Ensayo

Markus Gabriel: imaginación, medios y ciencia


Ficciones contra la postverdad

Vivimos en un mundo donde los medios se jactan de reflejar hechos y verdades y, al mismo tiempo, afirman que nada es lo que parece. Se sobreestima lo real y se devalúa la ficción como mera “ilusión”. En su último libro, Markus Gabriel explora esta confusión ontológica y muestra que realidad y apariencia son inseparables. Lo verdadero no es sólo lo que se puede percibir sino también lo que añade la imaginación. Hernan Borisonik lee Ficciones y dice: “Gabriel levanta las banderas de la ficción para salvar a la realidad en la era post-factual-digital”.

La contemporaneidad suele ser caracterizada a partir de la caída de las clasificaciones modernas. Pares como “naturaleza-cultura” son leídos en la actualidad como dicotomías o binarismos insostenibles. “Realidad-ficción” y “ser-apariencia” se presentan también como montajes con poca utilidad para comprender la época. Es común encontrar análisis en los medios de comunicación y, muy especialmente, en las humanidades que ven estos polos como indistinguibles. 

Según Markus Gabriel, es preciso salir de esta confusión ontológica. Con ese objetivo en mente, su libro (publicado originalmente en Alemania, por Suhrkamp, en 2020, traducido en 2022 por UNSAM Edita, dentro de la prometedora colección Lo contemporáneo) desarrolla una filosofía realista de la ficcionalidad como apuesta para una nueva objetividad en las humanidades. Plantea que el ser humano posee una capacidad de generar auto-imágenes que se reproducen fundamentalmente de forma social, sin por ello ser “construcciones sociales” (Gabriel radicaliza en este libro su anti-constructivismo). Los seres humanos participan de la vida mental o espiritual y las ficciones son procesos eficaces de la autorrepresentación de esta forma humana (sobre el término alemán “Geist”, tan complejo como oscuro, hay una nota introductoria fundamental de Laura S. Carugati y Gastón R. Rossi, quienes hicieron el titánico trabajo de traducción del texto al castellano). De ahí la fundamental importancia que tiene la imaginación para el más reciente paso del Nuevo realismo de Gabriel. 

Vivimos en una realidad impulsada por medios digitales que se jactan de reflejar hechos, verdades y aspectos auténticos en un mundo en el que, según esos mismos medios afirman, nada es lo que parece. Al sobreestimar lo real y lo vivido, se produce una devaluación de la ficción como lo meramente “ilusorio”, como “falsificación” de lo real. El libro de Gabriel se pregunta cómo reconocer las condiciones del conocimiento y aboga por un “Realismo ficcional” contra quienes asocian ficción con no-existencia y contra la presión del naturalismo dominante en las prácticas políticas y científicas. En su teoría, por ejemplo, las obras de arte son objetos reales (materia más interpretaciones) en los que existen los objetos ficticios. Gabriel está preocupado por contrarrestar la “huida posmoderna de los hechos” y la idea de que el realismo implica el reconocimiento de un mundo externo independiente de la conciencia. 

Su herramienta principal es la noción de mente concebida como órgano de percepción. La posición de Gabriel respecto de la percepción es bastante aristotélica: sostiene que quien percibe se funde con lo percibido, en tanto que la realidad de lo perceptible y de lo perceptor son una misma cosa. Las percepciones no son puramente subjetivas, no inventan una realidad que no existe en ninguna parte del “mundo real”. Al contrario, dice el filósofo Bonn, los objetos que percibimos no son causalmente independientes de nuestra mente. Las percepciones son mediaciones y lo verdadero no es sólo lo que se puede percibir, sino también lo que añade la imaginación. Así, percepción e imaginación se encuentran en la posibilidad de producir (“hacer presentes”) los hechos y crear auto-imágenes. 

Sólo la imaginación es capaz de convertir una cosa individual aislada en algo que está necesariamente sujeto a un contexto, a un “campo de sentido”. Además, toda percepción se encuentra, a decir de Gabriel, enriquecida con elementos ficticios. Solemos referirnos al exterior como si existiera independientemente de nosotros, pero ningún objeto depende sólo de sí mismo, ya que nuestros estados mentales son constitutivos para el establecimiento de la realidad y contribuyen a darle forma. Por otra parte, la tesis del excedente semántico sostiene que las ficciones son reales, independientemente de una existencia material. La forma en que se nos presenta la realidad, dice Gabriel, es en sí misma algo real. Realidad y apariencia son interdependientes, inseparables. No podemos evadirnos de la realidad, siempre estamos “insertados” en una, explica .

Al sobreestimar lo real y lo vivido, se produce una devaluación de la ficción como lo meramente “ilusorio”, como “falsificación” de lo real.

A través de sus distintas secciones, el libro persigue una rehabilitación del sujeto contra el cientificismo vigente en ciertas interpretaciones de la neurociencia o de la física que defienden los gigantes digitales. Ese cientificismo confunde partículas con espíritu, mente con cerebro y desacredita a la ficción literaria como pura apariencia. Frente a eso, Gabriel defiende “el ser de la apariencia”, su existencia en determinados campos de sentido y su influencia sobre el nuestro (al menos, antes de que una nueva forma de cultura –en este caso, dirigida bajo intereses más concentrados que nunca– amenazara con desbancar a la literatura desde la literalidad y publicidad estimuladas por las redes sociales). En oposición al transhumanismo, Gabriel afirma que para que algo sea real, debe existir bajo la posibilidad del error y lo ilusorio, debe ser falible y corregible. Quien piense que una elección política puede comprenderse a partir de partículas elementales (de modo que su resultado está determinado desde el Big Bang) incurre en un grave error. No todo pertenece al campo de sentido de la física; lo que no existe en ese universo conceptual, puede existir en otra parte. De hecho, el ser humano no existiría, en tanto que ser social, si no hubiese creado mitos y narraciones que tejen la realidad. 

Frente a nuevas tendencias filosóficas que plantean un naturalismo ineludible, que invocan a los métodos de las ciencias naturales y que tienden a desestimar toda forma de disidencia, Gabriel levanta las banderas de la ficción en nombre de la mediación y las instituciones humanistas para salvar a la realidad en la era post-factual-digital. 

Luego del “Realismo ficcional” y el “Realismo mental”, que trabajan a partir de la ontología clásica de un modo relativamente tradicional, en su tercera parte (“Realismo social”), el libro enfrenta dos preguntas que plantea como insoslayables: ¿es cierto que toda verdad y toda cualidad relativas al ser humano individual son construcciones arbitrarias (y revocables)? y ¿estamos realmente ante una era transhumana en la que surgirá una hiperinteligencia soberana o un superhombre completamente nuevo que encontrará la forma de eludir la muerte y las limitaciones que conocimos hasta ahora?

Gabriel suele presentarse como un partidario del sentido común cuando trata estos temas. Pero, en este caso, apela a caminos más entreverados para rebatir los principios sostenidos, en última instancia, por los partidarios de Silicon Valley. Adopta sin duda un enfoque sólido y parece buscar contestar algunas críticas a sus libros anteriores, acusados de livianos o simplistas. De ese modo, recupera y extiende su “ontología de campos de sentido” (presentada y desarrollada en el libro Por qué el mundo no existe) que, muy sucintamente, plantea la inexistencia de “El Mundo”, reemplazado por diferentes subáreas reales y efectivas que interactúan de forma laxa y nunca conforman un sistema total: conjuntos de objetos que aparecen de una cierta manera. Junto con eso, su “ontología social” busca sustraer ciertos hechos a la arbitrariedad del reconocimiento o la negación impulsados por intereses determinados y señalar que, más allá de todo, hay algo así como “la verdad”, que no se puede eludir. Gabriel insiste, por eso, en la “intraicionabilidad” (mas no “infalibilidad”) de la mente, que defiende contra posiciones, en principio, muy divergentes, como el positivismo estrecho, el naturalismo o el relativismo constructivista. Para Gabriel, el valor que es necesario (aún) defender y poner en primer lugar es la libertad humana. Pero afirma, con alarma, que todas las ideologías y mitologías que prevalecen hoy en día (a las que distingue de forma muy clara) han conspirado en cierto sentido para, primero, negar nuestra libertad en la teoría y, luego, destruirla en la práctica. 

Las percepciones son mediaciones y lo verdadero no es sólo lo que se puede percibir, sino también lo que añade la imaginación.

Con Ficciones, Markus Gabriel creó una obra densa y floridamente interconectada que busca posicionarse como antídoto contra las modas académicas del naturalismo y el constructivismo, pero también contra los archi-publicitados anhelos californianos. Tal vez las líneas que lo atraviesan más claramente sean (1) la disociación de la imaginación y la ficción de la mera falsificación y (2) la existencia de la mente, y no del cerebro, como órgano de percepción. En el transcurso, se dan grandes rodeos que pueden marear a un lector desprevenido. Y entonces surge la pregunta: ¿para quién está escrito realmente? Sin duda, el público profesional podrá afrontar con pericia esta obra de ontología. Pero la voluntad de satisfacer a rajatabla los modos científicos de la argumentación de forma tan extendida puede ser una lectura ardua para el público general (en su versión original en alemán el libro tiene más de 600 páginas; el diseño de la traducción castellana permitió que fueran casi 400, sin reducir ni cortar la obra original). 

Sin embargo, Gabriel no se ocupa solamente de dar una batalla teórica. Por el contrario, pareciera por momentos que su preocupación central está más cerca del (r)establecimiento de ciertas instituciones, en contra de los poderes fácticos de la época concentrados en la bahía de San Francisco. 

Arte: Daniel Arrhakis