Crónica

La One: la vida de Moria Casán


Una mamushka inagotable

Tan ecléctica como heterogénea: la vedette, la actriz, la televisiva, la viral, el símbolo sexual, la diva, el ícono queer, la polemista, la transgresora. Una montaña rusa que atraviesa seis décadas de arte y espectáculo, desde el teatro de revista hasta la cima de la cultura popular argentina. Para permanecer, le bastó con ser como es. El nuevo podcast de Anfibia es un viaje retrospectivo para reconocer a aquella Ana María Casanova que fue fagocitada por Moria Casán. Ahí, debajo de las múltiples capas tectónicas del personaje, hay una niña, una madre y una mujer enamorada.

Anfibia Podcast lanza La One: la vida de Moria Casán. Escuchá los 9 episodios en Spotify.

—Soy rara, ¿no?

Divertida, Moria Casán está sentada en el living de su casa en Parque Leloir, rodeada de espejos que la proyectan y multiplican como en una fantasía borgeana. Parece sorprendida de sí misma, extraviada en las profundidades voluptuosas de su ser. Acaso necesita que el eco de sus palabras socave las distintas capas geológicas del personaje: la Moria vedette, la Moria actriz, la Moria televisiva, la Moria viral, la Moria símbolo sexual, la Moria diva, la Moria ícono queer, la Moria polemista, la Moria transgresora. Una mamushka tan heterogénea como inagotable. Una montaña rusa que atraviesa seis décadas de arte y espectáculo, desde el teatro de revista hasta la cima de la cultura popular argentina.

Ahora es cuando el tren se detiene en lo más alto para empezar su viaje hacia atrás. A cualquiera le daría vértigo, tal vez, un pavor paralizante. Pero ella no se detiene ni se espanta ante la inminencia sísmica del sacudón regresivo. Moria ríe con desparpajo y las otras Morias del reflejo la acompañan en la coreografía. Acaba de confirmar una vez más lo que ya sabe: es rara. Y está como encendida.

Asomarse al universo de Moria Casán es caer en la fascinación de esa extrañeza singular. La decoración de su casa parece una proyección del eclecticismo extravagante que la caracteriza: espejos por todas partes, luces, alfombra roja, cuadros hasta en el techo, esculturas, un maniquí con tetas gigantes y una troupe muy nutrida y diversa de duendes. Si el menemismo gozara de su propia corriente estética, sin dudas encontraría en este glam, entre vintage y kitsch, una expresión legítima. 

De todos los espacios, hay uno particularmente encantador: el baño de la planta baja. No tengo pruebas ni tampoco dudas de que todos los que pasamos por ahí hemos sucumbido a la tentación de sacarnos una foto frente al espejo. No es sólo la forma triangular del cristal, sino también el marco que brindan las paredes tapizadas de un animal print peludo y sintético. Un auténtico hábitat de diva. Entre aquello que no sale en el plano de la cámara, se destaca la tapa del inodoro con la imagen de New York y un libro de chistes de Pepe Muleiro como lectura de toilette; elementos que podrían estar en cualquier hogar de la clase media aspiracional argentina. Pero nunca combinados de esa manera. Ni ostentosa ni decadente, Moria no ha perdido el aire de familiaridad con la realidad de aquellos que la admiran y la mantienen siempre vigente. Aunque extraña e impredecible, La One es una diosa que no parece inalcanzable.

El camino hacia la idolatría popular no suele ser una autopista recta ni asfaltada. En ese trayecto plagado de obstáculos y accidentes, la diva pudo prescindir del mito de origen. Nacida en una familia acomodada, es un Maradona sin Fiorito. Su ascenso no tiene como punto de partida la carencia material ni una filiación plebeya con las clases populares. 

El personaje monstruoso y multiforme de Moria Casán tiene su magma y su grado cero en Ana María Casanova, la joven de 22 años que una tarde de 1969 salió corriendo de la Universidad Católica, donde había rendido un examen de la carrera de Derecho, para debutar como vedette en la calle Corrientes apenas un par de horas después. Cuando regresó a su casa a la madrugada, ya era otra: una monstrua barroca. 

—No me dio tiempo de preguntarme nada, salvo salir al ruedo. Es como una plaza de toros, un circo romano. Yo me sentía Calígula también. Estaba chocha. Yo quería estar ahí, no sé porqué, pero quería estar ahí. No tenía tiempo de pensar qué me gusta, qué no me gusta, nada… Yo quería avanzar ¡y cómo avanzaba! parecía que era una topadora. Era un Scania —recuerda en el living de su casa haciendo sonar las uñas larguísimas contra el vidrio de una copa. 

Si bien Ana María Casanova no había padecido de condicionamientos materiales, en su emergencia intempestiva, el personaje de Moria Casán parecía condenado a la intrascendencia artística. Rebelarse al destino es una instancia crucial en la constitución de todo héroe y lo de ella fue pura rebeldía.

A fines de los sesenta y comienzos de los setenta, el teatro de revista era una de las expresiones culturales más populares del país. La fórmula del éxito de esas grandes producciones era tan simple como infalible: el humor de los capocómicos del momento y la exhibición de los cuerpos esculturales de las vedettes. Moria siempre supo que sus curvas exuberantes le habían abierto las puertas de ese mundo hipersexualizado y cosificador donde las mujeres eran puro ornamento. Decorado. Y si algo nos enseñó la filosofía casanesca es que el decorado se calla. Así era hasta que la llegada de la topadora Casán impuso las nuevas reglas del juego

—Tenías un sketch que, generalmente, era medio disparatado, donde el cómico lo terminaba o lo podía rematar de acuerdo a tu cuerpo, culo, tetas; cosa que yo no permitía por contrato, por eso también era una personalidad notable. En realidad, fui la primera feminista que tuvo la revista.

La revolución de La One consistió en ponerse a la altura de los grandes humoristas: Pepitito Marrone, Tato Bores, Antonio Gasalla, Carlos Perciavalle, Alberto Olmedo, Jorge Porcel, Alfredo Barbieri, Marcos Zucker, Juan Verdaguer, Adolfo Stray, por mencionar algunos con los que compartió escenario. Mostraba el culo y las tetas, pero también monologaba y remataba los sketchs. No tardó demasiado en convertirse en una especie de Beatrix Kiddo - el personaje de Uma Thurman en la película Kill Bill - de la revista porteña. Mientras empoderaba a la figura femenina en un género artístico bastante menospreciado, comenzaba a desarrollar la que sería una de sus armas más temidas: la lengua karateca.

De esa escuela del teatro de revista, al que define como “el servicio militar en bolas”, también incorporó una disciplina de trabajo. A los 77 años y después de haber trajinado durante décadas escenarios, estudios de televisión y sets cinematográficos, La One continúa laburando a un ritmo casi imposible de seguir. Los integrantes del equipo de producción de su podcast documental – con miembros cuyas edades oscilan entre los veinti y tantos y los cuarenta y pico – podemos dar fe de esa energía atómica. Después de más de cuatro horas de entrevista en las que había transitado algunos de los episodios más dramáticos de su vida (el abuso de su abuelo cuando niña, relaciones con hombres violentos o el temor ante el padecimiento de su hija recién nacida), de subirse al auto que la llevará hasta la calle Corrientes, de apoyarle las tetas en la nuca al boletero del teatro, de subir y bajar cientos de escalones, de hacer su mantra personal en la sala vacía, de bendecir a cada uno de los duendes de su camarín, de maquillarse y cambiarse, acaba de salir a escena para una nueva función de la obra Brujas. Con nuestros cuerpos hundidos en las butacas, la vemos con asombro. Moria está en calzoncillos, en medias, en un museo y ahora también en el escenario. Y está viva. Nosotros, en la tribuna, estamos muertos de cansancio.

La de Moria es una energía siempre mutable. De haberse conformado con ser vedette, de seguro, su figura habría acompañado el ocaso del género que la vio nacer como artista. Como una drag queen del arte y de la vida, La One se transforma todo el tiempo: vedette, actriz de cine, protagonista de una comedia dramática en el teatro, conductora de televisión (desde sus memorables talks shows hasta el ciclo de entrevistas políticas “A la cama con Moria”), candidata a diputada, empresaria, jurado del Bailando, materia prima de los memes y audios más virales del país, de remeras y de canciones. Ahora, también, en formato podcast. Una trayectoria fluctuante que sólo obedece a la brújula del propio deseo.

A partir de los ochenta, una vez alcanzado el exclusivo parnaso del divismo -esa santísima trinidad nacional y popular que comparte con Susana Giménez y Mirtha Legrand-, Moria podría haber emulado a las otras divas y repetir hasta el hartazgo una fórmula exitosa. Con excepción de su papel en Brujas (obra récord en el teatro argentino con una permanencia de más de tres décadas en cartelera), su modus operandi es el movimiento, la búsqueda perpetua. Así lo definió en su última intervención en la mesaza de la Chiqui: no se siente diva, sino una divagante. Lejos del mármol pétreo, inmutable, del estrellato, lo suyo es la incomodidad y el riesgo de lo indefinido. Su renunciamiento televisivo al status femenino más codiciado dentro del mundo del espectáculo, no hace más que bajarla de cualquier pedestal para acercarla al público como una deidad irreverente y pagana.

Usina inagotable de títulos periodísticos, Moria vive en modo talk show y no tiene tapujos a la hora de hablar de nada: sexo, drogas, amores escandalosos, casamientos espontáneos, revelaciones místicas o su relación con otras figuras del espectáculo. Pero se piensa siempre en tiempo presente. De ahí, su sorpresa ante el reencuentro con las múltiples Morias del pasado. La que revolucionó el teatro de revista, pero también la que estuvo presa en Paraguay. La que supo monopolizar el deseo masculino de una época y la que expuso en televisión los dramas más escabrosos de los demás. El viaje retrospectivo vuelve hasta la prehistoria para reconocerse en aquella Ana María Casanova que fue fagocitada por Moria Casán. Ahí, debajo de las múltiples capas tectónicas del personaje, hay una niña, una madre y una mujer enamorada.  

“Dios es el único ser que para reinar no tuvo ni siquiera necesidad de existir”, reza Charles Baudelaire. A diferencia del Dios del poeta, el largo reinado y la vigencia actual de La One acaso pueda explicarse en que, para permanecer, le ha bastado con ser como es. En un ámbito plagado de artificios ficcionales y máscaras intercambiables, en el imperio del rating y del like, Moria Casán no ha necesitado parecer para estar siempre presente en nuestras vidas. Como advierte Beto Casella: Moria no imposta nada. Para sorpresa propia y ajena, el secreto está cifrado en esa esencia ecléctica, cambiante, extravagante que va del show al meme, de las lágrimas a la risa, de lo icónico a lo viral. Moria es así: tan rara como encendida.