Ensayo

Otros lenguajes para la universidad en la cárcel


Apuntes transuniversitarios

¿Con qué escritura se puede seguir el curso turbulento de los acontecimientos en una cárcel? La universidad tiene un género, el apunte. Marcos Perearnau, director del Centro Universitario San Martín, toma apuntes de una experiencia en constante transformación, sumamente veloz y evanescente. Una dinámica transuniversitaria, que saca a la universidad de su campus y la lleva a lo que no conoce, la conecta con su genuino deseo de saber. Una universidad sacada. Y al mismo tiempo, una cárcel fuera del encierro, girada, rotada, dada vuelta para encontrarle la vuelta.

Un cartel. Al ingresar al CUSAM hay un cartel escrito o apuntado a mano que señala: “Sin berretines”. Es una advertencia para quienes “bajan” de los pabellones a estudiar en el centro universitario. El cartel habla una lengua no universitaria, para decir algo fundamental. ¿Cómo empieza la universidad en la cárcel?

La universidad en la cárcel es, en un principio, aquello que no es: los no berretines. Un territorio donde no rigen los códigos del pabellón, donde se habla otra lengua y viene gente de la calle. ¿Qué sabe además quién está en el pabellón sobre la universidad? Que “no es para mí”; que ese encuentro no estaba en la narrativa de su vida, sí estaba terminar preso. Lo que tuerce al destino, es la organización.

Para comprender el mensaje del cartel es preciso hablar la lengua tumbera por última vez. Es una frontera interna que no pone la universidad, hecho fundamental, sino los propios estudiantes: si suspendo los berretines, accedo a la vida universitaria. Con los años entendimos que el mensaje del cartel tenía otra dirección, era también una advertencia para la propia universidad. Para poder darse en la cárcel, la universidad tiene que abandonar sus “berretines universitarios”. ¿Cuáles son nuestros berretines?

Ni giles ni preseros. El pibe que estudia con un “vigi” es gil. Y el “vigi” que comparte el aula con un preso es un “presero”. No estudiar con un “vigi” es un berretín de lxs pibes, del mismo modo que no estudiar con un “preso” es un berretín de los agentes del servicio penitenciario. Berretines de un lado y del otro. El CUSAM, la universidad también con sus berretines, abre ese espacio común donde tanto quienes están privados de su libertad como quienes trabajan en el servicio penitenciario pueden estudiar juntxs. La universidad no es la cárcel, es su interrupción.

é sabe además quién está en el pabellón sobre la universidad? Que “no es para mí”; que ese encuentro no estaba en la narrativa de su vida, sí estaba terminar preso. Lo que tuerce al destino, es la organización.

Papá trabaja en la cárcel. Mi hija de seis años cuenta en la escuela que su papá trabaja en la cárcel. Sus maestras con inquietud y sospecha se acercan para conversar conmigo después de un acto escolar. Quieren saber. Es cierto lo que dice mi hija, trabajo en la cárcel, en una universidad en la cárcel, hace más de diez años. Silencio. Está en José León Suárez, un Complejo Penitenciario construido sobre relleno sanitario del CEAMSE, Camino de Buen Ayre. La respuesta pareciera que termina con su curiosidad pero no con su sospecha. Quienes trabajamos en contexto de encierro: presos, trabajadorxs del servicio penitenciario, universitarios, compartimos un espacio social impugnado.

Zurcidores sociales. El año pasado visitamos un Instituto de Menores con un estudiante del CUSAM que hacía poco había recuperado su libertad. Más que visita, se trataba del primer encuentro que iba a tener Ezequiel, ahora como docente, con lxs pibes. Iniciábamos formalmente el programa ABC (Alto Bondi Cultural), donde graduados de la Diplomatura en Arte y Gestión Cultural son contratados como talleristas, con el objetivo de una doble prevención: dar trabajo a estudiantes en libertad y llegarle antes a lxs pibes con talleres. Estrategias para recomponer un lazo social desenlazado. Nuestro tallerista quiso vincularse primero con los cuerpos. Un lenguaje sin palabras pero no mudo, en silencio pero audible, que hablaba en los gestos de lxs pibes, en cómo se ubicaban en el espacio que nos asignaron para el taller. A la salida Ezequiel se saca una selfie. ¿Mirá dónde estoy mami? Volvía como docente al Instituto en el que había estado detenido en menores.

Vamos a jugar a su cancha. Facultad de Derecho de la UBA. Estudiantes del CUSAM van a presentar el libro que reúne su comentario de la ley de Ejecución Penal: el texto que fundamenta su encierro. Nervios y felicidad, “hoy jugamos en primera, vinimos a su cancha”, comenta Abel, presidente del centro de estudiantes. Sentados alrededor de una mesa de madera larga, lxs estudiantes señalan las distancias entre el deber ser de la ley y lo que efectivamente ocurre en la cárcel. Presentan propuestas concretas en una sala donde están reunidos jueces, trabajadores del servicio penitenciario, funcionarios del Ministerio de Justicia de PBA, estudiantes de abogacía, docentes, familiares de lxs estudiantes, Felipe y Martina, quienes coordinan el taller de Sociología Jurídica. Oscurece temprano en invierno, lxs estudiantes se retiran con la custodia. Volvemos con Diego Tejerina, graduado del CUSAM y actual coordinador de nuestro programa de acompañamiento posencierro, en el auto del juez Alejandro David. Hace apenas seis meses el juez David le otorgó la libertad, hoy viajamos juntos por la avenida Libertador.

Mi mamá dotora. Un siglo atrás, en 1903, Florencio Sánchez escribía M´hijo el dotor. Un drama rural sobre el conflicto generacional entre Julio, joven que va a estudiar medicina a la ciudad, y su padre campesino. El siglo XX depositó en la universidad la fantasía de la clase social ascendente como destino para los hijos. Pero en esta universidad, en el siglo XXI, hay un nuevo sujeto que son las madres. Primarias la mayoría, condenadas por “narcomenudeo”, son mamás que están estudiando una carrera universitaria en el CUSAM luego de haber criado o criando a sus hijxs y nietxs a la distancia.  Al final de la obra del dramaturgo uruguayo, Julio en vez de contraer matrimonio con Sara, se casa con Jesusa, hija de campesinos. Hay una alianza de clase. Mientras tanto en la unidad 47 se escribe silenciosamente Mi mamá dotora.

Lo primero que voy a hacer cuando salga de la cárcel. Todavía no hace una semana que Adri recuperó su libertad. Ahora vive en Merlo y su preocupación primordial es poder continuar su cursada en la calle. La lista de necesidades es interminable: iniciamos el trámite para solicitar una beca de estudios, una beca de movilidad, hacemos una nota para que pueda presentar ante la policía del barrio, porque la detienen cada vez que sale. Aclaramos que cursa la carrera de Sociología y trabaja en la cooperativa Las Casitas, formada por estudiantes en libertad. Notas al servicio penitenciario, a los juzgados, informes, solicitudes de beca, escrituras universitarias que ensayan salir de garante de otra vida. 

Quienes trabajamos en contexto de encierro: presos, trabajadorxs del servicio penitenciario, universitarios, compartimos un espacio social impugnado.

Nos están haciendo la guerra. Solicitamos al juzgado a cargo de Luis, estudiante del CUSAM, que le permita salir de la cárcel para asistir a un Curso de Formación Profesional que se va a dictar en la Escuela Secundaria Técnica de la UNSAM. El curso está orientado a la formación en gestión deportiva para proyectos barriales. Con Luis venimos conversando la necesidad de desarrollar una propuesta así dentro del CUSAM. La autorización de la jueza es la primera respuesta positiva en sus largos años de condena. Alegría y festejos con los compañeros. Pero, creyendo que habíamos logrado lo más difícil, la directora de la Escuela manifiesta su lógica preocupación por el impacto que va a tener en la comunidad de padres y madres que un estudiante del CUSAM, para algunos “un preso”, asista a la escuela de sus hijxs con custodia policial. Sabemos además que será una lucha diaria lograr que el servicio penitenciario respete ciertas condiciones: no ingresar con armas, que los guardias asistan vestidos de civil. 

El barrio recibe a la camioneta del servicio penitenciario con piedras. La mayoría de las veces sacan tarde a Luis de la unidad. “Nos están haciendo la guerra”. Durante una clase, el custodio que lo acompaña interrumpe el encuentro para manifestar que eso que están haciendo no sirve para nada. Sin embargo, sus compañeros de cursada y docentes lo contienen, se ponen de acuerdo para esperarlo para comenzar cada clase. Luis mantiene la calma y su posición de estudiante: “Ya son muchos años Marcos”.

Destierro, territorio y territorialización. El destierro era una de las formas antiguas de condena. A quien cometía un delito se lo encomendaba al exilio, se le quitaba la tierra, se lo expulsaba de la polis. La cárcel, sin embargo, no es “tierra de nadie”, se reterritorializa en barrios con su identidad. Quien sepa escuchar lo que suena en los parlantes de los pabellones, sabe de qué barrio se trata.

Rancho. En casi todas las oficinas de los directores y jefes de penal hay cuadros con réplicas de Florencia Molina Campos. Esos cuadros tienen un autor, se llama Juan Valenzuela, y se graduó de sociólogo con una tesis que analiza la práctica de los talleres artísticos en el CUSAM. “Mañanita fría”, “Hijo `el país”, “Tá juerte´l sol”, ilustraciones del almanaque de Alpargatas. Muchos de los trabajadores del servicio, nacidos en la provincia de Buenos Aires, traen imaginarios rurales. Con eso también trabajamos.

Perpetuas. Día a día la universidad disputa y ocupa un espacio dentro de la cárcel.  Del mismo modo que el tiempo universitario, sus carreras, cuatrimestres, épocas de finales y receso ocupan el tiempo de la condena. Arman una nueva agenda para quienes están privados de su libertad. Hace dos años los estudiantes organizaron un taller de perpetuas autogestionado. Básicamente se juntan a conversar quienes tienen perpetuas. A uno de ellos se le ocurrió que, además de charlar podían hacer un taller de pizzas.

Técnica infalible de pudrirla. Hay una técnica extendida, no conceptualizada quizás, para conseguir cosas en la cárcel. Lo primero que hay que hacer es pudrirla. Después negociamos.

La educación es salud. Lucrecia está enojada, hace una hora está en la puerta de la unidad junto con todo su equipo de Salud de la municipalidad de San Martín y no le dan paso. Hace un mes atrás iniciamos la campaña de HPV para prevenir el cáncer de cuello de útero. El Complejo Penitenciario es la cárcel con más mujeres en toda la provincia, hay 400 mujeres privadas de su libertad. Logramos ingresar. Estamos en los pabellones, pleno testeo y vacunación, cuando la enfermera de la municipalidad ofrece darnos al equipo de gestión el calendario completo de vacunación. Ponete la de tuberculosis, “vos también trabajás en la cárcel”.

Contacto. El contacto físico, el estar abrazados, abrazos prolongados entre familiares. Se extienden los abrazos más de la cuenta entre estudiantes, con estudiantes. Permanecer en un abrazo sin muchas justificaciones.

La cárcel no es “tierra de nadie”, se reterritorializa en barrios con su identidad. Quien sepa escuchar lo que suena en los parlantes de los pabellones, sabe de qué barrio se trata.

Estadio o técnica del espejo. Tenemos una conversación virtual con el Ministerio de Educación y Cultura de Uruguay. Participan de la charla Larry y Ángel, dos alfabetizadores del CUSAM. Larry cuenta su técnica del espejo: imita al estudiante en su forma de hablar “tumbera”, y en ese reflejo el estudiante se horroriza, no se reconoce. Desde ahí, señala Larry, empieza el camino de la alfabetización.

Del grillete a la grilla. ¿Cuánto le sale un preso a la sociedad? Distintas contabilidades se cruzan en la cárcel. El juez calcula el tiempo de la pena. Quien delinque calcula cuántos años le va a hacer. En las planillas de Excel, las celdas gestionan la vida de los “internos”. Tecnología del grillete que intentaba inmovilizar o restringir la movilidad del cuerpo. Tecnología de la grilla, cuadricular los espacios en la grilla urbana y cuadricular los tiempos. Once y ocho. Tres y cuatro. Así se nombra el tiempo de la condena, el largo de la sombra de las personas privadas de su libertad. Para el tiempo de la pena, el sujeto es culpable. Para el tiempo universitario, el sujeto es estudiante. De objeto de múltiples vulneraciones, a-restado y detenido, a un sujeto de conocimiento que habla una nueva lengua universitaria y es capaz de proyectarse en el barrio como territorio educativo.

Esto no es una cárcel. Ingreso al CUSAM con el inspector de la obra de ampliación edilicia. El encargado del puesto demora en darnos paso. Fastidiado, el inspector me confiesa que es suboficial de la fuerza, y así se presenta ante el joven que nos abre el candado. Nos recibe el nuevo ala del CUSAM: el edificio es el doble de lo que era antes. Hay un conjunto de rejas en el piso. Le advierto que ya arreglamos con el Ministerio para que no se coloquen en las ventanas que dan al patio interno. Hay estudiantes sentados en el pasto conversando, una pareja toma mate, otros están en la huerta, de fondo se escucha a la banda ensayando. Me señala con preocupación que “estos se olvidan que están en una cárcel”. Y pienso: la universidad está en la dirección correcta. 

Salidas más que entradas. O salidas y entradas. Fugas de un discurso académico y entrada en una zona en constante devenir. ¡Puerta!, gritamos para que nos den paso de una reja a otra para llegar al CUSAM. Una dinámica transuniversitaria, que saca a la universidad afuera de su campus y la lleva a lo que no conoce, la conecta con su genuino deseo de saber. Una universidad sacada. Y es al mismo tiempo abrir la cárcel, sacar el encierro. No tanto buscar por dónde se la puede poner cabeza para abajo, patas para arriba, sino cómo hacerla girar, rotarla, darla vuelta para encontrarle la vuelta. No es entonces la cabeza sino nuestra cintura, siendo la UNSAM una universidad conurbana, que rodea, que es capaz de cinturear los problemas. ¡No te comas la curva!, decimos. El camino de la universidad en la cárcel no es lineal ni recto, como la autopista del Buen Ayre, es con curvas, como el Río Reconquista que pasa por atrás del Complejo Penitenciario, cuya cuenca va desde Moreno hasta Tigre.

Que se vea la calle. Los juzgados de dos estudiantes autorizaron la salida solicitada para cursar una materia en el campus. Aguardamos que finalice la clase de Escritura. Queremos sacarnos una foto de este acontecimiento en la historia del CUSAM. Nos formamos en un abrazo general con la espalda hacia las paredes del aula, y uno de ellos propone que de fondo aparezcan las ventanas del edificio del IDAES que dan a la avenida 25 de Mayo. “Que se vea la calle”, afuera pasan los autos por la avenida sin semáforos.

Tomar apuntes. ¿Con qué escritura se puede seguir el curso turbulento de los acontecimientos en una cárcel, su a todo ritmo, su ánimo tan incierto e inestable como el clima? ¿Y en qué cárcel, la 48, la 9, Olmos, Devoto, si ninguna es igual a otra? ¿A partir de qué género? ¿con qué artefacto de escritura? La universidad tiene uno, uno que es previo al saber examinado en parciales y finales, muy anterior al género paper, que está referido a la propia construcción del aprendizaje: el apunte. Tomar apuntes en clase, bajar la oralidad a nuestra escritura más o menos inteligible, una escritura apurada para no perder la idea, mientras la caligrafía registra el paso del concepto por nuestro cuerpo. El apunte intenta introducirnos a la universidad. Es universitario y no lo es, no lo es todavía: el apunte aspira a entrar, a filtrar el conocimiento a través de la propia letra y la lengua que traemos antes de la universidad. Ejercicio de traducción. Llevarle el apunte a una experiencia en constante movimiento y transformación, sumamente veloz, evanescente e inasible que marca a fuego nuestras vidas. Menos que un ensayo, los apuntes son un género propiamente universitario y aún no universitario, al igual que la universidad en la cárcel que para darse debe conjugarse en esa contradicción. Apuntes sin distancia para crear una distancia en lo que está pasando. Apuntes para encontrar una dirección.