Ensayo

La muerte de Kate Millett


La mujer que nos hizo feministas

Kate Millet irrumpió en el mundo con un feminismo que politizaba la vida cotidiana. En su libro más leído, Política Sexual, quedó claro entonces, en la década del 70, que el patriarcado es una de esas estructuras de poder, por medio de la cual los hombres dominan a las mujeres. Millet murió el jueves 7 de septiembre a los 83 años. La antropóloga feminista Mónica Tarducci recuerda su legado, que hoy se expresa muchas veces sin nombrarla.

 Fotos: http://catchingthewave.library.harvard.edu/

La muerte de Kate Millett, (1934-2017) además de causarme una profunda tristeza trajo de inmediato a mi memoria una de sus tantas frases chispeantes: “El amor es el opio de las mujeres, como la religión el de las masas”, muestra de una estrategia discursiva típica de  las feministas de su generación que interpelaban creativamente al marxismo.

Millet (así se  escribía su apellido antes de tener que cambiarlo por la demanda de alguien que se llamaba igual y no quería ser confundida) se había doctorado en filosofía en la Universidad de Oxford, pero fue también artista (escultora y cineasta), escribió una autobiografía Flying (traducida como En pleno vuelo) y otros libros que no alcanzaron la fama de Política Sexual, publicado en 1970 basado en su tesis doctoral.

En los años sesenta se unió primero al NOW (National Organitation of Women) y luego al grupo feminista radical New York Radicals Women.

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Formaba parte de un feminismo que, en palabras de la filósofa española Celia Amorós “Prefería esbozar utopías a corregir defectos del sistema. Tiene como trasfondo la sensación de los años sesenta de que el sistema estaba en crisis: era vencido por vietnamitas apenas equipados”.

En efecto, el contexto de resurgimiento del feminismo, en los años 60 y 70 del siglo pasado, es el  Mayo del 68 europeo y para los Estados Unidos, la desilusión con la presidencia de Kennedy, la guerra de Vietnam, el Movimiento de Derechos Civiles, el intervencionismo descarado de la política exterior, y de las persecuciones del FBI a todo movimiento emancipatorio.

Al mismo tiempo, la Revolución Cubana de 1959 daba esperanzas de liberación a todo el Tercer Mundo. En África y Asia, tenían lugar los procesos de descolonización y por todo el mundo aparecían nuevos sujetos políticos con identidades basadas en lo étnico, en la sexualidad y otros aspectos no considerados como “políticos” hasta entonces, como el movimiento negro, el de los nativos americanos, el movimiento estudiantil, los de identidad sexual entre otros…y por supuesto, el nuevo feminismo.

Las feministas no sólo radicalizaron las demandas liberales sino que llevaron las demandas feministas a las agrupaciones de izquierda, a los movimientos identitarios, a los sindicatos, al movimiento estudiantil… Su crítica a la izquierda tradicional e incluso al marxismo no las hacía  menos anticapitalistas.

Lo nuevo de este feminismo es que politiza la vida cotidiana. Como lo  afirmaba  Millett, en Política Sexual, el término política se refiere a estructuras de poder y se ejerce cuando un grupo de personas controla a otro. Quedaba claro entonces que el patriarcado es una de esas estructuras de poder, por medio de la cual los hombres dominan a las mujeres y los hombres mayores a los jóvenes y los niños/as.

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Este feminismo de la Segunda Ola hace que cuestiones antes consideradas del ámbito doméstico y de la privacidad del hogar, pasan a discutirse públicamente, a considerarse políticas, como la sexualidad, el aborto, las relaciones de poder dentro de la familia, la violencia contra las mujeres, la maternidad, por citar algunas. Nunca como antes se estaban empujando los límites de lo político. Lo personal es político, se afirmaba.

En ese sentido, me gustaría rescatar del texto de Kate Millett, dos cosas muy importantes. En primer lugar, la idea de que la dominación y subordinación entre los sexos creó  una ingeniosa forma de colonización interior por medio de la cual las mujeres no se ven como oprimidas porque han sido completamente aculturadas en esa opresión al punto de defender a los hombres que son sus amos. El dominio sexual es la ideología más generalizada de nuestra cultura y provee el concepto más básico de poder, afirmaba. En segundo lugar, y en relación a lo anterior, su concepción de la violencia hacia las mujeres como un mecanismo que se ejerce hacia ellas cuando falla el consenso generado por las formas de socialización. El patriarcado entonces recurre a la violencia física, las violaciones, las mutilaciones sexuales, la reclusión, etc. Es interesante que, como muchas cosas de la historia del feminismo, ésto no se recuerde y hoy aparecen afirmaciones parecidas, expresadas de manera más sofisticada, que no referencian a las pioneras como Kate Millett.

En tren de rescatar habría que agregar que para Millett la unidad fundamental del patriarcado, (que para ella es universal si bien cambiante históricamente), es la familia, cuya función es la socialización temprana y diferencial de niños y niñas y el mantenimiento de las mujeres en un estado de subordinación.

Como muchas feministas de su época, Millett cuestionaba las dos formas que adquiría  la heterosexualidad: la mujer sexualmente pasiva del psicoanálisis  y la mujer liberada del movimiento contracultural. Ambas sostenían un modelo de sexualidad opresiva para las mujeres. Y como otras, era muy crítica de la “revolución sexual” que no permitía ver la diferencia de poder entre varones y mujeres. En una época en que la “revolución sexual” era oponerse a la represión y al puritanismo, no había ninguna mención a la construcción social de la sexualidad, menos aún una crítica a la manera en que eran representadas las mujeres en la pornografía por ejemplo. Era un anatema pensar siquiera que un autor o cineasta podía ser de izquierda y misógino. “El coito no tiene lugar en el vacío” afirmaba Millett.

Una de las tres partes de Política Sexual es el análisis de las obras literarias de T.H. Lawrence, Norman Mailer, Henry Miller y Jean Genet. En ella critica por ejemplo, el lenguaje utilizado por Miller y Mailer en sus novelas, el desprecio por las mujeres, la manera en que describen el coito, donde siempre es una batalla violenta contra el cuerpo de las mujeres que son mostradas como bestias hambrientas. Son hombres que escriben para hombres sobre lo que ellos piensan que es la sexualidad de las mujeres.

Hija de tiempos con horizontes revolucionarios que parecían muy cercanos, nos dejó sus ideas visionarias. Como muchas historiadoras del feminismo rescatan, su libro fue el primer intento serio de teorizar acerca de la situación de las mujeres.

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Como las grandes, (como Simone), opinaba exponiéndose en una primera persona muy potente. Siempre se refería con cariño a su único marido, un artista japonés con el que vivió diez años, luego de haber tenido relaciones con mujeres, relaciones a las que volvió luego de su separación.

“Conozco el amor heterosexual y el homosexual, y como lesbiana he conocido la persecución, la maledicencia y el maltrato. El amor ha sido el opio de las mujeres, como la religión el de las masas. Mientras nosotras amábamos, los hombres gobernaban. Tal vez no se trate de que el amor en sí sea malo, sino de la manera en que se empleó para engatusar a la mujer y hacerla dependiente, en todos los sentidos. Entre seres libres es otra cosa”.

En los años ochenta del pasado siglo, las feministas chilenas voceaban “¡Democracia en el país y en la casa!”; que al poco tiempo le agregaran “¡y en la cama!” es un legado de las preocupaciones de Millett. No es casual, cuando se investiga sobre feminismos latinoamericanos, siempre aparece la referencia al texto fundacional Política Sexual: copias mimeografiadas y fotocopias, ya sea en su idioma original o fragmentos traducidos por las militantes, aparecen en los archivos personales de nuestras feministas de los años 70 y 80 del siglo XX. Y siempre aparece, recuperado a través de la historia oral o del escrutinio de sus propios textos, el impacto que tuvo en la vida de las mujeres que lo leyeron con avidez. Para muchas feministas argentinas fue un aporte intelectual fundamental.

Como todo clásico se va a seguir leyendo, pero inseparable de la experiencia de vida de su autora, que nos deja a las feministas eso intransferible que es la alegría del “nosotras” en la lucha. Un nosotras sin fronteras (como debe ser todo movimiento emancipatorio) “La internacionalización del feminismo es una gran esperanza para todos, es lo que nos vincula con las mujeres de Nicaragua, de El Salvador, de Francia, de España”, afirmaba en 1984, mientras denunciaba el intervencionismo norteamericano en América Central.

En épocas de devastación como la que vivimos es bueno recordarla para no perder  “el asombro, el alivio, el bálsamo de una tranquilidad nueva: el placer de la libertad, el gusto fresco en la boca, su luz en los ojos” que nos hizo feministas.

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