Por: Ezequiel Boetti
Nic Pizzolatto era uno de los tantos nombres de la literatura norteamericana contemporánea desconocidos por estas tierras. Su prosa tan seca y aplomada como directa y precisa corporiza una narración concisa y siempre al servicio de la creación de mundos marginales. Encuentra filiación directa con un amplio abanico de escritores, desde Dennis Lehane hasta Cormac McCarthy. Podría suponerse que aquel mérito fue a la vez su peor condena: era, para muchos, demasiado parecido a otros. Pero un par de años atrás volvió al ruedo con otro policial, en este caso con forma de guión para televisión, cuyo nombre quizás resuene en los tímpanos de varios: True Detective. Estrenados entre enero y principios de marzo de este año en HBO, sus ocho capítulos se convirtieron en un éxito inmediato, con más de diez millones de espectadores en su última emisión. Fue uno de esos furores virales tan propios de la actual era dorada de las series norteamericana: millones -¿cientos de millones?- de usuarios colapsaron el sitio del canal premium.
Pizzolatto tocó el cielo con las manos y recibió una atención generalizada: se convirtió de la noche a la mañana en una auténtica estrella mediática. Obligó a muchos a prestarle atención a los antecedentes de este joven oriundo de New Orleans. Y lo que había inmediatamente detrás era Galveston, su segunda novela (la primera es Between Here and the Yellow Sea, de 2006), fechada en 2010 cuando la historia de los detectives Rust Cohle y Marty Hart era apenas un esbozo del éxito mundial. Ahora Galveston fue editada en Argentina por Black Salamandra hace algunas semanas.
Es cierto que libro y serie fueron concebidos para diferentes instancias de consumo -más allá de que ya está en marcha la adaptación cinematográfica del primero-, pero es innegable la presencia de patrones comunes que los convierten en eslabones salidos de una misma matriz creativa, funcionando una como expansión de la otra. Allí están, entre otros, la recurrencia de esos personajes cargados de misticismo que hacen de la soledad una costumbre, la percepción constante de la felicidad como bastión inalcanzable, la errancia como norma adquirida y forzada antes que voluntaria y natural. Y sobre todo esas geografías sureñas extrapoladas de lo terrenal para convertirse en no-lugares ominosos en los que todo parece ser posible: “Una cualidad básica del sur es que todo está oculto”, se dirá.
La locación es otra vez el sur profundo de Estados Unidos, más precisamente la localidad texana del título. Galveston es el bálsamo idílico en medio del mundo salvaje e inhóspito habitual para ese matón (“Un auténtico profesional y no un sicario de medio pelo”, se define) que es Roy Cody. Solitario desde su última separación, quejumbroso, fumador compulsivo, víctima de un alcoholismo incipiente y atravesado por una “filosofización” de lo cotidiano, Roy rinde cuentas a un jefe del cual desconfía. La sensación se hará realidad cuando un operativo devenga en emboscada. Tiempo de huir, entonces, pero no solo, sino con una joven prostituta (Rocky) rescatada durante la balacera. ¿Por qué decide incorporarla? ¿Cómo es posible que no refunfuñe ante la incorporación de la hermana menor de Rocky al grupo? ¿Con qué motivación suma responsabilidades cuando a duras penas carga con la mochila de su existencia? Pizzolatto es lo suficientemente elusivo como para jamás entregar respuestas unívocas, sino que, por el contrario, construye a su protagonista en el delicado equilibrio entre interés sexual manifiesto y el instinto paternal. En ese sentido, y tal como ocurría con Rust Cohle de Matthew McConaughey en True Detective, da la sensación de que Roy es un buen tipo parapetado detrás de otra personalidad mucho más rugosa generada por las imposiciones del sálvese quien pueda constante al que lo ha sometido su contexto.
A partir de esa anécdota, Galveston se estructurará como un relato de viajes atravesado por situaciones dignas de los noir más clásicos, todo motorizado por una exploración narrativa del par huida/búsqueda de venganza de un hombre que, como aquellos héroes clásicos, sabe que más temprano que tarde su destino será inexorable. Porque podrá estar solo o acompañado, pero Roy sabe que la muerte estará esperando justo ahí, a la vuelta de la esquina.