Ensayo

Euphoria: una sensibilidad perfecta


El amor nunca está sobrio

El estreno de la nueva temporada superó en audiencia a Game of Thrones. ¿Qué hacemos todxs mirando Euphoria, la serie sobre adolescentes que habla de vínculos, drogas, sexo, identidad, amor y amor propio? El secreto puede estar en su verosímil y en la innovación del relato audiovisual. Pero reside, sobre todo, en la manera de reflejar esa angustia típica de los 17 que la pandemia volvió universal: cuando no se sabe cómo nombrar el tsunami interior.

Colaboración: Eugenia Mariluz

Un grupo de estudiantes de secundaria experimenta el amor y la amistad en un mundo de drogas, sexo, violencia, redes sociales y trauma. Eso dicen, palabras más palabras menos, todos los portales al googlear la sinópsis de Euphoria. Pero la serie de HBO protagonizada por Zendaya está lejos de ser otro drama adolescente. La misma actriz se encarga de dejarlo en claro: “Quiero repetir que Euphoria está destinada a un público adulto. Esta temporada, tal vez incluso más que la anterior, es profundamente emocional y trata temas que pueden ser difíciles de mirar”, publicó en su Instagram

El estreno de la nueva temporda batió récords y destronó a Game Of Thrones al convertirse en el capítulo más visto en plataformas digitales. ¿Por qué el éxito? ¿Qué la diferencia de otros productos del estilo? 

¿Qué hace una persona adulta como yo mirando Euphoria? Tengo 10 años más que la mayoría de los personajes pero me identifico con ellxs. Me lo explica Sam Levinson, 37 años, creador y director de la serie. Dice que uno de los objetivos es generar empatía por esta generación de parte de las generaciones anteriores. Ahí la clave: la historia no está escrita desde la idea que tiene un adulto sobre cómo son los adolescentes en el 2022, si no que adapta las vivencias de aquella juventud al mundo de hoy. 

Todos los personajes de Euphoria viven escenas que son parte de la historia real de Levinson, en especial Rue, la protagonista. Una piba que en el primer capítulo sale de rehabilitación luego de sobrevivir a una sobredosis y que, en sus propias palabras, no tiene intención de mantenerse sobria. 

Levinson, que pertenece a una familia de la aristocracia hollywoodense, plasmó en Rue su propia lucha contra las adicciones y la enfermedad mental. Al resto de los personajes también les dio otros recuerdos de su experiencia. Pero no es solo la historia del guionista la que se cuenta. Hay otras situaciones del guión inspiradas en vivencias de los actores. Jules es una adolescente trans interpretada por Hunter Schafer, quien co-escribió un capítulo de la serie. Cassie es la chica de belleza hegemónica y la más popular del colegio a la que ningún varón toma en serio por haberle mandado nudes a sus ex novios, quienes luego las viralizaron. La interpreta Sydney Sweeney, una actriz que fue víctima de la filtración de imágenes íntimas; en la serie usan esas mismas fotos como si fueran las del personaje. 

Euphoria no cuenta una historia real. Cuenta muchas historias que podrían ser reales y que podemos reconocer, con mayor o menor distancia, en nosotrxs mismxs o en gente de nuestro entorno. 

Cuando Rue mira

En la primera temporada, cada capítulo desarrolla la historia de un personaje distinto pero siempre desde el punto de vista de la protagonista, narrado por la voz en off de Rue. 

—A veces, cuando estoy muy drogada, siento que soy vidente —dice en el segundo capítulo, antes de contar la historia de Nate, el chongazo jugador de fútbol americano, violento y reprimido. 

Euphoria no cuenta la historia de un grupo de estudiantes de secundaria. Cuenta el relato de una adolescente neurodiversa y drogadicta sobre sus compañeros de colegio. Por eso las historias nos llegan como quien se entera de un rumor en el baño, durante el recreo. 

Esa sensación de chisme está sostenida desde los recursos visuales. La forma de contar desde la cinematografía a través de los colores, la luz, los planos. El ritmo vertiginoso de la edición que salta de una historia a otra, de un recuerdo al presente, de la realidad a la fantasía. Vestuario y maquillaje sostienen la sensación de mirar el mundo a través de los ojos de una adolescente atormentada. Esto se ve muy claro en el cambio de imágen entre la primera temporada y la segunda. Rue intenta mantenerse sobria por estar enamorada de Jules, y todo es color, glitter y neón. Cuando esa relación tropieza, Rue recae, los colores cambian, la imagen es más dura, casi siempre es de noche. 

Sobre vínculos y otros consumos problemáticos

Una de las críticas que más se le hace a la serie es la de romantizar relaciones violentas o tóxicas. Pero yo digo que no: la forma en la que las retrata es otro de sus fuertes. En Euphoria ningún vínculo funciona a la perfección, casi como en la vida real. Y no se trata solamente de los vínculos románticos entre adolescentes. En Euphoria las relaciones, ya sean sexoafectivas, amistosas o familiares no son una salvación, al menos no siempre. Y ahí está una de las claves que la diferencia de otros productos similares. A veces, hasta parece establecer un paralelismo entre vincularse y otros consumos problemáticos, lo cual resulta interesante. 

Si consideramos droga a cualquier sustancia que produzca reacciones químicas capaces de generar cambios en el funcionamiento del cuerpo o la mente, podemos entender que relacionarse con otres tiene efectos muy similares. Y que en ambos casos pueden ser beneficiosos o perjudiciales, recreativos o problemáticos, curativos o tóxicos. Lo que tienen Rue y Jules lo demuestra. 

En la noche en la que se convierte la segunda temporada, Rue dice que la pérdida es un sentimiento más fuerte que el amor. Apenas conoció a Jules tuvo miedo de perderla. Como quien estando drogado teme qué le puede pasar si deja de estarlo, y por eso consume más. Para ella ese vínculo es otra adicción. Incluso el tiempo que logra estar sobria es porque Jules le dice que pare, que no quiere estar con alguien que se puede a morir. 

Busco mi identidad a través de lxs demás

Este comportamiento compulsivo se repite en todos los vínculos de Euphoria con efectos más o menos perjudiciales. Así como cada droga pega distinto en cada persona, no todxs experimentan de la misma manera vincularse con otrxs. Así como un mismo organismo no siempre reacciona de la misma manera a los cambios químicos provocados por alguna sustancia, una relación que en algún momento podría haberse considerado sana funciona de la misma manera para siempre.

Otro eje fundamental de la serie es el tratamiento de la búsqueda de la identidad propia a través de los demás, por similitud o contraste, por aprobación o rechazo. No como una exploración sino como una conquista. 

Maddy, el personaje interpretado por Alexa Demie, tiene un objetivo y es convertirse en una de esas esposas trofeo que no hacen nada. En el capítulo de la primera temporada que sigue su historia, la vemos de niña observando a su madre que trabaja como pedicura. 

—Se dió cuenta de que hay dos tipos de personas en el mundo: las que se sientan en sus sillas remojando sus pies y las que se arrodillan en frente de ellas —dice la voz en off mientras Maddy observa la escena del salón de belleza al que las mujeres ricas entran con sus perros miniatura y su ropa de diseñador. 

En la siguiente escena, la historia de su vínculo con Nate, el hijo de una familia rica y poderosa del pueblo. Mientras tienen sexo -Maddy boca abajo, él encima sosteniéndole la cabeza-, la voz de Rue dice: 

—Ese es el tema con tipos como Nate: no quieren a una persona real, quieren una cosa que les pertenezca, a la que puedan poseer.

En la segunda temporada, Nate y Maddy están separados. Es más, el pibe empieza una relación con Cassie, la mejor amiga de su ex. En un momento lo revientan a piñas, él termina hospitalizado y fantasea con una vida juntos en una secuencia espeluznante con imágenes hermosas. Durante los primeros minutos del capítulo estamos en la mente del personaje más detestable de la serie. 

El relato se sostiene en detalles pequeños que pueden pasar desapercibidos: mientras lo llevan en la camilla con la cara deformada, ellas van al lado suyo corriendo en tacos. Cassie tropezando, Maddy con paso firme. 

—Tal vez Nate tenía problemas porque Maddy sacaba lo peor de él. Tal vez si hubiese conocido a Cassie antes… —dice la voz en off insinuando: si tiene una mejor mujer puede ser un mejor hombre.

A los once años, Nate (Jacob Elordi) descubrió la colección de pornografía de su padre, videos producidos por él mismo, con otros varones, con mujeres trans, en muchos casos menores de edad. En el mismo capítulo nos cuentan que elaboró una lista de lo que le gusta y lo que no, en una chica. 

“Le gustan las polleras tableadas y los shorts, pero no los que son tan cortos como para que se vean los bolsillos. Le gustan las chatitas y los tacos, pero odia las zapatillas y los zapatos de vestir. Las sandalias están bien con las uñas recién hechas. Le gustan los muslos flacos, los cuerpos bronceados, la buena postura, los perfumes frutales, los labios gruesos, las narices finas. Le gustan los chokers, pero los de encaje y flores. Odia a las chicas que se sientan como chicos, que hablan como chicos, actúan como chicos. Y no hay nada en el mundo que odie más que el vello corporal.” 

Nate está obsesionado por conquistar a esa mujer que es la feminidad encarnada. Porque tenerla, y controlarla, y volverla su propiedad lo convierte en un hombre. Y lo más importante: lo diferencia de su padre.

Masculino/feminidad, valores inconstantes 

El personaje de Jules funciona como la antítesis perfecta, es la otra cara de la misma moneda. “Mi relación con los hombres es rara. En mi cabeza siento que si puedo conquistarlos, puedo conquistar la feminidad”, dice mientras una chica que acaba de conocer la maquilla y le pregunta si efectivamente logró conquistarla. Ella dice: “No lo sé, ni siquiera es que quiera conquistarla. Es como si quisiera destruirla y después avanzar al siguiente nivel, y al siguiente, y al siguiente”. 

Jules es consciente de su búsqueda identitaria, y la experimenta con libertad. Esto genera emociones fuertes en Nate, no sabemos exactamente cuáles; puede que se sienta atraído, amenazado, o incluso que quiera ser como ella. Hay algo de su existencia que lo obsesiona al punto de crearse un perfil falso en Grindr, seducirla, conseguir que le envíe nudes y después amenazarla con viralizarlas. Una vez más, intenta controlarla y dominarla. La diferencia entre las ideas de masculinidad y feminidad de ambos personajes está en que para ella estas no son valores constantes. Pueden ser destruídos, reinterpretados, intervenidos.

Comer porquerías, sentirse una mierda

Mientras miraba la primera temporada de Euphoria fantaseaba mucho con una pregunta: ¿cómo habría sido mi adolescencia si hubiese nacido diez años más tarde? Veo la cantidad de información que tienen a mano los pibes hoy, pienso que a mí me hubiera venido bárbaro. Pero en el segundo capítulo de la nueva temporada, algo puso en jaque mi fantasía de que esta juventud tiene más herramientas. 

Kat (Barbie Ferreira) está en la cama comiendo porquerías y mirando tutoriales de maquillaje cuando, a modo de alucinación, las influencers cuyo contenido consume en las redes sociales aparecen en su habitación. 

—Sos uno de los seres humanos más valientes que ví jamás.

—Cada día que te levantás de la cama es un acto de valor. 

Estas son algunas de las cosas que modelos en bikini le dicen antes de que ella responda que se odia a sí misma. Entonces aparece una activista virtual:

—¡Esa no sos vos hablando, es el patriarcado! —le grita.

—No me importa la sociedad, me siento una mierda —Kat les responde.

De repente las mujeres imaginarias son muchas y la persiguen pidiéndole al unísono que se ame a sí misma. 

Entonces recordé que si algo sentía a esa edad era incomodidad. Con mi cuerpo, con la sexualidad, con mi familia, con los otros. Si a esa edad hubiese visto a diario gente en Instagram hablándome de amarme a mí misma, me hubiese odiado aún más por no ser capaz de quererme lo suficiente.  

Durante mi adolescencia, los adultos me decían mucho que yo no entendía lo que me pasaba. Hay algo de eso que hoy creo cierto. Pero en ese entonces sentía que me lo decían refiriéndose a los cambios físicos que se experimentan en esos años, o a la revolución hormonal, y para mí ese no era el caso. El desarrollo de mi cuerpo, por más complejo de atravesar, tenía una explicación lógica. En mi casa siempre que pregunté me contaron, aunque de la manera más cis y heterosexual posible. Además alguna ilustración había visto en algún libro. Y lo que el colegio no me enseñaba, internet para bien o para mal lo cubría. Lo que es imposible de entender a los 16 o 17 años es el tsunami de emociones que implica relacionarse con otros, la desilusión de ver humanos a los padres, la angustia constante por algo que está por pasar, o por lo que está pasando y no terminamos de entender. 


El trauma que se experimenta en la adolescencia tarda años en decantar, y las secuelas en muchos casos son para siempre. Eso retrata Euphoria con una sensibilidad perfecta: la sensación de que algo horrible está por pasar o está pasando, y no contamos con las herramientas para identificarlo.