Ensayo

IA, reproducción asistida y transhumanismo


Etiquetado frontal para lxs bebés del futuro

La carta que pidió pausar el desarrollo de la IA es un déjà vu para la comunidad científica de la reproducción asistida. En 2015, especialistas de todo el mundo firmaron frenar los experimentos de edición de embriones humanos hasta desarrollar un marco internacional que lo regule. La bioingeniería, los algoritmos y la IA que alteran el ADN heredable modifica la raza humana y crea nuevas formas de vida. La historia de Ana Sandra Lequio Obregón, que nos dejó con la boca abierta, es sólo una más de las muchas que se vienen.

Dentro de unos cuatro, cinco, seis años Ana Sandra Lequio Obregón, la pequeña bebé que el mundo conoció hace un tiempo recostada sobre los brazos de su abuela, la famosa actriz española Ana Obregón de 68 años, empezará a preguntarse por su origen. Le explicarán con el tiempo (Ana ha declarado que irá con la verdad, un primer acierto que es en realidad un Derecho de la niña) que su padre no llegó a concebirla, que congeló su semen, que murió tres años antes de su nacimiento, que ella fue su última voluntad (dejar descendencia). Y que nació por el deseo de su abuela de cumplirla, quien hizo el duelo por su hijo muerto a través de su gestación, como ha declarado. 

Le dirán también que existe gracias a la ayuda de la ciencia, de una donante anónima de óvulos y de una mujer, cubana (que vive en Miami en un “pequeño” departamento -según la revista Lecturas- a pocos metros de la clínica de fertilidad, y que ya había gestado para otros), contratada para gestarla en su vientre. Que su abuela Ana es legalmente su madre de acuerdo a la normativa de Estados Unidos, donde ha nacido, pues en España la gestación subrogada está prohibida. Que su llegada al mundo provocó un escándalo mundial, aunque en realidad hay muchas historias como estas, o con distintos giros, inclusive la de madres, hermanas, amigas que gestan por amor para otros, embriones engendrados por el material genético (óvulos, espermatozoides) de estos, o de donantes. 

¿Estará Ana Sandra agradecida por existir y entenderá todo pues en ese futuro cercano en el que ella sea adulta joven, muy probablemente estos y otros procedimientos de la tecnología en reproducción humana, que avanza de forma imparable, esté legitimado y normalizado? ¿Sufrirá un profundo shock en su subjetividad herida por haber sido “arrancada” del vientre, de la mujer con la que sincronizó sus latidos nueve meses, por crecer sin padres, sin certezas sobre la mitad de su origen genético (el de la donante de óvulos anónima), por haber sido engendrada de una manera que muchos en la sociedad hoy condenan? ¿Acusará a sus familiares de explotadores, egoístas y caprichosos? ¿Los amará por haberla deseado y traído al mundo y criarla protegida y con amor? ¿Quién lo sabe? ¿El deseo todo lo vale? ¿Debería haber un límite? ¿Cuál es ese límite? 

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Hace semanas, unas mil personalidades de distintos ámbitos, como el historiador israelí Yuval Harari y el inversor y emprendedor Elon Musk, publicaron una carta pidiendo a la comunidad tecnológica que frene el desarrollo de los sistemas de inteligencia artificial (AI), entre ellos el ChatGPT 5, que supondría una capacidad de manejo del lenguaje humano capaz de comprender y tomar decisiones con un grado de "raciocinio" y autonomía asombrosamente parecida a la nuestra. Hablan de un freno de seis meses, para que la sociedad piense y emita regulaciones y desarrolle equipos técnicos para la gobernanza global de la AI. 

Unos años atrás, en 2015, parte de la comunidad científica mundial había hecho algo similar en relación a la posibilidad de editar embriones humanos, es decir de alterar la estructura genética de nuestros futuros hijos. “Hacemos un llamado a una moratoria global en todos los usos clínicos de la edición de la línea germinal humana, es decir, cambiar el ADN heredable (en esperma, óvulos o embriones) para crear niños genéticamente modificados”, decían en la revista Nature científicos de siete países. Entre ellos se encontraba Emmanuelle Charpentier, premio Nobel de Química por el descubrimiento del método CRISPR-Cas9, para la edición génica, que hoy se utiliza de manera experimental para curar enfermedades en niños y adultos. “Por moratoria global no nos referimos a una prohibición permanente. Más bien, pedimos el establecimiento de un marco internacional en el que las naciones, conservando el derecho a tomar sus propias decisiones, se comprometan voluntariamente a no aprobar ningún uso de la edición de la línea germinal clínica a menos que se cumplan ciertas condiciones”, decían.

La llegada al mundo de Ana Sandra Lequio Obregón provocó un escándalo mundial, aunque en realidad hay muchas historias como estas. En Argentina ya nació el primer bebé cuyo embrión fue seleccionado por un algoritmo.

Tres años después de este pedido, el científico chino He Jiankui anunció que había editado genéticamente unos embriones para hacerlos inmunes al VIH. De ellos nacieron tres niñas (dos de ellas, Nana y Lulu  fueron fotografiadas por medios de todo el mundo), cuyo paradero es el secreto mejor guardado. Son, al menos oficialmente, las primeras tres representantes de una nueva especie que seguiría reproduciéndose con su descendencia. 

El potencial de CRISPR es tan inquietante y sus efectos a futuro tan inciertos que en 2016 el entonces director de Inteligencia Nacional norteamericano, James Clapper, incluyó a la edición genética en la lista de potenciales armas de destrucción masiva:

“(…) Las tecnologías disruptivas podrían cambiar la naturaleza misma del género humano y, por tanto, están mezcladas con las creencias éticas y religiosas más profundas de las personas (…) La gente tiene opiniones muy diferentes acerca del uso de la bioingeniería y la inteligencia artificial para mejorar a los humanos y crear nuevas formas de vida. Si la humanidad no consigue concebir e impartir globalmente reglas éticas generales y aceptadas, se abrirá la veda del doctor Frankenstein”, sostiene Harari en su libro 21 lecciones para el siglo XXI, publicado en 2018. Y agrega: “Si el gobierno de Estados Unidos prohíbe manipular genéticamente embriones humanos, esto no impide que científicos chinos lo hagan. Y si los progresos resultantes confieren a China alguna ventaja económica o militar, Estados Unidos se sentirá tentado a incumplir su propia prohibición. (…) Para evitar esta carrera hacia el abismo, probablemente la humanidad necesite algún tipo de identidad y lealtad globales”. La comunidad científica sabe que, a lo sumo, todas estas cartas públicas lograrán que los desarrollos se mantengan clandestinos, pero que no se detendrán. Que sólo es cuestión de tiempo que salgan a la luz y empiecen a aplicarse al mejor postor. Así lo manifestaban, por lo bajo, en un Congreso Internacional de embriología en Buenos Aires hace ya algunos años.

En un mundo que crece a una escala nunca antes vista (nos triplicamos en los últimos sesenta años) algunos pensadores, como el filósofo italiano experto en ética de la información, Luciano Floridi, sugieren que la IA podría ser una herramienta eficaz que ayude a tomar decisiones de gran escala para la gestión pública. ¿Cómo dirimiría la IA el tema de la reproducción asistida? ¿Qué pasaría con los pruritos éticos y morales?

El CRISPR-Cas9 es a la reproducción asistida lo que el ChatGPT es a la IA.

Cuando He Jiankui anunció que había alterado el gen CCR5 en los embriones de las bebés, dejó al mundo con la boca abierta. La técnica aún no es segura y así como puede modificar un gen determinado al que se quiere editar, puede también “tocar” otros “por accidente”; nadie había previsto que se cruzaría ese límite. Recibió una catarata de críticas de todo el espectro de la ciencia y la política mundial, lo echaron de la Universidad de Shenzhen para la que trabajaba y fue a prisión por tres años (hasta principios de 2023, cuando fue liberado y declaró que volvería a trabajar  en el tema). Lo llamaron “monstruo”, “pícaro", "tremendamente inmoral”. Poco tiempo después un científico ruso llamado Denis Rebrikov anunció que él también lo haría pronto. 

Crispr es una técnica “muy robusta, repetitiva y simple”, dice Sebastián Demyda Peyrás, ex-investigador del CONICET, quien actualmente en la Universidad de Córdoba, España, investiga y aplica técnicas avanzadas de genética molecular para la “mejora animal”. Y agrega: “Es muy fácil de aprender teniendo conocimientos de genómica y embriología. Y es extremadamente barata. Los insumos necesarios para editar un número muy grande de embriones no supera los 300, 400 dólares”.

En el recién estrenado documental Make people better (Amazon Prime), de Cody Sheehy, se cuenta que gran parte de la elite científica de Estados Unidos estaba al tanto del emprendimiento de He. El publicista Ryan Ferrell, quien trabajó para He, sostiene que había al menos dos docenas de personas que sabían o sospechaban lo que estaba haciendo. Entre ellos la propia Jennifer Doudna -ganadora del Nobel junto a Charpentier -. He le habría explicado su proyecto, pero ella no le hizo mucho caso.

(En China, a pesar del rechazo y la pena de cárcel, el Hospital HarMoniCare de Mujeres y Niños de Shenzhen dio su aprobación ética al ensayo de He en 2017. Y una ONG que trabajaba con pacientes de VIH, Baihualin, ayudó al investigador a reclutar participantes en su experimento.)

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La inteligencia artificial ya entró en el mercado de la reproducción asistida: este año nació el primer bebé en Argentina cuyo embrión fue seleccionado por un algoritmo. La robotización es el próximo paso. En tanto la inteligencia artificial demuestra su eficacia creciente en los diagnósticos médicos, se trabaja en la programación de robots que hagan la fecundación entre un óvulo y un espermatozoide. Martín Varsavksy, fundador de Overture LIfe, empresa que produce robots para laboratorios de embriología, dice estar muy cerca de lograr el primer nacido con esta intervención mecánica. Cuando Aldous Huxley escribió Un mundo feliz, en 1932, todo esto era ciencia ficción. 

Varias starts up (entre ellas Gameto, también de Varsavksy) investigan la posibilidad de hacer gametos mediante células de la piel: “Podemos fracasar, o podermos triunfar. Si triunfamos va a ser una revolución en el mundo de la reproducción, porque las mujeres van a poder tener un hijo a cualquier edad, pero además porque se van a producir cosas como que dos lesbianas van a poder tener hijos genéticos: una mujer va a poder hacer esperma y un varón ovocitos. Las implicaciones de este trabajo son muy fuertes”, me dijo el empresario en el documental Bebé On Demand 2 de National Geographic.  También se trabaja en los úteros artificiales a todo vapor (por ahora en Filadelfia han logrado mantener vivo allí dentro un feto de cordero muy prematuro durante un mes). 

“El límite para mí es la salud versus la vanidad. Si me dicen que quieren tener un hijo con algún concepto de belleza, yo no estoy a favor”, agregó Varsavsky. 

No es ningún secreto: muchas parejas que pasan por tratamientos de reproducción asistida además de cerciorarse de que su posible futuro hijo no tenga alguna alteración genética (a partir los estudios al embrión antes de su implantación) elijen el sexo y, en algunos lugares, como el Fertility Institutes de Los Angeles, Salt Lake City, Nueva York, México DF, Guadalajara, y Asia, el color de ojos. Su director, Jeffrey Steinberg, cuenta que algunos padres vienen con requerimientos como que sean buenos jugadores de tenis, o bailarinas, o más inteligentes, aunque predecir eso aún no sea posible. 

¿Una pareja de lesbianas podrá tener hijos genéticos? ¿Habrá robots que fecunden óvulo y esperma en úteros artificiales? ¿La IA puede evitar enfermedades congénitas?

“A menudo uno se plantea la cuestión de si estamos haciendo que la raza humana sea mejor. Y honestamente no lo sabemos. ¿Es mejor eliminar una enfermedad? Bueno, algunas de las personas con esas enfermedades dicen que no es mejor. Pero la mayoría de las personas que no tienen la enfermedad dicen que es mejor, por lo que es controversial”, sostiene Steinberg en referencia a síndromes como, por ejemplo, el de Down. 

Pero si uno le preguntara a los padres de niños y bebés con graves enfermedades genéticas incurables si esta tecnología debería empezar a probarse en embriones humanos con el fin de evitar esas dolencias, seguramente muchos dirían que sí. Una escena del documental Human Nature, de Adan Bolt (Netflix), muestra cómo en una asamblea de la Academia de Ciencias de Estados Unidos los representantes de las organizaciones de pacientes rogaban por el avance de esta tecnología para evitar que sus hijos y otros niños sigan sufriendo. 

Contar historias (dándole datos y contexto) como la de Ana, como la de Nana y Lulu, como la He Jiankui, es la mejor manera de hacer que otros entiendan un tema, perciban los matices y las complejidades, empaticen, aprendan, piensen mejor. 

El tema de la búsqueda de hijos tiene aristas tan distintas como la cuestión emocional (de las personas que quieren tener un hijo, de las y los donantes, las gestantes, los hijos que nacerán), la social y cultural (las condiciones de vida de los jóvenes, la postergación de la edad de la ma/paternidad, el descenso poblacional mundial, la conformación de nuevos tipos de familia, la aceptación de las subjetividades en relación a la autopercepción de género), la científica y tecnológica (los avances y los límites éticos, la robótica y la inteligencia artificial, la creación de una nueva estirpe post humana), la médica y económica (las decisiones acerca del mejor camino, la estandarización de las técnicas soslayando cada diagnóstico en particular, el acceso sólo para algunos, las perversiones de la industria que promueven estudios sin sentido con fines comerciales). 

La historia de Ana Sandra Obregón es una más de las muchas que se vienen, porque aunque se propongan marcos regulatorios mundiales, el control es difícil y la ciencia seguirá avanzando. Así ha sucedido en la historia de la humanidad. 

“Creo que ya no hay vuelta atrás. No tiene sentido pensar en que la tecnología retroceda. Concentrémosnos en entender los problemas que vienen”, sostiene Flavia Costa, doctora en ciencias sociales de la UBA, en una entrevista con el periodista Diego Iglesias en Radio con Vos.

Este caso nos da una oportunidad de no elevar el grito al cielo de manera automática, por reflejo de argumentaciones biologicistas y esencialistas del “ser mujer”, de acallar nuestros prejuicios y de pensar realmente cuál sería nuestro límite de estar en esa situación. Ana Obregón quería cumplir el deseo de su hijo muerto. Patricia Cañigral, de Alicante, España, quería evitar que su segunda hija portara un gen que predispone en una probabilidad muchísimo mayor a padecer cáncer de estómago y de mama (enfermedad que mató a su madre), por eso tuvo a Daniela por fertilización in vitro, tras analizar varios embriones y elegir el suyo. La pareja que tuvo en México al primer (mal llamado) “bebé de tres padres”, había visto morir a dos hijos antes a causa del Síndrome de Leigh. El óvulo de este tercer hijo fue una combinación del de la madre (lo “vaciaron” de los genes causantes de la enfermedad) y el de una donante (que representa el 1 % del ADN del bebé nacido).   

La historia de la humanidad ha sido una progresión de cambios, pero el ritmo exponencial que les ha impreso la tecnología en la actualidad es extraordinario. Será mejor que nos agarremos fuerte. No envidio en lo más mínimo a quienes tienen que dictar leyes y políticas sobre estos y otros temas. 

Cuando Aldous Huxley escribió Un mundo feliz, en 1932, todo esto era ciencia ficción.

“Lo que necesitamos -dice Flavia Costa- no es trabajar tanto en el solucionismo tecnológico, que ya viene, si no en una innovación social y política a la altura de las tecnologías, y que trabajen con las tecnologías. Tenemos que poder reflejar, localizadamente, cómo nuestras sociedades pueden acompañar esa innovación o hasta dónde pueden decidir qué incorporar. Acompañar la innovación tecnológica con una innovación social que permita limitar el golpe de desigualdad que provoca el shock de digitalización.”

Imagino en un futuro, con la perspectiva de un tiempo que ya no es, a Ana Sandra Lequio Obregón leyendo esta nota. De la manera en la que sea criada, de cuánto trabajen interiormente (psíquica, emocional y espiritualmente) ella misma y su entorno dependerá su salud mental. A lo mejor se anime ella misma a contar su historia y esta sea una forma de abrazarla. Sé que habrá muchas como ellas, tan únicas e irrepetibles como nosotros mismos.