Comunidad Anfibia


La mecánica de una rutina insoportable

Los días después, el primer trabajo como directora y dramaturga de la actriz Victoria Almeida, retrata los últimos días de convivencia de una joven pareja a la que el tiempo, la monotonía y la cotidianeidad han desgastado. ¿Cuánto se puede soportar el tedio de la rutina? Dolores Blasco, lectora anfibia de pluma exquisita, reseña esta obra que se presenta los viernes en el Camarín de las Musas.

los días después

 

Por: Dolores Blasco

 

Viernes por la noche a las 21hs dan sala en el Camarín de las Musas para la obra Los días después. Desde el momento que nos reciben en la puerta hasta que nos vamos acomodando en nuestras butacas, ingresamos al universo narrativo de la obra: algo está pasando en el escenario. Como en una especie de coreografía, una pareja que gira besándose intensa y apasionadamente. Las luces empiezan a apagarse, la música se corta y nos preparamos para ver qué sucede con esa pareja después… y ahí la primera pregunta que se nos presenta: ¿después de qué? Antes, los besos y la pasión. El después es lo que veremos.

 

Los días después es la primera obra como directora y dramaturga de  la actriz Victoria Almeida. La obra da cuenta de lo que serán los últimos días de convivencia de una joven pareja interpretada por Guadalupe Docampo y Hernán Grinstein – Ana y Ernesto–, a quienes creemos que el tiempo, la rutina, la cotidianeidad y entre otras tantas cosas ha agotado y desgastado.

 

Luego de esos apasionados minutos iniciales, la crisis ya está instalada en el aire. Desde que amanecen hasta que se van a dormir todo está bañado por la rutina. Una rutina que pesa y se vuelve cada vez más insoportable. Como las piezas que pasan en la cadena de montaje, las acciones se van sucediendo sin siquiera pensar qué es lo que está sucediendo. Cada movimiento es una pieza más del engranaje, que en cualquier momento puede estallar.

 

La directora elige dar cuenta de este desgaste, cómo presenta esta crisis y cansancio que invade la casa que comparten Ernesto y Ana. Lo físico predomina sobre el texto– en el sentido clásico del teatro– y se vuelve  el recurso ideal para dar cuenta de estos cuerpos  gastados y oxidados de esa monotonía asfixiante. Si bien no hay palabras, el cuerpo habla y esos movimientos irritan. Todo queda mecanizado. Desde el  desayuno que se convierte en un rito cronometrado hasta las cenas, ellos hablan– emiten palabras sería más acertado decir– pero no se comunican.

 

La obra hace una coreografía de esa insoportable convivencia, y es justamente ahí donde el teatro físico es el mejor medio de expresión. Lo que las palabras no dicen, el cuerpo lo expresa. En este punto se nota el intenso entrenamiento por parte de los actores,  a quienes su formación previa dejó también marcas en sus desplazamientos.

 

En el teatro – cualquiera sea su expresión– el movimiento está siempre está presente.  Pero lo que distingue al teatro físico es justamente que este lenguaje es el medio de expresión predominante sobre otros también presentes en la escena. 

 

A partir de una puesta en escena basada en la repetición – y haciendo hincapié en el lenguaje físico –, los actores van configurando una trama circular mientras se van moviendo y desplazando por el escenario, siendo la cama el punto del que se parte y al que se vuelve. La escenografía -movible por momentos - los acompaña y hasta encierra. Toda esta escenografía se va deslizando gracias a la presencia en escena de Ary Pardal y Pablo Aguierre, quienes como espectros que habitan el espacio marcan los tiempos, las luces y los movimientos.  Son un espejo  o  un reloj: como la pareja, sus movimientos se han mecanizado.

 

El cuarto, la cocina, el living, el baño, cada objeto que tocan se vuelve una especie de campo minado en el cual hay que moverse con cautela. Cada paso en falso puede hacer estallar la bomba. 

 

Las preguntas persisten a lo largo de la obra: ¿hasta dónde llega esa rutina? ¿Cuánto se puede soportar? ¿Y después...? Quizás en esos días mecanizados, en los que el soportarse es la condición para seguir juntos, cuesta recordar qué es lo que los mantiene unidos.

 

Ante el agobio de la rutina, para Ana sus sueños parecen ser el único espacio de escape: las sábanas se convierten en inmensos mares que contrastan con el encierro del departamento.  Como la calma que antecede a la tormenta, Ana se libera y comienza su viaje y con ella los espectadores nos relajamos, pero solo por un momento: al despertar se vuelve a lo mecánico, a la ruptura, a esos gestos vacíos y automatizados que significan nada. Anhelamos el estallido final, ese encuentro donde cada personaje diga su verdad y llegue el desahogo, y ahí se vuelve nuevamente a  la pregunta, ¿Cuánto se puede aguantar? Pregunta que invade la escena y la guía.

 

La obra la podemos ver todos los viernes a las 21hs en el Camarín de las Musas (Mario Bravo 960). Las entradas se pueden reservar y comprar en la página del teatro, por Alternativa Teatral o mismo en la boletería de El Camarín. Eso sí, a reservar con tiempo porque se agotan.