Ensayo

Despedida a Mario Wainfeld


Salute

“Qué maravilla el tono Mario Wainfeld —escribe Martín Ale en esta despedida—. En sus textos en Página/12, en sus programas de radio, en sus columnas en la tele, en un mensaje de Whatsapp”. Mantuvo siempre un profundo amor por la política cotidiana, a la que narró con ironía, sarcasmo y humor negro. Pero sin cinismo. Le gustaba hablar de la rosca, la rosquita y las trapisondas de la política, sobre las cadenas nacionales y los off. Pero tenía claro que había límites que no convenía cruzar: “La antipolítica ya tiene demasiados propagadores como para que sea alimentada por los propios políticos”, decía. Con su muerte el periodismo político, las ciencias sociales, las universidades públicas y la movilidad social ascendente perdieron un aliado.

Salute. ¿Cómo estás? Vi 2001 (la serie). Me divirtió, ponele. Y me pareció una descripción floja, no falsa del todo. Conspirativa, en exceso. Alivia a De la Rúa, no aborda la Banelco. No releí a Bonasso, la fuente. El libro tiene conjura y gesta. En la serie la gesta se aborda mínimamente.  El malo es el FMI. Establishment no existe. No están los CEOs de la banca... Fatal. Chacho y Duhalde, malas caricaturas. Toquecitos lindos sobre Chiche. Bien caracterizados Cavallo y Colombo, dentro de todo. Hay libertades grandes en los últimos días... Licencias narrativas, deformaciones, quiero significar.

Qué maravilla el tono Mario Wainfeld: en sus textos en Página/12, en sus programas de radio, en sus columnas en la tele, en un mensaje de Whatsapp. A principios de semana, cuando me enteré que la cosa estaba muy mal, revisé el último intercambio con él. Era sobre la serie Diciembre 2001. El link mental me llevó directo al programa En la vereda, allá por el 2000-2002, conducido por Quique Pesoa. En esos años, Wainfeld analizaba con sapiencia una realidad que quemaba. Yo era un pendejo. Era un placer escucharlos. Entonces y desde entonces leí y escuché como tantos otros: buscando orientación, análisis precisos, información sin fruta, sabiduría en frases breves.

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En 2014 Revista Anfibia se había instalado en una oficina en la Avenida Belgrano (CABA). Tenía un gran espacio para talleres, clases, actividades. Había que acondicionarlo: faltaban sillas, el piso era cemento pelado. Un taller multitudinario nos permitió pagar y dejar pipí cucú el espacio. Unas 70 personas, apretujadas, escucharon las ocho clases. “Plusvalía para un fin loable”, dijo Mario cuando le contamos en qué usamos el dinero de las inscripciones. Hicimos tres encuentros para preparar las clases. En el primero, Cristian Alarcón nos presentó en una parrilla del centro. Eran pura risotada, recordando tiempos míticos de redacciones pasadas. Después siguieron los encuentros en Lucio, casi frente a su casa. Bocetó programas, me dictó bibliografía imprescindible. La mayor parte, casi toda, ciencias sociales: Weber, Sartori, Auyero, Horacio González. El punto 4 del ya famoso decálogo Wainfeld dice: “El periodista de política tiene que hacer ‘ejercicio ilegal de las ciencias sociales’: leer libros, artículos, hablar con académicos. Nadie es culto por leer diarios, tampoco por ‘picotear’ en la academia. Pero siempre es bueno leer a los que estudian y saben”.

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Mario escribía y hablaba de tal forma que era sencillo armar listados con sus frases. Tras ese decálogo inicial (que a él al principio le pareció excesivo pero después le divirtió), surgido de su primera clase en el seminario de periodismo político, le siguió un segundo decálogo de subrayados de uno de los dos libros que publicó por Siglo XXI, Kirchner, el tipo que supo. Un libro que, además de biografía y análisis de la historia reciente, se puede leer como un manual de conducción política. Wainfeld procesa lecturas clásicas y contemporáneas sobre ciencias políticas, sociología, antropología y economía, relee a Borges en clave política. De esa síntesis, resultan frases memorables. Va el “Decálogo Wainfeld 2”:

1. Presidente/a: persona condenada a tomar decisiones en plazos dramáticamente cortos, bajo presión, sin disponer de la información completa, sujeta a hacerse cargo de las derivaciones no previstas ni previsibles, tanto las no queridas como todas las demás.

2. Gobernar es jerarquizar: lo mejor o lo menos malo según el momento.

3. El sistema solar dispensa poca visibilidad a los planetas. La hiperpresencia de un presidente acumula para su prestigio pero no siempre derrama sobre los dirigentes más fieles.

4. Los estadistas no son adivinos ni la pegan siempre; más bien actúan por ensayo y error. Aggiornarse, cambiar de instrumentos sin resignar los objetivos esenciales, es más interesante que el ejercicio subjetivo o psicoanalítico de la autocrítica.

5. El poder de un presidente crece si las decisiones se toman por sorpresa.

6. Hay que creer más en la conjura de los hechos que en las conspiraciones. La conspiración es una narrativa confortante porque alivia la incertidumbre y mitiga la indeterminación.

7. La interpretación monocausal es la jactancia de los perezosos.

8. Quien propone una táctica cambiante a su conducción, debe hacerse de las consecuencias.

9. Perder una batalla es nocivo. Peor es que la derrota se proyecte a nuevos combates. Oprobioso que los adversarios te lo festejen en la cara y celebren en las calles. Tremendo que sean muchos y en número creciente. La difusión por tevé es un daño perdurable y doloroso.

10. “Nunca odies a tu enemigo”, aconsejaba Michael Corleone a su irascible sobrino Vincent Mancini. Es una máxima política clave. Odiar, exasperarse de más o personalizar restringe la profesionalidad, la eficacia. Entre aliados que están enfrentados tácticamente, la máxima vale triple.

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“En este gremio se quiere al bueno, se admira al suspicaz, se honra al maestro. Bueno, suspicaz, maestro. Sobre Mario no hay discusiones, no hay grieta ni puterío, no hay peros ni medias tintas, ni chismes ni rencores, no hay nada de lo que normalmente en un oficio de egos y competencias, giladas y trepadurías suele haber. La unanimidad del dolor que produce su partida súbita es eso, todos de acuerdo: se nos fue un irremplazable, un único e irrepetible”. Escribió acá Cristian Alarcón.

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A Mario le gustaba hablar sobre la rosca, la rosquita, las trapisondas. Sobre una cadena nacional y sobre un off. Pero tenía claro que había límites que no convenía cruzar. Por ejemplo, cuando muchos se regodeaban con el último cierre de listas del peronismo (aquellos días de Wado candidato y finalmente de Massa), desde el micrófono de radio Nacional, Mario cuestionó que el peronismo ―y también la oposición― expusiera sus trapos sucios a cielo abierto. “Hay que tener un cierto decoro y un cierto cuidado en una actividad que está desprestigiada. No creo que esto se deba ventilar extramuros porque no le hace ningún favor a la relación entre quienes son dirigentes, candidatos y las personas del común”, dijo. La antipolítica ya tiene demasiados propagadores como para que sea alimentada por los propios políticos, resumió después. Recomiendo la escucha de ese comentario: ahí se puede ver la trinchera particular en la que se paraba Mario. Un amor por la política, por la política cotidiana, pero despojado de cinismo. Ironía, sí. Sarcasmo, también. Humor negro, siempre. Pero no cinismo.

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Le gustaba leer y conversar con quienes producen saberes. Leía a sociólogos, antropólogos, cientistas políticos con atención. Los entrevistaba con atención. Hacía preguntas sencillas, nada pretenciosas, que disparaban nuevas ideas en sus interlocutores. Una práctica que ejercitó desde siempre, pero que seguramente perfeccionó en la época de la revista Unidos, en la que confluyeron Horacio González, Victor Ivancich, Oscar Landi, Vicente Palermo, entre otros. 

Tenía, además, un amor genuino por las universidades públicas. En especial, por las universidades del conurbano. Presentó sus libros en facultades varias y se preocupaba especialmente porque el auditorio estuviera ocupado por estudiantes y docentes más que por autoridades. Hizo programas de radio desde los “campus” de las universidades. Lo emocionaban las historias de estudiantes que eran “primera generación” (de enfermería, de biotecnología, de lo que fuera), los investigadores cuyos padres eran obreros. Valoraba la movilidad social ascendente.

Con la muerte de Mario, las ciencias sociales, las universidades públicas, la movilidad social ascendente, perdieron un aliado.

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“La extranjería en el periodismo se le notaba, para bien. Desprovisto de las mañas y los cliches de ‘los profesionales’, criaturas de redacción que a los diez minutos de conocerlos te sueltan la dichosa anécdota con Jacobo (Timerman), Mario le inyectó novedad y frescura a un diario de primera, que vibraba. En un momento en que los politólogos escribían como politólogos, los abogados como abogados y los periodistas como periodistas, Mario mezcló -hoy diríamos hibridó- géneros y registros hasta parir una escritura particularísima, culta y lunfarda y capaz de absorber desde referencias de las ciencias sociales hasta letras de canciones populares”. Escribió acá José Natanson.

Y Mariana Enríquez: “No le gustaban los espacios chicos y odiaba los aviones aunque le encantaba viajar y amaba París. Estaba totalmente abierto a sugerencias de series, de libros, volvía loco después de ver The Wire o leer a Carrére, quería que lo leyeran los de “otras generaciones” decía, es decir, los jóvenes. Era de River. Era ansioso. Se frustraba cuando las cosas no salían bien. No sé cuánto le duraba el malhumor, no creo que mucho. Le gustaba escribir y quería dedicar estos años a los libros, me dijo que tenía planes o algo así, que se quería dedicar a ese formato, quizá publicar algunos de sus análisis no lo sé, eran conversaciones casuales de pasillo”. 

Y Martín Rodríguez: “Mario fue peronista y progresista sin nunca dejar de ser las dos cosas a la vez, sabiendo que una cosa no es exactamente la otra. Escribió dos libros para entender la Argentina y para entender personas, fue fundador de la mejor revista política que dio la democracia (Unidos), tuvo cinco hijos, amó a una compañera de fierro. Leíamos a Mario porque dice lo que pasa o para que pase lo que dice”.

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Y para terminar va un tercer decálogo. En Estallidos argentinos, su segundo libro, Mario puso el foco en episodios claves de la historia política reciente. Fiel a su tono y estilo, el libro es también un tratado de ciencia política con frases memorables, que me atrevo a descontextualizar y enumerar: 

1. Los derechos son síntesis dialéctica de conflictos, de dos resistencias que se enfrentan: las derechas se niegan a ceder, los pueblos a resignarse.

2. Pragmatismo es saber adecuarse a las circunstancias o a las imposiciones irresistibles sin apartarse de los principios.

3. No encasillar para siempre a vencedores y vencidos: todas las luchas continúan. La victoria alivia, pero no llega al cielo; más bien abre nuevos escenarios. Y la derrota duele pero jamás será eterna, siempre dará revancha.

4. El encierro de Palacio obra efectos peores que los de una borrachera. En situaciones límite, en la acción política o en la vida privada, uno cree lo que le conviene, aunque sea disparatado.

5. La historia la escriben los que escriben, que suelen pertenecer a las elites. Individualistas por ideología, enfocan a personalidades y olvidan o ningunean a las organizaciones populares, a las masas.

6. Una organización social arraigada no es un ejército, ni una empresa, ni siquiera un club de fútbol. Las líneas divisorias entre militantes, adherentes, “base” y vecinos “rasos” se borronean. Están trazadas en gris.

7. Los cronistas acceden a Palacio con prejuicios parecidos. Saben todo, les queda probarlo. Cosifican a los protagonistas, los reducen a una o dos facetas, simplifican universos dinámicos. La caricatura, un arte mayor a condición de no dibujarla antes de conocer al personaje. 

8. El tiempo reordena y resignifica. Lo trasmitido en “vivo y en directo” fue estudiado por académicos, historiadores y colegas: hay que ser salame o soberbio para dejar de lado tantos aportes.

9. Un mensaje a los apocalípticos que “compran” la omnipotencia de los medios y ningunean las posibilidades de la acción política: las operaciones mediáticas pueden combatirse produciendo hechos.

10. Vivimos en laberintos, pensamos en línea recta.