Ensayo

Implosión, una road movie de la Masacre de Patagones


Los cazadores de la nueva memoria

Rodrigo Torres y Pablo Saldías Kloster protagonizan una de las películas ganadoras en el BAFICI. Pero no son actores. Son sobrevivientes. Fueron compañeros de escuela, estaban en el aula aquella mañana de 2004 cuando “Juniors”, otro alumno, disparó 13 tiros. Llegaron al cine porque el director Javier Van De Couter los volvió a reunir y les propuso un juego de ficción: actuar que ambos salen a la ruta a buscar a Juniors, aunque sin saber bien para qué. Implosión es una road movie que ejercita un nuevo registro sobre la memoria de la Masacre de Patagones, las viejas masculinidades, las adolescencias partidas y las vidas que siguen aunque el dolor ocupe un primer plano.

Año 2014. Javier Van De Couter mira televisión y descubre a un sobreviviente de la Masacre de Patagones que habla. Rodrigo Torres cuenta, con un tono sereno, que le gustaría volver a estar cara a cara con Juniors. Que tiene muchas preguntas para hacerle. Conmovido, Javier busca a la madre de Rodrigo; de alguna manera le pide permiso para hablar con su hijo. Aunque Rodrigo ya no es un chico porque su adolescencia fue interrumpida, quedó en suspenso. Luego contactó a la madre de Pablo. Las dos coincidieron en que era un buen momento. Con 26 años, ambos tenían la necesidad de romper el silencio. Javier Van De Couter logró que Rodrigo y Pablo se reencontrasen. No habían vuelto a verse después de terminar el secundario, tras pisar por última vez aquella escuela. 

 

El martes 28 de septiembre de 2004 a las 7:30 am, en la escuela Islas Malvinas de Carmen de Patagones, un adolescente de 15 años entró al aula y disparó, con una pistola Browning 9 milímetros que le quitó a su padre, a ocho de sus compañeros. Tres de ellos fallecieron. Quien apretó el gatillo fue Rafael ‘Juniors’ Solich, el hijo de un suboficial de Prefectura Naval. Rodrigo recibió dos impactos de bala y tuvo comprometidos varios órganos, entre el hígado, el bazo, el riñón y los intestinos; Pablo tuvo lesiones en el pulmón derecho, el bazo, sufrió la fractura de nueve costillas y perdió un riñón. 

 

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Muchas veces se piensa que los sobrevivientes de un mismo hecho hacen el mismo duelo, pero no es así. En este caso, cada uno lidió con él a su manera. Pablo y Rodrigo eran dos puntos de vista sobre el mismo tema pero, en común, la figura ausente comenzó a crecer dentro del cuerpo de los sobrevivientes como un fantasma. 

 

Durante varios años los tres tuvieron charlas de café informales, conversaciones que iban por un rumbo desconocido. Un día compartieron un rumor: Juniors había estado por la zona, visitando a su abuela. Alguien lo había visto caminar por la orilla del río, en Ensenada. Ninguno sabía muy bien por qué ahondaba en el tema y que esos intercambios serían la materia prima de Implosión, la película que propone otro ejercicio de memoria sobre la tragedia escolar y acaba de ganar la Competencia Argentina en el último BAFICI.

 

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“Patagones es bonito como un beso de novia. En Patagones se puede escribir una novela de amor tan amoroso, que después de leerla, los amantes no escojan sino entre el suicidio o la felicidad”, escribió Roberto Arlt en En el País del viento: viaje a la Patagonia (1934).

 

Los 13 tiros que disparó Juniors en 8 minutos y causaron tres muertes fueron tema de los diarios del mundo. Una nota de la BBC incluía un mapa para graficar dónde queda aquel lugar, no como una búsqueda para encontrar un tesoro, más bien como un recurso para delimitar el territorio del horror. Los medios también señalaban a un pueblo donde Juniors era uno de esos 25.000 habitantes. 

 

Mientras trasladaban a los heridos y los medios locales comenzaban a llegar a la escuela, una señora residente llamó a su hijo para contarle lo que estaba pasando. Javier Van De Couter, actor, guionista y director de cine nacido en Carmen de Patagones, atendió el teléfono y se quedó conmocionado. Él ya no vivía ahí, su cuerpo estaba a 915 kilómetros del lugar, sin embargo, una parte suya se trasladó a esa bota que forma el Partido de Patagones. Como si esa bota aún calzara su pie que nunca abandonó la parte más austral de la Provincia de Buenos Aires. Todavía no era director de cine pero deseaba serlo. Sentía que esa película debía ser sobre el acontecimiento y ese territorio, esa “prisión geográfica”, como hoy le llama. 

 

“Carmen de Patagones marca tu modo de relacionarte con el amor pero también de qué manera sobrellevar la mentira”, dice Van De Couter mientras cuenta que le costaba encajar con los códigos del lugar pero no se animaba a ser fiel a eso que deseaba. Como tantos adolescentes de su generación, se fue acomodando para poder convivir con sus pares y ser parte de ese paisaje rural en el que era común que en las casas hubiera armas y las carneadas fueran un ritual para compartir entre hombres. “En la adolescencia me brutalicé. En un pueblo muchas veces te volvés el que los demás quieren que seas. Podés ser fuerte para no ser el débil, como mecanismo para estar a salvo. En los lugares chicos ese proceso es íntimo, no hay escapatoria.” 

Durante años, desde el llamado de su madre, Javier quedó movilizado y sentía el impulso de retratar la juventud de su pueblo tras una masacre cuyo responsable según los medios no tenía nombre, apenas era “el chico de 15”. Y cuando lo mencionaban ni siquiera lo hacían bien, ponían “Junior” en vez de “Juniors”, apodo que Rafael Solich recibió de chico por el fanatismo bostero de su padre. La ausencia de una letra confirma que los adolescentes siguen siendo invisibles como personas salvo cuando se convierten en la presa de las cámaras: monstruos o víctimas. 

 

En Patagones nadie quería hablar. El silencio se había vuelto parte de la postal turística por la necesidad de dejar atrás el hecho que lo estigmatizó como sinónimo de violencia. 

 

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La pregunta que repetía la prensa era “por qué”. 

 

Van De Couter no corría tras ese “por qué”, él quería entender la anatomía del odio. Sentía que la forma de acercarse al acontecimiento no podría ser la del documental, pero sabía que lo haría con el lenguaje que maneja: la ficción. Las alas de la ficción toman fuerza de las patas firmes del documental. Para hablar de la historia real, Van De Couter escribe un guión. Pero, ¿qué actor sería capaz de reflejar un sentimiento tan complejo o podría actuar esa particular masculinidad que él conoce de cerca porque la guarda también en la piel? La película adquiere una fuerza inquietante, una honesta intensidad al tener como mascarones de proa a dos de los protagonistas/víctimas de la masacre. Al entender que solo quienes vivieron ese horror pueden interpretarlo, el director abraza el documental en términos formales y también filosóficos. 

 

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Implosión logró que Rodrigo y Pablo se reencontrasen, le pusieran palabras al trauma de sus vidas y reconstruyeran la coreografía de la violencia de aquella tarde trágica. 

Cuando el director les propuso actuar de ellos mismos, Rodrigo y Pablo aceptaron porque veían en ese formato un refugio, una manera de protegerse. ¿Protegerse de qué o de quién? Rodrigo dijo que sí, sería un ensayo de su propia fantasía para saber si ese deseo de encontrarse con Juniors era real o no. Pero Javier también necesitaba distanciarse del hecho. Faltaba una mirada neutral, por eso llamó a Anahí Berneri para que sea la co-guionista. Ya habían trabajado juntos escribiendo a cuatro manos en Aire Libre (2014) y Alanís (2017). 

 

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Implosión arranca con imágenes de archivo sobre la Masacre teñidas de rojo: Rodrigo y Pablo, todavía adolescentes, hablan a cámara, son conscientes de las heridas que sufrieron sus cuerpos. Aparece una maestra, y un periodista le pregunta de qué sexo son los heridos más comprometidos: “Varones”, responde. Ese fragmento documental traza un nexo entre el pasado y el presente, muestra y así explica que los actores de la película son los sobrevivientes de la Masacre de Carmen de Patagones. 

 

Luego comienza la ficción: Rodrigo y Pablo, al frente de ese mismo aula, en una jornada de reflexión sobre convivencia escolar. Un alumno pregunta si la escena podría haber pasado en otro lado. Otro lanza al aire si es verdad que se burlaban de Juniors. 

 

Sigue la ficción, comienza la acción: apenas los sobrevivientes escuchan el rumor de que su agresor fue visto en Ensenada deciden hacer un viaje para encontrarlo. Hasta entonces, se bañan desnudos con otros amigos varones en el río. Hablan de las tetas de una mina y se revuelcan por la tierra dándose piñas. Los cuerpos dialogan a través de los golpes, la agresión como una manera de comunicarse. Salen de caza con un par de escopetas, disparan y convierten a una liebre en su presa. Salir de caza para no salir de casa. Todas las escenas dialogan con la supuesta hombría, con una forma de educación varonil propia de las pequeñas ciudades o los pueblos. De la caza de animales a la caza de Juniors. 

 

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Lo llamativo es que buscan a Juniors mostrando una foto de 2004, la de un chico de 15 años que ya no existe. ¿A quién buscan realmente? ¿A Juniors o a ese personaje oscuro que crearon los medios? Les cuesta hallarlo porque ninguno de los dos es tangible. Persiguen a una figura difusa. Implosión formula nuevas preguntas: ¿Qué pasa con la adolescencia interrumpida en las mentes de Rodrigo y Pablo? ¿A dónde se fueron esos años de vida? El director cruza dos generaciones: la de los sobrevivientes y la de unas chicas más jóvenes (Nina Vera Suárez Bléfari, Julieta Giménez Zapiola). En esa intersección Rodrigo y Pablo bailan lo que entonces no pudieron, transitan esa adolescencia que no tuvieron porque estaban recuperándose física y psicológicamente de una masacre. La ficción les permite jugar a ser otros sin dejar de ser ellos mismos. 

 

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Cuando Javier le preguntó a Rodrigo por qué le interesaba tanto hablar con Juniors, él respondió que quería saber si estaba bien. Era consciente de que su ex compañero, a diferencia suya, había tenido una infancia infeliz. 

 

¿Hacer la película reparó en alguna medida el trauma? Los protagonistas responden lo mismo: “la película es un regalo inesperado”. Pablo cuenta que el dolor nunca se le fue pero aprendió a llevarlo. 

 

En la ficción, Pablo está tirado en la cama con una amiga adolescente a la que conoció recién, en el camino. Ella le levanta la remera y descubre la cicatriz de esa herida del pasado. Pablo rápidamente se tapa la panza, mostrarla implica una desnudez mayor que quitarse la ropa. Mientras tanto, en el living de esa casa ocurre una fiesta con besos, cumbia, marihuana, whisky y cocaína. Por un rato, los protagonistas se permiten olvidar que están de caza. En una de las paredes hay una imagen que se los recuerda: el retrato de Juniors bocetado en negro y una frase: “Buscado”. 

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Minutos después, Rodrigo y Pablo hablan, confiesan, vomitan los recuerdos crudos y los caprichosos. Rodrigo cuenta emocionado que durante el tiroteo Pablo avanzó hasta el medio del aula para intentar salvar a un compañero. Pablo se sorprende, no fue ningún escudo humano, ningún héroe: justo antes se estaba cambiando de lugar e iba hasta su banco para seguir trasladando los útiles. 

 

¿Vos qué te acordás? le pregunta una de las chicas a Rodrigo. 


En ese momento tenía a este compañero que ya no está delante mío. Nos empezamos a reír pensando que era un arma de juguete.

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