Ensayo

El juicio por el crimen de Fernando Báez Sosa


Vivir al filo de la muerte

La cobertura mediática del juicio por el asesinato de Fernando Báez Sosa y la forma en la que nos conmueve el crimen devuelven una mirada moral sobre la violencia, como si siempre fuera responsabilidad del otro. Pensarla como naturaleza animal y no como repertorio de configuración de identidades, reducir el proceso judicial a buenos y malos en lugar de pensar al punitivismo como única solución, esperar que se haga justicia sin reflexionar sobre cómo el liberalismo destroza los lazos solidarios no reduce los riesgos para nuestros jóvenes, mucho menos les ofrece un proyecto de futuro.

Fotos: Telam

A tres años del asesinato de Fernando Báez Sosa, la televisión y las redes sociales nos devuelven lo que supimos construir socialmente: una mirada sobre la violencia de la cual todxs somos parte. También nos dan pistas para pensar en las denominadas sociedades del riesgo

1. El violento siempre es el otro

No supimos (no sabemos) escaparle a la idea de “el violento, siempre, es el otro”. Por un lado nos encanta la violencia (como diría el doctor en antropología José Garriga Zucal), siempre y cuando sea del otro o sobre el otro. A la vez, se da un encantamiento al hablar sobre la violencia, al narrarla. En un primer momento, la explicación mediática -dominante- sobre el asesinato de Fernando fue de lo general a lo particular: de los jóvenes, la noche y el alcohol, la locura, la irracionalidad de los rugbiers. Como en casi todas las construcciones de la noticia suele haber problemas teóricos y muchísimo solapamiento de voces, caras, argumentos. También hay opinología diversa, lo que genera tensión, confusión y, sobre todo, rentabilidad para los medios. Pero podemos rescatar una premisa: si el problema es social, entonces no hay locura ni irracionalidad, sino todo lo contrario. Los rugbiers también son responsabilidad nuestra. La violencia forma parte de relaciones sociales contemporáneas y de ciertos repertorios de acción social.

2. El giro judicial

De Villa Gesell, CABA y Zárate a Dolores. Cámaras, cronistas, abogadxs, imputados y familiares de Fernando Báez Sosa se desplazaron hasta los tribunales de esa ciudad bonaerense. También la narrativa mediática. Atrás quedaron las explicaciones más culturalistas vinculadas a los motivos por los cuales los rugbiers lo asesinaron. Llegó el momento de la especialización jurídica. La conocemos porque hemos visto por televisión muchos juicios: juntas militares, María Soledad Morales, José Luis Cabezas, María Marta García Belsunce, el de la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner. Es el momento en que la televisión conforma el tribunal moral y condena a los imputados (antes de que sean condenados de verdad, allá en Dolores). Es el momento de olvidar la idea revolucionaria de transformar nuestras injustas y desiguales sociedades, de proponerles otro proyecto a lxs jóvenes (de comprenderlxs, de contenerlxs). Eso puede esperar. Se abandona esa dimensión del discurso para volver a poner en escena los rostros del asesinato, la sangre y el dolor: elementos constitutivos de las mejores ficciones que hemos visto y leído. Pero las de Villa Gesell no son ficción. Esta es la televisión que supimos construir desde los mediodías con Mauro, los suicidios de Yabrán y “Malevo” Ferreyra, El aguante de TYC Sports y de Policías en Acción. Todavía soñamos con una nueva Ley de Medios, todavía nos ilusionamos con una televisión crítica, reflexiva.

3. El giro tecnológico

Somos convocadxs a nuevos chats, a nuevas imágenes (de otras cámaras, otros planos, otras posiciones) de los rugbiers minutos después de golpear a Fernando y dejarlo sin vida en la avenida 3 de Villa Gesell. Probablemente el impacto subjetivo en los públicos tenga que ver con que seguir el crimen, apenas unas horas después de cometido. En realidad, estamos acostumbradxs a la instantaneidad que nos brinda la tecnología móvil. Pareciera que accedemos a la realidad. Esa quimera en la que siempre creemos o estamos seguros de haberlo logrado. Somos público, intérpretes y fiscales. Tenemos chats, imágenes (multiplicadas por mil), audios y una cuenta de Twitter para dar nuestra opinión. Todo lo que imaginaban quienes asentían que la tecnología democratizaría la información y la comunicación.

4. La animalidad

A mayor grado de cercanía con el proceso judicial, mayor grado de animalización de las prácticas -por parte de la mayoría de los discursos que cubren el juicio- de los imputados. Y menores son, claro, las lecturas sobre las dinámicas sociales y culturales contemporáneas (que habían sido propuestas desde aquel 18 de enero de 2020). Cambio: salen sociólogxs y psicólogxs, entran abogadxs (algunxs abogadxs amplían el marco de comprensión preguntándose por las condiciones sociales y los proyectos posibles para lxs jóvenes. Esta mirada desborda la penitenciaría como solución -única- al problema de las violencias). Poco podemos comprender para transformar si reducimos las representaciones de un proceso judicial a formas de una naturaleza animal. 

5. El riesgo

En mi trabajo de campo, Hilario, un jugador de rugby que era y es -aún hoy- reconocido por ser un perseverante peleador callejero (“como muchos de mis compañeros”, me explica), comparte la sensación cuando, en la nocturnidad, generaban “algo de adrenalina”. Se refiere a eso recordando “yo sé que está mal, pero imaginate que estábamos todos grandotes (expande los hombros, el pecho y abre los brazos) y con ganas de pelear con quien sea. Y bueno, un poco de adrenalina no estaba mal. Además, te daba como un prestigio extra, más en esa edad, 17, 18, 19 años, que estás pensando cuánta plata tenés, quién sos”. 

¿Por qué pelear a la noche les daba prestigio? ¿Por qué buscar adrenalina cagándose a palos con otros varones?

Leamos el asesinato desde otro enfoque. Pensémoslo desde las conductas de riesgo. Tratemos de suspender nuestra posición moral sobre los mundos posibles (es difícil, pero intentemos no dividir el mundo entre “buenos” y “malos” aunque sea por un momento) y pensemos en las conductas de riesgo. ¿Por qué poner en riesgo de muerte a otra persona? ¿Por qué actuar al filo de judicializarse la vida para siempre? ¿Qué podemos ver en esas conductas? ¿Qué dicen sobre las relaciones sociales contemporáneas? Ya hablamos del vínculo entre rugby, masculinidad y clase social en Argentina. Ahora agreguemos el elemento del riesgo. Aclaración: la definición de riesgo varía según las poblaciones. No todxs lo percibimos y entendemos de la misma manera. Es decir, el riesgo se define de acuerdo a la posición social, de género, etaria, y al contexto.

Desde la década de 1980, parte de las ciencias sociales se pregunta sobre las conductas de riesgo practicadas por individuos en su vida cotidiana. Estos estudios parten de la premisa de que el mundo, tal como lo percibíamos, cambió. De sociedades con cierta idea de seguridad, a mundos construidos desde la fragilidad y el resquebrajamiento de la idea de confianza. Los grandes movimientos políticos, económicos, tecnológicos, ambientales, las guerras, cambiaron nuestra percepción del mundo global, pero también del cercano. Desde el punto de vista económico y filosófico, el liberalismo hizo trizas muchas de las formas de solidaridad y de aparentes escenarios de previsibilidad. Acudimos a la dispersión simbólica de aquellos lugares que parecían seguros: empleo estable, familia, Estado, Justicia. Asistimos a una plena individualización de lo que parte de la sociología ha analizado como la búsqueda a la salida de la rutinización de la vida cotidiana. Los individuos emprenden actividades para acercarse a algún tipo de riesgo: en el deporte, en el consumo de drogas o alcohol, en el campo del delito, al manejar a una velocidad excesiva, al subirse a la punta del obelisco para festejar el campeonato mundial de fútbol. 

El riesgo constituye un elemento -según el caso, puede llegar a ser central- de las identidades juveniles contemporáneas. Significa aproximarse, con y desde el cuerpo, a una posible fragilidad o fortaleza física y, también, simbólica. La contingencia de arriesgar el prestigio social, la identidad, de fortalecer la autoestima, también se da en el juego simbólico con la muerte. Para el antropólogo David Le Breton, ese juego simbólico con la muerte (propia o de otro) se basa en el escape a la rutina (más o menos pesada). En ricos y pobres.  

Si hoy la búsqueda del riesgo se asume como una forma individualizada para poder salir de las rutinas, el asesinato de Villa Gesell, proceso judicial mediante, nos indica que esa búsqueda puede ser compartida, grupal. Todos los imputados se mantienen en silencio, como parte de una comunidad que afianza su identidad al filo de la muerte (del otro).

6. La identidad

A muchxs nos duele el asesinato de Fernando. Sentimos bronca, impotencia y estamos (por momentos) sesgados. Ver a su madre y a su padre con tanto dolor y sufrimiento nos corre de inmediato a las peores categorías para nombrar a los imputados. Sentimos que los ocho rugbiers no manifestaron -nunca- ni una pequeña muestra de humanidad ni de arrepentimiento. Nos duele. Mucho. Estamos en la tribuna mediática (con el Twitter abierto) esperando que pidan disculpas y que se haga justicia. Pero recordemos que sólo con dividir entre “buenos” y “malos” no nos alcanza para minimizar los riesgos: en la vida pública, en la política, en el deporte, en el boliche, donde quieran estar. Menos aún nos ayuda a comprender las relaciones sociales en las cuales forjan identidades nuestrxs jóvenes. Ricos y pobres.