— a planificar en otro momento.

2. Usar el celular sólo como herramienta de enseñanza cuando podamos ejercer un control eficaz sobre él

Mientras esperamos regulaciones más claras y contundentes acerca de su uso, los adultos de la escuela debemos establecer consensos y acatarlos a rajatabla, incluso nosotros mismos. No podemos prohibir el uso del celular a nuestros alumnos y que ellos nos vean chateando, escuchando o enviando audios en clase: la mirada del docente debe estar la mayor cantidad del tiempo posible en lo que hacen los estudiantes, que deben ir haciéndose a la idea de que el docente nunca está distraído. Por otro lado, cuando usemos el celular como calculadora, como soporte de algún texto o video que estemos consultando en una clase u otra aplicación, tenemos que estar muy alertas a que el uso sea el prescripto por el docente. Una tarea muy difícil, ya que con un movimiento imperceptible los estudiantes pueden cambiar de app, por eso es importante circular por el aula para ir controlando esto, e incluso se puede pedir que compartan un solo celular entre parejas. A mayor cantidad de alumnos, más difícil será el control del uso del celular como herramienta didáctica. Hay que recordar especialmente que cualquier escena capturada en el aula puede ser sacada de contexto y ser usada como “prueba” maliciosamente.

3. Prestar especial atención al tamaño del grupo y al momento del año para trabajar temas sensibles

Hay contenidos, como por ejemplo el debate sobre masculinidades tradicionales en secundaria, que pueden resultar muy incómodos para los alumnos. Es imprescindible organizar muy bien la modalidad en que se dará este tema —u otros que identifiquemos como controversiales— y reducir los grupos a quienes estará dirigido, incluso seleccionando con mucho cuidado quiénes van a participar en cada encuentro para evitar monopolios de la palabra, y de esa manera tender hacia un espacio muy cuidado, libre y respetuoso. Los primeros meses del año tal vez no sean los mejores para organizar estos talleres porque no siempre conocemos a los estudiantes y es posible que haya temas que pueden ser abordados más adelante en el ciclo lectivo, cuando tengamos más en claro sus perfiles. Esto abre un problema cuando se trata de talleres externos en los que se convoca a agentes extra escolares. A la hora de abordar contenidos controversiales los alumnos pueden no reconocer ni identificar claramente por qué hay adultos desconocidos estableciendo esa conversación con ellos. Esto nos llevaría no a evitar estas instancias, pero sí a prepararlas con muchísimo cuidado y anticipando explícitamente la dinámica, los objetivos y el motivo por el que se recurrió a especialistas.

4. Usar materiales pensados específicamente para el aula, citar fuentes, contextualizar fragmentos

Muchas veces los docentes hacemos un googleo rápido para encontrar algún recurso didáctico que sirva para trabajar un contenido. Si bien internet nos ha abierto posibilidades infinitas —y más aún los motores de Inteligencia Artificial—, cuando trabajamos temas sensibles tenemos que tener bien claro —y, de ser posible, hacerlo explícito frente a los alumnos y las familias— que nuestra planificación emerge de forma transparente de los Diseños y Lineamientos Curriculares y las leyes vigentes, así como también sucede con los recursos. El respaldo institucional —nacional, provincial, municipal, de organizaciones supranacionales o de la sociedad civil ampliamente reconocidas— es muy importante para alejar la idea de un recorte arbitrario, caprichoso y malintencionado del docente. En este mismo sentido, cuando se postulan marcos teóricos hoy demonizados —como el socialismo o el comunismo— es importante subrayar una y otra vez que ciertas afirmaciones parten de un análisis teórico —y también partidario— de la realidad, que uno está simplemente reproduciendo como fuente para la clase.

De la misma manera, si utilizamos piezas audiovisuales y hacemos un recorte de ellas, es necesario tener en cuenta si son ATP, PM13, PM16 o PM18. No para evitar su uso, sino para —llegado el caso, evaluando al grupo y a las familias— recortar escenas. Lo mismo aplica para las producciones que no están pensadas para la escuela, ya que muchas veces no contemplan ninguna dimensión didáctica e incluso pueden aparecer conceptos esbozados linealmente, pero que en la escuela requieren desarrollos complejos que sólo puede abordar un docente profesional.

5. Intervenir con especial cuidado en los debates espontáneos que se dan en el aula

Quienes trabajamos cotidianamente en las escuelas sabemos que son ámbitos con un grado variable de impredictibilidad. Es por eso que a veces pueden surgir debates espontáneos sobre temas sensibles. En ese caso, un buen criterio a seguir es que el docente evite monopolizar la palabra, guardando especial atención en que el debate transcurra en un tono de respeto y sin caer en manifestaciones discriminatorias o violentas. De darse esas garantías, el protagonismo de ese debate es de los alumnos y el docente tiene, de todos modos, la posibilidad de de repreguntar, ofrecer materiales, abrir y complejizar las discusiones para que se alejen de los sentidos comunes y vayan hacia análisis más complejos de los fenómenos. Un debate áulico no es un escenario donde el docente deba ser el foco de la atención y protagonista absoluto, sino una posibilidad de aprendizaje más, en caso de que el tema del debate sea pertinente a lo que se está trabajando como contenido curricular o lo amerite por alguna situación extraordinaria.

6. El doxeo es una amenaza latente

Se le llama doxing a la acción de recopilar información sensible disponible en internet sobre una persona concreta o un grupo sin su consentimiento, con el objetivo exponerla y así dañar su inserción pública, su privacidad o su trayectoria profesional. Es común cuando se quiere atacar a una persona con comentarios “polémicos” en las redes sociales bajo seudónimos y hay varios casos de docentes en Argentina que han sufrido estos ataques. Existen, al menos en nuestro país, vacíos legales sobre este problema. Una versión de esto —que tal vez no sea exactamente doxing— es, por ejemplo, que a raíz de una tensión entre un docente y sus alumnos estos busquen molestarlo como “un acto de justicia”, rastreando su actividad en las redes sociales para exponer ante las autoridades de la escuela publicaciones presuntamente contrarias al ideario de la institución y así comprometer su trabajo. Hay varias recomendaciones de ciberseguridad para evitar ser víctima de doxing (pueden ver algunas en este link, también acá, acá y acá), pero creemos importante trabajar en la autorregulación de nuestra actividad en las redes sociales, especialmente si tenemos nuestro nombre y foto disponible. Hay que ser consciente de que hacer comentarios agresivos y “polémicos” en los foros virtuales puede atraer a personas que busquen atacarnos: podemos, en ese sentido, evitar por todos los medios tener comentarios despectivos hacia nuestros alumnos y compañeros directos de trabajo.

Tal vez sea pertinente un comentario adicional, que aplica a todos estos criterios —y más allá—: los planteos que disfrazan de supuesto “debate ideológico” una agresión o un intento de escrachar maestros son mucho más corrientes hacia docentes mujeres que varones: las tensiones de género son transversales a las disputas que propone la ultraderecha.

Este breve punteo es muy acotado y tiene como único objetivo que los docentes reflexionemos en profundidad no sólo a qué amenazas potenciales nos exponemos en nuestro trabajo, sino también en relación al uso cotidiano que hacemos de las plataformas sociodigitales. Éstas se han vuelto parte de nuestra intimidad, al tiempo que también son una esfera pública cuyos alcances todavía nos cuesta muchísimo entrever. Ojalá todo esto sea una prevención exagerada y no una letra viva a la que haya que recurrir entre angustias.