Catolicismo y Grindr


Casi una experiencia religiosa

La presencia de sacerdotes norteamericanos en Grindr -la app de citas gay más importante del mundo- causó gran revuelo en los medios. No es la primera vez que sucede: años atrás la aplicación se había usado desde el Vaticano. Laura Cabezas analiza e historiza el vínculo entre el sacerdocio y la homosexualidad, que se extiende más allá de los entornos virtuales contando con activismos y publicaciones propias. ¿Vivirán con culpa el deseo? ¿Cómo disfrutan los célibes?

Es probable que en las fotos no usaran sotana ni el característico clergyman blanco alrededor del cuello. Seguramente tampoco sus perfiles abundaran en citas bíblicas o en la enseñanza del Evangelio. Y sin embargo en cada tap que hacían sobre la pantalla resonaba, a la distancia, la trompeta de un ángel o la canción noventosa de Enrique Iglesias. Es que Grindr, para algunos, fue casi una experiencia religiosa. Así lo denunció The Pillar -un blog de noticias católico y conservador- hace algunas semanas, al revelar la presencia de sacerdotes norteamericanos en la aplicación de citas gay más importante del mundo. Pero el GPS no solo marcaba Estados Unidos, otros teléfonos intervenidos develaron que la app también se había usado, años atrás, en la Ciudad del Vaticano. 

 

Desde los recovecos soberanos de la Santa Sede, la tecnología había habilitado lo prohibido. Los dispositivos móviles, con su luz azul y celestial, albergaban los intercambios de frases, tal vez de voces e imágenes, que se alternaban con los clásicos emojis en forma de fuego. El celibato, o la “continencia” como se le decía siglos antes, había entrado en disputa. Esta vez, sin delito. Acto de justicia o caza de brujxs, complot contra el papa o ineficacia de las disciplinas corporales, las lecturas sobre el hecho en los medios de comunicación son múltiples, opuestas, contradictorias. Pero en todas subyace la incomodidad de un vínculo, el que anuda y separa la homosexualidad de la Iglesia.

 

¿Confesarían en los encuentros carnales su condición sacra? ¿O se inventarían otras biografías? ¿Dejarían colgar de sus pechos las cruces? ¿Vivirían con culpa el deseo? ¿Cómo disfrutan los célibes? 

Nuestra educación sentimental, ese archivo poco deconstruido de literatura, películas y telenovelas, tiende a idealizar la transgresión como expresión máxima del afecto. Salir de ese binomio de sentimiento y violencia permite entrever subjetividades creyentes en conflicto, cuerpos deseantes que sin embargo no abdican del costado institucional de lo religioso. El tema no es nuevo, las discusiones al respecto tampoco. Valgan, a continuación, tres escenas del siglo pasado para dibujar una genealogía desviada, que muestre cómo el catolicismo es un relato construido no solo en base a ortodoxias sino también a disidencias.

 

 

Gays católicos

 

Es probable que cuando Calu Rivero se autobautizó Dignity no supiera que ese había sido el nombre de un grupo religioso de homosexuales. Estos convivían en los Estados Unidos de fines de la década del sesenta con las feministas, los hippies y las panteras negras. Y, como ellxs, también luchaban por sus derechos, fuera y dentro de los espacios sagrados. Su surgimiento se produjo en el caluroso sur de California, donde un sacerdote agustino, Patrick Nidorf, publicó un aviso en la prensa underground y clandestina buscando “gays católicos” que se le unieran. Lo que siguió fue lo esperable: conflictos con la curia, el pedido de renuncia, la emergencia por eliminar la organización y sus principios “inadmisibles”. Nidorf no declinó y Dignity pasó a manos laicas que le dieron proyección nacional. En 1973 se produjo el primer encuentro que contó con más de diez agrupaciones de diferentes partes del país, y otras más en formación. Lo “inadmisible” de sus bases se resumía básicamente en la defensa de la homosexualidad como una “variación natural” del sexo, que no implicaba enfermedad o inmoralidad. Los católicos gays eran parte del cuerpo místico de Cristo como cualquier hijo (paki) de vecino, y de hecho podían expresar su sexualidad siguiendo los mandatos cristianos. No había razón para considerarlos separados de la Iglesia.

 

En esa primera jornada del 73 habló John Mc Neill, sacerdote y teólogo. Allí, adelantó algunas ideas que, luego de sortear la censura, formarían parte de su libro, La Iglesia y la homosexualidad. Lo crucial de esta intervención es que se considera la afirmación inaugural de la homosexualidad en un texto teológico del catolicismo romano. Con mucha actualidad, Mc Neill se refería a la responsabilidad afectiva como expresión de un amor sexual que no distinguía entre géneros. Los homosexuales también eran personas con deseo en busca del amor. En su defensa, el teólogo norteamericano se detenía en una contradicción clave del sacerdocio: si ser célibe destruía a los seres humanos, y dejar la Iglesia era hacer abandono del propio hogar, ¿cómo lograr una plenitud sexual y religiosa? La respuesta bordeaba lo sacrílego: si la represión del deseo sexual era una violación a la naturaleza, y violar la naturaleza era rechazar el orden de la creación, se estaba, por ende, contradiciendo la voluntad de Dios. El homosexual debía, entonces, vivir sin culpa y contribuir a la manifestación divina en su comunidad. Las palabras de Mc Neill no fueron arrojadas al olvido de la historia, Dignity sigue funcionando hasta el día de hoy como movimiento de gays, lesbianas, bisexuales y transexuales católicxs.

 Salir del armario eclesiástico

 

Los ecos de Dignity viajaron de Los Ángeles a San Pablo. La revista gay, Lampião da Esquina, la mencionaba a fines de los setenta. Lampião surgió de un proyecto fallido, ideado por Winston Layland, el editor de Gay Sunshine, que quería armar una antología literaria y homosexual latinoamericana. Pero de la intensidad de esas reuniones no podía nacer una simple colección, y es por eso que la publicación paulista irrumpió en la época. Hizo mucho ruido entre 1978 y 1981. Sus páginas trataron una gran variedad de temas, desde literatura, cine y teatro hasta militancia y movimientos políticos, pasando por el carnaval y llegando incluso a la religión. Fue el activista y artista Darcy Penteado quien habló de la organización religiosa norteamericana en el primer número de la revista. Dignity era ejemplo de una comunidad espiritual, educativa y social que les permitía a sus participantes integrarse de forma “normal” a la vida cotidiana. Una normalidad siempre atravesada por el desvío, claro. 

 

Como también era el caso de la monogamia heterosexual y reproductiva, que no estaba exenta de “resbalones”. Es decir, aclaraba Darcy, de relaciones sexuales guiadas exclusivamente por el placer, por pequeños libertinajes, o por incursiones sodomitas y felaciones varias. Más allá de estas derivas eróticas, el artículo retomaba algunas consignas y argumentos de Dignity para diseñar una homosexualidad con derechos ciudadanos y divinos. Una homosexualidad, además, que no debía restringirse a las plumas, las lentejuelas, los gestos amanerados o los hábitos y actos que atentaban (como la mayoría creía) contra la moral. Frente a la bicha, la loca, la marica y la travesti, se volvía necesario que una elite intelectual de homosexuales brasileños se autoasumieran públicamente para fomentar su integración en la sociedad. Dignity, de este modo, era más un experimento disidente de alta cultura que una asociación religiosa.

 

En la misma página la homosexualidad católica se materializaba en forma de entrevista. El Padre Antonio (Roig Rosello), desde España, contaba sobre las repercusiones de su salida del closet parroquial. En su relato, las prohibiciones de oficiar misa y oír confesiones o hablar de su “homosexualismo” se cruzaban con las actitudes de sus compañeros sacerdotes, que ya no le hablaban ni saludaban. El Padre Antonio se había hecho famoso con la publicación de su libro Todos los parques no son un paraíso, finalista del Premio Planeta y éxito de ventas. Un libro que, según contaba, no era fruto de la moda, sino de un compromiso con las nuevas generaciones. Una apuesta por la fe que nada sabía de represiones, y mucho de libertad. Su libro cuestionaba la doctrina de la Iglesia sobre la sexualidad, y el desconocimiento que tenía de la antropología humana. “El hombre es un ser sexuado”, afirmaba el  padre carmelita.  Y no entender eso, agregaba, hacía del homosexual un ser degradado, que vivía sitiado entre la culpa y la rebeldía.

 

Lampião, sin duda, le dio voz y visibilidad a la relación conflictiva entre sacerdocio y homosexualidad. A través de testimonios, comentarios y reportajes a los clérigos homosexuales, la revista realizaba una crítica a la Iglesia represiva mientras alentaba las manifestaciones a favor de la libertad del deseo y el gozo en comunión con Dios.

 

En otro de sus números, llama la atención la lectura homoafectiva que realizaba el Padre Netto sobre un pasaje de la Biblia. Se trataba de la historia de David y Jonatán, un amor entre varones que desbordaba, según el sacerdote brasileño, los límites represivos de la Iglesia. Como partícula divina, el AMOR (en mayúsculas) habilitaba cualquier alternativa sexual. Lo interesante de esta exégesis es que revisaba hermenéutica y subversivamente la letra sagrada, alertando sobre la posibilidad de una perspectiva teológica más inclusiva, y menos heterosexista. Una operación revisionista y emancipadora que hoy se continúa no solo desde los estudios académicos, sino también desde páginas de Internet (por ejemplo, los blogs Católico y Gay, o Santos Queer), o en algunas columnas radiales de La Barby.

 

 

Hacia una teología queer

 

La urgencia por cambiar las reglas de juego de la Iglesia impregnaba la “Carta abierta a la jerarquía eclesiástica por una pastoral homosexual”, firmada por los católicos homosexuales adheridos al FLH (Frente de Liberación Homosexual), y publicada en la revista argentina Somos en 1974. Con un epígrafe de Pablo VI (“El diálogo de la salvación se hizo posible a todos; a todos se destina sin discriminación alguna”), la carta adelantaba el motivo de reclamo: exigir la apertura de la Iglesia a los nuevos tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio. Si con el FLH ya le habían dicho basta a los tabúes e hipocresías que mutilaban y paralizaban el desarrollo de hombres y mujeres en todo el mundo; ahora era el turno de luchar por un lugar en el universo cristiano. La carta apelaba a Cristo y su preferencia por los oprimidos, a Juan XXIII y su reivindicación de la persona por sobre el hombre. El planteo podría resumirse en una pregunta: ¿cómo los investidos de la caridad de Cristo no hacían nada frente a la marginación, el encarcelamiento y la humillación que sufrían aquellos que eran o parecían homosexuales? La respuesta para los firmantes debía ser teológica, pero basada en la realidad y las urgencias que esta manifestaba. Solo así la Iglesia podría eludir su complicidad con la opresión, la violencia, la explotación y la desigualdad que se ejercía contra la comunidad homosexual. Una pastoral para homosexuales, reclamaban hacia el final de la misiva, que los acercara a los sacramentos sin tener que fingir un rol falso y “mojigato” ante los ojos de Dios.

 

La demanda nunca fue cumplida, y tal vez esa deuda sea la que le imprime tanta actualidad a la carta abierta. Cincuenta años después, la Iglesia sigue proyectando un Dios que no reconoce la libertad sexual, el deseo y la autopercepción identitaria. La teóloga indecente Marcella Althaus-Reid decía que la realidad de las mujeres y de la diversidad nunca estuvo en la agenda de los teólogos. Los episodios recorridos muestran justamente ese vacío, en el contexto de una Teología de la Liberación que no le escapó al machismo revolucionario. Y dejó, hasta el día de hoy, un legado de justicia social en la que se perciben, sin embargo, rastros de homofobia.

 

Uno de los editores de The Pillar, J.D. Flynn, justificó la violación a la privacidad de los sacerdotes vigilados alegando un comportamiento sexual inmoral e ilícito. No se trataba solo de una infracción al celibato. Había un peligro latente: la tolerancia, de ahora en más, a cualquier número o tipo de “pecados sexuales”. El mensaje de Flynn no tenía subtexto. Nuevamente, la homosexualidad se conectaba con el abuso sexual y la pedofilia. La vigilancia estaba justificada, y los cuerpos gozantes criminalizados.

 

Mientras tanto, los curas de Grindr deberán seguir esperando a un Cristo de la comunidad LGBTIQ+, que rompa los binarismos, multiplique los deseos y los redima de elegir el placer sexual. Deberán luchar por sumarle al Cristo justiciero de los villeros, la imagen multicolor de un Cristo disidente y queer que los represente.