Ensayo

Economía de Plataformas


Tecno-utopías para más capitalismo

Junto a un nuevo modelo productivo, la economía digital propone una utopía centrada en la eficiencia del mercado para garantizar la felicidad en un mundo hiperconectado. El ciclo ¿Por dónde salimos? organizado por la Escuela IDAES, el Observatorio de Economía Digital (OED) y el Centro Ciencia y Pensamiento analiza los discursos dominantes de este tecno-neoliberalismo-progresista. Discute una narrativa que se volvió sentido común y destaca las posibilidades que tiene la Argentina de promover un desarrollo tecnológico inclusivo.

La economía digital es, al mismo tiempo, un modelo productivo y un discurso dominante sobre el sentido de las transformaciones sociales en el siglo XXI. La fuerza disruptiva de esta economía, según las elites que la impulsan, se centra en la eficiencia, la objetividad y la neutralidad del mercado. También en su capacidad de garantizar mecanismos más igualitarios, democráticos y horizontales y – ¿por qué no? – la felicidad en un mundo hiperconectado. Las narrativas sobre la innovación tecnológica y la dinamización de diversos sectores empresariales vienen acompañadas de fuertes apelaciones al individuo emprendedor; un sujeto abstracto capaz de superar cualquier desafío en tanto abrace los principios de este tecno-utopismo. Así, el capitalismo informacional reconfigura mercados o relaciones sociales y produce nuevos tipos de subjetividades. 

Para desnaturalizar los mandamientos de esta racionalidad tejida sobre algoritmos que se pretende postpolítica es preciso retomar preguntas fundamentales: ¿quiénes formulan estos discursos? ¿Con qué objetivos? ¿Qué tipo de futuro nos proponen? Es necesario reponer la dimensión ética –en tanto conjunto de ideas que presentan un modo específico de organizar nuestras relaciones– para (re)politizar las utopías.

Desafíos a la política pública

Las tecnologías digitales se convirtieron en un nuevo sentido común. Sus prácticas invasivas forman un entramado de convenciones socialmente aceptadas que dificulta pensarlas de manera crítica; discutirlas equivale a ocupar el lugar de un ludita anti-moderno. En este contexto, la política pública también ve acotados sus márgenes de acción y los Estados se enfrentan con imaginarios que discuten las propias nociones de trabajo, progreso o democracia. Se trata de un desafío especialmente complejo para los países del sur global, donde la cuestión del desarrollo se inscribe en un largo debate sobre las estrategias necesarias para superar problemáticas socioeconómicas estructurales.

Argentina se inserta en estas tensiones en una posición de fragilidad, entre otras cosas por el lugar que ocupa en el sistema mundial y sus profundas brechas socioeconómicas. La posibilidad de que la digitalidad pueda producir cambios estructurales con un sentido inclusivo está ligada a los recursos que el Estado y la sociedad puedan movilizar para potenciar emprendimientos no corporativos y establecer alianzas con sectores productivos en el marco de planes de desarrollo local. Al mismo tiempo, la capacidad para disputar aquella tecno-utopía emprendedora y articular nuevos horizontes que contengan una imagen colectiva de futuro, es un factor determinante para conducir ese rumbo. 

Emprendedorismo, plataformas y polarización 

El emprendedorismo enaltece valores como el mérito, la competencia, el riesgo, la innovación y la resiliencia entrelazando con éxito la búsqueda de rentabilidad económica con cierto coaching ontológico. Parafraseando a Nancy Fraser, se trata de un tecno-neoliberalismo-progresista cuyo despliegue se sustentó en una alianza tácita entre ciertos movimientos sociales, juventudes y negocios de alta gama –las finanzas, Hollywood, Wall Street y sectores tecnológicos de punta– cuya encarnación corporativa serían las empresas de plataforma. El encumbramiento de estas firmas permite hablar, además, de una nueva elite empresarial a nivel global que otorga un barniz de renovación al neoliberalismo.

Mercado Libre es un ejemplo paradigmático. Es una empresa global de origen nacional que crea puestos de trabajo, incrementa sus exportaciones y proporciona divisas; todos rubros considerados estratégicos en países donde se enfrentan obstáculos sistémicos, como la Argentina. Sin embargo, aunque expresa una renovación, hasta el momento el crecimiento de esta empresa –y de este sector en general– está más bien ligado a la fragmentación del mundo laboral: por un lado, aparecen trabajadoras y trabajadores informáticos –en particular quienes desempeñan tareas de programación– con salarios muy por encima de la media y una alta demanda a nivel mundial; en el otro extremo, se expanden el trabajo precarizado y las condiciones de contratación flexibilizadas. Dado que esa polarización ha operado como base material de la economía de plataformas y que esto implica una reproducción de prácticas y “fundamentos filosóficos” propios de los preceptos neoliberales, no está claro cómo estas compañías podrían convertirse en un modelo o motor de transformación para impulsar el desarrollo nacional y sus capacidades productivas. 

En este mundo laboral de hiper-segmentación, el emprendedorismo funciona como un horizonte aspiracional que desborda los ámbitos empresariales y se transforma en una filosofía de vida de autosuperación. Así, se convierte en un mecanismo cultural que construye sentidos. 

Innovación popular

A contramano de las ideas dominantes sobre el cambio tecnológico, surgen prácticas y narrativas que disputan aquellos sentidos. La reapropiación de las herramientas digitales por parte de los sectores populares permite visualizar otras potencialidades. Los discursos y prácticas de innovación no centrados en la lógica mercantil dan lugar a la problematización de al menos dos cuestiones: por un lado, la pregunta sobre el sujeto social que protagoniza las dinámicas del cambio digital; y por el otro, la necesidad de pensar políticas públicas como estrategias para un desarrollo tecnológico inclusivo. 

Aunque las brechas digitales aún existen en la Argentina, la masificación de Internet, la penetración de la conectividad y de los dispositivos móviles son la base material para formas de reapropiación tecnológica centradas en las comunidades. 

En el tecno-utopismo el motor de cambio e innovación es identificado con el empresario o el científico cuya motivación transformadora está enlazada con principios utilitarios. El proceso creativo y la invención son pensados desde el concepto de “frontera del conocimiento”, donde el progreso avanza desde lo alto de la sociedad e irradia sus beneficios hacia la base de la pirámide. Estos planteos tienen al menos tres inconvenientes: no contemplan ni problematizan las diferentes etapas del capitalismo; no ponen en consideración el paso de la lógica industrial a la financiera; y  dejan poco espacio a las tradiciones locales y los contextos populares. 

Otras perspectivas, en cambio, recogen las historias de iniciativas, emprendimientos tecnológicos y formas de innovación juvenil que buscan atender necesidades de la comunidad y expresan narrativas por fuera de la lógica de la rentabilidad, la ganancia, la forma mercancía y el sistema de precios. El programa Tecnotecas para la Innovación Popular en la Argentina es un ejemplo de una política pública orientada a promover el reconocimiento, la formación y la articulación de proyectos de innovación digital surgidos en los sectores populares. En este ámbito se impulsaron servicios relacionados con sistemas de carga de datos, procesos de productividad, softwares de traducción de lenguas originarias o herramientas para la solución de problemas locales. 

Aunque las brechas digitales aún existen en la Argentina, la masificación de Internet, la penetración de la conectividad y de los dispositivos móviles se presentan como una base material para formas de reapropiación tecnológica centradas en las necesidades de las comunidades, que habilitan la integración de saberes no formales a las dinámicas de la innovación digital mediante mecanismos simples y baratos. 

Ética y utopías

La apelación al individuo emprendedor propone una relación particular entre trabajo y empresas, y entre empresas y sociedad, centrada en el ejercicio de un poder de control difuso que explota el cruce entre patrones ludificados, eficiencia computacional y formas flexibilizadas del tiempo. Esta tecno-utopía forma un tejido ético pretendidamente imparcial que se consolida cada vez más como un sentido común normalizado. Pero relatar utopías es en sí mismo un ejercicio político cuyo objetivo, en definitiva, supone una potencia que intenta moldear la vida en común. 

Resignificar los dilemas de la era informacional es un desafío que exige identificar formas de apropiación no corporativas del giro digital de la economía, impulsar acciones desde diversas lógicas públicas y construir puentes para conectar ofertas no reconocidas y demandas insatisfechas. El horizonte de desarrollo tiene que ver con un abanico de sentidos posibles ante los cuales cabe preguntar ¿quién predica y quién relata la historia de la economía digital? Allí se abre una de las disputas centrales del siglo XXI. 

Este tejido formado por discursos y circuitos económicos requiere una tarea epistémica donde se desarrollen teorías a partir de preguntas sobre qué se quiere hacer, qué emprendedorismo se intenta motorizar, dónde y cómo se proyecta la generación de valor y riquezas. Una imagen de futuro es condición para un recorrido que interpele a la multiplicidad de sectores que conforman la compleja estructura de la sociedad argentina. Esto implica vías de problematización que permitan poner en discusión las utopías dominantes.

Relatoría del Seminario “Datos, algoritmos y economía digital. Desafíos estructurales para la Argentina”, realizado en el marco del ciclo ¿Por dónde salimos?, cuyo objetivo es discutir los grandes problemas argentinos desde la perspectiva y con los aportes de la academia. Este intercambio, organizado por la Escuela IDAES, el Observatorio de Economía Digital (OED) y el Centro Ciencia y Pensamiento, fue el primero de 2022.  Participaron Juan Manuel Del Nido, Patricia Ventrici y Mariano Zukerfeld, con la coordinación de Marco Mallamaci, Pablo Gordon Daluz y el equipo del OED.