Ensayo

Cielo Rojo, la última película de Christian Petzold


Un elogio del inconveniente

En el cine del director alemán Christian Petzold los elementos de la naturaleza atraviesan los cuerpos de los personajes, los someten y liberan en una compleja afectividad que los inscribe en un paisaje sensorial con texturas, colores y sonidos. En Afire (Cielo Rojo), su último melodrama, cuatro jóvenes se reúnen en una casa de vacaciones junto al mar y quedan cercados por los incendios forestales. Ahí se produce un doble encuentro con el fuego. Con las llamas que los rodean y con el fuego corporal de los vínculos interpersonales: el amor y el riesgo de perderlo todo.

Hacer de un acontecimiento, por pequeño que sea, la cosa más delicada del mundo (Gilles Deleuze)

La figura del inconveniente aparece siempre en relación con algo más. Un estadío inicial, un plan previo, una ruta trazada o un destino supuestamente escrito. El cine ha hecho uso del espacio que se forma cuando dos placas no encajan del todo. En la estructura del melodrama, la temporalidad trágica es precisamente la que indica un encuentro “a destiempo”. Los amantes no pueden encontrarse. Alguno de ellos llegó unos minutos tarde y el final feliz no fue posible. En una suerte de efecto mariposa cruel, la resolución se suspende. Nosotros, espectadores, nos identificamos porque también hemos perdido trenes, vuelos, personas. Hemos trazado mapas y comprado agendas que después olvidamos. Y, sobre todo, también hemos formulado hipótesis de lo que pensábamos que era el mundo. Lo trágico es encontrar algo (o alguien) en un mal momento. El inconveniente es el tropezón de la respuesta tranquilizadora. ¿Cómo se atreve algo a aparecer cuando no lo llamamos? ¿Cómo se atreve alguien a interferir con nuestros planes?

Afire (Cielo Rojo), la última película del director alemán Christian Petzold, se ubica en la intersección de una temporalidad “inconveniente”. En un verano caluroso y seco en Alemania, cuatro jóvenes se reúnen en una casa de vacaciones junto al mar Báltico. Lenta e imperceptiblemente son cercados por las llamas de los incendios forestales que tiñen los paisajes playeros y acechan a sus habitantes. La imagen se hace eco del título del film proponiendo el encuentro de los protagonistas con la figura del fuego en un doble sentido: el fuego externo y material del incendio y el fuego corporal interno que se produce en sus vínculos interpersonales: el amor y el riesgo de perderlo todo.

El inconveniente inaugura el relato en Afire. Los personajes se encuentran con el primer contratiempo cuando se les queda el auto y tienen que ir caminando hasta la casa donde pasarán sus días de verano. Allí los recibe el segundo contratiempo, no estarán sólos. Léon (Thomas Schubert), un joven escritor demasiado centrado en sí mismo, y su amigo Félix (Langston Uibel) llegan a la casa de verano y se encuentran con la hermosa y misteriosa Nadja (Paula Beer).

En una escala creciente de inconveniencia, los dos personajes que llegan a la casa escuchan a Nadja. Sus gemidos de placer y sus risas por la noche nos presentan al personaje antes de verlo. León queda particularmente afectado por este encuentro. La elección del punto de vista es la mirada que organiza la película y nosotros, espectadores, sabemos lo que León sabe e ignoramos lo que él ignora. Petzold pareciera hacernos un guiño al no dejarnos ver más que al personaje egoísta y desconsiderado del escritor. No lo juzgamos (porque miramos como él) y de repente es muy tarde. El azar ha irrumpido y no hay nada que hacer. Nos ha tomado desprevenidos a todos.

El punto de vista en el cine es una cuestión de información. No sabemos casi nada de los otros personajes de la película, no más que algunos retazos de intereses: ¿quiénes son? ¿de dónde vienen? ¿por qué sabemos tan poco sobre ellos? La narración nos da una pista. Esta se detiene cuando los personajes muestran algún rasgo de subjetividad: cuando Nadja recita un poema no una sino dos veces o cuando Devid (Enno Trebs) cuenta una anécdota falsa . Es tal la fuerza del punto de vista de León que todo lo percibimos como una “molestia” para escribir su próximo libro.

Petzold mira al cine de una forma en la que lo material adquiere una relevancia particular. Los elementos de la naturaleza atraviesan los cuerpos de los personajes, los someten y liberan a la vez en una compleja afectividad que los inscribe en un paisaje sensorial con texturas, colores y sonidos. Por eso la materialidad se torna visible en sus películas: lo mojado en Undine (2020), lo ácido y quemado en Phoenix (2014), el incendio y las cenizas en Afire (2023).

En la dificultad que presenta pintar un panorama contemporáneo, el cine de Petzold aborda problemáticas actuales como el ensimismamiento de la vida cotidiana, a partir de un regreso al género del melodrama. Sus personajes se sumergen en el tedio hasta que aparece algún elemento externo –en general amoroso– que los saca de sí mismos. Suele decirse que el melodrama es el género de la pareja, porque funciona como metáfora de cómo quedamos “enlazados” afectivamente con el mundo. Pero ¿cuáles son las características de este enlace? El director alemán narra desde el inconveniente que pone el acento en que el melodrama es siempre una forma en la que el cuerpo se desborda: lágrimas, besos, abrazos. La temporalidad inconveniente habilita un espacio que permite el encuentro con algo más que nosotros mismos, como la imagen que une a un cuerpo con otro.

El filósofo francés Gilles Deleuze describe al amor como “una variación atmosférica”. Si cambia el mundo, la subjetividad estalla como un color que cambió de tonalidad, como una temperatura que ya no es la que era y, de repente, ya nada puede ser igual.

El cambio de la atmósfera se produce en el encuentro, es decir, en la inconveniencia. León se encuentra con Nadja y el tiempo se detiene. Se pausa para contemplar su belleza. En el melodrama, los objetos aparecen para sintetizar visualmente relaciones afectivas y Nadja es el vestido rojo que usa toda la película. También la bicicleta que la lleva de un lado al otro. León se fascina con lo que cree ver en ella, en su silencio y “enigma” proyectados. Nadja aparece como una suerte de maniac pixie dream girl, término propuesto por el crítico de cine Nathan Robin para señalar un arquetipo de personaje femenino que sólo existe en función de la imaginación masculina de escritores-directores para “enseñarles” alguna lección. Pero algo que quizás hemos aprendido es que el amor no se puede concretar hasta que caiga el “enigma” y se produzca efectivamente un encuentro de subjetividades. Allí Petzold evidencia el propio procedimiento de construcción y lo da vuelta: ella es la especialista en literatura, ella es que conoce. El personaje de León simplemente no estaba escuchando o prestándole atención a Nadja más allá de lo que creía ver en su idealización.

El detenimiento en el color rojo, las cenizas en el patio, la repetición del poema desdibujan el “yo” del personaje del escritor. La suspensión temporal permite el ingreso del inconveniente en la imagen por medio de la intensificación de los detalles que aparece como algo que se agranda para enlazar a un otro (personaje y espectador) que se detiene en ellos.

El melodrama es un género “inconveniente” y allí Petzold encuentra una potencia crítica para mirar la vertiginosa temporalidad de lo contemporáneo. Después de todo, las películas siguen siendo ese espacio raro en el que el tiempo puede detenerse para conocer el mundo.