Ensayo

La nueva programación de Pakapaka


Escenas de una batalla cultural animada

La programación de Pakapaka se volvió una cuestión de Estado para diferenciarse de un supuesto “giro woke” de los dibujos animados. Pero tal fue la polémica que hoy el lanzamiento está en suspenso. La idea original de LLA era convertir al canal en una usina de chicana política: la oferta es un combo de demagogia otaku y propaganda anticomunista mormona. Desde Disney hasta el manga japonés, Tomás Eliaschev repasa distintas escenas de la batalla cultural animada y se hace una pregunta: ¿en qué momento la ultraderecha se obsesionó con los dibujos animados?

Los dibujos animados son una cuestión de Estado para el Gobierno. El anuncio de la nueva programación de Pakapaka fue la forma de reaccionar a un asunto que los interpela en lo más íntimo. Reaccionan a todo lo construido anteriormente por la señal infantil pública y, a la vez, se diferencian del “giro woke” de Disney y los principales estudios estadounidenses que desde hace un tiempo comenzaron a mostrar mujeres más empoderadas, representaciones LGBT+ y enfoques menos racistas. Para esto, el Gobierno ofrece un combo de demagogia otaku y propaganda anticomunista mormona hecha en Utah como los productos destacados de un canal estatal educativo que pasará a ser usado en clave de chicana política.

La última publicación en las redes de Pakapaka promete “una nueva programación pensada para divertir, sorprender y acompañar a chicos de hasta 12 años (…) sin bajada de línea ideológica y poniendo el foco en los valores”. En principio, las novedades se iban a poner en marcha a partir del 20 de julio, con las vacaciones de invierno. Sin embargo, en medio de las internas entre distintos sectores del Gobierno, por ahora, el lanzamiento quedó en stand by.

Bajada de línea desde Utah

Tuttle twins fue la novedad que más llamó la atención de la nueva programación de Pakapaka. La serie fue creada en 2021 por el estudio Angel Studio, originado en Utah, el estado donde manda la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, es decir, los mormones. Uno de ellos es Connor Boyack, abogado y líder del grupo Libertas Institute, cuyo eje es la guerra contra la influencia marxista de las escuelas y de Hollywood para lo cual creó una plataforma de propaganda militante a través de la literatura infantojuvenil y dibujos animados.

Los personajes estrellas, tanto en los libros como en las pantallas son dos mellizos —Ethan y Emily— que junto a su abuela Gabby, una exiliada cubana y dueña de una silla de ruedas mágica, emprenden viajes a lo largo del tiempo y del mundo para conocer distintos personajes históricos. Milton Friedman, Friedrich Hayek y otros pensadores neoliberales desfilan en cada capítulo.

En un episodio los mellizos llegan a Atlántida, el mítico continente hundido debajo del mar, pero justo antes de la catástrofe. Por todos lados hay carteles publicitarios sobre la Brigada del Balde, un grupo que se encarga de solucionar el problema de inundación que acecha a la ciudad. Cuando aparecen estos personajes, apenas pueden sacar un balde mientras el agua sigue avanzando. Y piden una contribución. Para completar la metáfora de un Estado populista que cobra impuestos y no hace nada, los personajes hablan con acento rioplatense. “¿Por qué todos en Atlántida suenan como si fueran de Argentina?”, pregunta uno de los nietos. “La verdadera pregunta es por qué todos en Argentina suenan como si fueran de Atlántida”, le contesta. En la versión original, en inglés, son canadienses, país al que Trump considera comunista.

El villano de la serie es, para sorpresa de nadie, Karl Marx, a quien se lo puede ver robándole a una niña —enemiga de los mellizos— que es su fan. Ella es Karine, hija del dueño de la feria de diversiones, que para ganar las elecciones del club infantil emite tickets sin parar, generando un proceso inflacionario. Está presente, en todo momento, el punto de vista de la organización política Libertas Institute, que forma parte del ala más reaccionaria del Partido Republicano estadounidense. La serie dedica capítulos a temas como Corea del Norte o la Revolución Cubana. Uno de los episodios es propaganda de una criptomoneda. En otro cuestionan la importancia de la escuela y la universidad (hasta aparece Albert Eistein relativizando, valga el término, la relevancia de la institución escolar). Cuando hablan de la familia, apuntan contra los hijos de madres solteras que, por haber crecido sin una figura paterna, son estigmatizados como posibles delincuentes.

La serie carece de cualquier sutileza y las bajadas de línea no dan respiro. La presentación de los temas es totalmente unilineal, sin matices y presenta los hechos de forma maniquea sin ningún disimulo ni intento narrativo de contar algo, más allá de su intento permanente de adoctrinamiento.

El primer contacto público entre Milei y el creador de los libros y de la serie se produjo hace unos meses, cuando Connor Boyack publicó un posteo en X mostrando su último libro, Los mellizos Tuttle y las medallas al mérito. Allí contaba que la historia es protagonizada por un adolescente que se enoja con su profesor marxista de educación física porque había organizado una carrera donde todos ganaban una medalla. El joven, que no es otro que un Milei en sus años de estudio, tira el premio al suelo al grito de “¡afuera!”. El presidente vio el posteo y lo replicó en su cuenta.

A los pocos meses Boyack le vendió al Estado argentino doce capítulos de 25 minutos cada uno de pura propaganda anti estatal hecha en Utah por 8 mil dólares. Todo ganancia para la fracción política ultraderechista que recibió dinero de los contribuyentes de un país lejano del sur para hablar en contra del pago de impuestos y propagandizar su línea política que, por ahora, está sólo disponible en YouTube y en la plataforma de streaming de Angel Studios.

Si algo se nota en Tuttle twins es que la serie fue hecha en espejo a La asombrosa excursión de Zamba: un formato con viajes por el tiempo y el espacio para que se generen momentos educativos donde aparecen personajes históricos que dialogan con los protagonistas. La novedad es que ahora, la gestión mileísta busca resignificar al personaje insignia del canal fundado en 2010. “¿Y Zamba? Tranquilos… lo estamos arreglando, y muy pronto habrá sorpresas que van a dar que hablar”, señalaron sin mayores precisiones. Hasta ahora trascendieron dos imágenes: una en la que se lo ve con un tono de piel más claro y con un perro al estilo Hanna Barbera, un dibujo que se aleja del estilo habitual, y otra en la que aparece Julio Argentino Roca.

Varios funcionarios y trolls oficialistas festejaron que haya un capítulo sobre Roca como una suerte de chicana contra sus enemigos políticos, desconociendo que la diferencia entre Zamba y los mellizos, aparte de cuestiones elementales de calidad estética y narrativa, es que en la serie insignia de Pakapaka no hay una bajada de línea cerrada, como se puede apreciar en la forma en la que muestran a figuras como Domingo Faustino Sarmiento, o, en el capítulo dedicado a la Revolución Industrial, Adam Smith y Carlos Marx.

Ya en campaña, figuras del mileísmo —como el hoy caído en desgracia Ramiro Marra— procuraron ridiculizar y reducir toda la programación de Pakapaka a lo que entendieron del Capitán Realista, uno de los antagonistas de Zamba. En su momento, el macrismo ya había generado la triste postal de los muñecos de Zamba de Tecnópolis tirados en el piso y abandonados. Pero el anuncio de una nueva programación hecha por el Gobierno, en un contexto de ataque permanente al sistema de medios públicos, demuestra un interés inusitado en la cuestión de la animación y la disputa de las conciencias infantiles. Esto no es algo nuevo ni es invento del presidente Milei.

En Estados Unidos, Donald Trump, emprendió un ataque frontal contra los medios públicos de ese país, afectando la continuidad de muchos contenidos dedicados a las infancias que se transmitían en la PBS, como Sesame Street (Plaza Sésamo) y varias series animadas. Recientemente, el líder de la bancada demócrata, Hakeem Jeffries, blandió un títere de Elmo en el hemiciclo de la Cámara de Representantes mientras criticaba los recortes a la financiación del canal público.

El origen: Sun Wukong, el mono chino

Entre el listado de anuncios, al que más despliegue y recursos le dieron es a una serie japonesa fundacional para la popularidad del animé en Argentina: “¡Agarrate! Incorporamos títulos internacionales de Toei Animation del universo de Dragon Ball, y un programa perfecto para los fanáticos: Gen Z”. En un contexto donde los sueldos de los trabajadores de Pakapaka —al igual de lo que sucede en todos los medios públicos— se encuentran congelados desde hace casi un año, según trascendió, el Estado nacional pagó 163 mil dólares a Toei Animation por los 405 capítulos de la serie creada por Akira Toriyama, bastante más de lo que se gastó por los capítulos de Tuttle twins.

Como parte constitutiva de su identidad, los mileístas tomaron como propio al manga y animé que tiene a Goku como protagonista. Indudablemente no es por el contenido de la historia —no lo entendieron o eligieron no entenderlo—, que tiene elementos críticos al pensamiento capitalista: Freezer, el villano de Dragon Ball cuyo negocio es atacar planetas para venderlos a buen precio, es una representación de los especuladores inmobiliarios que se aprovecharon de la burbuja financiera de finales de los años ochenta en Japón. Según contó Toriyama en una entrevista para el libro Dragon Ball Daizenshū 2: Story Guide, creó a Freezer “en la época de la burbuja, y el tiburón terrestre (se podría traducir como “ave de rapiña”) inmobiliario era la peor persona de todas. Así que lo convertí en el tiburón terrestre número uno del universo”.

Algunos seguidores de Milei que conocen en detalle la serie asocian al Ejército del Listón Rojo —uno de los conjuntos de villanos más renombrados en la historia— al comunismo. Solamente por su color. De acuerdo al fandom de Dragon Ball “las referencias pueden ir desde el ejército imperialista japonés de la II Guerra Mundial, pasando por el ejército comunista chino, la URSS y, sobre todo, los nazis y demás Estados fascistas”. Quedan más claras las similitudes del Ejército del Listón Rojo con Spectre, la organización criminal que combatía James Bond, el agente 007.

Lo que no genera dudas es que Goku es el Rey Mono, Sun Wukong, el personaje de la mitología china cuya historia fue escrita en la novela clásica Viaje al Oeste (1592), de Wu Cheng’en. En la lucha por la liberación nacional china fue reivindicado por los maoístas como una deidad rebelde que se enfrentó al Emperador Celestial y a toda su burocracia. Toriyama ayudó a popularizar una figura fundamental de la cultura china, un guerrero indómito con cola de mono que viaja en una nube y usa un báculo mágico como arma. Cuando falleció, en marzo de 2024, según consignó el periódico China Daily, el gobierno chino expresó sus condolencias.

Para rastrear cómo los mileístas se sintieron identificados con Dragon Ball no hay que ir ni a Japón ni a China, sino a Valencia. En 2021, el canal público provincial decidió no poner al aire la serie “por la legislación de género, el código de valores de contenidos infantiles y el precio”, según aseguró el director del medio. Unos meses después, en agosto, la discusión llegó a nuestras orillas. Fue cuando la Defensoría del Público de la Nación recibió quejas, entre ellas una nota del Ministerio de las Mujeres, Políticas de Género y Diversidad Sexual de la provincia de Buenos Aires, por la trasmisión en Cartoon Network de un capítulo de la serie Dragon Ball Super donde el Maestro Roshi abusa de Puar, un animalito mágico parecido a un gato o a un conejo azul que se puede transformar en lo que sea. En este caso, Roshi lo fuerza a ser una chica jovencita que termina encerrada en una habitación pidiendo auxilio frente a un hombre mayor que la persigue y grita “mi punto débil son mis pensamientos pervertidos que deseo superar”. La escena es observada por otros personajes, Yamcha y Woolong, que no atinan a intervenir.

La Defensoría informó que “les transmitió a Cartoon Network y a WarnerMedia los reclamos recibidos, las inconveniencias advertidas en el marco de la normativa, y propuso la realización de un encuentro. En este marco, se produjo una campaña en conjunto contra el bullying que se transmite en Cartoon Network LA, y se impulsan las acciones acordada con el objetivo de promover y proteger los derechos de las audiencias y resguardar a niños, niñas y adolescentes”. El entonces panelista Manuel Adorni simplificó el análisis en su cuenta de X: “El Gobierno de Axel Kicillof denunció por “violencia simbólica” a Dragon Ball Super. Con Dragon Ball no Gobernador, con Dragon Ball no. Fin”. Esa fue la línea con la que insistieron la mayoría de los medios para informar sobre el asunto. 

Así se fue construyendo esa asociación, que se puede constatar con muchos ejemplos. Por caso, un video de Javier Milei hecho con IA cantando “Ángeles Fuimos”, la apertura de Dragon Ball Z, tiene más de 50 mil visitas en YouTube. También es común en los actos de La Libertad Avanza ver a personas vestidas de Gokú, algo que también sucede en las jornadas electorales, o en los días previos a los comicios, donde circulan jingles en las redes con la música de la serie. La muestra más concreta es la percepción presidencial: antes de las elecciones generales de 2023 el propio presidente tuiteó una imagen de él mismo como si fuera Gokú enfrentándose a todos los villanos, que son el resto de los políticos argentinos.

El 8 de marzo pasado buscaron instalar que en esa fecha, en lugar de conmemorarse el Día Internacional de la Mujer —aunque la serie tiene personajes femeninos fuertes, como Bulma, Milk o Androide 18—, debería celebrarse el “Dragon Ball Day”, por la fecha de la muerte de Akira Toriyama. Se trata de un doble equívoco: primero, porque ya existe un día de Dragon Ball, que es el Goku Day que se celebra cada 9 de mayo porque, en japonés, el número 5 se pronuncia "go", y el número 9 se pronuncia "ku"; y segundo, porque Toriyama murió el 1 de marzo de 2024, pero la noticia se dio a conocer el 7 de ese mes y la mayoría de los medios lo dio a conocer al día siguiente, el 8. La fecha fuerte para los seguidores locales debería ser el 10 de marzo: ese domingo de 2024, en homenaje a Toriyama, el Obelisco fue escenario de una masiva Genkidama, una representación de la técnica colectiva de combate patentada por la serie.

Al conocerse el anuncio de Pakapaka, los seguidores del gobierno festejaron con mensajes del estilo “Vuelve Dragón Ball a Argentina, Milei revive a Goku luego de que el ministerio de la mujer lo cancelara”.

Cuándo comenzó el enojo

¿En qué momento la ultraderecha se obsesionó tanto con los dibujos animados? Uno de los hitos fue el Renacimiento de Disney, la época de La Sirenita (1989) y de la Bella y la Bestia (1991), de la mano de Howard Ashman, uno de los grandes genios musicales de Hollywood. Figura refundacional de la animación estadounidense, que reconquistó el mundo incorporando el estilo de los musicales under de Broadway, fue públicamente gay y falleció en 1991 por complicaciones relacionadas al VIH. Desde entonces, Disney reconoció derechos de viudez para parejas del mismo sexo inaugurando una era de políticas de inclusión, con eventos oficiales, como el “Disneyland After Dark: Pride Nite” en Los Angeles y el Disneyland Paris Pride, en el parque ubicado en Francia, además de peluches con los colores del arcoiris en apoyo al orgullo LGBT+. 

A comienzos del milenio, el estudio Dreamworks (fundado por gente que venía de Disney) estrenó Shrek (2001). La película pateó el tablero con una propuesta inversa a la de los cuentos de hadas, que incluso eran parodiados, y con la inclusión de dos personajes trans. Con el avance del feminismo, las princesas de Disney comenzaron a empoderarse cada vez más, empezando por Mulan en 1998; luego vendría Tiana, la primera princesa negra en La Princesa y el Sapo (2009); y más tarde Mérida, de Valiente (Pixar, 2012), la primera en no necesitar un interés romántico para trascender. El quiebre definitivo vendría con Frozen (2013) donde el amor ya no es entre un príncipe y una princesa sino entre hermanas, una de las cuales, Elsa, se convirtió en un ícono queer. Y se expandió la consigna “Give Elsa a girlfriend” (denle una novia a Elsa), algo que aún no sucedió, pero que tampoco quedó descartado. En 2018, Damas Alves, una pastora titular del Ministerio de la Mujer, Familia y Derechos Humanos brasileño de Bolsonaro se refirió a la película: “Esta gente está abriendo una puerta en la cabecita de una niña de tres años para soñar con una princesa”. En esos años, las princesas como Moana (2016) y Raya (2021) se embanderaron cada vez más con causas feministas. No más princesas rescatadas por su único y verdadero amor, la heteronorma, el final feliz con matrimonio e hijos como el único desenlace posible.

Hasta entonces la única visibilidad de las diversidades sexuales eran los villanos queer, como la Reina Malvada, la madrastra de Cenicienta, Maléfica, Úrsula, Jafar, el Capitán Garfio o Scar, por citar algunos. Pero en estos años se generaron escenas más o menos ambiguas donde se muestra fugazmente parejas del mismo sexo, como Buscando a Dory (2016), Zootopia (2016) o Toy Story 4 (Pixar, 2019). Por fuera de Disney hubo cuatro series pioneras y muy destacadas a la hora de aportar a la visibilidad, como Hora de Aventura (2010) y Steven Universe y las gemas de cristal (2013), las dos de Cartoon Network, Loud House (2016) de Nickelodeon y She-Ra y las princesas del poder (2018) de Dreamworks y Netflix.

En marzo de 2022 estalló una disputa entre The Walt Disney Company y el gobernador de Florida, Ron DeSantis, del Partido Republicano, alrededor de la llamada Ley de Derechos de los Padres en la Educación de Florida, también conocida como el proyecto Don´t say gay (no digas gay, en castellano). Ante la fuerte presencia que tiene Disney en el Estado del Sol, muchos de sus empleados y creativos reclamaron que la empresa se posicione, exigiendo la derogación de la norma que prohíbe la instrucción en el aula sobre orientación sexual o identidad de género. Y, finalmente, así lo hicieron. El CEO, Bob Chapek, llamó al gobernador para expresarle su preocupación: “Si la legislación se aprueba, podría utilizarse para perjudicar injustamente a niños y familias gays, lesbianas, no binarias y transgénero”. De Santis respondió amenazando con cobrarle impuestos a la compañía —instalada en Orlando— que nunca había pagado. En ese contexto se estrenó Lightyear (Pixar, 2022), precuela de Toy story, donde se alcanza a ver un beso entre dos mujeres, una escena que habían quitado pero volvieron a incluir ante el reclamo del personal.

A esto se sumó un grupo de cinco senadores republicanos que en 2022 escribieron una carta dirigida al TV Parental Guideline, el organismo gubernamental encargado de clasificar series y películas que se exhiben en televisión abierta, de cable o plataformas, donde plantearon que “en los últimos años, los temas relacionados con la naturaleza sexual se han politizado y promovido agresivamente en la programación infantil, incluidos tratamientos experimentales irreversibles y dañinos para trastornos mentales como la disforia de género” y le recomendaron “encarecidamente” que “actualice las pautas para padres de TV y que se asegure de que estén al día con las mejores prácticas que ayuden a informar a los padres sobre este contenido perturbador”. 

Los avances continuaron con la película Un mundo extraño (2022), que tiene al primer personaje abiertamente gay de Disney, con la serie La Casa del Buho (2020), donde por primera vez hay un beso lésbico entre dos personajes principales y Elementos (Pixar, 2023), donde aparece el primer personaje no binario. Si bien con el nuevo mandato de Trump, Disney parece querer retroceder en algunos aspectos, los puentes parecen ya estar rotos. El conflicto con DeSantis se saldó y bajaron el tono con la diversidad en las nuevas creaciones, como sucedió recientemente en Elio (Pixar, 2025). Pero no es suficiente.

Mike Lee —mormón y de Utah, igual que Connor Boyack— es uno de los senadores preocupados por los “contenidos perturbadores” en las producciones audiovisuales. No es casualidad que Boyack haya sido asesor suyo. Los dos responden a una larga tradición en la cual los integrantes de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días le prestan atención a los dibujos animados. En otros tiempos, los mormones y Disney solían tener muchos lazos. Lo destaca el propio medio de esta confesión, LDS Living, que recuerda en una nota los inicios de Mickey: “Era un alborotador bastante violento. Su transformación gradual en el personaje amable y cariñoso que hoy conocemos y apreciamos se vio significativamente influenciada por el hombre que dirigió la tira cómica de Mickey Mouse durante 45 años: el feligrés Floyd Gottfredson”. Además, recuerdan que uno de los principales sucesores de Walt, Don Bluth, era integrante de esa misma Iglesia. Otro detalle notable que añoran es que entre los años sesenta y ochenta se realizaba en Disneylandia, en Los Ángeles, la Noche Mormona a precios populares.

Todo eso se rompió y las esquirlas llegan a la Argentina. Son escenas de una batalla cultural animada. Del lado de la ultraderecha mundial, se alistan para seguir en combate contra cualquier atisbo de diversidad. Los dibujos animados ya no son un terreno neutral de sano esparcimiento infantil sin mayores discusiones. En realidad nunca lo fueron, pero quedaron, como nunca antes, bajo la lupa de la polémica político partidaria. Y en nuestro país el debate se manifestó en un anuncio de una programación que aún no salió al aire para un canal que, siguiendo la lógica oficialista, ni siquiera debería haber nacido.