Ensayo

Mundial Femenino Australia/Nueva Zelanda 2023


Democratizar el fútbol, trabajar de futbolistas

El presente del fútbol femenino en Argentina no permitió que la clasificación a octavos de final estuviera en el horizonte de objetivos. En el balance del Mundial, sin embargo, hay garra, corazón, un planteo de juego claro y el legado enorme de una generación de grandes referentas que resistieron al amateurismo y hoy dejan las bases para las más chicas. ¿Por qué a más de cuatro años del anuncio de profesionalización del fútbol femenino en nuestro país todavía debemos hablar de “semiprofesionalismo”?

Garra, corazón y un planteo de juego claro.

Los objetivos de esta Selección nunca tuvieron como horizonte ganar el mundial. Lo repitió hasta el cansancio la propia Estefanía Banini en entrevistas previas y posteriores al debut contra Italia. Ni falta de ambición ni autocomplacencia: salir a buscar los partidos y achicar la brecha con las potencias fueron parte de las metas y se cumplieron. A pesar de múltiples hostigamientos y discursos misóginos de los que fueron objeto durante el Mundial, las futbolistas representaron al país con personalidad, convicción y demostrando estar a la altura para hacerle frente a rivales difíciles.

La selección argentina llegó mejor que cuatro años atrás, con casi la mitad de convocadas jugando en clubes del exterior, una camada importante de futbolistas experimentadas y una apuesta en las más jóvenes que reciben el legado de una generación de grandes referentas que resistieron el amateurismo y abrieron el camino para las que vienen.

Es preciso mirar el proceso. No perder la ilusión. Comprender de dónde venimos y dónde estamos. Preguntarnos hacia dónde y cómo queremos avanzar. Agradecer a las que defienden nuestros colores. Ser capaces de sentir orgullo y ser felices, nosotres también. Nadie nos regaló nada y la historia del fútbol es testigo de eso.

En la última década, junto con una atención inédita del mercado (con el incremento de patrocinadores, agencias de marketing deportivo, representantes y otros) se registró una cresta de activismo político en el deporte femenino. El fútbol picó en punta y los reclamos más visibles fueron protagonizados por figuras reconocidas a nivel mundial como Megan Rapinoe, Alexia Putellas, Marta Vieira da Silva, Ada Hegerberg y la propia Macarena Sánchez que además se han reconocido activistas. La igualdad salarial con la rama masculina y la profesionalización han sido reivindicaciones protagónicas estos años y de ello son reflejo los avances en materia de igualación salarial que consiguieron países como Noruega, Dinamarca, Inglaterra, Estados Unidos, Países Bajos, Brasil, Irlanda, Finlandia y Australia. Sin embargo, es un punto de partida para discutir otros asuntos como la ocupación de puestos directivos en los clubes y organismos rectores de la disciplina, o las condiciones a que deben hacer frente las atletas que desean maternar y trabajar de futbolistas.

El mote del semiprofesionalismo persiste no sólo en la precariedad salarial que mantiene a muchas jugadoras contratadas en situación de pluriempleo, sino también por la subrepresentación en los medios masivos y la falta de voluntad política de algunos clubes.

El crecimiento de la “industria del fútbol femenino” hoy celebra el récord en venta de tickets previo al inicio del Mundial (más de un millón) y la apuesta de FIFA en 150 millones de dólares para repartirse entre los 32 (también número récord) países participantes. En base a los resultados de la encuesta realizada por FIFPro a 362 futbolistas de las seis confederaciones, sin embargo, se conoció un conjunto de disconformidades con las condiciones de fase preparatoria (muy alejadas de los estándares de elite) con que las selecciones llegaron al mundial. Una edición que ya dejó sorpresas y alegrías para el fútbol sudamericano, como la victoria de las colombianas sobre las alemanas —segundas en el Ranking FIFA—, también viene mostrando que todavía no es posible hablar de un juego “de igual a igual” y que aún quedan grandes brechas por achicar.

Clave nacional

A cuatro años de la firma de los primeros contratos, en Argentina se dieron pasos significativos. En un repaso rápido, el aumento en la mínima de contratos profesionales —de ocho en 2019 a quince en 2023— y de equipos participantes del campeonato de la Primera División A de AFA —de diecisiete a veinte—, la eliminación de las denominadas “cláusulas anti embarazo” que lo consideraban una lesión, la ampliación y fortalecimiento de los cuerpos técnicos, las mejoras en logística y condiciones de entrenamiento de los planteles, la cobertura —mayormente de medios y periodistas independientes— y televisación de algunos partidos, el desarrollo de categorías formativas y sus torneos y la progresiva apertura de estadios principales de los clubes.

En el último campeonato local se destacaron equipos como Rosario Central y Platense (ambos entre los primeros cinco lugares de la tabla). Estas revelaciones son una muestra no solo de que invertir da sus frutos por la “igualación hacia arriba” que empieza verse en la máxima categoría, sino también del movimiento en el mercado de pases de jugadoras a nivel nacional e internacional. Aunque todavía no media dinero por los pases dentro del país (en general no hay negociaciones entre equipos y las jugadoras se van con el pase en su poder), la obligatoriedad de un mínimo de contratos profesionales en la Primera A permite que las futbolistas adquieran experiencia y visibilidad en distintos clubes locales, autogestionando sus traslados o a través de sus representantes —cuando los tienen—, lo que repercute en un incremento en calidad y competitividad entre los equipos. Los traspasos al exterior se convirtieron en una búsqueda cada vez más frecuente en la que las argentinas (en especial las jugadoras de Selección o con experiencia en competiciones internacionales) son cada vez más reconocidas en otras latitudes.

El mote del semiprofesionalismo, sin embargo, persiste no sólo en razón de la precariedad salarial (los montos en neto no superan el Salario Mínimo Vital y Móvil) que mantiene a muchas jugadoras contratadas en situación de pluriempleo (en algunos casos con incompatibilidad horaria para entrenar en las canchas auxiliares alejadas), sino también por factores como la subrepresentación en los medios masivos y la falta de voluntad política de algunos clubes para apostar decisivamente. Aún hoy, gran parte de los clubes tiene la mitad de sus planteles sin contratos profesionales y, en el mejor de los casos, a costa de viáticos y pagos discrecionales como en la era amateur. Si bien un mecanismo de “blindaje” a jugadoras destacadas suele ser la celebración de un contrato con duración mayor a una temporada, la mayoría de contrataciones vigentes no superan el año, algo que conduce a la búsqueda constante de clubes y mercados ante la posibilidad de no darse la renovación y se traduce en sentimientos de incertidumbre en muchas futbolistas.

Aunque la disparidad histórica entre “los clubes grandes” con el resto se mantiene por las mayores posibilidades de destinar recursos, el caso de Gimnasia y Esgrima La Plata (único club que en la última temporada ofreció abonos para asistir a los 18 partidos de local, abriendo su estadio principal para los encuentros y poniendo a la venta las camisetas de sus jugadoras) muestra que la ejecución de políticas institucionales para promover la disciplina dependen de la voluntad, el trabajo e inteligencia de quienes toman las decisiones. Al frente de la Subcomisión de Fútbol Femenino del “Lobo” está Ana Rolón, ex arquera y una de las referentes del equipo que ha expresado la importancia de “animarse” y que a otras exfutbolistas con perspectiva de género se les permita ocupar espacios de toma de decisión en las instituciones.

Por otro lado, el prestigio de “los grandes” y la posibilidad de pagar salarios por encima del mínimo establecido por Convenio Colectivo les permite hacer ofertas más seductoras a figuras a nivel local haciendo de “trampolines” hacia el extranjero.

—¿Quién no quiere calzarse la de River alguna vez, por lo menos para sentir lo que es? —se pregunta, con todo sentido, Nataly Cortéz, una de las capitanas del último campeón del Torneo Clausura de la Liga Santiagueña de Fútbol.

De allí se desprenden otras preguntas: ¿todas tienen la posibilidad de “llegar”?, ¿alcanza con ser una “crack”?, ¿quiénes y de qué manera llegan a los equipos grandes y seleccionados juveniles?

Las condiciones que ofrecen (o no) los clubes de la máxima categoría —contratos, pensiones, viáticos para pasajes y comida, incentivos educativos— son centrales para pensar las posibilidades reales que tienen las futbolistas de provincias extra céntricas, las extranjeras y las propias bonaerenses que no residen en las ciudades protagonistas. La decisión de mudarse desde otra ciudad o incluso viajar todos los días desde el conurbano a CABA o La Plata está atravesada por una conjunción de factores que se ponen en juego: proyección, plata, tiempo, contactos y una cuota de suerte.

—Lo que todas anhelamos es jugar en la Selección y para llegar ahí no te queda otra que esperar a que te vean o tener suerte si te vas a Buenos Aires. Algún día lo voy a intentar, creo que estamos a la altura, pero no es tan fácil —dice Marisol Jacobo, delantera de Central Córdoba de Santiago del Estero.

Las desigualdades en clave federal del modelo centralista del fútbol argentino hacen que sea difícil hablar del deporte en términos de una disciplina profesional o, al menos, de un profesionalismo más democrático. Si bien la creación de la Primera B y C de AFA (con mayoría de equipos metropolitanos, salvo casos del interior de Buenos Aires y las excepciones de Santa Fe y Córdoba) permite una organización y una competitividad cada vez mayor, el resto de las provincias está varios escalones atrás. Desde la primera edición de la Copa Federal de Fútbol Femenino en 2021 las federaciones provinciales empezaron a organizar torneos entre ligas locales, mientras que los equipos líderes (aquellos con mayores chances de disputar la Copa) comenzaron a tener roces interprovinciales. Las realidades de los equipos del interior de las provincias son aún abismalmente dispares entre sí, algo que se refleja, por ejemplo, en menores tiempos de juego o suspensión de encuentros por falta de condiciones básicas. Tanto la inversión y estrategia de AFA a través del Consejo Federal como las apuestas locales son fundamentales.

Las desigualdades en clave federal del modelo centralista del fútbol argentino hacen que sea difícil hablar del deporte en términos de una disciplina profesional o, al menos, de un profesionalismo más democrático.

Igualar la cancha y democratizar el fútbol es también que una santiagueña pueda jugar en Primera en el lugar donde nació y elige vivir.

—Sería bueno también que una pueda tener todo aquí y no tener que irse (…) Seguramente con el paso del tiempo y los partidos se van a buscar mejores escenarios, y gracias a Dios algunos clubes están poniendo de sí para poder prestar las instalaciones. Eso habla del interés por que la disciplina crezca desde adentro —dice Natalia Carranza, capitana de Central Córdoba y directora técnica graduada de la Escuela Nº190 Juan Carlos “Chango” Cárdenas.

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El fútbol femenino trae consigo desafíos interesantes, sobre todo cuando pensamos en el alto rendimiento. Algunos estudios muestran no sólo que la precariedad es una característica de la profesión de futbolista (salvo estrellas de elite, hablamos de inseguridad laboral percibida y de incertidumbre a futuro), sino que las carreras de las futbolistas son más inciertas y precarias por la menor remuneración económica, la duración más corta de contratos, la falta de políticas en materia de cuidados y salud reproductiva y las limitadas opciones laborales luego del retiro de la actividad. Desarrollar profesionalmente la disciplina implicará sortear lo anterior para garantizar algo tan básico como alimentación y descanso adecuados —conocido como entrenamiento invisible— que muchas futbolistas con dos y hasta tres trabajos no tienen saldados.

Pensar el fútbol que queremos implica, además, hacerlo desde una perspectiva de salud integral y desde las etapas formativas. La psicóloga e investigadora cordobesa Débora Majul ha mostrado la fuerza con que la racionalidad neoliberal y el ideal meritocrático operan en la subjetividad de lxs deportistas de alto rendimiento y describe a los jugadores en formación como mercancías de los propios clubes que, empujados por esa racionalidad (que reza que todo es posible con esfuerzo, sacrificio individual y perseverancia), ponen a disposición habilidades y características físicas en pos de una salvación futura y del “sueño de ser futbolista profesional”. El precio por no llegar a cumplir determinados estándares puede ser muy alto y el fútbol argentino ya dio muestras agudas de cómo es atravesado aquello que se considera un “fracaso” deportivo. Será necesario animarnos a cuestionar ciertas lógicas que operan en el modelo masculino para no reproducir lo que tanto daño ha causado.

En el fútbol femenino se movilizan deseos y búsquedas de goce, libertad, superación personal y ansias de poder desarrollarse profesionalmente en el deporte que se ama con la dedicación exclusiva que demanda. Éstos son, en parte, los móviles que impulsaron a las que pudieron ir a probar suerte en el exterior, como la pergaminense ex Estudiantes de La Plata Giovanna Dell’Osso, que tuvo acceso a un salario y una vivienda militando la tercera y cuarta división del fútbol italiano. Destreza y sacrificio no parecieran ser suficientes para sostener un alto rendimiento, como sugiere la figura “Tripera”, ex UAI Urquiza, Juana Bilos al aludir a las facilidades de quienes viven en las grandes ciudades, con acceso a estudios superiores y opciones laborales resueltas para el “después” en caso de no insertarse en la disciplina desde otros roles. Hablamos de la importancia de las condiciones materiales y junto a ellas de la preparación mental para sortear las complejidades de sobrellevar vidas dedicadas al deporte (en el mundo “real” y  virtual) en sociedades atravesadas por imperativos resultadistas que exigen el “éxito” a cualquier precio y que impactan en las subjetividades de las deportistas. Sobre esto reflexiona Juana:

—Una lesión te pasa cuando no estás bien y te puede llevar hondo. Es importante tener herramientas desde la salud mental para atravesarlo y darte cuenta que capaz no llegás a ser la mejor sino una jugadora más real y que con eso alcanza —dice Bilos.

Queda un largo camino para que el profesionalismo en el fútbol sea un derecho pleno donde la dignidad salarial vaya de la mano de una apuesta más integral.

Darse cuenta del poder

—Hay que pegarle más al discurso de que el fútbol femenino no vende. El fútbol es un negocio, totalmente, pero estaría bueno preguntarse qué hacen los clubes para que el femenino venda —dice, contundente, la defensora rosarina del “Pincha” Luciana Bacci en una mesa panel de la Facultad de Periodismo de la UNLP, ante la pregunta de un estudiante sobre los dichos de Sebastián Verón.

—La realidad es que no estamos pidiendo una inversión millonaria, ¿eh? Estamos pidiendo un proyecto de marketing, un proyecto deportivo —sigue, rápida, mientras recuerda que los clubes en Argentina le pertenecen a lxs socixs y deben rendir cuentas y gestionar también para quienes pagan una cuota mes a mes y piden más inversión en la rama femenina.

Igualar la cancha y democratizar el fútbol es también que una santiagueña pueda jugar en Primera en el lugar donde nació y elige vivir.

En un momento en que no solo se ven exigidas a demostrar ser merecedoras de sus derechos como trabajadoras, sino también a probarle a los clubes que son redituables, las futbolistas levantan en redes y visibilizan, cada vez que tienen un micrófono adelante, los reclamos pendientes y cifras de récords en el mundo: en audiencia televisiva, en asistencia de público, en venta de indumentaria, en millones de dólares por transferencias. Como señaló la investigadora salteña Mariana Ibarra, la moral masculina del aguante adquiere características propias y se resignifica en el fútbol femenino en el acto de “poner el cuerpo” ante condiciones adversas de la práctica y también en formas de militancias que resisten, defienden lo conquistado y disputan terreno.

—Desde el día en que decidiste ser futbolista sos feminista. Yo creo fervientemente que jugar a la pelota es un acto feminista, quiero tener los mismos derechos que vos y quiero que me paguen lo mismo que vos, ¿no? —dice Flor Sánchez, capitana, centrodelantera, abogada y vocera del plantel de Gimnasia y Esgrima La Plata.

Su rol es ser el nexo con la subcomisión, con la dirección técnica y ayudar a resolver conflictos con personas de mayor jerarquía. Hablar delante de las cámaras, sentarse en paneles, levantar una consigna en movilizaciones callejeras, hacer pública la defensa de una causa o llevar los colores del orgullo son prácticas que, para ella, forman parte de lo que nos toca hacer como generación.

—Tienen buenas condiciones, pero el fútbol allá es un hobbie, es algo secundario y no algo por lo que se pelea —señala Lau Sampedro, otra referente Pincha, ex selección argentina con paso por Boca y por Independiente, luego de su experiencia en el fútbol israelí. Una lesión la hizo volver antes de lo previsto del Macabi Hadera al club platense donde hoy ocupa un rol clave:

—Escuchar, no enojarse (…) ser estratégica y negociar de a poco —dice sobre su estrategia al interior de una institución que, en lo que va de era profesional, abrió nada más que en dos oportunidades su estadio principal para el plantel femenino.

Un informe publicado en 2022 por FIFPro señala que los países con gremios y convenios colectivos muestran mejores condiciones salariales que los países sin representación. En Argentina, las futbolistas han llegado a ver en peligro su estatus de “profesionales” en 2020, durante la pandemia, a raíz del intento de quita de subsidio de la AFA de la que el propio Jorge Barrios, presidente del fútbol femenino, debió retractarse por los repudios. Tras la situación de incertidumbre, las futbolistas se autoconvocaron en una reunión virtual con representantes del gremio y exigieron apoyo.

—Fue un tire y afloje con Agremiados: nos dijeron que nos iban a defender, pero ni ellos sabían de qué nos tenían que defender. Nos pusimos firmes, pedimos que nos informen qué estaban haciendo con nosotras como gremio —dejó trascender una protagonista.

En un entorno donde el temor a represalias por reclamar se combate, lo colectivo aparece como pilar central y la lucha como algo transversal en la historia de las futbolistas.

—Hasta que no haya quienes nos defiendan en el gremio, sé que son mis compañeras las van a estar ahí para defenderme —dijo Flor Sánchez.

Hace algunos días Laurina “Lauchi” Oliveros sufrió una fractura que la dejó afuera del mundial. Semanas antes, en una entrevista en el programa “Camino al Mundial”, conducido por Agustina Vidal y Lautaro Sánchez, reflexionó sobre las nuevas generaciones y habló del cambio de actitud con las más chicas: “integrarlas, darles tranquilidad y permitirles el disfrute” como contraparte a ganarse derecho de piso y la necesidad de “marcar territorio” que atravesaron antes las más experimentadas.

En la misma entrevista llamó a no conformarse con las condiciones actuales, a recordar que todo lo que se tiene hoy es “gracias al esfuerzo y la lucha de todas”. A ser agradecidas, pero no quedarse estancadas. Irreverencia como respuesta al disciplinamiento y potencia transformadora.

—Amor, pasión por esta camiseta y mucha lucha. Nos hemos enfrentado a muchas discriminaciones y abusos de poder, entonces creo que esa lucha de la mujer argentina es el legado que tratamos de dejar —dijo Estefanía Banini entre lágrimas, en el que fue su último partido con la camiseta argentina, durante la madrugada argentina, después de la eliminación ante Suecia.

Esta nota forma parte de una serie de tres textos que publicaremos a lo largo del Mundial Femenino de Fútbol.

Fotos: Télam