Ensayo

¿Hasta cuándo podrá el mar absorber CO2?


El océano y la atmósfera son contacto estrecho

Para tener una Tierra habitable necesitamos un océano sano. El agua retiene gran parte del dióxido de carbono que contamina el ambiente y es el hábitat de las ballenas, nuestras heroínas en todo este lío. Pero ni el mar ni la fauna marina podrán luchar contra el calentamiento global para siempre. ¿Entonces qué? Fragmento de Vida sumergida (Ed.La Pollera).

¿Te acuerdas cuándo fue la primera vez que escuchaste algo sobre el cambio climático? La verdad, no sé si sea un momento que quede grabado. En mi caso creo que fue en el colegio, cuando una de mis profesoras nos empezó a hablar sobre el efecto invernadero y explicó cómo lo estábamos intensificando con la quema de combustibles fósiles. Pero como nunca escuché un tono de urgencia en ella ni en mis pares, me costó entender la verdadera dimensión de lo que ocurría.

No han pasado tantos años desde ese día —bueno, sí, salí hace rato del colegio, pero para la escala humana no es nada— y ya no hablamos de cambio sino de crisis climática. Hoy, a las personas que somos ansiosas a secas se han unido aquellas que sufren de ansiedad climática, y creo que se debe a que entende- mos mejor las causas y efectos de la crisis (¿cómo pueden existir negacionistas del cambio climático?). Cada vez hay más noticias y material de divulgación que habla del tema, pero creo que seguimos pasando por alto el hecho de que el océano nos ha protegido de los efectos más devastadores de esta —tremendamente real— crisis climática.

El océano absorbe CO2

En el capítulo anterior te conté que el océano absorbe y transporta calor, lo que de por sí ayuda a mitigar el calentamiento global. Sin ir más lejos, de acuerdo a los datos de Ocean Conservancy desde el comienzo de la Revolución industrial hasta la actualidad el océano ha absorbido más del 90 por ciento del exceso de calor que hemos causado. ¿Recuerdas que el agua tiene una gran capacidad calorífica? Bueno, por el solo hecho de estar compuesto de ella, el océano mantiene las temperaturas globales a raya y, además, absorbe distintos gases de efecto invernadero como el dióxido de carbono (CO2). Antes de avanzar me detendré unas líneas en esto del efecto invernadero.

Cuando el sol calienta la Tierra, la radiación térmica alcanza la superficie terrestre y luego «rebota» hacia el espacio. Pero gracias a los GEI7, parte de esa radiación es retenida dentro de la atmósfera, porque estos gases tienen la capacidad de absorber calor y liberarlo a lo largo del tiempo. Es así como estos gases forman un invernadero vital de magnitud planetaria, sin el cual la Tierra sería muy helada para habitarla (se estima que sin este fenómeno su temperatura promedio sería de unos -18 °C).

A saber, el efecto invernadero es un fenómeno natural muy importante y los GEI siempre se han liberado sin intervención nuestra a través de la respiración de los seres vivos, de la descomposición y de las erupciones volcánicas, entre otros ejemplos. Si es algo natural, ¿por qué se ha convertido en un problema durante las últimas décadas? Porque a los seres humanos nos encanta quemar combustibles fósiles, que son una graaaan fuente de CO2 y otros GEI, y con nuestras comodidades y hábitos modernos hemos aumentado los niveles de dióxido de carbono en la atmósfera con el mismo descontrol con el que saldremos de fiesta cuando pase la pandemia. Todo esto ha intensificado, artificialmente, el efecto invernadero.

A lo anterior debemos sumarle el hecho de que no sirve de nada conocer las razones y causas de la crisis climática, si como humanidad nos caracterizamos por no escuchar la evidencia científica (así comienzan todas las películas apocalípticas: con personas ignorando la evidencia científica). A pesar de experimentar determinados efectos de la crisis, seguimos liberando muchísimo CO2 y otros GEI que alteran nuestra atmósfera. De acuerdo con la NOAA, el CO2 atmosférico llegó a 409,8 partes por millón en 2019, lo que representa el nivel más alto en, al menos, ochocientos mil años. Es más, la última vez que tuvimos niveles de esa envergadura fue hace tres millones de años, cuando la temperatura promedio del planeta era unos tres grados Celsius más alta que ahora y el nivel del mar estaba unos quince a veinticinco metros más arriba.

Pero si cada día que pasa quemamos más y más combustibles fósiles y liberamos más GEI, ¿cómo es que aún no vemos, literalmente, caer patos asados? ¿Por qué la temperatura de la Tierra no ha aumentado tres (terroríficos8) grados Celsius y el mar no está veinticinco metros más alto? ¿Es que acaso el calentamiento global es un invento de —inserte su líder conspirativo favorito—para poder controlar el mundo? Odio decepcionar a los amantes de las teorías conspirativas (mentira): todo se lo debemos al fitoplancton, que otra vez ha venido al rescate.

El fitoplancton secuestra CO2

Se calcula que de todas las emisiones de dióxido de carbono que hemos liberado a la atmósfera, casi un tercio ya han sido absorbidas por el océano. De acuerdo con un estudio publicado en la revista Science, solo entre 1994 y 2007 nuestro mar absorbió treinta y cuatro gigatoneladas de dióxido de carbono, lo que corresponde a un 31 por ciento del CO2 liberado durante esos años. Para que nos hagamos una idea, el equivalente en peso al CO2 que absorbe el océano serían dos mil seiscientos millones de automóviles Volkswagen Beetle ¡cada año!

Entonces, el océano absorbe una parte considerable del CO2 que liberamos, pero ¿cómo logra retener ese nivel de exceso?

¿Quiénes son los héroes anónimos detrás de esta historia? La respuesta te sorprenderá… O en verdad no, porque, en una pésima estrategia de marketing, lo dije en el párrafo anterior y es el subtítulo de esta sección. En fin. Esos héroes sin capa, responsables de la mayor parte del almacenamiento de CO2 en el océano son los organismos fitoplanctónicos.

Ya sabes que el océano y la atmósfera están conectados de manera íntima y se comunican todo el tiempo. Gracias al viento, al movimiento de las aguas y a las diferencias de presión, muchos gases se difunden entre ambos y es, en este intercambio, que el CO2 ingresa al océano, donde es usado por el fitoplancton —que lo incorpora en su maquinaria celular— para fabricar su propio alimento. Este bello proceso vital (terrible para quienes estudian Biología) ocurre alrededor de los primeros cien metros de la columna de agua, por encontrarse allí la luz necesaria para llevar a cabo la actividad fotosintética.

Cuando el fitoplancton muere, algunos son comidos y otros se hunden en el fondo del mar. Pase lo que pase, el carbono que incorporaron durante sus breves vidas se va con ellas. Este es el principal proceso de absorción, pues con él se transfieren, cada año, unas diez gigatoneladas de CO2 desde la atmósfera hacia el océano profundo. El fitoplancton juega un rol tan importante en el secuestro de CO2, que pequeños cambios en su crecimiento poblacional pueden afectar las concentraciones de dióxido de carbono atmosférico.

No solo el fitoplancton…

El océano también cuenta con fotosintetizadores distintos al fitoplancton. En las costas del mundo existen zonas —como las praderas de pastos marinos, los manglares y los bosques de algas— que capturan y retienen CO2, generando verdaderos sumideros de carbono azul (se le llama así al carbono que es extraído de la atmósfera y retenido en el fondo del mar). A pesar de ser más pequeños en dimensiones que los bosques terrestres, estos ecosistemas costeros secuestran carbono a un ritmo mucho más rápido y por más tiempo, lo que implica que si se dañan se vuelve a emitir una enorme cantidad de dióxido de carbono a la atmósfera, profundizando así los daños del calentamiento global. Para que entiendas su valor, a modo de ejemplo te cuento que las praderas de pasto marino pueden capturar, por sí solas, hasta ochenta y tres millones de toneladas métricas de carbono cada año, casi cinco veces más carbono que los bosques tropicales, según estudios del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA).

¿Ves? En el pasado la fotosíntesis nos permitió tener la atmósfera que conocemos, y hoy nos ayuda a mitigar la intensidad del calentamiento global limitando la cantidad de CO2 que anda dando vueltas en la atmósfera. Sin desmerecer tan admirables atributos, tengo que decirte que este proceso no lo es todo en la guerra contra la crisis climática, pues también hay animales marinos luchando en primera fila. ¡Así es, damas y caballeros!

¿Te imaginas cuáles son? Nada más y nada menos que las maravillosas, sensuales y gigantes ballenas.

Cuando un organismo terrestre muere (incluidos tú y yo), su cuerpo libera el dióxido de carbono que acumuló a lo largo de su vida. Por el contrario, en el océano los cadáveres de los grandes animales se hunden y ocurre lo que comenté antes respecto al fitoplancton: el CO2 se va con ellos y se almacena en el fondo del mar. Aunque solo es una pequeña parte del balance total de carbono del océano, los vertebrados marinos sí contribuyen al movimiento y almacenamiento de este, cumpliendo a cabalidad con una premisa sencilla: mientras más grande el animal, más dióxido de carbono absorbe.

Como imaginarás, entre los animales marinos que más carbono almacenan están las ballenas, y cuando mueren de forma natural sus cuerpos gigantes caen al fondo marino y se convierten en una nueva fuente de carbono azul. En términos de tamaño y potencial para almacenar carbono durante años o décadas, estos grandes cetáceos son los únicos organismos del océano comparables a los grandes árboles terrestres: cada ballena secuestra, en promedio, unas treinta y tres toneladas de CO2. Además de esto, «fertilizan» el océano cada vez que defecan, pues al hacerlo liberan nutrientes que propician el crecimiento del fitoplancton (sí, son tan extraordinarias que con el solo hecho de hacer caca están ayudando a mitigar la crisis climática).

La absorción de CO2 tiene un precio

Muy lindo todo lo que el océano hace por nosotros, pero ¿no deberíamos plantearnos si eso tiene un costo? Nuestro mar no puede absorber CO2 eternamente, y en la actualidad ya observamos desbalances químicos que generan consecuencias muy negativas para la biodiversidad marina. Un ejemplo de esto es la acidificación oceánica: cuando el CO2 ingresa al océano, reacciona con las moléculas de agua y se producen iones que la vuelven más ácida, lo que reduce su pH y afecta el desarrollo de larvas, la formación de esqueletos de carbonato de calcio (corales y moluscos, entre otros), e incluso puede llegar a cambiar el sabor de tus camarones favoritos.

De acuerdo con la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), la crisis climática ha generado una mayor estratificación de los océanos (las capas de agua no se mezclan con facilidad), alteración de las tramas tróficas, cambios en los regímenes de las corrientes oceánicas y un aumento de zonas libres de oxígeno. Junto con esto, se están observando alteraciones en los rangos geográficos de las especies marinas, y también en su diversidad y abundancia. En paralelo, los patrones climáticos están cambiando y los eventos climáticos extremos han aumentado en frecuencia, lo que causa alto impacto en los ecosistemas costeros.

Ahondaré en esta idea cuando veamos las amenazas que sufre el océano. Por ahora, quedémonos con que para tener una Tierra habitable necesitamos un océano sano. Las acciones que nos permiten reducir la huella de carbono son positivas para el aire que respiramos, pero también para nuestro mar, y su puesta en marcha exige cambios sociales y económicos profundos. No basta con que unos pocos decidan cambiar hábitos y costumbres; debemos hacer un esfuerzo colectivo, presionar a las autoridades y empoderar a nuestro entorno, porque solo juntos seremos una fuerza que no se detiene en la lucha contra la crisis. La acción climática es ahora, en conjunto.

1 Dentro de los gases de efecto invernadero se encuentra el CO2, metano, óxido nitroso, vapor de agua, gases fluorados y ozono.

2 Para la temperatura promedio global, subir tres grados Celsius puede sonar a poco, pero en realidad son terroríficos. Pensemos que es un promedio global y que en ciertas partes del mundo puede ser mucho más que tres grados. Además, hay un tema de escala temporal: a pesar de que la Tierra ya ha experimentado temperaturas más altas que las actuales, estas nunca habían variado tan rápido como hoy, lo que no les permite a los organismos adaptarse a tiempo. Ahí está el problema.