Crónica

La desaparición de Johana Ramallo en La Plata


“NN Johana”

Johana está desaparecida desde el 26 de julio. Su madre, Marta, no hace otra cosa que buscarla. Su hija pregunta cuándo la van a traer de vuelta. Desde un primer momento sus familiares sospecharon de que es víctima de una red de trata. Laura D´ Amico reconstruye su historia y el reclamo desesperado al Estado para que aparezca.

Fotos: María Laura D'amico

Marta Ramallo tiene treinta y siete años y sus ojos, sin brillo, parecen los de un pájaro muerto. Vive en Villa Elvira, una de las localidades con más villas y asentamientos del Gran La Plata, junto a seis de sus siete hijos. La hija que falta es Johana, la mayor, de 23 años. Está desaparecida desde el 26 de julio.

Desde ese día, Marta siente que le arrancaron algo que es suyo y que su vida se paralizó. Sin embargo, se puso al frente de la búsqueda de Johana y entró en un trajín que comprende, entre otras cosas, dejar de trabajar en el programa “Ellas Hacen” para reunirse con abogados; viajar más de mil kilómetros hasta Chaco para dar a conocer su caso en el Encuentro Nacional de Mujeres; hablar con periodistas y dar conferencias de prensa en las que denuncia la complicidad del Poder Judicial bonaerense con las redes de trata en la capital provincial, con un mensaje sin matices: “El Estado es el que nos está negando a nosotras”, repite. Y ahora sus ojos brillan, porque llora.

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“Yo hago responsable al Estado, a los jueces y fiscales, porque si no hay complicidad del Estado no se conforma una red de trata. Acá hay un encubrimiento a toda esta mierda de gente que se dedica a quitarnos a nuestras hijas, a nuestras nietas, a nuestras hermanas o vecinas para seguir con esta porquería”, dijo Marta en la conferencia de prensa en la sede de la Central de Trabajadores Argentinos de la Ciudad de Buenos Aires. Fue el 24 de octubre.

Un mes y medio antes de su desaparición Johana se había separado del padre de su hija de seis años y ambas habían vuelto a vivir a la casa de Marta. Al mismo tiempo, había dejado de trabajar en la cooperativa “Ellas Hacen” porque no le coincidía el horario con la escuela de la nena y, ante una apremiante necesidad económica, había empezado a ejercer la prostitución en una de las “zonas rojas” de La Plata. La que está cerca a la plaza Matheu, en el cruce de las avenidas 1 y 66. Además, el problema de consumo de sustancias que arrastraba desde hacía años se había profundizado. Su estado de vulnerabilidad se había agravado.

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Desde un primer momento las sospechas de la familia y de los abogados se orientaron hacia la hipótesis de una red de trata para la explotación sexual. Acompañada por Josefina Rodrigo una de las abogadas que la representan, junto a Silvina Perugino y Víctor Hortel-, Marta reconstruye el día previo a la desaparición. Cuenta que la noche del 25 Johana salió para la plaza y se descompensó en la calle. Alguien la llevó al hospital San Martín. En la guardia la registraron como “NN Johana”, quedó internada y le pusieron suero. Al día siguiente, abandonó el hospital. No había recibido el alta.

El 25 me dijo “tipo ocho (de la tarde) vengo”, y no vino. Vino el 26 a las ocho de la mañana. Cuando abre la puerta me dice “¿por qué estás llorando?”, y le digo “porque vos no me viniste a dormir, mirá si te pasa algo”. Me dice “no llores que yo estoy bien, pero estaba en el hospital, por eso no te atendí el teléfono”. Le pregunto por el celular y me responde “lo perdí, no sé qué pasó”, y se sacaba unos parchecitos que le habían puesto en el hospital. La acuesto a dormir, le rasco la cabeza, le hago masajes en la espalda y ella se queda dormida hasta cerca de las tres de la tarde. Le doy de comer y alrededor de las cinco me dice que se iba, que a las ocho venía. Y ya el 26 no volvió”, repasa Marta.

Cuando se despertó el 27 a la mañana, al ver que Johana no estaba, pensó que se habría vuelto a descompensar. Pasó todo el día recorriendo hospitales, comisarías y comisarías de la mujer. Fue a la novena de La Plata y preguntó si había ingresado una chica con las características de su hija que estuviera anotada como NN. Le dijeron que no (días después supo que el hospital sí había denunciado la fuga como “NN Johana”). Por la tarde, radicó la denuncia en la comisaría de Villa Ponzatti, cercana a su domicilio, ante dos oficiales que se burlaron de ella.

Me preguntaron la edad de mi hija, le dije que tiene veintitrés años y uno de los oficiales me dijo: “¿Con veintitrés años la vas a seguir buscando?”. Yo le dije que sí, que por más que mi hija tenga cincuenta años yo la iba a salir a buscar igual. Porque yo conozco a Johana y ella nunca se había ido de mi casa, nunca me había faltado a la noche. Riéndose me tomó la denuncia como “averiguación de paradero”. El lunes siguiente me atendió Betina Lacki y me dijo que estaba dispuesta a poner toda la fuerza y los medios necesarios para la búsqueda, para que la encuentre, y que yo me vaya tranquila a mi casa−, recuerda.

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Pero Lacki, la titular de la fiscalía Nº 2 del Departamento Judicial La Plata, que depende del Procurador Julio Conte Grand, lejos estuvo de poner todos los medios para encontrar a Johana, denuncia la familia. Por impericia, prejuicios de clase, o falta de perspectiva de género, durante los dos primeros meses la buscó como quien busca a una persona extraviada y no como a alguien que está siendo víctima de un delito.

Los abogados cuestionan que la fiscal caratuló la causa como “búsqueda de paradero”. También que no profundizara sobre las pruebas elaboradas ni que tampoco cruzara los datos que aportaban los testigos. Tampoco escuchó a Marta cuando le indicó que una persona había llamado al celular de su hija, días antes de su desaparición, y Johana le suplicó que no atienda: “Yo a vos te tengo que cuidar. Nadie tiene que saber que sos mi mamá”, argumentó. Sí ordenó rastrillajes que no eran informados previamente a la familia-, en uno de los cuales los perros indicaron que había ropa que tenía el olor de Johana, pero luego no investigó al dueño de esa casa.

En la causa, los tres primeros cuerpos son declaraciones de testigos en las que hasta las 10 de la noche la ve todo el mundo y después no la ve nadie nunca más. Eso es raro. Porque a nadie se la traga la tierra. Hay algo que no se está diciendo y además la buscaron mal denuncia Josefina Rodrigo−. Por supuesto que la investigación ha sido trunca- concluye.

El último rastro que se tiene de Johana es en la filmación de una cámara de seguridad de la estación de servicio de 1 y 63. Allí se la ve salir del baño junto a una compañera, alrededor de las ocho de la noche. Vestía un jean negro nevado, y campera y zapatillas deportivas. Desde ese punto de la zona roja platense partió una de las movilizaciones hacia la Casa de Gobierno de la Provincia el 26 de septiembre, cuando se cumplió un mes de su desaparición. A principios de octubre, su causa pasó al ámbito federal y se investiga como “desaparición forzada”, ya sin la participación de la Policía Bonaerense.

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La infancia de Johana transcurrió en un frágil equilibrio entre la inclusión y la marginalidad. Marta era madre soltera y se las arreglaba como podía, vendiendo curitas y pañuelos en la calle. Cuando Johana no volvía a la casa, salía a buscarla por rincones conocidos o en las comisarías. En 2012 se enteró de una olla popular que se realizaba en la plaza San Martín para chicos en situación de calle y comenzó a participar. Estuvo ahí tres años. Necesitaba que la ayuden, pero también quería colaborar con esos pibes, a los que el principal diario local –basado en una versión policial- había bautizado como “la banda de la frazada”, aduciendo que “utilizan una frazada para inmovilizar a sus víctimas”.

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Se trataba de un grupo de quince nenes y nenas, de entre seis y diecisiete años, con numerosas entradas en la comisaría. Durante el día deambulaban, aspiraban pegamento, robaban billeteras y celulares a la gente que pasaba. Vivían todos juntos. Primero dormían en el hall de una facultad. Cuando la policía los obligó a dejar el lugar, se trasladaron a la plaza San Martín, en el corazón de la capital de la provincia más rica de Argentina, donde según un censo informal había unos doscientos chicos en situación de calle. Dormían en la glorieta de la plaza, un punto equidistante de dos de los principales poderes del Estado: la Casa de Gobierno y la Legislatura bonaerense.

Organizaciones sociales, políticas, de derechos humanos y personas en general fueron los primeros en reaccionar. Se juntaban para contener a los chicos y compartir la comida. Eran los “Autoconvocados por los Derechos de los Pibes de la Calle”, que luego derivaron en la “Asamblea Permanente por los Derechos de la Niñez” (APDN). Le exigían al Estado que cumpla con el Sistema de Promoción y Protección Integral de los Derechos del Niño, una ley sancionada en 2005 que venía a reemplazar al vetusto Patronato de Menores.

El Estado se hizo presente pero de una forma brutal. Una patota parapolicial armada con palos, cadenas y armas de fuego, custodiada por policías de la Provincia, irrumpió en la medianoche de un día de julio y, con golpes y amenazas, buscó amedrentar y disuadir a los pibes. Según informó en septiembre de 2008 la revista local La Pulseada, perteneciente a la Obra del cura Carlos Cajade, el saldo de la cacería fue cinco pibes heridos, otros cinco que fueron por unos días a las casas de autoconvocados, mientras que a los demás se les perdió el rastro.

El caso fue escandaloso. Así todo, no logró penetrar en la agenda del gobierno y, en la mayoría de los medios, fue derecho a Policiales. En mayo de 2012, el juez en lo contencioso administrativo de La Plata Luis Federico Arias tomó el amparo colectivo presentado por la APDN y emitió un fallo que instaba al gobierno provincial y municipal por entonces, al frente de Daniel Scioli y Pablo Bruera, respectivamente- a que cumplieran con la implementación efectiva del Sistema de Promoción y Protección Integral de los Derechos del Niño en un plazo de seis meses.

La demanda llegó a la Suprema Corte que, hasta hoy, sigue sin dictar la sentencia definitiva. La abogada Carola Bianco, directora del programa “Niñez, Derechos Humanos y Políticas Públicas” de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la UNLP, creado al calor de la APDN, describe la peregrinación de la causa en la justicia:

El Estado provincial y municipal apelaron, y fue a la Cámara, que confirmó todo salvo dos puntos: uno que es que medios masivos de comunicación destinen el veinticinco por ciento de la pauta publicitaria a difundir los derechos de los pibes; el otro, un servicio hospitalario especializado las veinticuatro horas para atender cuestiones de adicciones. Como revocó esos dos puntos, metimos un recurso extraordinario que, desde 2012, está en la Corte. El año pasado tuvimos una audiencia pública donde nos dijeron que podíamos decir si todavía continuaban vigentes los pedidos debido al paso del tiempo. La Corte evidentemente vive en otro plano porque ahora está “la banda de los nenes”: nuevos pibes, más chicos, que están en las mismas condiciones. Ahora estamos esperando que dicte la sentencia. Cada vez que vamos nos dicen “ya sale”.

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El destino de los chicos de la plaza fue dispar, pero en todos los casos sombrío. Los varones están muertos o presos. La mayoría de las nenas fueron madres adolescentes, dejaron el colegio y se fueron a vivir con sus parejas o siguieron en las casas de sus madres. Como Johana. Si bien ella no era miembro de la “banda”, los conocía y con algunos tenía un vínculo cercano.

A mí me pegó y me sigue pegando muy de cerca el caso de Omar Cigarán (asesinado en febrero 2013 en un caso de “gatillo fácil”, donde el policía que le disparó, Walter Flores, fue absuelto este año por considerar que actuó en legítima defensa) porque se crió con Johana. Se conocían desde los ocho años, eran muy compañeros. Después de ‘Bebu’, del Josecito... Sé qué fue de sus vidas. Habíamos creado un vínculo en la plaza cuando la gente y los periodistas les decían “la banda de la frazada”. Y a uno le duele porque esos chicos no necesitaban que los escrachen. Ellos necesitaban ser escuchados por un Estado que los había abandonado. Yo digo que si el Estado hubiera estado presente esos chicos hubieran sido salvados de la vida que llevan hoy en día”, afirma Marta.

Durante la adolescencia, Johana logró tener un relativo orden a su vida. Quienes la conocieron en esa época la definen como una muchacha de carácter fuerte, vivaz, que solía estar de buen humor y se plantaba si algo no le gustaba. Cuando quedó embarazada abandonó el primer año en la Escuela N° 24 de Berisso, se juntó con su pareja e hizo un curso de peluquería. Marta muestra con orgullo el carnet que le dieron cuando se recibió. En la foto tiene el pelo negro con reflejos rubios. En otra imagen se la ve sentada en la cama del hospital, con una remera rosa y una sonrisa tímida que le ilumina la cara; a su lado, duerme su beba recién nacida. En otra, como en un juego de mamushkas rusas, está Johana de bebé, envuelta en ropa blanca. Esas son las tres únicas fotos suyas que quedan en la casa.

Pero en 2013 algo se quebró. En un impasse en su relación de pareja, Johana conoció a un hombre treinta años mayor y se fue a vivir con él. “En esa época adelgazó mucho y empezó a consumir pastillas y cocaína”, recuerda Marta. Al tiempo volvió con el padre de su hija, pero la herida ya estaba hecha. En cuatro años, la adolescente de carácter jovial se volvió una joven que respondía con lentitud y que por momentos parecía perdida. En una ocasión tuvo una crisis de abstinencia que terminó en el hospital y le impedía ver a su hija. Esta situación tenía muy preocupada a Marta. Nunca fue atendida por su problema de salud. Así llegó el 26 de julio. Ese día, el abandono estatal del que hablaba Marta en referencia a los chicos de la plaza, cayó con el peso de un yunque en Johana, su “Yoa”, su niña mimada, la que se duerme apoyando la cabeza sobre su regazo, aquella beba parió cuando ella misma era una niña a la que le faltaba un mes para cumplir los quince.

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Es domingo al mediodía, Marta limpió la casa y ahora prepara un guiso para el almuerzo. La vivienda es de material sin revocar y con pisos de cemento. Es amplia. Tiene una cocina comedor grande y tres habitaciones a las que todavía les faltan las puertas. La empezó a construir de a poco, con ayuda de vecinos, organizaciones y colaboraciones, después que un incendio convirtiera en cenizas la casilla donde vivía. Mientras pica cebolla le pide a su hijo de quince que vaya a comprar una garrafa porque se quedaron sin gas. En un sillón, su hija menor juega con un globo y los demás, de veintiuno, dieciocho, trece y ocho (que tiene un retraso madurativo) no están en la casa. Volverán para comer mientras ven el partido de Gimnasia en el televisor de 14 pulgadas que está sobre la mesa, uno de los pocos muebles que hay en la sala. Del respaldo de una silla cuelga una remera blanca con una estampa negra con la cara de Johana. En una de las habitaciones, junto a la cama, uno de sus hermanos escribió en un ladrillo: “Aparecé Yoa YA”.

En esta casa nada es lo mismo desde hace tres meses−, dice Marta y le pide a su hijo, que entra bomboleando la garrafa, que la conecte a la hornalla. El chico no sabe cómo hacerlo y sale a buscar a un vecino. En un suspiro, ella agrega: “¿Ves? Esas cosas las hacía mi hija”.

Si la Justicia provincial mostró falta de compromiso con el caso de “la Marita Verón de La Plata”, el Poder Ejecutivo no se esforzó en diferenciarse. Su accionar se redujo a un encuentro del Secretario de Derechos Humanos, Santiago Cantón, con Marta, que el funcionario resumió en dos tuits el 29 de agosto pasado en los que se lee: “Comprometidos con la búsqueda de #JohanaRamallo. Ayudanos a difundir”. Ni la gobernadora María Eugenia Vidal ni el intendente Julio Garro se comunicaron con Marta. El 9 de noviembre pasado, mientras las organizaciones que la acompañan transmitían desde una radio abierta en la puerta de la Gobernación, Marta presentó formalmente un pedido de audiencia con Vidal, que fue recibido por un funcionario administrativo pero que no obtuvo respuesta.

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El día en que Johana cumplió veinticuatro años –el 15 de noviembre pasado- se realizó una audiencia pública convocada por la diputada nacional Fernanda Raverta en el Congreso de la Nación para impulsar la búsqueda. Allí estuvieron presentes, entre otros, Nora Cortiñas, de la organización Madres de Plaza de Mayo línea fundadora; representantes de la Comisión Provincial por la Memoria (CPM); del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS); y de la Procuraduría de Trata y Explotación de Personas (Protex).

La Protex es un organismo que asiste a las Fiscalías de todo el país en el trámite de las causas por hechos de secuestro extorsivo, trata de personas y delitos conexos a la trata, creado en 2013 en el ámbito de la Procuración General de la Nación. Su titular es el abogado Marcelo Colombo, quien ha trabajado en numerosos casos, como el de Nadia Rojas en la Ciudad de Buenos Aires (hallada un mes después); o en el de Yamila Cuello, en Córdoba (que sigue desaparecida desde hace cuatro años).

 

Colombo asegura que no tiene conocimiento de que otros casos similares al de Johana hayan ocurrido en La Plata. Respecto de la investigación realizada en la justicia provincial, afirma que “Este caso revela un patrón de mala práctica judicial que es la desaparición de una chica, u homicidio en algunos casos, en situación que uno puede identificar claramente como de explotación sexual o de un circuito prostibulario o de una suerte de regenteo, y es como si se examinaran de modo separado, como si se descartara desde el inicio, como si fuera una muerte en la calle, común”. No obstante, destaca que “la causa se movió, uno ve que desde el día uno se tomaron medidas de prueba, no es que estuvo frenada. Lo que faltó es una perspectiva de género. Y nosotros estamos enmarcados en organismos internacionales y por lo tanto estamos obligados a tener una perspectiva de género”, subraya.

 

Para Colombo las denuncias anónimas y la de  Marta a la línea 145 fueron fundamentales para profundizar en la hipótesis de la desaparición por trata aunque no se descartan otras posibilidades. Algunas de las medidas solicitadas por la Protex al juez Ernesto Kreplak, que al frente del Juzgado Federal 1 de La Plata lleva adelante la investigación, tienen que ver con el llamado a declarar a las chicas que eran compañeras de Johana en la zona roja; el rastreo de su teléfono celular; la intervención en el caso de la de la ONG Acciones Coordinadas Contra la Trata (ACCT); o que la Dirección de Atención a la Víctima se entreviste con Marta para ver cuáles son sus necesidades inmediatas.

En Argentina no hay un registro fidedigno de cuántas personas se encuentran desaparecidas y están siendo buscadas por sus familiares. Recién ahora existe en el ministerio de Seguridad de la Nación un sistema federal de búsqueda de personas donde están intentando concentrar esa información.

Yo fui al Encuentro de Mujeres de Chaco y me fui pensando que era la única mamá, que la única hija desaparecida era Johana. Y no. Me di cuenta que mi dolor no es mío solo sino que es de muchas mamás más, que en Chaco también hay chicas desaparecidas. Hay un caso de una chica (en referencia a Mayra Benítez) que hace diez meses que está desaparecida también en una red de trata –señala Marta, y agrega que desde que le tocó a ella, el ritmo de su casa cambió completamente. Que en la semana anda de acá para allá y que los domingos son los días más difíciles, donde más siente la ausencia. Que su nieta, la hija de Johana, le reclama que traiga de vuelta a su mamá “y a mí se me está haciendo muy difícil”, reconoce. Y cuando parece que se va a quebrar, vuelve a mostrar la dureza de la madera con la que está hecha.

¿Tenés miedo?

Yo no tengo miedo porque lo peor que a mí me podía pasar ya me pasó y es que se lleven a mi hija. La prioridad es que me la devuelvan. Después voy a ir contra todos. Contra la fiscal, contra la policía. Ellos son tan proxenetas como los que me la sacaron.

*Si sabés algo de Johana o tenés algún dato para aportar, comunicate a los teléfonos 0221- 153040179 o 0221- 156188006, o a la Línea 145, en forma gratuita y anónima.

*Si sos víctima de violencia podés llamar a la Línea 144, desde cualquier parte del país.