Pocas horas después de las acostumbradas citas religiosas, el Papa se prepara para asistir al palacio apostólico. Como siempre, el Pontífice controla personalmente la agenda con los compromisos de la jornada. «Siempre lo he hecho así, la llevo en una carpeta negra, con la afeitadora, el breviario, la agenda y un libro de lectura» (de la conferencia impresa del papa Francisco el 28 de julio de 2013). Por la mañana está prevista la audiencia con el arzobispo Jean Louis Bruguès, bibliotecario y archivista de la Santa Sede. Pero la reunión más importante es al mediodía.
El Papa repasa con atención suscitas mientras lo aguardan en uno de los salones más inaccesibles y fascinantes del palacio. La estancia, decorada con estucos y tapices de inestimable valor, se encuentra en el tercer piso, entre el departamento del Pontífice, el que dejó vacío Benedicto XVI, y la Secretaría de Estado. Los cardenales que lo esperan conversan en voz baja reunidos en pequeños grupos. La tensión es evidente.
Están todos en la antigua Sala Bologna, la sugestiva sala de almuerzo papal frecuentada por Gregorio XIII (1502- 1585), con frescos de inmensos mapas terrestres y astrales realizados para dar la medida del ambicioso programa de su pontificado. No es una estancia cualquiera, fue allí donde la Iglesia realizó las reuniones más dramáticas de su pasado reciente: el encuentro sobre la pedofilia organizado por Juan Pablo II y desarrollado en abril de 2002 con la presencia de los cardenales estadounidenses, así como el encuentro con los purpurados eclesiásticos entonces desorientados después de la muerte del papa polaco.
La decoración se remonta al Jubileo de 1575, pero hoy es más actual que nunca ya que, de hecho, armoniza con el programa del papa Francisco, del mismo modo ambicioso y lleno de incógnitas porque está sostenido por el deseo del Papa de llevar la Iglesia al mundo y hacer frente a los negocios ocultos y los privilegios internos de la curia. La suya es una revolución firme y dulce que, no obstante, ha desencadenado una guerra sin reglas ni fronteras. Los enemigos del Pontífice son poderosos, hipócritas y oportunistas. El Papa hace su ingreso en una asamblea que se asemeja a un cónclave. Está el cardenal Giuseppe Versaldi, que dirige la Prefectura; más apartado, el cardenal Giuseppe Bertello, a cargo de la Gobernación; y Domenico Calcagno, presidente de la APSA. En resumen, están todos los pesos pesados que manejan el dinero y las propiedades de la Santa Sede.
Oficialmente, se va a aprobar el balance de ganancias y pérdidas de 2012, pero todos saben que es otra cuestión la que han de tratar. El papa Francisco ha anunciado súbitamente la intención de reformar a la curia. Ya en abril de 2013, a un mes exacto de su nombramiento, ha creado una nueva comisión que deberá ayudarlo en el gobierno de la Iglesia. Un consejo compuesto de ocho cardenales provenientes de varios continentes, constituido con el objetivo de romper con el excesivo centralismo de los purpurados residentes en el Vaticano (De los ocho cardenales, sólo uno reside en Roma, el cardenal Giuseppe Bertello, presidente de la Gobernación. Los otros provienen de Chile (el arzobispo de Santiago, cardenal Javier Errázuriz Ossa; de Honduras, el arzobispo de Tegucigalpa, cardenal Oscar Andrés Rodríguez Madariaga; de los Estados Unidos, el arzobispo de Boston, cardenal Sean Patrick O’Malley; de la India, el arzobispo de Bombay, cardenal Oswald Gracias; de Alemania, el arzobispo de Múnich, cardenal Reinhard Marx; del Congo, el arzobispo de Kinshasa, cardenal Laurent Monsengwo Pasinya; de Australia, el arzobispo de Sydney, cardenal George Pell.
Además, en junio de 2013, pocos días antes de la reunión reservada sobre el presupuesto de la Santa Sede, el Papa también creó la comisión pontificia concerniente al IOR, un organismo que, de hecho, representa la primera intervención del instituto después de los numerosos escándalos que lo tuvieron como protagonista. Si bien ya existía una Comisión de vigilancia del IOR, presidida en ese momento por el cardenal Bertone, para el Papa no era suficiente. «La Comisión —anunció el comunicado del Vaticano— tiene el objetivo de recoger informaciones sobre el funcionamiento del IOR y presentar los resultados al santo padre». En suma, el papa Francisco desea ver las cosas con claridad y escuchar a un nuevo órgano imparcial que se relacione directamente con él (El Presidente de la nueva estructura es el cardenal Raffaele Farina, archivista bibliotecario emérito de la Santa Sede, el Coordinador es el obispo español Juan Ignacio Arrieta Ochoa de Chinchetru, secretario del consejo pontificio para los textos legislativos, el Secretario es el monseñor Peter Brian Wells, asesor de asuntos generales de la Secretaría de Estado. Entre los miembros también se encuentran Mary Ann Glendon, ex embajadora de los EE.UU. en la Santa Sede y Jean-Louis Pierre Tauran, presidente del consejo pontificio para el diálogo interreligioso, el hombre que el 13 de mayo precedente anunció el habemus papam desde la Plaza de San Pedro).
Son señales explosivas para la curia. Sin embargo, todavía nadie ha comprendido bien los alcances del cambio. ¿El papa Francisco intervendrá sólo superficialmente y de un modo formal, con grandes anuncios mediáticos, o tratará de resolver los problemas de raíz, eliminando los centros de poder y combatiendo los acorazados? ¿Y en estos primeros meses de pontificado cuántos secretos ha conocido detrás del enorme movimiento de dinero en el Vaticano?
Los cardenales presentes en la reunión el 13 de julio de 2013 encuentran una respuesta inmediata en un fascículo reservado que se entrega a cada uno de ellos. Entre los documentos, el más importante es una carta de dos páginas que el Papa ha recibido una semana antes, el 27 de junio, de cinco auditores contables internacionales de la Prefectura. Este documento ha llegado al Pontífice fuera de todo protocolo. Como veremos, han sido sobre todo dos cardenales los que escucharon las preocupaciones de los auditores con respecto a la gestión financiera y decidieron transmitirlas al Papa, el fidelísimo Santos Abril y Castelló y el jefe de la Prefectura Giuseppe Versaldi. El contenido causa conmoción en los purpurados. Allí se indican todas las medidas de emergencia que se deben tomar para evitar la quiebra de las finanzas vaticanas. He aquí la carta, un documento hasta ahora nunca publicado.
Beato padre, […] Hay una total falta de transparencia en los presupuestos de la Santa Sede y de la Gobernación. Esta ausencia de transparencia torna imposible hacer una estimación elocuente de la verdadera posición financiera, tanto del Vaticano en su conjunto como de las entidades individuales que lo componen. Esto también implica que nadie pueda considerarse realmente responsable de la gestión financiera. […] Sólo sabemos que los datos examinados muestran un funcionamiento realmente desfavorable y sospechamos que el Vaticano en su complejo tiene un serio déficit estructural.
La gestión financiera general dentro del Vaticano se puede definir, en la mejor de las hipótesis, como deficiente. Ante todo, los procesos de planificación y determinación del presupuesto, tanto en la Santa Sede como en la Gobernación, no tienen sentido, a pesar de la existencia de claros requisitos definidos en los reglamentos vigentes. (Nota del editor: En la carta, los auditores destacan el enorme conflicto de intereses que se verifica en muchas oficinas donde no hay una clara separación de los cargos financieros. En general, esto implica que las mismas personas sean responsables de las decisiones financieras, de la ejecución de estas, del registro de las transacciones y de las comunicaciones a las autoridades superiores. En el mejor de los casos, se produce una limitación en el control de las irregularidades, en la identificación de los errores y de las oportunidades de mejoramiento, además de las formas de incrementar la eficiencia. No faltan los ejemplos: desde la gestión del enorme patrimonio inmobiliario hasta el Fondo de pensiones. «Estas carencias son bien visibles —prosiguen los auditores en la misiva al papa Francisco— en el sector inmobiliario, donde durante varios años los auditores externos han comentado negativamente el (ausente) sistema de control, las dificultades en la cobranza de alquileres y otras cuestiones pertinentes. Problemas similares existen en la fase de abastecimiento de bienes y servicios.También estamos preocupados por el Fondo de pensiones, para el cual no existen análisis actuariales profesionales»).
[…] Esta realidad parece sugerir que la actitud representada por la fórmula «las reglas no nos atañen» prevalece como mínimo en una parte del Vaticano. Los costos están fuera de control. Esto se aplica particularmente a los costos de personal, pero también se extiende más allá de este. Hay varios casos de duplicación de las actividades, allí donde una unificación podría garantizar ahorros significativos y mejorar la gestión de los problemas. (Nota del editor: Los auditores sugirieron al Papa proceder gradualmente, para evitar el aumento de las irregularidades: «Pero estaríamos más preocupados —prosigue el documento— si esta unificación se verificara antes de haber introducido un mejoramiento de la planificación, de la determinación del presupuesto, de los procesos de control y rendición de cuentas, porque de este modo se produciría la posibilidad de incrementar las graves pérdidas debidas a la irregularidad. Esto es aún más peligroso en la gestión de la liquidez y de las inversiones, además de la fase de abastecimiento, en la cual una mayor centralización de la gestión sería ventajosa, pero podría implicar grandes riesgos que no justificarían esa medida. En otros casos, nos parece que simplemente hay una resistencia a cambiar el modo tradicional de proceder, a pesar del enorme potencial a nivel del ahorro»).
No hemos logrado identificar líneas claras para seguir en torno a las inversiones del capital financiero.
Este es un grave límite y deja demasiado espacio para la discrecionalidad de los administradores, aspecto que, a su vez, no hace más que aumentar el nivel general de riesgo. La situación que es aplicable a las inversiones de la Santa Sede, la Gobernación, el Fondo de pensiones, el Fondo de asistencia sanitaria y otros fondos gestionados por entes autónomos debería ser inmediatamente mejorada. […] Los administradores deben asumir con claridad la responsabilidad de preparar el presupuesto y atenerse a él de un modo más realista y eficaz.
Sabemos que hemos presentado acuciantes y en algunos casos severos consejos y sugerencias. Sinceramente, esperamos que Vuestra Santidad comprenda que actuamos de este modo motivados por el amor a la Iglesia y el sincero deseo de ayudar y mejorar el aspecto temporal del Vaticano. Imploramos sobre todos nosotros y nuestras familias vuestra apostólica bendición, y nos confirmamos como humildes y devotos hijos de Vuestra Santidad.
Agostino Vallini, nombrado cardenal por Benedicto XVI y en 2008 sucesor de Camillo Ruini, como vicario de la diócesis de Roma, está pálido. Enseguida percibe el contenido explosivo de estos documentos. Al respecto, invoca la reserva: estas cartas «están bajo secreto pontificio —se apresura a recordar dirigiéndose al Papa—… Y esperamos que se mantengan… no de nuestra parte, pero sabemos…». Vallini se preocupa ante todo que nada se filtre a través de los muros. Es bien consciente de los efectos que estas noticias podrían tener sobre la opinión pública. El anciano cardenal se da vuelta lentamente y mira a los otros. Hay silencio y nerviosismo. La reacción es serena, pero la tensión, el desconcierto y el estupor son evidentes.
Los cardenales no conocían al detalle la gravedad de la compleja situación económica. En marzo del mismo año, durante las reuniones para el cónclave, se habían comunicado datos, relaciones y cifras, pero todo en forma muy fragmentaria y disgregada. Y habían sido precisamente algunos de los purpurados responsables de varios dicasterios los que difundieron las noticias, aunque estas eran tranquilizantes.
Además, ninguno de los cardenales estaba habituado a esta circulación impuesta de la información. Lo que el papa Francisco veía ante sus ojos era probablemente lo que se esperaba. Como buen jesuita, utilizará los documentos alarmantes recibidos de los auditores para hacer comprender a todos que a partir de ese momento nada será como antes.
Enseguida el santo padre toma la palabra. Un acto de acusación que dura dieciséis minutos interminables. Fueron palabras durísimas, pero expresadas por un Pontífice en una asamblea. Palabras que debían permanecer secretas, ocultadas por la gravedad del contenido y por la reserva más absoluta solicitada a todos los que habían tenido acceso a esa sala. Pero no fue así. Previendo los riesgos que debía afrontar la acción innovadora —sabotajes, manipulaciones, hurtos, coacciones, acciones de deslegitimación de los reformadores— alguien registró la denuncia del Pontífice; palabra por palabra.
De viva voz del Papa
En la sala impera un silencio absoluto. La persona que grabó la denuncia parte sin que nadie lo advierta. El audio es perfecto, la voz del Papa inconfundible. El Pontífice escoge un tono sereno y sobrio, pero firme y decidido. En su rostro alternan las expresiones de estupor y condena y otras de determinación e intransigencia. Se expresa en italiano, todavía titubeante pero claro del obispo de Roma, haciendo largas pausas entre una denuncia y otra.
Los silencios hacen aún más dramáticas sus palabras. El Papa desea que cada cardenal, incluso aquel que durante años haya tolerado todas las cosas, pueda comprender que ha llegado el momento de elegir de qué parte estar.
Es necesario esclarecer las finanzas de la Santa Sede y hacerlas más transparentes. Lo que ahora diré es para ayudar, y desearía identificar algunos elementos que seguramente los ayudarán en vuestra reflexión. En primer lugar, ha sido universalmente aceptado en las reuniones generales, [durante el Cónclave], que [en el Vaticano] se ha ampliado demasiado el número de funcionarios. Esto ha creado un gran dispendio de dinero que puede ser evitado. El cardenal Calcagno (nota del editor: Domenico Calcagno, obispo de Savona desde 2002 hasta 2007, secretario del APSA desde julio de 2007 y luego presidente desde julio de 2011, designado por Benedicto XVI como sucesor del cardenal renunciante Attilio Nicora. Es un hombre de la vieja guardia bertoniana, personaje controvertido) me ha dicho que en los últimos cinco años ha habido un 30 por ciento de aumento en los gastos para los funcionarios. ¡Esto no puede seguir! Debemos afrontar este problema.
El Pontífice ya tiene conocimiento del hecho de que gran parte de estas contrataciones tienen un origen clientelar. Estas personas son empleadas en nuevos proyectos de éxito dudoso o son fruto de sugerencias o recomendaciones. No es casual que en el pequeño Estado no haya una sola oficina de personal, como en todas las empresas privadas, sino varias que tienen una decena de miles de empleados. Hay catorce oficinas, que corresponden a otros tantos núcleos de poder en el mapa de la Santa Sede. El papa Francisco lo denuncia en un tono de crescendo muy lúcido que pone en evidencia la situación de alarma:
En segundo lugar, el problema de la falta de transparencia todavía está vigente. Hay gastos que no conllevan una claridad en los procedimientos. Esto se refleja —afirman aquellos con quienes he conversado (o sea, los auditores artífices de la denuncia y algunos cardenales)— en los presupuestos. Al respecto, creo que se debe seguir adelante en la labor de aclarar el origen delos gastos y las formas de pago. Por lo tanto, es necesario hacer un protocolo tanto para el presupuesto como para la última etapa, es decir, para el pago. Este protocolo se debe seguir con rigor. Uno de los responsables me dijo: pero vienen con la factura y entonces debemos pagar… No, no se paga. Si una cosa se ha hecho sin un presupuesto, sin autorización, no se paga. ¿Pero quién lo paga? [Aquí el papa Francisco simula el diálogo con un encargado de los pagos.] No se paga. [Es necesario] empezar con un protocolo, ser firmes. Aun cuando a este pobre encargado le hagamos hacer un mal papel, ¡no se paga! Que el Señor nos perdone, ¡pero no se paga! Cla-ri-dad. Esto se hace en la empresa más humilde y también debemos hacerlo nosotros. El protocolo para iniciar un trabajo es el protocolo de pago. Antes de cualquier adquisición o de obras estructurales se deben pedir al menos tres presupuestos que sean diferentes para poder escoger el más conveniente. Daré un ejemplo, el de la biblioteca. El presupuesto decía 100 y luego se pagaron 200. ¿Qué sucedió? ¿Un poco más? De acuerdo, ¿pero estaba en el presupuesto o no? Sin embargo, debemos pagarlo… ¡En cambio, no se paga! Que lo paguen ellos… ¡No se paga! Esto para mí es importante. ¡Por favor, usemos la disciplina!
El papa Francisco describió una situación caracterizada por la absoluta superficialidad en el campo económico. Era un escenario impensable. Estaba enfadado. Repitió siete veces «No se paga». Con una facilidad y una ligereza increíbles, durante mucho tiempo se desembolsaron millones, en pago de trabajos no presupuestados realizados sin las debidas verificaciones y con facturas incrementadas hasta lo inverosímil. Muchos se han aprovechado de la situación recibiendo incluso el dinero de los fieles, las donaciones que deberían haber estado destinadas a los más necesitados. A continuación, el Pontífice se dirigió a aquellos cardenales que presidían los dicasterios y que durante años habían administrado el dinero de la Iglesia con cautela, y a todos los responsables que no habían controlado como debían. Era un acto evidente de acusación, durísimo, directo y sin concesiones —incluso humillante para los prelados—, que destacaba aspectos que cualquier administrador que actúa en la más modesta realidad empresarial conoce y comprende muy bien.
El Papa clavó los ojos en el secretario de Estado Tarcisio Bertone. Fue un intenso intercambio de miradas. Quienes estaban sentados cerca del Pontífice no se percataban de la amistad e indulgencia que unía al cardenal italiano con Ratzinger, hasta el punto de ascenderlo hasta el vértice del poder en el Vaticano. Esa mirada expresaba la admonición del jesuita llegado a Roma desde el «fin del mundo». Después de tenerlo bajo sospecha en los primeros meses del pontificado, Francisco lo acusó, antes de destituirlo definitivamente (Tarcisio Bertone conservará el cargo de secretario de Estado hasta el 15 de octubre de 2013, cuando será sustituido por el cardenal Pietro Parolin).
De hecho, en el Vaticano la gestión de los recursos y del gobierno dependen de la Secretaría de Estado que en el papado precedente, justamente con la gestión de Bertone, había concentrado un poder sin igual. Un poder incluso superior al que tenía durante el papado de Wojtkyla, cuando el influyente cardenal venezolano Rosalio José Castillo Lara presidía la APSA, con el cardenal Angelo Sodano como secretario de Estado. Los mismos años que hemos reconstruido, a través de los documentos reservados de monseñor Renato Dardozzi, en el libro Vaticano S.A.
En el silencio absoluto que domina la sala, el Papa aborda finalmente las cuestiones más embarazosas:
Sin exagerar, podemos decir que una gran parte de los costos están fuera de control. Es un hecho. Siempre debemos vigilar con la máxima atención la naturaleza jurídica y la claridad de los contratos. Los contratos tienen muchas trampas, ¿no es cierto? El contrato es claro pero en las notas a pie de página está la letra pequeña —así se llama— que es una trampa. ¡Hay que estudiarlas detenidamente! Nuestros proveedores deben ser empresas que garanticen honestidad y que propongan el precio justo de mercado, tanto para los productos como para los servicios. Y algunos no garantizan esto.
La denuncia del Papa: «Todos los costos están fuera de control»
La situación económica heredada de Ratzinger y Bertone que ha sido descrita por los auditores y hecha propia por el papa Francisco es casi desastrosa y sin salida. Por una parte, prevalece la anarquía absoluta en la gestión de los recursos y del gasto que aumenta desmesuradamente; por otra, las oscuras vicisitudes clientelares y financieras paralizan todo cambio, obstaculizando las medidas ya tomadas por el Papa precedente.
Y quizá fue este el motivo que pudo haber inducido a Ratzinger a dar un paso atrás. Confiar el timón de la nave de Pedro a otros para romper las soldaduras de poder, superar una tempestad que podría comprometer definitivamente el futuro económico e incluso evangélico de la Iglesia. No es casual que Francisco, en su acto de acusación haya elegido ese punto de partida, los días dramáticos antes del cónclave, de las anomalías y de las preocupaciones surgidas en la vigilia de las votaciones para el nuevo Papa. Anomalías y preocupaciones que quizá lo indujeron a elegir el nombre del santo de los pobres, Francisco, el primer Papa de la historia.
Costos «fuera de control», contratos llenos de «trampas», proveedores deshonestos que endosan productos fuera de mercado. Hasta ayer era impensable que esta denuncia fuera expresada por un Pontífice. Si bien la palabra «gasto» es objeto de condena, la gestión de las «entradas», o bien de las donaciones y legados de los fieles, representa para el santo padre una cuestión aún más grave. Hay una total falta de «vigilancia sobrelas inversiones». Como veremos en el próximo capítulo, la pregunta es muy simple: ¿El dinero legado por los fieles termina en las obras de beneficencia o es engullido por los agujeros negros de las dispendiosas administraciones de la Santa Sede? La cuestión es decisiva y se profundiza.
El papa Francisco está muy preocupado, hasta el punto de acosar a los asistentes con un relato inquietante. La situación que le han descrito los auditores le recuerda a la Argentina de los años oscuros de la dictadura militar, de los desaparecidos, cuando descubrió que la Iglesia de Buenos Aires hacía inversiones verdaderamente perversas:
Cuando fui prelado provincial (Nota: Jorge Mario Bergoglio fue el más joven Superior provincial de la Compañía de Jesús en Argentina, desde 1973 hasta 1980) el administrador general nos habló de la actitud que debíamos tener con las inversiones.Y nos refirió quela provincia jesuita del país tenía un gran número de seminarios y hacía las inversiones en un banco serio y honesto. Después, con el cambio del administrador, el nuevo funcionario acudió al banco para hacer un control. Preguntó cómo habían sido elegidas las inversiones, ¡y se enteró de que más del 60 por ciento se habían destinado a la fabricación de armas!
Es necesaria la vigilancia de las inversiones, de la moralidad e incluso del riesgo, porque a veces esto tiene un gran interés (si está asociado a propuestas interesantes), entonces… No hay que fiarse, debemos tener asesores técnicos para esto. Se deben dar orientaciones claras sobre el modo y sobre quién hace la inversión, y hay que darlas siempre con cautelosa prudencia y con la máxima atención a los riesgos. Alguno de vosotros me ha recordado un problema por el que hemos perdido más de 10 millones con Suiza, por una inversión mal hecha. Además, es bien conocido que son administraciones satelitales [con inversiones no registradas en el presupuesto]. Algunos dicasterios tienen dinero por cuenta propia y lo administran privadamente. La casa no está en orden, y es necesario poner un poco de orden en ella. No quiero añadir más ejemplos que nos creen más preocupaciones pero, hermanos, estamos aquí para resolver todo esto por el bien de la Iglesia. Esto me hace pensar en lo que decía un anciano párroco de Buenos Aires, un sabio que tenía mucho interés por la economía: «Si no sabemos custodiar el dinero que se ve, ¿cómo podemos custodiar las almas de los fieles, que no se ven?».